miércoles, 25 de enero de 2017

Por culpa de la noche




“¿O acaso la ciudad no era la suma de cada pequeño egoísmo, cada desprecio, cada acto de pereza y desconfianza y crueldad cometido por cuantos vivían en ella?”
Para llegar a esa sospecha la conciencia  que  lanza la pregunta ha debido recorrer cada uno de los pasadizos físicos y mentales de un laberinto llamado Nueva York,  oscuro y amenazante como la noche del gran apagón de 1977.
Todos los caminos de la ciudad parecen conducir  a la sala del hospital Beth Israel donde agoniza Samantha Cicciaro, una adolescente tiroteada  en el Central Park durante la última noche de 1976, el Año del Bicentenario, en el que los descendientes de los viejos peregrinos festejaron su llegada a la tierra de promisión.
Por momentos  uno alcanza a sentir que ese cuerpo doliente es en realidad el corazón de una ciudad que arde en lo más  hondo de sus entrañas, mientras las  guitarras, las baterías y la poesía sucia de las bandas de punk marcan con sus imperfectos acordes el ritmo de un mundo que ha  enloquecido.

Igual que en una canción de Patti Smith.



Y entonces, como el narrador de la historia, lo comprendemos: el producto más puro de América, su más honda seña de identidad es la locura, la imposibilidad de encontrarse a sí misma entre la alienación de la política, la economía y su manifestación más visceral: el consumo y el derroche como expresiones del sin sentido. Así lo han desnudado sus grandes escritores, desde  Melville y Poe hasta  este Garth  Risk Hallberg, autor de Ciudad en llamas, una  despiadada metáfora sobre un mundo que se desploma.
Es Nueva York. La Nueva York celebrada, llorada, envidiada y odiada hasta el hartazgo  por todos los habitantes del planeta.
Igual  que en la ciudad ubicable en los mapas, los protagonistas van por las calles con sus vidas  rotas. No importa si son triunfadores o perdedores: todos deben depositar su  ofrenda en el altar del desastre.
Como William Hamilton – Sweeney, por ejemplo. Heredero de una de las más grandes fortunas de la ciudad y convertido en Billy Tres Palos,  fundador de una banda de punk  llamada Ex Post Facto y adicto a la heroína, el Brown sugar cantado por los Rolling Stones en una de sus más recordadas canciones.
O como su amante Mercer, un inmigrante de Georgia que llegó  desde su pueblo en busca del viejo señuelo: la libertad y las oportunidades, para descubrir al poco tiempo tatuado en el color negro de la piel el mensaje que la ciudad les envía a quienes  sucumben a sus encantos: los que entren abandonen toda esperanza.


O puede ser   también Regan, la hermana de William, quien comprende muy temprano que su vida, su ciudad, sus afectos y su propio cuerpo son en realidad una prisión de la que no hay salida, salvo la prodigada por la fría caricia  de la muerte.
Porque no hay lugar aquí para los grandes mitos. Ni el del  fuego familiar, sintetizado en la caricatura de las navidades  como sucedáneo de unos afectos que no pueden prosperar en medio de imposturas, traiciones y matrimonios rotos. Mucho menos el de  América como tierra abonada para las grandes empresas, porque en la realidad de todos los días los negocios se amasan con crímenes y fraudes , como bien  nos lo hace saber la figura de “ El hermano diabólico”, un personaje que emerge de las mismas tinieblas para hacerse  con el poder en medio de un mundo que naufraga.
En semejante paisaje no  hay lugar para el amor, la amistad o alguna otra forma de consuelo. Para todos los expulsados del paraíso que van  por la ciudad  no hay comunión de almas o algo parecido.  A duras penas queda el sexo como incierta y fugaz forma del olvido.
O las jeringas. O las pastillas de colores que fulminan el cerebro y envenenan la sangre. Porque en este desierto de rascacielos, yonquis, putas y especuladores las drogas cumplen  el papel de las viejas sustancias rituales que acompañaran el encuentro de los pueblos con sus divinidades.
Pero aquí no hay divinidad distinta al dinero ni conjuro diferente al sálvese quien pueda que se escucha en los  gritos callejeros, en las agonías de la cópula y en los  estertores  de quienes se despiden de sí mismos en  los bares, en el metro, en las salas de negocios, en los callejones … o en las salas de hospital donde seres abandonados de la mano de Dios y de los hombres elevan una plegaria al vacío que los cobija.


No es casual  que dos de los protagonistas, William y Mercer renuncien a la redención en un sector de la ciudad llamado Hell´s Kitchen: la novela está surcada  por parábolas de ese tipo.
De repente, irrumpen personajes que parecen portar algo de esperanza: Pulaski,un policía tullido  que aún cree en la justicia. O Richard, un reportero convencido de que todavía es posible escapar al cinismo que lo rodea… hasta que aparece ahogado en una charca del puerto.
Lo demás son sombras. Espejismos  que surgen y se desvanecen en la noche. Una noche eterna   que palpita entre los  destellos del neón , mientras sus habitantes se deslizan hacia alguna de las muchas  bodegas abandonadas durante la crisis inmobiliaria de los setentas, esa quiebra que- como todas- sirvió para volver más ricos  a los ricos mientras dejaba a su paso una estela de desamparados a merced de una ciudad en  llamas.

PDT.  les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

miércoles, 18 de enero de 2017

Las formas del mal





“Hermanos hombres, dejadme que os cuente cómo ocurrió”.

Con muchas variaciones de esa frase empiezan todas las historias. Y así  comienza también su relato el Doktor Aue, narrador de  Las benévolas, la novela del escritor norteamericano Jonathan Littell que, en múltiples sentidos, pone patas arriba todo lo que hemos leído sobre  el horror  perpetrado por los nazis durante la  Segunda Guerra  Mundial.
Acerca de esa guerra se ha escrito de todo y desde diversas perspectivas: militar, política, económica, cultural, ética, sicológica, moral y unas cuantas clasificaciones más.
Pero Littell y su personaje- o Aue y su escritor- nos proponen otra cosa: un viaje sin regreso al fondo mismo del infierno. Una parábola  metafísica en la que el mal puro es único protagonista.


El entramado todos lo conocemos: Europa intenta rehacerse de la devastación provocada por la guerra de 1914. Alemania se lame las heridas y busca en sus propios mitos las claves de un destino  siempre esquivo. Las  secuelas de la bancarrota de 1929 se advierten por todas partes.
Un sinuoso  y oscuro cabo del ejército Alemán  empieza a darle voz y rostro a ese malestar.
Tendrá que pasar una década para que su nombre quede grabado con la sangre ajena y la de su pueblo en la antología de infamias que llamamos Historia Universal. Hablamos, claro, de Adolf Hitler.
Pero este último  a duras penas alcanza a ser comparsa de la obra: ya les conté que  el narrador nos propone  compartir su experiencia  personal del mal. Y el escritor Jonathan Littell nos conduce , paso a paso, a  cada uno de los círculos sugeridos una vez por Dante y perfeccionados a través de los siglos por la infinita capacidad humana para  ahondar en el sufrimiento propio y el ajeno.
Para conseguirlo, Littell crea un mundo en el que no puede existir el concepto  de piedad, porque entonces se desmoronarían los cimientos sobre los que el poder- en este caso el poder nazi, pero podría ser cualquier otro- levanta sus monolitos de oprobio: la nación, la patria, el dinero, la raza, la tradición, el honor.


Alcanzar esas simas demanda un lenguaje seco, despiadado y sin fisuras, como un puñal de obsidiana.
Con ese lenguaje que corta el aliento están tejidas las 978 páginas de una novela que , al final, nos abandona cuando Aue asesina a Thomas, uno de sus camaradas- la palabra amigo no cabe en su mundo sin afectos- y se dispone a inventarse otra vida con los restos que ha dejado el holocausto.
Para llegar hasta allí el Doktor Aue ha servido durante la guerra en distintas dependencias del aparato de muerte creado por el régimen. Se ha cruzado con nombres  que a todos nos son familiares: Bormann, Speer,  Goering, Himmler, Goebbels y otros funcionarios de una cadena de exterminio que los nazis pusieron en marcha para descubrir, demasiado tarde, que en realidad su odio   hacia los judíos no era otra cosa que una manera de descargar en un pueblo entero la animadversión que experimentaban hacia si mismos.
En ese tránsito asistimos, sin poder cerrar los ojos ni interrumpir la lectura, a la progresiva degradación de víctimas y victimarios, atrapados en un sistema que  para garantizar sus propósitos no duda en aplicar los métodos  de la ingeniería  y de la producción industrial  con el fin de garantizar mayor efectividad en  la contabilidad de la muerte: menos raciones para los enfermos desahuciados y un poco más  para quienes pueden ser explotados como fuerza  de trabajo  en las fábricas alemanas comandadas por Albert Speer, uno de los hombres de confianza del Fuhrer  durante los días del delirio.

                                              Jonathan Littell

Mientras esas cosas pasan, en sus momentos de tregua los  administradores del poder se abandonan a  los viejos trucos forjados por los humanos para olvidarse de la muerte: la propia y la ajena. Por eso escuchan a Bach y a Bruckner, beben coñac  y  fuman tabaco importado, al  tiempo  que gozan de los cuerpos de muchachas seducidas no tanto por ellos  como por el resplandor de la leyenda que las  hace partícipes de una incierta misión de la raza. En realidad no son mujeres ni hombres: son hembras y machos  destinados a perpetuar la simiente de una fantasmagoría conocida como “El pueblo alemán”.
Y aquí se despliega el otro frente de batalla de La benévolas: el de los demonios interiores   del Doktor Aue, tan obstinados como los de afuera.  Obsesionado con el sexo de su hermana gemela desde los juegos  de la infancia, es incapaz de  experimentar  deseo  frente a otras mujeres y por eso prefiere ser  sodomizado por jóvenes cadetes o  por adolescentes  rudos en  un baño público o en  hoteles de paso. “La verga  como una estaca para  cegar el ojo de Polifemo”. Así define  Aue, hombre culto y lector de Flaubert, sus encuentros  sexuales que, lejos de abrir paso a alguna clase de afecto, solo le dejan un fugaz escozor en el culo.

Por más que intentemos  alejarnos, la vida siempre nos trae de vuelta al viejo y conocido tópico del sexo y la muerte como dos caras de una misma moneda. Littell lo sabe y por eso nos empuja sin pudores hacia las oscuras y pegajosas cavernas interiores de este Doktor Aue que con limpieza matemática lleva su contabilidad de muertos y sueña con el cuerpo desnudo de su hermana, mientras intenta espantar los demonios que lo acusan del asesinato de su propia madre.
Si. Son cientos, miles los libros y películas que nos han  llevado, por  uno u otro camino, hacia las entrañas de la Segunda Guerra Mundial. Pero pocos supieron eludir la tentación de las moralejas y las  ideas fijas. Y ninguno como esta novela de Littell, que  nos deja en la estacada cuando Auen, solo frente  al espejo, y chapoteando en un charco de alcohol, le recita a su propio reflejo envilecido: “En esto me han convertido: en un hombre que no puede ver un bosque sin pensar en una fosa común”.

PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=x_IbwlSXHpQ

50/60: Una historia compartida







Un 10 de octubre de 1957 nació en Pereira, por entonces la segunda ciudad del Departamento de Caldas, Comfamiliar Pereira,  entidad  que bajo la figura del Sistema de Subsidio Familiar, jugaría un papel protagónico en el mejoramiento de las condiciones de vida en la región.
Una década más tarde, el 1 de febrero de 1967, surge a la vida administrativa del país el Departamento de Risaralda, sumándose a lo acontecido un año antes, cuando  Quindío se segregó del antiguo Caldas.
Desde entonces, los caminos de la caja y el nuevo territorio se han entrelazado en un recorrido sembrado por igual de dificultades  y oportunidades, hasta llegar al año 2017,  cuando Comfamiliar Risaralda celebra sesenta años y  el Departamento festeja  medio siglo de vida administrativa.
Para aprovechar esa convergencia  se gestó en 2015 el programa 14 ESTACIONES, Un viaje a la memoria, liderado por Comfamiliar con el propósito de fortalecer sus bibliotecas públicas en los municipios a partir de tres grandes líneas de acción: identificar, conservar  y difundir la memoria histórica de  nuestros pueblos. En segundo lugar, reconocer, mantener y difundir el patrimonio cultural en aspectos como la gastronomía, las músicas,  la tradición oral y las manifestaciones artísticas en general. El tercer punto se enfoca al acompañamiento y respaldo a las formas de  representación  comunitaria, todo  con el propósito de  generar  dinámicas de desarrollo social en el campo, como condición clave para la paz del país.


Tertulias, exposiciones de fotografía, cine foros, encuentros de tradición oral  y ejercicios orientados a la recuperación de memoria son parte del patrimonio acumulado hasta ahora.
Como resultado de todo ese recorrido, y luego de una juiciosa investigación, los integrantes del Semillero  adscrito a la Maestría en Historia de la Universidad Tecnológica de Pereira escribieron un libro titulado 50/60 Risaralda y Comfamiliar: Una historia compartida. A lo largo  de trescientas cincuenta páginas y soportado en la más rigurosa metodología, el libro nos ofrece un panorama de  Risaralda en el que el accionar de la  caja se suma a los hechos administrativos del Departamento, creando así el escenario en el que los habitantes de nuestros pueblos  y veredas han tejido sus vidas. Por esa ruta, los autores recrean el ancestral empuje de nuestra gente, enfrentado a las dificultades políticas, así como a las endémicas formas de violencia que han obstaculizado su trasegar. El resultado es una visión panorámica que, a modo de caleidoscopio, nos permite identificar las claves de nuestro destino individual y colectivo.


De manera paralela, el realizador  Jhon Wilson Ospina produjo un documental que refleja ese recorrido desde las técnicas audiovisuales
El tren de las 14 ESTACIONES sigue su marcha. El próximo reto consiste en que las instituciones del sector público y privado se suban a él como una manera de festejar ésta feliz  convergencia expresada en la cifra 50/60. Así de simple.

PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada