lunes, 30 de agosto de 2010

¿Aló... mamá?

Serían dignos de un premio al mejor malabarista, sino fuera porque con su manera de actuar ponen en riesgo la propia vida y la de todos los que se cruzan en su camino. Son casi siempre adultos, al parecer en pleno uso de sus facultades, al volante de un automóvil que conducen con una sola mano, la misma que les sirve para accionar la palanca de cambios, mientras con la otra sostienen el teléfono celular a través del cual mantienen una conversación que puede durar minutos. Por momentos, abandonan por completo el control del vehículo y con la mano libre se dedican a gesticular animada o airadamente frente a un interlocutor por lo pronto invisible. Lo único capaz de devolverlos a su realidad de conductores es la bocina de un camión, el chirriar de frenos de un campero conducido a medias por un congénere que iba en las mismas o el grito de un caminante que apenas tuvo tiempo de dar un salto hacia el andén y se salvó por un pelo de ser atropellado.

La escena ya forma parte del paisaje urbano. A pesar de la prohibición explícita de hablar por celular mientras se conduce, como sucede con tantas otras cosas en estos trópicos, lo que muchos consideran su comodidad personal acaba primando sobre el bien común, que en este caso se relaciona con la integridad física de la gente. Son cientos los accidentes registrados cuyas causas están relacionadas con esa irresponsable actitud. Y no se trata solo del hecho físico de conducir con una sola mano , sino de algo todavía más riesgoso : la mente del conductor está, literalmente, en otro lado, ocupada en la discusión amorosa o de negocios, o en el simple recuento de las banales anécdotas de la vida cotidiana . Por eso, cuando acaece el acontecimiento imprevisto, el cruce de un animal o de un peatón, o la intempestiva aparición de otro vehículo, las posibilidades de reacción se reducen al mínimo.

El asunto, que de por si es grave cuando se trata de carros particulares, adquiere dimensiones de seguridad pública si se habla del transporte colectivo. Hay que ver a los conductores de buses y busetas maniobrando el timón y la caja de cambios , recibiendo billetes , entregando devueltas, discutiendo con los pasajeros y con los vendedores de baratijas, mientras regatean por teléfono el precio de un televisor de nueva tecnología o le reclaman a una mujer remota y al parecer liviana de cascos su tendencia irreprimible a ausentarse de casa durante los fines de semana, todo dicho a un volumen que convierte los asuntos de la vida íntima en noticia de última hora.

Entre tanto, como sucede con muchas otras cosas, las autoridades de tránsito parecen no tener nada que decir al respecto. Apenas si se atreven a hacer tímidos llamados a la responsabilidad personal, mientras hacen el trámite oficial del último accidente donde un joven ejecutivo murió después de encontrarse de frente con un camión de fabricación china y cuyas últimas palabras, si nos atenemos a la grabación registrada en su celular de tecnología finlandesa, fueron: “ ¿Aló… mamá?”

Kant y el realismo mágico





Como todo pueblo tiene su estereotipo, desde este lado del mundo nos acostumbramos desde muy temprano a ver a los alemanes como el resumen de una racionalidad expresada en la vida diaria en unos niveles de mecanización casi exasperantes. Por fortuna, los estereotipos son solo eso, porque el mundial de fútbol que finalizó hace unas semanas en Suráfrica nos proporcionó, entre otras dichas terrenales , por obra y gracia de un pulpo vidente, una muestra de pensamiento mágico reeditada en la mismísima cuna de Enmanuel Kant, Friedrich Nietzche, Friedrich Hegel y Karl Marx, integrantes de una de las más célebres  delanteras en la historia del pensamiento de todos los tiempos.

Que en América Latina los números de la lotería aparezcan anunciados en el lomo de los peces, o que los muertos realicen intervenciones quirúrgicas es un asunto de todos los días. Pero que en la tierra de los déspotas ilustrados los moluscos cefalópodos se dediquen de manera rutinaria a pronosticar resultados de partidos de fútbol, resulta tan alucinante como el estruendo de las vuvuzelas en los juegos del mundial. Ya nos imaginamos los titulares de la prensa europea si el pulpo de marras tuviera su sede de operaciones, digamos, en Lima, Barranquilla, Manaos, Tegucigalpa o Veracruz : “ Visionario marino en los tristes trópicos” , “ Insólito : En república bananera creen en los designios de un pulpo adivinador” , “En Macondo surge un crustáceo que acierta en los pronósticos”. Al fin y al cabo lo que seduce a los europeos de nuestras literaturas desde los tiempos del boom es que corresponden , línea por línea, no a lo que somos en realidad, sino a los que ellos quisieran que fuésemos: buenos salvajes, irracionales, impulsivos y dispuestos siempre a creer en cualquier verdad acuñada por un pregonero de feria. “Realismo mágico” bautizaron a esa manera de poetizar el mundo desde la palabra escrita.

Pero en este caso, los más sesudos analistas han intentado explicarnos en los términos más disímiles lo que , mientras no se demuestre lo contrario, constituye apenas una sucesión de coincidencias. Desde la teoría de las probabilidades hasta las leyes del azar, pasando por los mas osados, que hablan de un paciente y minucioso análisis por parte del animal en cuestión.

Como todas las conclusiones conducen invariablemente a un callejón sin salida, lo único claro de todo esto es que los seres humanos, en Ayacucho, en Bonn o en Johanesburgo, seguimos siendo los mismos desde el comienzo de los tiempos: frágiles criaturas sedientas de algún dato en apariencia sobrenatural que nos redima del carácter vacuo y predecible de la experiencia cotidiana. Lo único que ha cambiado- ya nos lo han recordado tantos- es el ropaje que conocemos con el nombre de tecnologías, desde la invención de la rueda y el aprovechamiento del fuego, hasta los modos de comunicación desarrollados a una velocidad de vértigo por la llamada revolución digital. De modo que los alemanes tampoco eran como nosotros queríamos que fuesen : imperturbales y gélidas criaturas gobernadas por el cerebro y negadas para experimentar el cúmulo de emociones que, según la mitología al uso, conforman la esencia de nuestra identidad. Bastó con el hábil de aprovechamiento del animal favorito de los dibujantes de historietas, dedicado durante varias semanas a escoger entre los nombres de dos secciones de fútbol puestos al alcance de sus tentáculos, para revelarnos de golpe que, contra las evidencias implícitas en las diferencias de idioma, etnia, color de piel y devenir histórico, todos estamos hechos de la misma impagable y sorprendente materia.

viernes, 27 de agosto de 2010

Nuestro tiempo

TALLA M





En una de esas reuniones de padres de familia, una mamá joven compartía su preocupación sobre los cada vez más frecuentes accesos depresivos de su pequeña hija de once años. La razón: a la niña le ha resultado imposible asumir que sus incipientes senos sean más pequeños que los de sus compañeras de juego. Desconsolada, ha llegado a solicitarle a su madre que le pague una cirugía plástica para solucionar lo que ella considera “Un problema”.

Que a las mujeres adultas de estos tiempos se les vuelva un motivo de angustia que sus senos no correspondan a la talla exigida por los cánones que rigen el mercado del sexo y la seducción ya es suficiente motivo para preocuparse, aunque los expertos nos lo expliquen a la luz de la cada vez más fuerte incidencia que los mensajes publicitarios tienen a la hora de fijar los códigos de intercambio y valoración entre los integrantes de una comunidad. Pero que lo mismo le suceda a una pequeña que en otras circunstancias todavía debería estar preocupada por la salud y el vestuario de sus muñecas, si debe ser motivo de interrogación acerca de las cosas que sustentan el modelo de sociedad que hemos construido.

En sus aspectos generales, las grandes sabidurías basan el concepto de felicidad en un acuerdo entre el universo y sus criaturas. Dicho de otra manera, nos aceptamos como somos y a partir de allí emprendemos la aventura de forjar un destino individual y colectivo. De hecho, la noción de tragedia acontece cuando se rompe ese principio de acuerdo y la existencia se plantea entonces como los restos de un naufragio que se desplazan a la deriva.

Pero los mercachifles que gobiernan el mundo han invertido la premisa: ahora se trata de que, desde muy temprano, las personas se sientan incómodas con su condición, empezando por su propio cuerpo. No me gusta mi nariz, no me agradan mis piernas, me incomoda mi cintura, me avergüenzo de mi color de piel, pero no tengo de qué preocuparme. Al fin y al cabo, las divinidades del consumo y la impostura han puesto sobre la tierra a unas criaturas bondadosas que se encargarán de corregir mis imperfecciones. Basta con examinar un catálogo, consultar el saldo de la cuenta de ahorros o en su defecto endeudarse y ¡zas! por arte de birlibirloque podré tener la nariz , las piernas, la cintura o el color de piel que ordenan lo que el poeta Antonio Machado llamó “ los afeites de la actual cosmética”.

El resultado no ha sido ni mucho menos un mínimo de equilibrio. Todo lo contrario: la clave del negocio está en estimular y multiplicar los niveles de insatisfacción para que la máquina siga su marcha. Ahora nos hablan, por ejemplo, de la“depresión post cirugía”, una especie de pulsión en la cual quienes se sometieron a un procedimiento estético añoran su anterior situación, momento en el que una nueva legión de mercaderes no se fija en gastos a la hora de diversificar el catálogo. Al fin y al cabo, puede ser que su nueva nariz no haga juego con las orejas, de modo que le ofrecemos achicar estas últimas. Razón le asiste entonces a mi vecino, el poeta Aranguren, cuando ante ese panorama ha decidido emprender una campaña para reivindicar a las que el denomina “Las talla M”, es decir, las simples, sencillas y terrenales mujeres que todos los días se empecinan en ser ellas mismas, sin hacerle el juego a quienes , a través de todas las artimañas posibles, las empujan hacia la hoguera de las vanidades.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Literatura y fútbol

CÉSAR Y VINICIUS






Ignoro si a don César Vallejo le interesó alguna vez ese deporte que hombres como Garrincha, Pelé, Maradona y Lionel Messi elevaron a la dimensión de categoría estética. Quien sabe, a lo mejor pensaba lo mismo que Jorge Luis Borges, que más da. Para el asunto que aquí nos importa la clave está en que un equipo de fútbol peruano lleva el nombre del poeta que se murió en París con aguacero. Lo anunciaron en el canal deportivo Fox : “A primera hora Atlético Huila frente a Trujillanos de Venezuela y más tarde César Vallejo ante Coquimbo de Chile” dijo el locutor, exagerando el acento porteño.

-¡Carajo, esto si que es una maravilla. Que los equipos de fútbol ahora lleven nombres de poetas! casi le grité al sujeto con cara de insomne que me miraba desde el fondo del espejo. Sin mucho esfuerzo, imaginé un club argentino llamado Oliverio Girondo, otro chileno que responde al nombre de Nicanor Parra, uno brasileño bautizado Geraldino Neto y más allá un equipo mejicano conocido como “Los Zopilotes del norte” cuyo verdadero nombre es Ramón López Velarde Fútbol club. Forzando el optimismo, me atreví a pensar en un conjunto colombiano llamado Atlético León de Greiff, recién ascendido a la primera división.

- No es para tanto, no es para tanto. Me dijo un profesor que escribe versos y se gana la vida dando clases de álgebra en colegios privados. Pasa que la pequeña ciudad donde tiene su sede ese equipo se llama así: César Vallejo, sin que eso signifique que los jugadores reciten de memoria los versos del poeta. A lo mejor, ni siquiera han escuchado hablar de él en su vida.

- ¿ Y qué? Le respondí. Lo que me interesa es la relación de amor, tantas veces no correspondida, que algunos poetas y escritores han mantenido con el fútbol, al punto de dedicarles versos a sus ídolos, o acuñar frases que, sacadas de contexto, se convirtieron en declaración de principios para mucha gente, como aquella de Albert Camus, donde dice que la patria es la selección de fútbol.

Pensaba , también, en el poema que Vinicius de Moraes le dedicó a Mané Garrincha, en los tiempos en que las caderas de esa garota inmortal llamada Elsa Soares le hicieron perder el rumbo. Recordé el reportaje que Ernesto Sábato le concedió a la revista argentina El Gráfico, donde reveló su paso por las divisiones inferiores de Estudiantes de la Plata. Evoqué a Peter Handke escribiendo el borrador de esa dolorosa novela titulada “La soledad del portero ante el penalty”. Volví a las páginas de ese libro memorable del gordo Oswaldo Soriano que ostenta el título de “Memorias del mister Peregrino Fernández y otros relatos de fútbol”. La lista empezó a hacerse interminable, pero no puedo dejar pasar la indignación del uruguayo Eduardo Galeano porque “o jogo bonito” se nos convirtió en un mercado de piernas y mucho menos puedo omitir sin remordimientos los versos que Joaquín Sabina le dedicó al Atlético de Madrid o los que su compinche Joan Manuel Serrat compuso para su amado Barcelona.

Insisto: no me interesa averiguar si los hinchas del César Vallejo Fútbol Club del Perú corean, en lugar de estribillos incendiarios, los versos del autor de Los heraldos negros. Jamás sabré si los jugadores recitan en voz baja sus poemas antes de saltar a la cancha. De lo que si estoy seguro es de que a la hora de las goleadas en contra todos recuerdan y recordarán por los siglos de los siglos aquello de “…Hay golpes en la vida/ tan fuertes… ¡yo no sé! / golpes como del odio de Dios” seguido de “ …esos golpes sangrientos son las crepitaciones/ de algún pan que en la puerta del horno se nos quema”.


LOS HERALDOS NEGROS


Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!

Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,

la resaca de todo lo sufrido

se empozara en el alma... ¡Yo no sé!

Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras

en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.

Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;

o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma

de alguna fe adorable que el Destino blasfema.

Esos golpes sangrientos son las crepitaciones

de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos, como

cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;

vuelve los ojos locos, y todo lo vivido

se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
    
                          César  Vallejo

lunes, 23 de agosto de 2010

"Nuestro" tiempo

TIEMPO Y PODER



Desde la antigüedad clásica los filósofos vienen recordándonos que somos seres del tiempo: que existimos en el tiempo y por tanto nuestra medida es ese artificio creado por nosotros mismos. Con él medimos el alcance de nuestro fugaz episodio sobre la tierra y a través de él lo referenciamos todo, desde lo más sublime hasta lo más banal, a la noción de eternidad acuñada para ayudarnos a olvidar la nada en que habremos de disolvernos.

En los comienzos todo funcionó de manera más o menos convencional, sin más parámetros que el incesante ir y venir de asuntos tan visibles como el día y la noche. Hasta que aprendimos a medirlo y entonces dejó de ser la simple constatación de un fenómeno, para convertirse en un amo despiadado, hasta el punto de que los paradójicos hombres de hoy declaran con orgullo que están “estresados”, una curiosa palabra de origen anglosajón utilizada para expresar que el tiempo no nos alcanza para responder por los yugos que nos hemos impuesto. “El tiempo es oro”, clamaban en voz alta los hijos del Renacimiento europeo, una vez inventados los relojes, que desde entonces nos vigilan con el talante infatigable de una divinidad insomne.

Siglos más tarde, con los perfeccionamientos introducidos por la revolución industrial, el ingeniero norteamericano Frederick Winslow Taylor le dio carta de ciudadanía a una manera de ver el mundo que en cierta medida prefiguró los horrores tecnolátricos en los que fue tan pródigo el siglo XX y que tan bien supieron captar directores de cine como el alemán Fritz Lang en su película “ Metrópolis” o el inefable Charlie Chaplin en la más entrañable “Tiempos Modernos”: no por casualidad en las dos obras el espíritu dictatorial está representado por un reloj gigantesco que tiene la medida del universo. A Taylor se le debe lo que hoy se conoce como “organización científica de l trabajo” , un concepto que reemplaza la noción de talento natural por la de productividad y que por ese camino convierte a las personas en simples apéndices de las máquinas, pues el asunto aquí ya no es qué puede crear un hombre dueño de su tiempo, si no cuánto tiene que producir un hombre en una hora.

Todo eso que suena tan teórico tiene su manifestación visible en la vida diaria, donde el ejercicio del poder está ligado directamente a la administración del tiempo. Los poderosos pueden hacerse esperar sin ofrecer siquiera excusas, mientras los subordinados que llegan tarde se hacen objeto de reprobación o incluso de sanción ¿ o acaso no han padecido ustedes esas exasperantes normas de protocolo, donde un auditorio cansado tiene que esperar durante horas a un fulano cuyo único papel es sentarse en silencio a una mesa y sin el cual es imposible iniciar la actividad, por nimia que sea? La explicación es simple y absurda a la vez: unos códigos ignotos lo hacen dueño del tiempo de sus convocados, cuyos compromisos adquiridos de antemano no le importan a nadie. De modo que, mientras los integrantes de ese auditorio esperan sin esperanza, no les queda una salida distinta a la de admitir que en algún lugar de cuyo nombre no pueden acordarse fueron despojados de la única prueba posible de su tránsito por el mundo: la inalienable parcela de tiempo en la que transcurren sus dichas y pavores.

Nuestro tiempo

SIN ESCONDITE



                                



El pobre hombre, asesor de una compañía inmobiliaria, recibe la llamada un Domingo víspera de lunes festivo. La voz, demasiado dulce para la capacidad de resistencia de un tipo que la noche anterior se acomodó más de doce Whiskies entre pecho y espalda, tiene el aire deliberadamente sugestivo de quien ha ensayado muchas veces lo que va a decir.

- Doctor Rojas, lo llamamos para darle una buena noticia : nuestra empresa “Cítricos el Edén” lo ha escogido como el cliente estrella del mes y por eso queremos entregarle una caja con seis garrafas de nuestro excelso jugo de naranja con un descuento del cincuenta por ciento ¿ Tendrá algún inconveniente si se la despachamos enseguida? No importa si no tiene efectivo. Usted nos da la clave y el importe lo descontamos de su tarjeta de crédito.

Antes de responder cualquier cosa , la mente de nuestro héroe , acostumbrada a lidiar con las operaciones matemáticas de alta complejidad propias del negocio de finca raíz, empieza a disparar preguntas. ¿ Quién será esa mujer? Por lo pronto, está seguro de que no se trata de la desconocida con la que pasó la noche hace un par de días ¿Por qué conocen el número de su teléfono móvil reservado para familiares y clientes especiales? ¿ Cómo saben que es adicto al jugo de naranja que ostenta la marca de marras? ¿ Estaría dispuesto a darle la clave de su tarjeta de crédito a alguien que llama a ofrecer promociones un Domingo a media mañana?

Entre tanto, la voz de la impulsadora ha pasado del azúcar moreno al ácido admonitorio: - No lo piense tanto doctor, mire que tenemos otros clientes elegidos en la lista y usted no se puede perder esta oportunidad. Además , si acepta nuestra oferta puede participar en la rifa de dos pasajes de idea y regreso a las Islas Vírgenes, con alojamiento incluido en Hotel cinco estrellas.

En ese momento, el tipo tiene un último rapto de lucidez y apaga el teléfono sin despedirse de la intrusa. Con el fin de semana estropeado irremediablemente recuerda que una vez, en un vuelo internacional, vio una película de ciencia ficción donde la vida de un apacible burócrata se convierte de repente en pesadilla cuando los servicios secretos de un país remoto se apoderan de sus datos personales básicos: el número del documento de identificación y la clave de su tarjeta débito. Con ellos en su poder, le fabrican un prontuario delictivo donde aparece como responsable de una vasta conspiración que involucra a varios gobiernos.

Con la paranoia al tope decide llamar a un colega, que lo tranquiliza diciéndole que todo es muy simple : lo de sus gustos domésticos lo descubrieron rastreando sus bolsas de basura. El número del teléfono celular privado usted mismo se lo dio a un cliente que prometió comprarle un bloque completo de apartamentos en un conjunto residencial. Este a su vez lo negoció, con su base de datos completa, en un intercambio con una empresa que comercializa cítricos y otros productos para el desayuno. Momento en el cual, debatiéndose en un sentimiento de desamparo hasta entonces desconocido, el pobre agente inmobiliario quisiera acogerse a los versos de un poeta ruso que lo obligaron a leer en los cursos de cultura general de la universidad, y que rezaban más o menos así : “Decidle a mis hermanas Edna y Ariadna / que yo ya no tengo donde esconderme”.

viernes, 20 de agosto de 2010

Lenguajes

LA PALABRA EN TINIEBLAS


“ El jugador golpeó el esférico con la extremidad inferior izquierda”. Como algunos de ustedes lo habrán adivinado la frase, rebuscada y oscura hasta lo indecible, fue pronunciada por un comentarista deportivo devenido estrella mediática, cuyo nombre preferimos dejar para el final.

Por supuesto, atendiendo a la lógica del lenguaje y al ámbito cultural que rodea la práctica del fútbol, era mucho más sencillo, claro y preciso decir : El jugador pateó el balón con la zurda. Pero claro, como aquí no se trata de comunicar o de orientar, si no de deslumbrar, había que echar mano de toda la pirotecnia verbal disponible para vencer por Knock- Out al interlocutor que, en demostración de gratitud por tan inconcebible dosis de sabiduría, no duda en convertir al comentarista en cuestión y a su séquito de imitadores en poco menos que una legión de semidioses que, para ponerlo en labios de uno de los sumos sacerdotes, el argentino Fernando Niembro tienen “ La última palabra”.

Esas cosas suceden cuando el lenguaje deja de ser el instrumento que nos ayuda a alumbrar nuestro paso por el mundo, para convertirse en un artefacto dirigido a revalidar el viejo truco de confundir para reinar. Por supuesto, los comentaristas como el autor de la frase que da inicio a la columna no detentan la exclusividad sobre esa extraña manera de nombrar la vida. Leamos lo que dice el pie de foto en una nota de sociedad “ Un grupo de damas, movidas por su bondad y espíritu de servicio, realizaron durante once meses actividades sociales y mercantiles con el fin de alegrar la navidad de los infantes poco afortunados económicamente” ¿ les quedó claro que estas señoras, más bien desocupadas, se dedicaron a tejer y a vender pasteles para comprarles regalos a los niños pobres? Entonces continuemos y ahí les va esta perla, pronunciada por un político en el saludo a sus eventuales electores:

“ Atrapados en la coyuntura surgida de la encrucijada a la que nos tienen sometidos los actores armados de la guerra fomentada por el conflicto, los colombianos debemos cerrar filas en torno a las políticas de nuestro presidente, que ha sabido jinetear los destinos de la patria, como lo demuestran los resultados de la política social donde el número de subsidios , y de raciones alimenticias entregadas muestran que ha disminuido la situación de precariedad de nuestros compatriotas”. Como no entendí ni jota, modestamente volvamos al principio.

Uno de los imitadores del comentarista en cuestión, a quien sus colegas le dicen el maestro, el profesor, el doctor o algo parecido, se refirió al futbolista Lionel Messi como “El mejor jugador orbitalmente hablando” ¿Andaría el buenazo de Messi hablando en órbita o algo así? Acto seguido dijo- el comentarista, no el deportista- que un jugador había “festinado” un penal ¿Acaso no conoce los verbos errar, fallar o desperdiciar?

Pero bueno, perdidos como andamos en esta tiniebla de palabras tejida con la bobería de quienes, en razón de su oficio, deberían ayudarnos a entender las cosas, digamos que la frase del comienzo se la debemos, cómo no, a Carlos Antonio Vélez, un hombre que en su último rapto de sapiencia pretende hacernos creer que la súbita dosis de poesía creada de la nada por un jugador talentoso en medio de un partido de fútbol puede ser disfrutada mejor con la ayuda de un computador, en el que analiza cada jugada como si se tratara del informe presentado por un gerente de ventas.

jueves, 19 de agosto de 2010

Salud

NEGOCIO REDONDO




Cuenta don Miguel de Montaigne en sus Ensayos, que durante una matanza de chinos en el Perú, los victimarios establecieron tarifas para que sus víctimas pudieran escoger la forma de muerte menos dolorosa, de acuerdo a su capacidad de pago. Así, un disparo certero en la sien costaba mucho más que, digamos, ser pasado a cuchillo y a su vez esta forma de morir era más cara que una lenta agonía a pedrada limpia.

No sabemos si quienes engendraron el actual sistema de seguridad social en salud de nuestro país, conocen la obra del pensador francés. Lo dudamos, pero lo cierto es que desde el comienzo supieron que estaban frente a una fuente inagotable de riquezas. Por eso hicieron bien las cuentas y empezaron a gestionar la aprobación de una ley basada en el convencimiento de que los seres humanos, salvo algunas excepciones, estamos dispuestos a hacer lo imposible por conservar la vida hasta agotar el último aliento.

Fue entonces cuando empezaron a hablar de “Calidad de vida” y a vender la idea en el mercado a través de campañas publicitarias que apelaban tanto al miedo como al anhelo de bienestar, dependiendo de la circunstancias. La premisa es sencilla : así como usted pide calidad en los productos que consume y está dispuesto a pagar por ella, de ese modo tendrá que pagar si quiere que le garanticemos el buen funcionamiento de sus órganos y los de sus seres queridos. Por supuesto, nadie iba a negarse a la invitación, salvo unos cuantos suicidas irredimibles o algún desesperado incapaz de soportar a su parentela política. De modo que, todos a una , se apresuraron a abrir las puertas de sus negocios para atender a la clientela innumerable.

Y claro, como todo negocio, el de la salud, es decir, el de la vida y la muerte, también tiene su racionalidad. Eso explica que muy rápido los médicos pasaran a ser menos importantes que los economistas, llamados de urgencia para poner orden en una situación contable a punto de colapsar por culpa de la procesión de infartados, ulcerosos, epilépticos, cancerosos, asmáticos, y enfermos de sida que las angustias del mundo arrojan por millones a las salas de urgencias de clínicas y hospitales. Como era de esperarse, los tecnócratas de marras empezaron a hablar de la relación costo beneficio, sin que les importara mucho el insignificante detalle de que tenían que habérselas con seres humanos de carne y hueso y no con motocicletas o chucherías producidas en serie.

Ahí fue donde los pacientes empezamos a impacientarnos, pues el tiempo de la consulta se reduce cada vez más y el atribulado médico apenas si atina a recetar Ibuprofeno y amoxicilina, sin importar si el pobre hombre padece cáncer terminal, sífilis galopante o está afectado de posesión diabólica ¡Que pase el siguiente! De ahí en adelante los recursos serán tan deletéreos como inciertos : acudir a la mendicidad pública, a un préstamo gota a gota, a San Gregorio Hernández o al rito de sanación de un pastor multimillonario. Mientras tanto, los grandes beneficiarios del negocio, se frotan las manos cuando a través de una infidencia se enteran de que, después de muchas pruebas en remotos países africanos, una multinacional acaba de inventar una nueva enfermedad para acabarse de enriquecer vendiendo el remedio.
LOS DUEÑOS DEL AGUA






Por lo visto, las firmas de dos millones de colombianos que avalaron el referendo por el agua constituyen un asunto de menor cuantía para los congresistas elegidos, en teoría, para representar y gestionar los intereses de esos mismos ciudadanos. Claro, durante el último año estuvieron demasiado atareados en defenderse de la justicia, en acolitar trapisondas para aprobar la segunda reelección del presidente o en cultivar sus parcelas electorales, como para ocuparse de esas minucias. Al fin y al cabo en Colombia lo que abunda es agua, o si no pregúntenle a las miles de familias pobres asentadas en las orillas de los ríos o colgadas de las laderas, que padecen lo suyo durante las temporadas de invierno, una de las pocas cosas que les llegan con puntualidad.

Pero es que la primera falacia reside en creer que los legisladores están allí para trabajar en beneficio de quienes los eligieron. En realidad, su tarea consiste en crear las condiciones para que quienes financiaron sus campañas sigan prosperando, al tiempo que ellos mismos participan de una buena rebanada del pastel. En el caso del agua, el monto del negocio es descomunal, si se tiene en cuenta el pequeño detalle de que las criaturas vivientes la necesitamos, si queremos seguir dándonos el lujo de permanecer en el planeta. Por eso los que firmamos por ese referendo pecamos de entrada por exceso de optimismo : Ese asunto gaseoso del “ bien común” poco o nada les dice a los que se frotan las manos y preparan las cuentas bancarias pensando en la dimensión que alcanzarán las utilidades a medida que el agua escasee. Por eso no iban a aprobar una figura que define el acceso a ella como lo que es: un patrimonio colectivo y un derecho que no puede someterse a los apetitos de un particular y menos a la voracidad de corporaciones, que ya piensan en acueductos interoceánicos destinados a transportar los recursos hídricos desde los lugares donde abundan hacia las sedientas ciudades de un primer mundo en apuros.

Lo grave es que los colombianos, sumidos como estábamos en el juego de luces de unas campañas electorales parecidas cada vez más a un reality show que a un ejercicio democrático, asistimos, como si no fuera con nosotros, al lánguido hundimiento de una propuesta que toca no tanto a nuestras posibilidades presentes como al bienestar de las generaciones que habrán de sucedernos. Una vez más, la indiferencia afloró como una de nuestras más recurrentes y perniciosas señales de identidad colectiva.

Tratándose de un asunto de tanta importancia no queda alternativa distinta a la de volver a empezar, porque las señales de lo que puede llegar a suceder están a la mano: las pugnas de los políticos y los particulares por apoderarse de la administración de unos acueductos mal llamados “comunitarios”. La rapiña presupuestal y burocrática en las empresas que manejan el servicio de agua en pueblos y ciudades. Los zarpazos de los empresarios que no se fijan en sutilezas éticas y sociales a la hora de echarle el guante a las fuentes más apetecidas . Pero la más preocupante de todas reside en la indolencia de los mismos agentes de un Estado que , en el caso de Colombia, hace rato renunció a una de las premisas que definen su existencia : la de ser el defensor de los intereses de sus asociados. En su lugar, se ha convertido en cómplice activo o silencioso de quienes tienen bastante prisa en la carrera por convertirse en los dueños del agua.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Con otras palabras


GUSTAVO COLORADO GRISALES
Tengo  el vicio impune de releer. De todo: desde los clásicos hasta la reseña del último partido de fútbol jugado en una remota aldea de Tanzania. En el ejercicio gozoso de esa manía me encontré   un ejemplar de  La Tarde, donde el periodista Juan Antonio Ruiz publicó una columna  titulada  “Lo que cuesta tener un ministro”, fechada el jueves 3 de  Junio, es decir,  cuatro días después de la primera vuelta de las elecciones que llevaron a Juan Manuel Santos y todo lo que el  representa a la presidencia de la república. En el artículo, el columnista  hilvana algunas puntadas sobre  el cambio vertiginoso en la posición política y en las estrategias  de poder  de Rodrigo Rivera Salazar, un hombre que, en tiempos de bárbaras naciones, agitó las banderas  de la renovación y la pulcritud pero que no tardó, como buen político, en acogerse a las prácticas que un día  dijo combatir.
Sin su venia, quiero retomar algunas de las ideas esbozadas por Juan Antonio en su texto, aunque con menos corrección política y ateniéndome más a las definiciones del diccionario de la lengua castellana.  En  el tercer párrafo de la columna dice: “Quizá su permanencia de un año en Estados Unidos lo convirtió en un ser más pragmático, menos idealista, que piensa más  en  su proyección y en sus metas personales”. Pues bien, esa noción amañada del pragmatismo es una idea surgida al tenor de las enseñanzas de un hombre llamado John Dewey, que entre otras cosas le dio carta de ciudadanía a la creencia de que el fin justifica los medios, que después a nuestro hombre se le convirtió en una suerte de patente de corso para explicar giros tan retorcidos como el de equiparar el embeleco del “Estado de opinión,” tan caro a los caudillismos y totalitarismos, con la noción de Estado Social de  Derecho. En este punto surge la pregunta por el significado de la palabra cinismo, tomada no en el sentido que le dieron los griegos  sino en su acepción moderna  de  indolencia, acomodamiento o desfachatez. Que  un “valeroso columnista” y “juicioso constitucionalista” avale  tal  engendro porque le conviene a él y a sus recién estrenados copartidarios- si tal cosa, un copartidario, existe en la política  moderna- lo ubica a mitad de camino entre  los  cínicos y los pragmáticos.
Sumo y sigo. Más adelante  el autor de la columna  expresa que “Con pulso de relojero y toda su sapiencia de 12 años como congresista, Rivera se dedicó a aceitar la maquinaria del uribismo…”  Vamos con calma, don Juan, que el vocablo sapiencia no es, ni de lejos, sinónimo de marrullería y oportunismo, asuntos que  se aprenden de veras en ese universo de intereses creados conocido como política real. Esos mismos intereses que, con seguridad, llevarán a más de uno- tan pragmático y sapiente como el ungido- no a hacer cola sino a menearla para brindarle sus respetos al nuevo ministro. Por lo pronto, quiero contarles que esta columna- la mía, no la de Juan Antonio- lleva el subtítulo de “La caída de un bigote: Breve manual de lagartería o historia de una transfiguración  política.” No sobra advertirles que, a su vez, este texto admitirá su propia relectura, ahora que los colombianos parecen haber encontrado   un  funcionario perfecto para el cargo que en su momento ocupó el  recién posesionado presidente de la república.