Fotografía de Antonio Colombo para El Tiempo.
El viernes 25 de octubre me reuní en lugares distintos
con dos personas vinculadas a la Universidad Tecnológica de Pereira: un
profesor titular y una estudiante de
Ingeniería Mecánica que me solicitaron
no mencionar sus nombres. Quería conocer su mirada acerca de la
decisión tomada por el Consejo Superior de la
Universidad de cancelar el
segundo semestre académico de 2013, luego de una huelga de seis semanas
liderada por un grupo de estudiantes
inconformes con lo que consideran
errático rumbo de la institución, del que responsabilizan a su actual
rector, el ingeniero Luis Enrique
Arango Jiménez y su equipo de
colaboradores.
Escuchándolos me pareció que
hablaban de dos universos por completo ajenos entre sí. De entrada, el profesor me habló de “ La falta de legitimidad de un
movimiento conducido por una minoría irreflexiva y carente de argumentos”. Por
su lado, la muchacha apuntaló su convicción de que “ solo los intereses
personales y de grupos de poder explican que el señor Arango Jiménez se empeñe en continuar en la rectoría, a
pesar de haber cumplido la edad de jubilación. Por eso amañaron a su
antojo los mecanismos establecidos para el retiro”, concluyó.
Como sucede casi siempre en este
tipo de controversias, las dos fuentes
se repartían a partes iguales sus
yerros y aciertos. Para empezar, la condición de minoría no le resta validez y peso a los argumentos de un grupo
social. De ser así, los concejales, diputados, congresistas, alcaldes , gobernadores
y presidentes no podrían ejercer sus cargos : todos fueron elegidos
por una minoría en relación con el número total de ciudadanos en capacidad de votar.
La historia nos demuestra que
muchas veces la voz de un solo
individuo lúcido tiene más dosis de razón que los impulsos de una masa
ciega. Por eso es mejor prestar atención
a algunos reclamos de los estudiantes: el cumplimiento en las metas de cobertura debe ir acompañado por
mejoras en la calidad; los promedios de profesores de planta en relación con el
número de catedráticos deben acercarse a los parámetros internacionales; la
apertura de carreras con matrículas de alto costo tendría que equilibrarse con el impulso a programas de fácil acceso para los más pobres.
En el terreno de los estudiantes
en paro, no todo es como lo presentan.
Los aciertos de la actual administración de la universidad resultan fáciles de
ilustrar: el fortalecimiento de la investigación y la
homologación de títulos a nivel
internacional, son dos de los más
visibles. Sin embargo, los números publicados
por la institución no bastan por
si solos para rebatir los argumentos de
la contraparte, como ha sido la constante
durante el conflicto.
Desde luego, es necesario
entender también la posición de quienes,
independiente de si comparten o no los razonamientos de los huelguistas, hubiesen preferido continuar
las clases por puro sentido práctico: el tiempo, el dinero y los esfuerzos
invertidos en un semestre por
estudiantes y padres de familia son muy grandes como para echarlos por la
borda. Esa posición también es merecedora de respeto.
Tomada la decisión de cancelar el
semestre, nos corresponde a todos asumir
la responsabilidad ineludible cuando se
llega a una encrucijada: escuchar y valorar las razones de cada una de las
partes, con el fin de elegir la ruta más adecuada, en este caso para la universidad en tanto comunidad, punto
de encuentro entre visiones de mundo divergentes.
Como sucede siempre en estos
casos, para lograrlo es necesario revisar el discurso: ni los estudiantes son “ mamertos trasnochados, desfasados de la
Historia” como algunos los califican, ni los directivos de la universidad son “ogros con un apetito insaciable de
poder”, según se desprende de las
consignas pronunciadas en las marchas. Una institución educativa de nivel
básico o superior es, en esencia, un proyecto de sociedad en marcha. Si de
veras anhelamos una sociedad mejor tenemos que empezar por escucharnos unos a
otros, asumiendo que cada interpretación de los hechos es , por definición , un
asunto de perspectiva y por lo tanto
sujeto a contradicciones. No sé si sirva de mucho, pero atendiendo a la frase
aquella de “ a lo hecho, pecho”, quiero extender desde esta esquina una invitación a hacer un alto en el camino, para reconocer los desaciertos propios y las
bondades de los otros como única salida a la encrucijada.