jueves, 31 de octubre de 2013

Dos caminos




   Fotografía de Antonio Colombo para El Tiempo.

El viernes  25 de octubre me reuní en lugares distintos con dos personas vinculadas a la Universidad Tecnológica de Pereira: un profesor titular  y una estudiante de Ingeniería  Mecánica que me solicitaron no mencionar  sus nombres.  Quería conocer su mirada acerca de la decisión tomada por el Consejo Superior de la  Universidad de cancelar  el segundo semestre académico de 2013, luego de una huelga de seis semanas liderada por un grupo de  estudiantes inconformes con lo que consideran  errático rumbo de la institución, del que responsabilizan  a su actual  rector, el ingeniero Luis  Enrique Arango  Jiménez y su equipo de colaboradores.
Escuchándolos me pareció que hablaban de dos universos por completo ajenos entre sí.  De entrada, el profesor  me habló de “ La falta de legitimidad de un movimiento conducido por una minoría irreflexiva y carente de argumentos”. Por su lado, la muchacha apuntaló su convicción de que “ solo los intereses personales y de grupos de poder explican que el señor Arango Jiménez  se empeñe en continuar en la rectoría, a pesar de  haber cumplido la  edad de jubilación. Por eso amañaron a su antojo los mecanismos establecidos para el retiro”, concluyó.
Como sucede casi siempre en este tipo de controversias,  las dos fuentes se repartían a partes iguales   sus yerros y aciertos. Para empezar, la condición de minoría no le resta  validez y peso a los argumentos de un grupo social. De ser así, los concejales, diputados, congresistas,  alcaldes , gobernadores y presidentes  no podrían  ejercer sus cargos : todos fueron elegidos por una minoría en relación con el número total de ciudadanos en capacidad  de votar.  La  historia nos demuestra que muchas veces la voz de  un solo  individuo lúcido tiene más dosis de razón que los impulsos de una masa ciega.  Por eso es mejor prestar atención a algunos reclamos de los estudiantes: el cumplimiento en las metas de cobertura debe ir acompañado por  mejoras en la calidad; los promedios de profesores de planta en relación con el número de catedráticos deben acercarse a los parámetros internacionales; la apertura de carreras con matrículas de alto costo tendría que equilibrarse  con el impulso a programas de fácil acceso  para los más pobres.
En el terreno de los estudiantes en  paro, no todo es como lo presentan. Los aciertos de la actual administración de la universidad resultan fáciles de ilustrar: el fortalecimiento de la investigación y  la  homologación de títulos a  nivel internacional, son  dos de los más visibles. Sin embargo, los números publicados  por la institución no  bastan por si solos para rebatir  los argumentos de la contraparte, como ha sido la constante  durante el conflicto.
Desde luego, es necesario entender también la posición de quienes,  independiente de si comparten o no los razonamientos de  los huelguistas, hubiesen preferido continuar las clases por puro sentido práctico: el tiempo, el dinero y los esfuerzos invertidos en un semestre  por estudiantes y padres de familia son muy grandes como para echarlos por la borda. Esa posición también es merecedora de respeto.
Tomada la decisión de cancelar el semestre, nos corresponde a todos  asumir la  responsabilidad ineludible cuando se llega a una encrucijada: escuchar y valorar las razones de cada una de las partes, con el fin de elegir la ruta más adecuada, en este caso  para la universidad en tanto comunidad, punto de encuentro entre visiones de mundo divergentes.
Como sucede siempre en estos casos, para lograrlo es necesario revisar el discurso: ni los estudiantes  son “ mamertos trasnochados, desfasados de la Historia” como algunos los califican, ni los directivos de la universidad  son “ogros con un apetito insaciable de poder”, según se desprende de  las consignas pronunciadas en las marchas. Una institución educativa de nivel básico o superior es, en esencia, un proyecto de sociedad en marcha. Si de veras anhelamos una sociedad mejor tenemos que empezar  por escucharnos  unos  a otros, asumiendo que cada interpretación de los hechos es , por definición , un asunto  de perspectiva y por lo tanto sujeto a contradicciones. No sé si sirva de mucho, pero atendiendo a la frase aquella de “ a lo hecho, pecho”, quiero extender desde  esta esquina una invitación a  hacer un alto en el camino,  para reconocer los desaciertos propios y las bondades de los otros como única salida a la encrucijada.

