miércoles, 29 de julio de 2020

La alegría de releer

                                               Fortunata lectora    Fotografía: Angie


 Ya lo han dicho otros: una biblioteca es una Torre de  Babel habitada por una variedad infinita de criaturas que se comunican entre sí y entonan salmos en todas las lenguas vivas y extinguidas que en el mundo han sido.

Aunque nunca entendí bien eso de “ lenguas extinguidas”. Mientras sobreviva una sóla palabra escrita en la piedra o en un pedazo de madera milenario, el  rescoldo de esa lengua alentará  en un corazón, a la espera del soplo que lo reanime.

En esa condición reside el misterio del lenguaje, que la tradición  cristiana supo expresar tan bien   en la figura de Pentecostés. La presencia de El Paráclito. “El que es invocado”.

El espíritu.

¿ Y a quién invocamos si no es a las palabras en los momentos supremos de la vida?

Ya sea en los umbrales de la dicha o del dolor, de la devastación o la esperanza, siempre habrá un vocablo que nos sirva de conjuro.

Un “ Ábrete  Sésamo”. Un “ Abra Cadabra”.  Un “ Amén”.

Los lectores devotos siempre tenemos libros y autores ya leídos que, por distintas razones , reclaman una y otra vez nuestra atención.

Porque nos revelaron cosas esenciales en las encrucijadas de la vida. Porque nos prodigaron el disfrute de la belleza simple y pura. Porque nos ayudaron a comunicarnos con alguien en un momento decisivo. Porque, gracias a ellos, pudimos comprender aspectos insondables de la existencia.

O porque  , en su momento,  no los leímos bien o lo hicimos con desgano.

Algo  así como esas mujeres a las que en su momento desdeñamos, porque carecíamos de la experiencia  y la perspectiva necesarias para percibirlas en toda su dimensión

Desde que empezó la cuarentena en Colombia, la generosidad de algunos amigos no  ha dejado de surtirme con enlaces y archivos  que remiten  a valiosas obras en el campo del ensayo, de la narrativa, de la filosofía.

Nunca alcanzaré a agradecer del todo sus buenas intenciones. Son almas generosas siempre dispuestas a inyectarle la próxima dosis a un adicto a la lectura.

Pero debo confesarles que en los últimos cuatro meses sólo    he dispuesto de tiempo y atención para lo ya leído.

A media noche me despierta un rumor de hombres y de pueblos. Presto atención y descubro que esos seres  responden a nombres como Aliosha, Mr Samler, Heatcliff, Alejandra, Madame Bovary, Aureliano, Li-po  o  M`gbie.

Pero, sobre todo, siento que me llaman por mi nombre.

De modo que durante estos días he vuelto a esa poesía de Octavio Paz, pura y afilada como el pedernal de los  sacrificios aztecas.

                                                        Octavio Paz

He transitado por los callejones de la locura norteamericana, de la mano de un novelista que conoce como nadie sus  alcantarillas, sus cadenas de montaje, sus  montañas de basura ,  sus estudios de cine, sus playas, sus autopistas, sus deseos, sus insomnios  y, por encima de todo, el aliento fétido de sus poderosos, de  George Washington a Donald Trump.

Me refiero , claro,  a Thomas Pynchon.

Más atrás en el tiempo y en el mismo país, he atendido las advertencias de otro grande:  Thomas Wolfe.  En sus cuentos y novelas ya alientan las pesadillas veladas detrás del sueño americano.

Cruzo el océano y  me salen  al encuentro los hombres y mujeres que habitan las novelas de Heimito von Doderer.  Seres poseídos por la clase de lucidez del que sabe  que todo  está perdido. Al fin y al cabo son hijos de esa Europa  de entreguerras que se desmorona, arrasando a su paso con los ideales y valores que la sostuvieron durante varios siglos.

De vuelta, me cruzo con el mismísimo George Orwell y el feroz  testimonio de su presencia en la Guerra Civil  Española, que  segara por igual  la vida de  soldados y poetas.



Animado por el autor de 1984, regreso a ese haz de luz que es la generación española del 27, un grupo de poetas que parece haber sido puesto allí para alumbrar al mundo en el tránsito por las tinieblas que se avecinaban.

Cito sólo a algunos de esos hombres –lámpara: Vicente Aleixandre, Federico García Lorca, Pedro Salinas, Dámaso Alonso, Eliseo Diego.

Faltan más libros, desde luego. Ningún buen lector ignora que los libros tienen la facultad  milagrosa de multiplicarse, igual que en la parábola de los panes y los peces.

                                                                 Poema de Vicente Aleixandre

Así que la cuarentena puede extenderse: en mi caso, será una forma de alargar el goce perdurable de releer.


PDT: les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

martes, 21 de julio de 2020

Ventanas

    



VENTANAS


¿ Qué hay de nuevo en su vida?

Me preguntan a veces

con cautelosa cortesía.


No vaya a ser

que me  explaye

en un relato minucioso.



¿Qué puedo decirles?


Mi vida, como la de casi todos,

transcurre detrás de una ventana.


Sin sobresaltos,

sin revelaciones,

sin aventuras

ni  vértigos.


A veces vibra,

como el zumbido de  un tábano

que corteja a una flor amarilla

en una tarde de verano.


Pero vuelve a instalarse en su sillón.


¿Y la vida aventurera de los poetas?

-Insisten, ávidos-


¡ Cuentos de poetas!



En realidad, la poesía sólo

tiene una utilidad probada:

aliviar el insomnio.


Y eso ya es mucho.



Pereira, julio de 2020, Año de la peste.


Pdt. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.





jueves, 16 de julio de 2020

Como el cangrejo




“Vamos de pa´trás, como el cangrejo”, es un viejo refrán de los abuelos, acuñado para referirse a la involución, al retraso y a la incapacidad para  reemprender el camino ante el asedio de la adversidad.

La frase alude también a la decisión de atrincherarse en el pasado para eludir desafíos desconocidos.

He escuchado bastante ese refrán durante estos días de cuarentena y confinamiento, sobre todo  cuando se habla de la educación virtual impuesta por la pandemia de la Covid-19.

“Volvimos a los viejos vicios de las clases magistrales, donde el maestro impartía cátedra, asignaba tareas y las calificaba al día siguiente”, me dice- a través de la web, claro- Pedro Elías, un  profesor de bachillerato formado en los mejores preceptos socráticos y agobiado por la rutina fantasmal generada  por la cuarentena: sentados frente a sus computadores, estudiantes y maestros están pero no  están.

En lugar del diálogo necesario para la formación mutua se impone la doble presencia de una ausencia.

Entiendo  la preocupación de Pedro Elías y de muchos de sus colegas. Urgidos por las circunstancias, no podemos confundir la conectividad con la comunicación.

La primera es un recurso tecnológico de gran ayuda cuando las condiciones geográficas, las distancias y otros  agentes externos lo imponen.

La comunicación en cambio, al  estar soportada en el lenguaje, el acto humano por excelencia, implica un  renovado viaje de ida y vuelta en el que las preguntas, las respuestas, los argumentos y el permanente interrogar al pensamiento juegan el papel central.



Esa es la esencia de la ironía socrática y  de la mayéutica, dos métodos distintos y a la vez emparentados por el propósito  común de estimular la activad mental  y su principal propósito: el conocimiento.

“Desde que empezó la cuarentena,  me la paso pensando, no en lo que puedan descubrir o aprender los chicos si no en cómo ocupar su tiempo libre. Al menos les llevo una ventaja: el mío lo dedico a atender mis obligaciones familiares. Así que cuando llega la noche estoy hecha un estropajo”, reclama a su vez María Angélica, profesora  de básica primaria en un colegio  privado.

De modo que, aparte de mal pagada, se siente frustrada.

Creo que de este malestar  deben salir muchas cosas buenas, si queremos reivindicar y fortalecer el doble rol de la educación :  de un lado, conservar  y transmitir, renovándolo, el legado de conocimientos acumulados por la humanidad a lo largo de los siglos.

Del otro, enriquecer y transformar el ser  interior profundo de cada criatura que nace al mundo, para  hacer de ella a su vez agente transformador del  entorno.

Ese ha  sido siempre el propósito del pensamiento crítico, entendido éste último concepto como la capacidad  de formularse preguntas y buscar respuestas que, dada  la naturaleza del universo, siempre serán provisionales.

Si somos críticos frente al discurso fácil , empeñado en hacernos creer que la educación virtual llegó  para quedarse, así a secas, podremos tomar los elementos buenos y superar los riesgos que acarrea  consigo la aceptación  mansa de los mensajes oficiales.



Porque la educación , para serlo a cabalidad, precisa del diálogo, de la discusión, de la duda, del  cuestionar  las aparentes verdades reveladas que ocultan siempre intenciones de dominación de las mentes y, por lo tanto,  de las decisiones de las personas.

Sólo así podremos sortear las amenazas del unanimismo  y del hombre dócil tan anhelado  por todos los poderes del mundo.

Desde luego, el malestar no reina sólo entre los maestros. Niños y jóvenes están cada vez más habitados por el desasosiego. Si los adultos los acusábamos de vivir conectados  a sus artefactos digitales, ahora son ellos quienes nos acusan de hacer lo mismo con propósitos educativos.

“Estoy mamao de hacer tareas”, se lamentaba el hijo de un vecino que tocó a mi puerta  en busca de ayuda  para recopilar los nombres de los presidentes de Colombia, desde el grito de independencia hasta nuestros días.



En lugar de desecharlo, el malestar mutuo  sería un buen punto de partida para un debate sobre las bondades y riesgos de las  tecnologías y sus usos en los tiempos que se avecinan . A lo mejor descubramos un método-  no olvidemos que método quiere decir camino-  para recuperar el tiempo y el  espacio expropiados por quienes hicieron de la educación un simple instrumento para acceder al mercado del trabajo y el consumo, privándola de  paso de su condición más valiosa:  su calidad de lente para asomarse tanto a las profundidades interiores como a la vastedad del universo.

Si lo vemos así, el aparente retroceso del cangrejo es apenas una estrategia para tomar impulso y afrontar el próximo escollo.


PDT . les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
https://www.youtube.com/watch?v=_zSe2zIxgJc

jueves, 9 de julio de 2020

Corazones al límite




 Fue Thomas Pynchon quien, en su novela titulada  Al límite, definió a  Nueva York como una ciudad de insomnes.

Igual calificativo puede   asignárseles a todas las ciudades del mundo.

Ansiedad y frustración desbordadas; ilusiones y expectativas truncadas; deseos insatisfechos y exasperación sexual llevada al borde de la locura.

Esa clase de desasosiego hizo posible que una canción como Satisfaction, de The Rolling Stones, expresara tan bien el espíritu de la época. “ I can get no satisfaction/ I can get no reaction/  and I try/ and I try/ and I try…” , se lamentaban Jagger, Richards y el resto de la pandilla.

Motivos de sobra para no dormir y para atiborrarse de pastillas y otros juguetes que ayudan a sortear el abismo.

Es  la gran paradoja de lo humano: cuanto más aglomerados, más solitarios.

Por eso me impactaron tanto dos noticias que escuché y leí por separado:  la  primera de ellas acerca de la disminución  “dramática”- así la calificó el redactor de  El País de España, en edición del 11 de junio- del índice de suicidios en Japón, que alcanzaron su  mínimo histórico en el mes de abril, justo en la cuesta más empinada de la pandemia.

Hablamos de un país donde el suicidio es  la primera causa de muerte para los varones entre 20 y 44 años de edad.

La otra noticia me la compartió el sicólogo Ricardo Tobón, un hombre que desde hace treinta años se dedica a investigar esos asuntos: desde el comienzo de la cuarentena aumentó de manera exponencial  la demanda de servicios de putas prepago en todas partes, con el consiguiente  incremento de tarifas, según establece la dinámica de la oferta  y la demanda.

-Puede que no, le replico: a lo mejor aumentó el número de prestadoras del servicio y eso ha conseguido mantener  el equilibrio en los mercados.

Por el bien de las partes, el hombre no me toma en serio.



Así que empecemos por Japón. Es bien sabido que,  tras el resurgimiento económico luego de la derrota en la Segunda Guerra Mundial, ese archipiélago proclive a los terremotos  ha registrado una correspondencia entre  la adopción del modelo consumista occidental y el número de suicidios   entre sus habitantes.

Las interpretaciones del fenómeno abundan. Desde quienes  encuentran las causas en la renuncia a la vieja ética de los samurais hasta los que creen ver un castigo recibido por asimilar, así sin más, la corrupción implantada por los norteamericanos y sus aliados durante la invasión.

Otros, más agudos, piensan que la  destrucción de Hiroshima y Nagasaki  dejó grandes secuelas en el alma nacional que  acaso tardarán siglos en desaparecer.

Unos cuantos postulan   que el bienestar material acaba por generar una sensación de vacío interior, difícil de superar para una civilización que en el pasado le dio gran importancia a la espiritualidad.



Lo único cierto es que los suicidios alcanzaron su  punto más bajo cuando la pandemia llegaba a sus niveles más altos.

Si bien es cierto que las autoridades de salud  trabajan desde hace años en campañas de prevención del suicidio, conjeturo que la cuarentena, al obligar  a las familias a permanecer en casa, tuvo como uno de  sus efectos  recomponer los lazos afectivos empobrecidos por rutinas centradas en la producción y el consumo, que acabaron por despojar  a la gente de su tiempo más preciado.

A través de crónicas y  reportajes el mundo se ha enterado de la existencia de los hikikomori,  jóvenes ermitaños digitales que pueden permanecer durante meses y hasta años encerrados en sus cuartos, sin otro contacto con el mundo que su colección de aparatos electrónicos.

Pues bien, al menos una parte  de esos chicos  se ha notificado en los últimos meses de la existencia de unos seres llamados padres y hermanos, lo que ha conseguido insuflarle una buena dosis de aliento vital a todas las partes.

Suficiente por ahora- creo- para no pegarse un tiro o cortarse de un tajo las venas.

Por lo demás, los cronistas nos cuentan que en tiempos de guerras y pestes la gente suele aferrarse más a la vida. Cuestión de instinto. “¿ Cuántos judíos se suicidaron   en los campos de concentración?” Se  pregunta uno de esos lúcidos personajes  de las novelas de Ernesto Sábato.

Algo así debe estarles pasando a los japoneses con la amenaza de la Covid- 19.

Habrá que ver cuando  el mundo regrese de a poco a la llamada “ Nueva normalidad”, la expresión acuñada por gobiernos y  medios de comunicación para  eludir la presencia  de la incertidumbre: una vez sorteados los peligros de guerras y pestes los pueblos suelen volver a las andadas.

II

Tranquilos, tranquilos. No me  he olvidado de las putas prepago. Sólo que es un asunto… hummm…cómo llamarlo… más peliagudo.  Me dice el sicólogo Ricardo Tobón que los demandantes de esos servicios durante esta temporada de confinamiento y ayuno son hetero y homosexuales por igual.



Con una singularidad: a menudo los clientes  renuncian  a la gratificación sexual y se conforman con una hora  o dos de conversación, depende de la capacidad de pago.

-Debe andar muy devaluada  su profesión-  le digo a Ricardo- si ahora tiene que competir en igualdad de condiciones  con las putas.

Para variar, el hombre no me presta atención.

-Siempre ha sido así desde tiempos inmemoriales,  sentencia, y me recuerda  que el confesionario, la cama de la amante y el  sillón del siquiatra han cumplido siempre  una vital  función terapéutica: la confesión y su consecuencia inmediata, la absolución.

El viejo dilema de la culpa y el castigo, que acaba por liberar al infractor -o al pecador -del yugo de su soledad, porque el culpable siempre está solo con su conciencia.

Tenemos  al fin el hilo que nos conecta con la noticia de los japoneses. La soledad y su expresión más dramática: la desolación. En La Cábala hebrea cobra forma en la figura de El Ángel de la soledad. En las leyendas populares  aparece a su vez  representada  en  El ánima sola, el más solo de los muertos entre los muertos.



A lo mejor los hikikomori japoneses sean parientes cercanos de ambos y busquen la redención por caminos distintos . Eso los hermana a su vez con los hombres y mujeres  que, en lugar de sexo puro y duro, claman atención durante estos días y están dispuestos a pagar bien por ella.

Todos a una conforman una legión de corazones al límite.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

jueves, 2 de julio de 2020

Es el morir

                                   "El entierro del conde de Orgaz"- El Greco


Para muchas culturas  pasadas y presentes, el sueño es la dimensión donde se reúnen  los vivos y los muertos. Lo  inquietante del asunto reside en el hecho de que, mientras se sueña, es imposible precisar quién está vivo y quién está muerto.

Por estos días de virus y pánicos globalizados, críticos y lectores le hacen guiños de ironía a la vida y obra del gran poeta italiano Giacomo Leopardi.

Sucede que el escritor  se  consagró  en muchos de sus versos a alimentar un constante romance con su muerte. La llamaba de todas las formas : Dama crepuscular, amada de ojos grises,  muchacha de la alta noche.

En buena medida, su vida transcurrió en una constante espera de la consumación de ese romance. Aquí va una muestra de su poema Amor y muerte:

Hermanos   a la vez creó la suerte
al  amor y a la muerte.
Otras cosas tan bellas
en el mundo no habrá ni en las estrellas.
Nacen de  aquél los bienes,
los placeres mayores
que en el mar de la vida el hombre halla;
y todos los colores,
todo mal borra ella.




Pero cuando la peste tocó a las puertas de su ciudad, mortal al fin y al cabo, el pobre hombre empacó maletas  y huyó a toda prisa en busca de un lugar  seguro.

Lo mismo hicieron muchos de sus paisanos, pero nadie se acuerda de ellos. Después de todo, ningún otro era  tan grande poeta. Ni  siquiera era poeta.

Lo habitual es que la gente huya ante el peligro: el miedo es una de  las manifestaciones visibles del instinto de supervivencia. Sin él, sucumbiríamos al primer embate de los depredadores.

En su obra Calígula el escritor Albert Camus lo definió de esta manera: “El miedo, Cesonia, el miedo, ese hermoso sentimiento sin  aleaciones, puro y desinteresado. Uno de los pocos que sacan  su nobleza del vientre”.

Es decir,  de la más pura entraña de los instintos.

Visto así, el miedo a la muerte no es otra cosa que ganas de seguir viviendo, así , en gerundio: viviendo, no sólo de seguir vivos.

Así las cosas, no es la muerte  en tanto sustantivo y hecho consumado lo que nos inquieta, es su condición de verbo, de transición lo que nos  produce angustia.  



Arropada bajo el seudónimo de Covid- 19 la parca es una presencia que se siente hoy en el aire, en las conversaciones telefónicas, en los mensajes que circulan a través de las redes sociales.

También es omnipresente en  las oraciones de los piadosos y en las blasfemias de los impíos.

La forma como la gente se  concentra en las noticias, en las decisiones de los gobiernos, en los rumores callejeros, tiene mucha relación con  la actitud del animal acorralado que olfatea en el aire una posible ruta de escape.

Sólo que no hay escape posible: si no es ahora , será  en otra ocasión.

No es la muerte/ es el morir”, escribió el poeta colombiano Jorge Artel. Otra  vez estamos  ante  la aprensión suscitada por el trance, por el tránsito.

Dónde  desemboque  ese tránsito depende de las creencias de cada quien.

Para los cristianos la muerte es paso del mundo al Padre. Ese es el significado de la palabra Pascua.

Para los existencialistas es trance del ser a la nada.

Los ateístas lo ven como cambio de un estado de la materia a otro.

Para todos por igual es un misterio que siempre deja abierta una sucesión de interrogantes.

Supongo que ustedes lo habrán notado : al tiempo que se multiplica la oferta de servicios a domicilio a través de la internet,  se incrementa la presencia de  toda suerte de gurús, de consejeros,  de guías  que afirman tener la clave para conducir a la gente a través de la pandemia.

Parece  una legión de Moisés decidida a atravesar  el Mar Rojo con su rebaño en medio de una gran tormenta.



Las fórmulas son tan variadas como los salvadores: ejercicios respiratorios, fortalecimiento del yo a través de mantras, consumo intensivo de verduras, lectura de libros y folletos escritos por los guías,  catecismos sobre las bondades del ultraliberalismo, plegarias a este o  aquel santo especializados en pandemias.

Se ofrecen a través de videoconferencias  y hasta de visitas  presenciales garantizadas con todos los elementos de bioseguridad, esa palabra  que irrumpió en nuestras vidas como un conjuro frente a la adversidad.

Todo ese catálogo de fórmulas y frases hechas apunta al centro  mismo de nuestro desasosiego, esa punzada en el bajo vientre que se manifiesta  como el anuncio de algo que no  queremos discernir, porque amenaza sin apelación los precarios cimientos- si en realidad son cimientos- sobre los que se asientan nuestras veleidades mundanas y nuestra fe ciega en los poderes  de la ciencia y la razón.

Ese algo es la certeza de nuestra finitud, que vuelve ahora disfrazada de peste letal, igual que en los viejos tiempos.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada