lunes, 26 de mayo de 2014

A oscuras




Quienes luchamos por una sociedad donde las nociones de respeto y decencia tengan algún sentido despertamos a oscuras después de las elecciones presidenciales del domingo 25 de  mayo.
Como las razones  son muchas, trataré de sintetizar. El estadista liberal Darío Echandía afirmó alguna vez que un partido político  es un proyecto de sociedad en movimiento. Al desaparecer los partidos para convertirse en lucrativas empresas familiares, gremiales o abiertamente mafiosas quedó una sociedad en caos, es  decir, a merced de los instintos  más primarios. Uno de esos instintos, clave para  la  conservación de la vida, es el miedo. Por eso cualquier discurso , ya sea de índole religiosa o ideológica, que apunte en esa dirección, tiene asegurado un porcentaje alto del favor de aquellos  sectores de la sociedad poco afectos al pensamiento crítico y a las decisiones autónomas.
Durante los meses previos a las elecciones de 2002, la parte de la sociedad  colombiana representada por el  hoy  electo  senador  Álvaro Uribe Vélez respondió con creces- es decir , con votos- a los temores materializados para la época en la guerrilla de las Farc tras el fracaso de las negociaciones de paz en el Caguán. Gracias a un hábil manejo de la propaganda y de la caja de resonancia de los medios de comunicación, el  actual ideólogo del Centro Democrático (en la práctica un movimiento de extrema derecha) se entronizó como el salvador de su país ante la arremetida de las fuerzas del mal.


Doce años después, aprovechando las fisuras del gobierno del presidente  Santos, reaparece el mismo discurso, aunque encarnado en cuerpo ajeno: la figura de Óscar Iván Zuluaga, ganador en la primera vuelta del 25 de mayo.  Pero existen diferencias sustanciales. Al contrario de hace  12 años, cuando el monstruo parecía real, hoy la guerrilla  no representa ni el 10% de los  factores de violencia en el país, según lo reconocen las mismas autoridades. Con todo, el uribismo logró hilvanar  un sugestivo discurso, al menos para sus adeptos. Aunque si uno se detiene un poco empiezan a surgir las paradojas. Para empezar, el mismo hombre que se consagró  durante su gobierno  a descalificar cualquier tipo de disidencia acusándola de terrorista y de ir en contra de la Historia, pues el comunismo estaba muerto,  resolvió desenterrar ese cadáver , ahora bajo la etiqueta  de “ Castro- Chavismo”, sin detenerse en el detalle de que ese modelo agoniza aquí nada más, al otro  lado de la frontera, y difícilmente puede constituir opción para  nadie. Pero muchos  cayeron en el ardid   y votaron contra  la mera posibilidad de  ese fantasma.
Aparejado  con este último viene el temor  a la abolición de la propiedad privada, uno de los factores que llevaron al desplome del comunismo. Sin embargo,  Uribe y todos sus aúlicos le hicieron creer a la gente que  ese es uno de los puntos de  negociación en  La Habana. Nada más  lejano a la realidad. Detrás de esos temores se esconde en últimas la resistencia a la restitución de las tierras  robadas a los campesinos por distintos grupos armados.  Muchas de ellas quedaron en manos de los  terratenientes tradicionales. A ese intento de justicia elemental se le llama amenaza a la propiedad privada.


 Y aquí aparece lo grave de la actual encrucijada. Dicen que no se pude luchar durante mucho tiempo  contra un  rival poderoso, sin  terminar pareciéndose a él.  Tal vez  por  eso la otra parte de nuestra sociedad  parece paralizada por el miedo a Uribe  y lo que este representa. Si seguimos en esa tónica , nuestro siempre aplazado proyecto de sociedad se diluirá en medio de la bravuconada, la maledicencia y la bajeza . Pero como lo bueno de andar a oscuras es la posibilidad de encontrar la claridad,  creo que todavía estamos a tiempo. De aquí a la segunda vuelta podemos poner a  funcionar  la cabeza. Con Martha Lucía Ramírez está claro que es una de las cartas del uribismo. Pero al Partido Verde y al Polo Democrático les asiste una responsabilidad que va más allá de su condición de opositores profesionales. Y no pueden eludirla dejando a sus electores en libertad  para que voten en blanco  o se abstengan de hacerlo. De ellos depende en buena medida si caminamos en busca de la claridad o seguimos en las tinieblas. Por mi lado seré pragmático por primera vez en mi vida:  votaré por Santos.

jueves, 22 de mayo de 2014

Felices y amnésicos




 
Las encuestas y sondeos  de opinión son un instrumento que  pretende medir el ritmo y la dirección de los anhelos, los miedos, las obsesiones, las expectativas y las frustraciones humanas. Por eso mismo son tan apetecidos por políticos, pastores religiosos, vendedores, publicistas  y expertos en mercadeo. En el momento oportuno cada uno de ellos, por separado o en gavilla, se presentará como el portador de una respuesta  a la medida de los  reclamos de la gente.
Eso explica por ejemplo que durante casi medio siglo los guerrilleros colombianos se hayan convertido en los  grandes electores del país. Con la promesa de acabar con   ellos a plomo limpio o de llevarlos a la vida civil a través de una negociación,  una sucesión de hombres ha llegado a la presidencia de la República, sin que hasta la fecha  las aspiraciones de la gente se hayan vuelto realidad. Dicho de otra manera, como en esas historias de amor truncadas,  hasta  hoy  los políticos colombianos no han aprendido a vivir sin la guerrilla... aunque los estudios digan que   hace rato dejó de ser el mayor factor de violencia entre nosotros.
Pero no es de guerrilla sino de encuestas de lo que quiero hablar ahora. Durante  varios años estas últimas ubican a los colombianos como “ las personas más felices del mundo”. No pregunten, por favor, cómo hacen para medir un asunto tan etéreo y por lo tanto inasible. Pero lo hacen:  año tras año publican los resultados. Lo anterior prueba que un encuestador es capaz de cualquier cosa con tal de vender algún producto de su  catálogo.


Por lo pronto, me gustaría conocer algunos detalles como los siguientes: ¿Los encuestados viven en Colombia? ¿En la Isla de la fantasía? ¿Con Alicia en el país de las maravillas? Pero además quisiera saber en qué momento fueron  formuladas las preguntas  ¿ Al finalizar el partido  en que la selección de fútbol  ganó por goleada? ¿minutos después de echar un polvo con una amante recién estrenada? ¿Al regreso de un  acceso de amnesia? ¿ Todas las anteriores?
Lo digo, porque, descreído como soy, tengo en mis manos un listado de asuntos que podrían incluirse en los próximos cuestionarios.  Preguntas duras, creo que llaman a eso los expertos. Aquí van :
. El vergonzoso  espectáculo de los candidatos a la presidencia sacándose los ojos como buitres frente a  un montón de carroña.
. Mujeres desfiguradas por amantes desairados que esgrimen como justificación  un “ exceso de amor”.
. Un niño con las piernas destrozadas por una mina explosiva, que no puede entender la histeria nacional porque algunos de sus futbolistas lesionados no podrán asistir al mundial.
. Defensores de los animales organizando un plantón porque, en cumplimiento de la ley, un funcionario debe ordenar el sacrificio de un perro furioso que le desfiguró el rostro a un niño.
. Diez  campesinos que llegaron a mi vecindario, huyendo de las hordas  anti restitución de tierras  que ordenaron  su asesinato.
. Un energúmeno que organiza una fiesta de tres días con la música a todo volumen  y ante la propuesta  tímida de sus víctimas decide reforzar la velada echando tiros al aire.



En fin. Ustedes disculparán.  Pero sin ánimo de estropear la fiesta, me gustaría que se incluyeran  preguntas  como estas. A lo mejor descubrimos en las respuestas que la principal característica de nuestro ser nacional no es la felicidad  sino la desmemoria, o la indolencia, o el cinismo. O todas esas cosas juntas : va uno a saber.

jueves, 15 de mayo de 2014

Pesadilla en la zona cero





En el negocio del narcotráfico CeroCeroCero es el código utilizado para referirse a la cocaína con mayor grado de pureza. Ahí empieza todo.
Como un moderno Eneas aventurado en los pasadizos del infierno, el escritor italiano Roberto Saviano emprendió en Gomorra un descenso a las entrañas de Nápoles, su ciudad natal, y nos trajo de regreso la visión de un entramado de corrupción, crimen y componendas, por lo demás común  a  un mundo donde las promesas siempre incumplidas del consumo como expresión casi religiosa del capitalismo se ven frustradas por  la humillante pobreza de quienes  son excluidos del banquete.  Esa es una de las lógicas de la sociedad contemporánea: frente a la exclusión solo queda el delito como forma de reivindicación.
 Con ese precedente, el inevitable segundo capítulo fue  CeroCeroCero, un relato  hilvanado con el vértigo que caracteriza al mundo de la cocaína. El del consumo personal y el de su producción y comercialización. Quizá no es casual que cocaína y capitalismo empiecen con la letra  C. Como  si los vocablos formaran un  código para descifrar las  claves del mundo moderno. Los dos son en esencia egoístas: basta con mirar a un adicto atiborrándose la nariz y el cerebro de polvo blanco y   a un tiburón de las finanzas saltarse todos los  fundamentos éticos para amasar una fortuna para  entender esa especie de hermandad de sangre entre las dinámicas del capital y las del negocio de las drogas. Una hermandad que trasciende las  llamadas leyes de la oferta y la demanda.


Porque la cocaína   es una droga inventada a la medida de los mitos, anhelos y realidades del hombre moderno: abarcarlo todo, tenerlo todo, derrocharlo todo, olvidarlo todo.Sus efectos físicos y mentales están concebidos para que los hijos  de la producción, el consumo y el derroche puedan  resistir las cadenas que ellos mismos se han impuesto: horas de oficina sin límites, diversión sin fronteras, compra y venta las  veinticuatro horas del día, interconexión  permanente, erecciones y orgasmos sin tregua... o al menos hasta que  la mente y el cuerpo resistan.
La premisa de Saviano es simple y brutal: transcurrida la primera década del siglo XXI,  no existe parcela del mundo que no esté surcada por la cocaína  y sus efectos en la vida personal y social.  Ansiedad, vértigo, paranoia, crueldad, corrupción y violencia son algo así como los síntomas de un mundo que hizo del hedonismo y el dinero la única forma de trascendencia. De allí que  las páginas  introductorias del libro sean un recuento de las situaciones y protagonistas involucrados en el consumo de cocaína. Porque el consumo es el que explica la oferta, así como los  imperios  y desgracias que sobre ella se construyen.
Con esas pautas el escritor elabora y comparte con nosotros su propio mapa del infierno: México, Estados Unidos, Colombia, Rusia, África, Asia Central : ningún rincón de la tierra escapa a la ruta de ese polvillo blanco en cuyo negocio están involucrados banqueros, latifundistas, guerrilleros, políticos, policías, modelos, reinas de belleza, obispos, estrellas del espectáculo, deportistas y periodistas. Nadie escapa a sus salpicaduras. Dicho de otra manera, la cocaína  es la confirmación de una vieja sospecha: no hay inocentes en el mundo de  los humanos.


En las primeras páginas de CeroCeroCero Saviano nos lleva hacia el lugar  donde un capo imparte  entres sus iguales una especie de decálogo de la mafia. Se trata de un código ético al revés, en  que el único valor es el poder, ya sea expresado a través del dinero, las armas o el miedo. Leyéndolo, uno entiende mejor los terrenos por los que transitamos los ciudadanos de estos tiempos: huérfanos de  los viejos  sistemas de valores, vamos por el mundo a merced de toda suerte de organizaciones  delincuenciales. Poco importa  si operan dentro o fuera de  la ley, porque su expresión última es una pesadilla en la  Zona Cero.

jueves, 8 de mayo de 2014

Somos memoria





“El pasado es como si nunca hubiera existido” reza una canción de la banda de rock californiana Metallica”. “Las cicatrices  nos recuerdan que las heridas fueron  reales”, sentencia el doctor Hannibal Lecter, protagonista de la novela de Thomas Harris llevada después al cine.
Situadas en  puntos opuestos, las dos frases  resumen maneras  de ver el mundo de las que depende en últimas el destino elegido por  un individuo o una comunidad. La primera de ellas supone de entrada una voluntad de negación. Como tantas  veces sucede con la estética del rock,  esos  versos apuntan a una  fuga de la historia como única manera de ponerse a salvo de sus efectos, entre los que se cuentan el escepticismo y la devastación. Sobre esa idea se basan en buena medida los discursos del mercadeo y la publicidad. El viejo concepto de Carpe Diem, o tomar la flor  del día de los  poetas latinos, se traduce hoy en la premisa básica del  catecismo capitalista: consume, derrocha, olvida y vuelve a empezar hasta que te quedes sin fondos... o sin aliento. Se renuncia así al conocimiento  y la experiencia  a cambio de una vida sin dolores aparentes aunque asomada al vacío.
En el caso del doctor Lecter las cosas van en otra dirección: las cicatrices nos conducen de vuelta a la esencia de lo que somos, aunque al final nos enfrentemos a  la terrible realidad reflejada en el espejo. Si queremos averiguar algo de  nuestra condición debemos tirar de ese hilo, como Ariadna en el Laberinto de Creta o como tantos otros que emprendieron  un viaje de  iniciación  hacia el conocimiento de sí mismos.
 A esa disyuntiva nos enfrentamos los mortales de estos tiempos: o acatamos sumisos  el mandato de los mercados y nos entregamos  atados de pies y manos al olvido, es decir, a la indiferencia total, o emprendemos el camino que nos lleve a recuperar lo que somos en últimas: memoria viva, relato  andante de  las dichas y desventuras de un grupo familiar, un país, un territorio, quizá del planeta entero.


En la vida cotidiana de hoy, esa encrucijada tiene expresión visible en el lenguaje de los medios masivos de comunicación. La primera  la encontramos en  el escándalo noticioso que  banaliza lo importante o sublima lo inocuo, subiendo como espuma para luego disolverse en el reino del olvido: es la única manera  de abrir espacio para el siguiente producto informativo.
La segunda  exige tiempo, paciencia, método y mucha contemplación. Su objetivo  apunta a los seres y las cosas  intocados   por la onda expansiva del frenesí. A lo mejor ellos tienen otras claves, miradas distintas y hasta experiencias, es decir, cicatrices, que los hacen tener una versión diferente de la historia y por ese camino nos pueden ayudar  a entenderla mejor: como el padre de  ese niño de cinco años al que una mina   explosiva  dejó sin piernas  y por eso mismo no  admite  tanta alharaca por los futbolistas que no podrán asistir al mundial. Al menos a mí esa imagen me sacó del lenguaje insulso de la farándula deportiva y  me obligó   a preguntarme, una vez más, por la estela de sangre que cruza  estos países nuestros desde Tijuana hasta la Tierra del Fuego.


O  el mensaje   disolvente de la publicidad o el camino tortuoso de la historia individual  y colectiva. Ese es nuestro desafío. Lo más fácil es olvidar y repetir  que no ha pasado nada. Pero al final siempre resultará más provechoso seguir el rastro de las cicatrices  hasta dar con la materia de que estamos hechos: la memoria hablada o escrita que, a fin de  cuentas,  desde el comienzo de los tiempos  constituye la única prueba de que una vez estuvimos en el mundo.