jueves, 24 de octubre de 2013

Músicas al margen


En su lista de exigencias no incluyen la champaña, el agua Evian o el Caviar. Es más: solo piden veinte metros cuadrados y que los dejen instalarse en paz con sus instrumentos. No los asedian las gruppies disputándose un lugar en su cama , ni aparecen en las portadas de las revistas. Sus lugares de hospedaje no alcanzan ni una estrella ¡Pero cómo suenan, señores! Se trata de Hormigas Negras, un grupo de andariegos de distintas nacionalidades que van de país en país haciendo suyas las plazas públicas con la cadencia de su cancionero ensayado sobre la marcha. Saxofón, bajo, guitarra eléctrica y acústica, trombón, batería y acordeón conforman un instrumental con el que interpretan una variedad de músicas que van del rock al jazz, pasando por la cumbia, la samba, el merengue y otros ritmos de varios continentes.
A Pereira llegaron la última semana de agosto, atraídos por el rumor bohemio de sus fiestas aniversarias. Se instalaron en una pensión de tres al cuarto y buscaron acomodo en una esquina de la Plaza de Bolívar. Un alma solidaria les permitió conectar sus instrumentos a la red del alumbrado público y empezaron a tocar a doble jornada en una cabalgata que duró una semana entera, bajo un sol mordiente que no impidió la temprana aglomeración de curiosos, desocupados y melómanos.
Para fortuna de todos y salud eterna de la música, todavía existen territorios no colonizados por las llamadas Industrias Culturales. Pero hay algo todavía mejor: en cada ciudad florecen públicos dispuestos a hacer un alto en el camino para apreciar la propuesta de estos nuevos juglares capaces de encantar el oído sin atender a fórmulas prefabricadas o estrategias de mercadeo.
Con un instinto certero y unos canales de información que aprovechan al máximo el recurso de las redes sociales, decenas de agrupaciones como Hormigas Negras se enteran de cuanto festejo o fiesta popular se realiza en tierras americanas y allí aparecen con su cancionero a cuestas. Antes de arribar a Pereira pasaron por la Feria de las Flores en Medellín. Fue tal el grado de aceptación , que un empresario ofreció contratarlos para su club nocturno. Pero lo suyo es el camino. Después de todo, pertenecen a esa milenaria tradición de los trovadores ambulantes inmortalizados en la fábula de El flautista de Hamelin.
La tarde del 30 de agosto, una adolescente de piel dorada bailó sin parar el repertorio completo de Hormigas Negras. Según me confesó, hasta ese día solo conocía el reguetón como forma suprema de la fiesta. A su lado, un par de sexagenarios seguían el ritmo con cada vez más entusiastas movimientos de cadera. Desde los balcones de la alcaldía municipal, varios funcionarios acompañaban con palmas su tránsito por los misterios de la cumbia colombiana, hoy objeto de imprevistas fusiones con músicas de lugares remotos.
Cada intervención duraba unos 45 minutos. Al finalizar, uno de los músicos emprendía una ronda entre el público cada vez más numeroso , a la caza de monedas. Y a fe que los espectadores les pagaron con creces. Era su manera de reconocer la enorme dosis de talento desplegada a manos llenas , con una generosidad cada día más escasa en estos tiempos. A solo tres cuadras se anunciaba un sofisticado espectáculo que incluía tango electrónico y danza aérea. Sin embargo, muchos prefirieron quedarse a la espera de la siguiente canción de estos músicos , interpretada a veces con acento del Río de la Plata y en otras con las inconfundibles cadencias del mar Caribe.
Cuando anunciaron el fin del espectáculo y empezaron a guardar sus instrumentos pensé en una de esas tropas de antiguos titiriteros viajando de aldea en aldea, animados por una sed de lejanía manifiesta en su voluntad de armar su teatro en el rincón de cualquier plaza. Cuentan los cronistas que los habitantes del pueblo empezaban a salir de sus casas con una mezcla de timidez y desdén, hasta que la magia de los artistas desencadenaba un torrente de curiosos dispuestos a permanecer de pie durante horas, formando un corro que se hacia uno con los relatos de músicos y contadores de historias. La recompensa era una dosis de tiempo en suspensión, capaz de ponerlos a salvo de las angustias cotidianas. Tal como sucedió en la Plaza de Bolívar de Pereira con unos músicos que a esta hora deben estar armando su tienda en otras tierras.

PDT : les comparto enlace  a video de las Hormigas Negras
http://www.youtube.com/watch?v=kW63vYp1j64

jueves, 17 de octubre de 2013

Descarados


Quienes los eligen viven su propia agonía en las salas de espera de clínicas y hospitales... si lograron superar la cadena burocrática instaurada por los carteles que se lucran con el negocio de la salud en Colombia.
Por su lado, esos mismos carteles que financiaron sus campañas para llegar al congreso urden toda suerte de maniobras dirigidas a reducir a su mínima expresión una reforma a la salud viciada desde un comienzo por conflictos de intereses.
Son los descarados, el grupo de congresistas colombianos tan cercanos a los apetitos de las EPS como ajenos a las tribulaciones de sus electores, esos que la letra muerta de nuestras normas invoca como “el constituyente primario”. Durante la campaña política le prenden, como quien dice, “ una vela a Dios y otra al Diablo”. Al tiempo que recorren barrios y veredas solicitando el necesario voto ciudadano, se reúnen con los dueños de la chequera para definir el tamaño de sus compromisos en caso de alcanzar un escaño en los órganos legislativos.
Cada vez que alguien quiere ilustrar a un auditorio sobre el monto de utilidades de un negocio invoca siempre ejemplos tomados de las economías ilegales : los más lucrativos son el tráfico de drogas, de armas, de personas o la prostitución, nos dicen los expertos. Por alguna razón omiten la mención del sector de la salud, edificado sobre la más inalienable de las expectativas humanas: la de vivir bien y mantenerse, en la medida de lo posible, alejado de las enfermedades y sus secuelas. Para alcanzar ese grado de bienestar y el de los seres amados, todos estamos dispuestos a hacer lo imposible. Es allí donde empieza a funcionar a todo tren una caja registradora en la que meten la mano legisladores, gobernantes, jueces, laboratorios, industria farmacéutica, centros de imagenología, radiología, clínicas , hospitales y, cómo no, las todopoderosas y siempre quejumbrosas Empresas Prestadoras de Servicios en Salud. A nivel global existen casos ejemplares: la facilidad con que un ejecutivo pasa de ocupar una silla en la Organización Mundial de la Salud a hacer lo propio en la junta directiva de una corporación de la industria farmacéutica nos da una idea de lo complejo y peligroso de la madeja.
Pero lo asombroso viene después: a pesar del rápido crecimiento del sector, verificable en la multiplicación de clínicas, laboratorios , intermediarios y distribuidores de medicamentos, a la hora de hacer balances y revisar las cuentas todos dicen estar en quiebra. Raro y atractivo negocio este en el que muchos quieren invertir mientras proclaman en público que el sector entero va a la ruina.
Es entonces cuando el mismo Estado que se muestra incapaz de reformar a fondo el sistema, aparece como salvador. Tal como acontece con el sistema financiero cuando los ciudadanos acabamos pagando las fechorías de los banqueros, en el caso de la salud ya se insinúa que el déficit acumulado por los hospitales ante el no pago de las EPS podría ser cubierto con recursos provenientes del Fondo de Solidaridad y Garantía, es decir, con dineros que en últimas provienen de los mismos ciudadanos.
Estaríamos entonces ante una revalidación del viejo y pernicioso truco de privatizar las ganancias y socializar las pérdidas. Los dineros desviados hacia manos particulares serán suplidos con recursos que en sociedades menos turbias- si es que existen en algún lado- deberían destinarse a atender otro tipo de situaciones.
En este punto empiezan a desempeñar su papel los congresistas que, solo en teoría, llegaron a esas instancias para defender los intereses y suplir las necesidades de quienes los eligieron. En teoría, porque en la práctica operan al modo de un Doctor Jekyll que una vez logrado su propósito inicial se desdobla para dar paso a un Mister Hyde cocinado en las tinieblas. A esa altura del camino, la salud, ese derecho consagrado como fundamental en la constitución política se desvanece para dar paso al puro y duro mandato de un mercado para el que la vida humana es apenas otro eslabón de la cadena productiva. No por casualidad en el texto de la reforma a la salud se contempla que los aspectos protegidos hasta la fecha por el recurso de la tutela estarían supeditados al mandato del Ministerio de Hacienda, por encima de los criterios médicos y jurídicos invocados por los jueces para defender la vida. Descarados que son estos fulanos a los que, por alguna absurda razón, muchos  se empecinan en llamar “Padres de la Patria”.

jueves, 10 de octubre de 2013

Dos veces náufragos


Al comienzo de su brillante carrera en el fútbol europeo, la televisión del mundo nos mostró las imágenes del futbolista camerunés Samuel Eto´o en el primer viaje de regreso a su aldea natal. Descendió del cielo a bordo de un helicóptero como una suerte de divinidad pagana rediviva y se dedicó a repartir regalos entre una legión de niños hambrientos que soñaban con seguir sus pasos hacia esa tierra de promisión donde el simple hecho de hilvanar cabriolas con una pelota puede convertir a un muchacho pobre en millonario de la noche a la mañana.
Al menos eso es lo que dice el mito, porque la realidad es otra. Persiguiendo ese espejismo, miles de africanos acorralados por la miseria han emprendido la travesía desde remotos caseríos hasta las costas donde se adivina el resplandor del primer mundo al otro lado del Mediterráneo. Un alto porcentaje de ellos cae en manos de las mafias dedicadas al tráfico de personas. Si corren con buena fortuna son abandonados en las playas de España, Francia o Italia a merced de la policía de inmigración. Muchos son atrapados por delincuentes que los someten a esclavitud laboral o sexual, valiéndose de su condición de indocumentados. Otros ni siquiera alcanzan la costa: naufragan a bordo de frágiles embarcaciones llamadas pateras, construidas para albergar a lo sumo una veintena de viajeros, pero en las que los traficantes llegan a acomodar hasta cien personas. Cómo lo hacen sigue siendo un misterio de la física.
 Muchos de esos naufragios no son registrados por los medios de comunicación : o no se enteran de su existencia o se volvieron tan rutinarios que no constituyen noticia. Después de todo, para la Europa de Angela Merkel y sus amigos África es apenas un mal recuerdo de la resaca colonial. Para eso les dieron la independencia : para que se las arreglaran por si solos después de haber saqueado sus recursos materiales y su fuerza de trabajo esclava durante varios siglos.
Solo una tragedia como la acontecida esta semana frente a las costas de Lampedusa, Italia, pudo concitar la atención de los medios. Pero no por el drama personal y social de sus protagonistas sino por el número de víctimas del naufragio : varios centenares de muertos bien valen un titular de prensa. La historia de cada uno de ellos es asunto suyo. Sometidos a violencias y hambrunas seculares, gobernados por castas corruptas aliadas con las élites locales y atrapados en medio de guerras tribales atizadas por los nuevos colonizadores nada tienen que perder. Por eso no dudan en hacerse al camino sin más equipaje que el rescoldo de las ilusiones siempre aplazadas de llegar a la otra orilla. En sus lugares de origen la única esperanza es la muerte a plazos. O enrolarse en un grupo de milicianos dispuesto a exterminar a sus vecinos a cambio de un botín incierto. O triunfar en la liga de fútbol de Europa, Corea o China. En este caso repiten las viejas rutas imperiales. Solo que ahora no van a los mercados de esclavos sino a jugarse el destino en la bolsa de contrataciones de esas multinacionales que son los grandes clubes de fútbol en España, Italia o Inglaterra. Para uno entre mil se abren las puertas de la redención. Los demás , si llegan a puerto, seguirán una peregrinación por los arrabales de Barcelona, Madrid, Marsella o Nápoles, huyendo de la policía o de las bandas xenófobas estimuladas por el discurso de unos gobernantes que, incapaces de capotear la crisis, responsabilizan a los inmigrantes de todos los males. En invierno mueren de frío en las calles. Sus cuerpos son recogidos por funcionarios hastiados que los etiquetan y embalan como mercancías estropeadas y los conducen hacia no se sabe donde.
 Entre tanto, en una aldea de Nigeria, Sierra Leona, o Costa de Marfil sus hijos, padres, mujeres, nietos o hermanos aguardan su regreso alimentando la esperanza con imágenes rescatadas del resplandor de una pantalla de televisión instalada en una oficina pública o de una portada de revista hallada en un basurero. Un automóvil de lujo por aquí, las piernas doradas de una modelo por allá o un plato de pescado acompañado de vino blanco servido en un comedor remoto les bastan para mantener vivas las ilusiones.
Muchos de ellos no se enterarán nunca de la muerte de sus iguales en las aguas del Mediterráneo Pero si la noticia llega a sus oídos no bastará para disuadirlos de su intención de viajar en procura de esa quimera europea que los salve de su condición de náufragos por partida doble.

jueves, 3 de octubre de 2013

Aromas lejanos






“El vapor ancla en el puerto, un lugar solitario, desnudo de árboles, donde apenas hay un par de casuchas de madera, contrahechas por el tiempo, de las cuales una hace las veces de insegura bodega y en la otra se amontonan los pasajeros en espera de coches y cabalgaduras para ir a la población”.
Por lo desolado, el paraje descrito podría ser uno de esos lugares de la tierra abandonados de Dios  y de los hombres, tan frecuentes en las historias de Joseph Conrad.
En realidad es el sitio de destino del joven Ricardo, protagonista masculino de Rosas de Francia, la novela del escritor Alfonso Mejía Robledo, publicada  por primera vez en París  en 1926, por la Casa Editorial Franco-   Americana.
En este punto empiezan los equívocos. La historia narrada   en el libro no tiene relación alguna con ese país considerado durante mucho tiempo como epicentro de la Gran Cultura salvo, tal vez, por las rosas que la protagonista femenina de la obra, Lucila, cultiva con esmero en su jardín y suele lucir como adorno prendidas   a  la cintura.
Pero además su autor  es un hombre nacido en 1897 en un diminuto poblado  llamado Villamaría,  hoy perteneciente al departamento de  Caldas. Muy  temprano su familia se afinca en Pereira,   una pequeña población que para la época todavía no contaba  medio siglo de fundada. Cómo llegó este hombre, comerciante de oficio y escritor de profesión,  a editar su libro en una editorial ubicada en el 222 del Boulevard Saint Germain de  París es  parte de  la aventura emprendida por los investigadores Rigoberto Gil Montoya  y César Valencia Solanilla, cuyos resultados publica el sello editorial Alma Máter, en un texto  cuidadosamente editado, que incluye la  segunda versión de la novela, corregida en su momento por el autor y precedida en este caso de un minucioso ejercicio crítico.
Se trata  de un trabajo sin precedentes en nuestro medio. En general, críticos y  lectores han acogido el lugar común que reduce a Pereira a una ciudad de comerciantes, por completo indiferentes a los asuntos del arte y la producción intelectual.
La  sola   escritura y publicación de la novela en una época tan temprana, bastaría para desvirtuar el prejuicio. Sin embargo, los autores de la investigación no se conforman con tan poco. Todo lo contrario: estimulados  por la lectura del texto original, se adentran en una rigurosa pesquisa a través de periódicos, revistas, archivos y testimonios  personales, hasta reconstruir la urdimbre familiar, social, económica , política  y cultural que le permitió a un hombre joven, solo en parte dedicado al mundo de los negocios, asumirse como artista en un medio precario y por lo tanto proclive a reducir las expresiones artísticas a la condición de simple excentricidad.
La anécdota de Rosas de Francia no difiere mucho de las de cientos de historias publicadas durante el romanticismo tardío. Un hombre joven y dado  a la aventura, se   cruza en el camino de una muchacha cuya familia  funda su prestigio en las pretensiones aristocráticas propias de la  época. En el medio surgen los  elementos habituales del género: obstáculos de índole familiar conducen a la heroína  hasta la postración física, en una revalidación de la enfermedad  como expresión visible de los destinos truncados. Lo valioso en realidad reside en la decisión del autor: contar la misma historia de otra manera ha sido siempre el propósito de los creadores genuinos. Y Mejía Robledo  lo era al punto de que en el momento de su muerte,  acaecida en 1978, seguía empecinado en el viejo propósito de morir y dejar obra.
El trabajo de los profesores Gil Montoya y Valencia Solanilla se define entonces  en un cruce de caminos: el de la biografía del autor; el de la Pereira de la época en que fue concebida y publicada su obra y el de la novela Rosas de  Francia como referencia de un momento fundacional, en una población  que desde muy temprano y con los recursos disponibles ensayaba su propio diálogo con el mundo a través de una arriesgada aventura estética.  Al final del  recorrido nos comparten  sus descubrimientos en  este libro  de 500 páginas, cuyo mayor acierto consiste en devolvernos, a través de un rastro de aromas lejanos, hasta las raíces mismas de nuestra tradición literaria.