Fotografía : El Tiempo
Cuando escuché la noticia no lo podía creer: el 19
de noviembre de 2014 se realizaría una subasta de arte con
el fin de recaudar fondos para la tenista
Catalina Castaño, quien afronta
un doloroso y costoso tratamiento
contra el cáncer de seno.
¿Cómo? ¿Ni siquiera los
deportistas de ese nivel cuentan con una seguridad social y una pensión que les
permita acceder a un retiro digno? “Pues
no”, me respondió el periodista Andrés Botero después de asistir a la rueda de
prensa donde se dieron a conocer
detalles del drama de la deportista. A pesar de
haber representado a Colombia en decenas de torneos, su caso solo mereció el “apoyo moral” de Coldeportes,
el ente oficial encargado de planear, organizar y ejecutar el derrotero de las distintas disciplinas
practicadas en el país a través de las respectivas ligas.
Alguien podrá decir que los
deportistas de ese tipo ganan mucho
dinero, incluso en Colombia, donde el tenis
todavía no es un deporte de aceptación masiva. Cierto, pero lo mismo
puede decirse de los congresistas y es bien sabido que estos reciben un
tratamiento distinto. Por supuesto, está el hecho de que estos últimos
diseñan las leyes que habrán de
beneficiarlos, pero eso ya es otro cuento.
Lo que nadie conoce es que en el caso del tenis los deportistas
deben restar de los honorarios recibidos
altas sumas destinadas al pago de hoteles, transportes y otros gastos propios de su actividad. Pero además deben
cumplir, como todo ciudadano digno de ese nombre, con el pago oportuno de los
impuestos en Colombia y en los lugares donde
recibieron sus honorarios y premios.
De modo que cuando se desencadena
una situación como la de Catalina
Castaño cualquier presupuesto resulta
escaso para atender un tratamiento largo y de alto costo.
Es aquí donde surge una pregunta
: si eso pasa con una
deportista reconocida, cuyos
logros han sido aprovechados para promocionar la imagen del Estado y de empresas como Colsánitas ¿ qué
puede esperarse en deportes como el boxeo o el levantamiento de pesas ,
practicados casi siempre por personas pertenecientes a
sectores marginados de la sociedad, que precisamente por eso ven allí una posibilidad de redención personal y familiar? Cuando le consulté a un
funcionario del sector, que me pidió no revelar su nombre, la respuesta no pudo
ser más desalentadora: “Muchas veces los
deportistas no solo viajan a los torneos
con recursos gestionados por sus propias familias, sino que lo hacen en el más
completo desamparo: ni un seguro de transporte ante la eventualidad de un
accidente y menos una póliza que cubra
los riesgos de una lesión durante
las competencias. Y eso sucede tanto en el ámbito local
como en el regional o incluso internacional, aunque mucha gente no lo crea”.
Inútil sería preguntar aquí por
el papel de las ligas, cooptadas todas por
la burocracia y la politiquería. Mucho menos por la aplicación de las
leyes, de por sí abundantes en este país de timadores y leguleyos. Pero eso sí:
cuando uno de esos muchachos conquista una medalla de cualquier cosa o corona
un premio de montaña, la histeria se desata desde los medios de comunicación
para encenderse después entre las multitudes que corean el nombre del ganador de turno,
mientras los lagartos se pelean a codazo limpio un lugar en la foto. Como es de rigor en estos casos,
al día siguiente se habrán olvidado de ellos.
¿Por dónde empezar entonces a
resolver el problema? Creo que un buen
comienzo sería depurar esas ligas en las
que vegetan y envejecen personajillos
enquistados sin un horizonte
distinto al de sus ambiciones de poder
y las de las camarillas que representan.
El paso siguiente implicaría la revisión de la idoneidad de quienes
llegan a esos cargos y para eso se necesita de una veeduría
integrada por representantes de los mismos deportistas. En un país huérfano de ciudadanía eso
sería además un buen ejemplo para otros
sectores de la sociedad. Nada se pierde con intentarlo. De paso contribuiríamos a mitigar un poco la hasta hoy inapelable soledad de nuestros
atletas.