jueves, 29 de junio de 2017

La balada o la invención del amor






                                              “¿Qué se hicieron las nieves de antaño?”
                                                                  Francois  Villon


 Promediada la segunda década del siglo XXI casi nadie  discute que  Don Quijote de Cervantes constituye uno  de los tópicos perdurables de los últimos quinientos años. De hecho, el adjetivo “quijotesco”  forma parte del acervo cultural, tanto  entre especialistas en distintos campos como en  el habla coloquial.

Como en un juego de cajas chinas, ese tópico contiene además muchos otros, aplicados al universo de la guerra, la filosofía o la acción política. Para el que nos ocupa, la figura de Dulcinea del Toboso constituye una  valiosa atalaya: entre  los aparentes desvaríos del personaje  cervantino, esta mujer  ha sido interrogada desde todos los frentes imaginables, incluyendo los de la mística, la filosofía, el ocultismo y, por supuesto, la mitología amorosa.

Muchos críticos literarios postulan una interpretación de El Quijote como una parodia de los libros de caballería. Aunque es posible que haya algo de eso, la tesis resulta simplificadora: bien sabemos que un texto literario es una y muchas cosas a la vez, en una experiencia incesante en  la  que cada lector aporta lo suyo. 



Por eso es posible – y probable-  que a  través de Dulcinea Miguel de Cervantes haya intentado responder  a la pregunta de   Francois Villon, el escritor francés   que murió  casi un siglo antes del nacimiento del autor de las Novelas Ejemplares.

“¿Qué se hicieron las nieves de antaño?” se pregunta ese predecesor  ilustre de los llamados poetas malditos. A continuación enhebra una lista de nombres: Flora, Romaine, Archipiada, Thaís, Eloísa, Juana, Berta, Beatriz.

Por poco que uno ahonde en su obra, encuentra que la respuesta es más compleja de lo que parece. 

Lejos estaba Villon de padecer de  un acceso de nostalgia, esa suerte de  enfermedad del espíritu que casi  siempre conduce a “Añorar lo que nunca jamás sucedió”, para decirlo con palabras del músico y poeta andaluz Joaquín Sabina.



En esa medida la búsqueda de Villon  fluye en otra dirección. El autor se  cuestiona  en realidad si esas damas existieron alguna vez fuera de la imaginación de quienes  las forjaron como respuesta  a una necesidad profunda. Dicho  de otra manera,  en  1450 ese poeta   desaforado   se mostraba convencido de lo que hoy nadie discute: como todos los hechos surgidos a la lumbre de la cultura, es decir, del quehacer humano en el  mundo, el amor es también una invención.

Don Quijote lo sabe: no por casualidad  es  un hombre poseído por la lucidez, esa  forma suprema del conocimiento que para los más prosaicos constituye un síntoma de locura. Él sabe que  está frente a una rústica aldeana. Solo que necesita  con urgencia recrearla, es decir,  volverla a inventar, para darle   sentido a una existencia a todas luces absurda.

Y  eso es lo que  hemos hecho los mortales desde el advenimiento del amor romántico, una manera de  concebir y vivir la experiencia afectiva y sexual de origen reciente: para un  hombre  o una mujer de la  Grecia clásica resultaría impensable una expresión como esta: “Si te vas, me moriré de amor”. Al fin y al cabo, para los hombres de esa época existían  pretextos más  importantes por los que vivir y morir.



Esa diferencia nos ubica de plano en el terreno de un género musical que ha contribuido a  moldear la experiencia amorosa o, si se quiere, la educación sentimental de varias generaciones en  Hispanoamérica y el mundo de ascendencia latina en general, por lo menos desde comienzos de los años sesenta del siglo XX.  

Hablamos de la balada, esa expresión que echa raíces en el lenguaje de los juglares que desde el medioevo recorrían  el mundo conocido. Sus relatos y tonadas abarcaban desde  asuntos  religiosos y paganos, pasando por las gestas de la comunidad hasta  llegar  a los más íntimos  goces y desastres de los individuos. En ese recorrido surgieron las damas de antaño  cuyo peso específico preocupaba tanto a Francois Villon.

No por casualidad son los italianos quienes han llevado la balada a sus  más altas cotas líricas: su manera de cantar y contar echa raíces en  un romancero que se remonta al menos a la temprana Edad Media.




Si bien en el siglo XX podemos hallar precedentes en los crooners anglosajones tipo Frank Sinatra o Tony Bennett,   derivados de algunas estéticas del jazz, es  entre los latinos donde la balada  adquiere su  lugar como  expresión de los sentimientos en un momento histórico dado. Para decirlo de otro modo, la balada contemporánea surge y se consolida  en  un mundo donde, para bien  o para mal, el capitalismo ha liberado a  los individuos de los convencionalismos heredados  de  la era  feudal para dejarlos a merced de las llamadas fuerzas del mercado. En ese punto ya no  son la familia, el estado o la iglesia las instituciones  que trazan las pautas a seguir.

A partir de  ese momento  hombres y mujeres tienen que arreglárselas en solitario con las urgencias del corazón y del deseo. Los intérpretes  y compositores  de baladas están allí para contar   las dichas y  desventuras de esa nueva forma de jugar al azar.

“El amor romántico no es otra cosa que la libido sublimada. Ante la imposibilidad de acceder al  objeto del deseo  por impedimentos sociales, económicos, religiosos o culturales, el sujeto frustrado se conforma con amar  una abstracción”, aseveran  algunos discípulos de Freud, tan proclives a  encerrar el mundo en una fórmula solo en apariencia incontrovertible.

Tan convencidos están, que no paran mientes en la perogrullada: por supuesto, los impulsos sexuales  nos hermanan  con los animales  y nos devuelven de plano a nuestra ligazón con el orden de la naturaleza.  Es la imaginación lo que  le da un rumbo a esa turbulencia de instintos y hormonas.

Porque los  humanos somos en  esencia  seres simbólicos, lo cual equivale a decir que la vida  solo adquiere sentido cuando es narrada, cuando los eventos cotidianos adquieren la categoría de representación. Sobre esa idea se soportan los credos religiosos, las ideas políticas y las convenciones sociales. 

Al igual que todas las formas de comunicación, la música forma  parte de esa estructura de símbolos.

Por eso, a poco que uno se devuelva en el tiempo, la encontrará ligada a todos los rituales de la vida, empezando por  los de la seducción erótica. 



El cuerpo del otro como fortaleza a  conquistar sigue siendo una de las fórmulas más socorridas para resumir el empeño tenaz del sujeto de  deseo en su intento por acceder a un objeto que de no ser  alcanzado dará origen a frustración y amargura. Por uno u otro camino el elemento trágico no tardará en irrumpir: si el anhelo es satisfecho, de todos modos el sentimiento se disolverá en el hastío.

En cualquiera de los dos casos, el cancionero popular- y en especial la balada- estará presente para dar cuenta de ello, reinventando una y otra vez Dulcineas y  Quijotes con  la obstinación solo permitida a los grandes desesperados.

PDT: les comparto enlaces a dos bandas sonoras de esta entrada:
  

miércoles, 21 de junio de 2017

De la tierra a la luna





 En junio de 1967 la  fruta de los sesenta ya estaba madura.  Era cuestión de estirar la mano y tomarla.

 Los síntomas-buenos y malos- llegaban de todas partes. El 22 de noviembre de 1963 el presidente norteamericano  John Fitzgerald Kennedy  fue asesinado por un francotirador en las calles de Dallas,  Texas.
  
Pero las turbulencias databan de más atrás.

El 1 de enero de 1959 los guerrilleros cubanos bajaron de la Sierra Maestra y pusieron en fuga a Fulgencio Batista.

Ese día  nació una esperanza… que empezó a morirse el  9 de octubre de 1967 cuando Ernesto  Che Guevara fue  acribillado a tiros en La Higuera, un lugar de   las selvas bolivianas.



1967: el año en que  The Beatles publicaron el Sergeant Pepper´s Lonely Hearts Club Band.

Ese mismo año vio la luz The piper at the gates of down, el primer álbum de Pink Floyd, creado bajo  la inspiración de Sid Barret, El diamante loco que muy pronto se extraviaría, como tantos hijos de la década, en las montañas de la demencia.

Occidente atravesaba un puente sobre aguas turbulentas, como bien lo advirtiera Paul Simon en una de sus canciones.

 Como si no bastara con eso, los modistos  habían subido las faldas de las mujeres un poco más arriba de la modilla. A su vez, La industria farmacéutica  masificó la producción de píldoras  anticonceptivas.

Esos dos hechos abrieron de par en par las puertas del deseo y una generación entera se precipitó por allí.

El  Sargento Pimienta no era entonces una casualidad.



Los  muchachos de Liverpool ya  habían tenido suficiente con las que Paul Mc Cartney bautizaría, ya en su carrera solitaria, como  Silly love songs.

Además, estaban hasta el cogote con la histeria de las niñas bien que se quitaban los sostenes en los conciertos y los arrojaban al escenario como una promesa  a cumplirse aquí y ahora.

Tenían   suficiente talento para conformarse con tan poco. Incluso Ringo, ninguneado tantas veces por los fanáticos, demostró su capacidad  creativa cuando el grupo le dijo adiós a una década de desmadre.

Pasar de canciones tan edulcoradas como And Love Her o Love me do supuso emprender una aventura que los llevaba de la tierra a la luna.

Cincuenta años después resulta natural hablar de discos conceptuales o  de trabajo de autor cuando se alude a una  propuesta  musical.

Eso es posible luego de escuchar a Yes, a Jethro Tull, a Emerson Lake and Palmer, Pink Floyd y a tantos grandes del denominado rock sinfónico.



Pero en 1967  Harrison, Starr, Lennon y Mac Cartney emprendieron una aventura.

Basta con asomarse a la tapa del disco para entender que su propósito no era solo rendirles tributo a quienes desde distintos frentes de la ciencia, el cine, el arte, la música, el activismo, la literatura o la política habían contribuido a forjar la llamada cultura occidental.

Su intención era sumergirse en la esencia de esa cultura, incluidas sus facetas más riesgosas.

Por eso no se negaron  la experiencia de las drogas fuertes que profetas de la contracultura  como Tim Leary pusieron a rodar como si se tratara de golosinas en un supermercado.

No por casualidad, el profesor fue una de las primeras personas cuyos restos fueron enviados al espacio por petición propia.

Siguiendo  su pista, The Beatles  se fueron  también al espacio en una canción titulada Lucy in the Sky with Diamonds, interpretada por algunos críticos como una oda al  ácido lisérgico.

Años antes  habían emprendido su propia travesía bajo el océano en su canción Yellow Submarine.

A estos músicos les gustaban los  viajes de gran calado.

El Sergeant Pepper es uno de los resultados de esa experiencia.

 Varias generaciones han hecho suyo el legado de ritmos y canciones como  A day in  the life, acaso la mejor lograda del disco.

Aunque también destacan With a Little help from  my friends, recordada por la epiléptica interpretación  de  Joe Cocker en el festival de Woodstock.



Pero, bueno, She´s leaving home no lo hace mal como himno para la primera generación de mujeres que se fue de casa sin sentir remordimientos.

O la premonitoria When I´m sixty-four.

O… mmmm, lo mejor es sentarse a escuchar todo el  álbum como una manera de agradecer lo que estos tipos nos dejaron para ayudarnos a estar vivos.


Aquí va enlace a galería de imágenes relacionadas en La cebra que habla 

PDT Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada