viernes, 24 de diciembre de 2021

De ver pasar: la ciudad y sus signos vitales








Blow- Up es una película de Michelangelo Antonioni fechada en 1966 y protagonizada por el actor David Hemmings. En su relato, Thomas es un célebre fotógrafo de modas que, hastiado de la frivolidad de ese mundo, decide echarse a  las calles de Londres en busca de imágenes que contengan algo de vida. Un día toma una fotografía en un parque de la ciudad. Cuando la revela en el cuarto  oscuro, tiene la sensación de que, detrás del primer plano, ha captado un asesinato. 

Para estructurar la historia, el guionista se basó de modo bastante tangencial en un cuento de Julio Cortázar titulado Las babas del diablo.

Una dimensión insospechada de la realidad irrumpe  y produce un quiebre, un corte en lo que se suele llamar el hilo de los acontecimientos. La fotografía cobra vida propia y empieza a contarnos una historia: la de la ciudad y sus signos vitales.

Ignoro si el escritor Rigoberto Gil vio la película, pero su libro titulado De ver pasar tiene mucho de eso: de las rupturas en el flujo de lo cotidiano, captadas casi siempre al azar por el lente de una cámara… o, bueno, de un teléfono celular.

El recurso es sencillo: dejarse seducir por una entre las muchas imágenes dejadas  por la vida a su paso y , a partir de ella, construir un relato que puede ser ficción o no.

El París de la segunda mitad del siglo XIX vio nacer la figura del Flaneur, esa suerte de  explorador urbano que vaga empujado por el azar de su instinto- en este caso centrado en la mirada- y va registrando los pliegues de  la ciudad como quien descorre una cortinilla y se asoma a lo siempre insospechado del mundo.


Fue el filósofo Walter Benjamin quien, basado en la poesía de Baudelaire, señaló al Flaneur como hijo del capitalismo industrial. Este singular caminante ya no es el peregrino que va de aldea en aldea, sino el  husmeador de pasajes y vitrinas, esas cajas mágicas donde las cosas se exhiben a la espera de un consumidor. De algún modo el Flaneur expresa sin saberlo ese estado de cosas que Karl Marx bautizó con el nombre de  Fetichismo de la mercancía, abordado a profundidad  en uno de los apartes de El Capital.

El autor de De ver pasar hace lo propio en el mundo fragmentado y globalizado del capitalismo tardío. De entrada, lo advierte en el primer párrafo del texto titulado El ojo que piensa: “ No es fácil caminar y pensar al mismo tiempo. El cuerpo se fatiga si lo obligamos a concentrarse en dos ejercicios complejos. Ambos exigen voluntad, concentración; ambos validan un ritmo arcano que se liga con la memoria: ese fardo de realidades que teje los años en imágenes delgadas. Solo que, al restaurarlas, les damos volumen y profundidad”.



La obsesión por ese “ fardo de realidades” no es nueva  en Rigoberto Gil. De hecho, es una constante en su obra ensayística y de ficción. En un libro titulado Guía del paseante,  que de muchas maneras  prefigura De ver pasar, lo resume en una frase certera : “el solitario es un caminador”.

Y ese  no es un detalle menor: quienes caminan en grupos están todo el tiempo distraídos por la cháchara de los otros. Su mirada  aparece mediada por las intenciones y gustos de  sus compañeros. Y se   precisa una profunda relación con la soledad para ser un caminante, un explorador tanto rural como urbano.

Así que el autor de esta selección de textos( a veces son viñetas, en otras se trata de crónicas o ensayos  breves, unas cuantas son ficciones y en la mayoría de los casos un cruce incestuoso de varios géneros) se nos revela ducho en soledades, es decir, en miradas íntimas sobre lo público  que casi nadie advierte.

Estamos entonces ante un mirón de las calles. O un voyeour, si prefieren esa palabra, con todo y las connotaciones sexuales que el concepto acarrea.

Porque la mirada es, ante todo, goce, insinuación de la desnudez velada por las prisas de la vida diaria en cualquier ciudad.


En total son treinta y siete textos, publicados inicialmente en el periódico Ciudad Cultural y en el portal web  La cebra  que habla. En ellos, como corresponde al talante de los tiempos, el escritor plantea un  viaje de ida y vuelta entre lo local y lo global. En ese recorrido encontramos  relatos como los del soldado mutilado en alguna de las guerras de Colombia, junto a  estampas de la zozobra a la que fue arrojada la especie humana tras la irrupción de la Covid- 19. A su lado, convive el vistazo a una Nueva York presentida en las páginas de sus grandes escritores o en la locura  visionaria de esos que nuestra indomable torpeza califica de excéntricos. En buena hora la Universidad Tecnológica de Pereira decidió publicar este libro (noviembre de 2020). Porque la internet, tan llena de ventajas a la hora de agilizar y multiplicar la circulación de las obras, alienta al mismo tiempo la más inapelable forma del olvido : la de cientos de  miles de millones de palabras, de imágenes , de  ideas, de relatos  que se  anulan unos a  otros en su infinita procesión



En suma, quien se asome a sus 232 páginas se hará  a su vez cómplice de  esta dichosa- y a menudo dolorosa- irrupción  de una realidad que siempre  participará de la condición del caleidoscopio en su fragmentación y multiplicidad.

En esa realidad a menudo alucinante acontece nuestra condición de viajeros  sin remedio… aunque estemos confinados en casa.


PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=Y6thDNGf7Os





lunes, 20 de diciembre de 2021

Vanas gentes : la soledad es comarca limitada





Los buenos libros de poesía suelen ser breves. Cuando dan con el tono preciso, su brevedad se traduce en intensidad.  Son como esos licores que se deben degustar a sorbos cortos, de modo que el espíritu del poema recorra de a poco los sentidos del lector hasta depositarlo en la más pura claridad.

Eso pasa con el libro Vanas gentes, del escritor quindiano Juan Aurelio García. Son veintidós poemas que , sumados, no alcanzan el centenar de páginas publicadas bajo el sello de El Impresor , diseño de Stella Maris y prólogo de Nelson Romero.

El primer poema, titulado Al amable lector, es una advertencia: De parte del poeta/le quiero recordar y declarar/pero a las buenas/ que desocupe la soledad/ esos dominios/ donde suele pasearse como  un emperador. De ahí en adelante, el tono será ese : el de la interpelación al lector en particular y al poeta en general. Está claro que, para serlo de veras, el escritor necesita de un lector. Por más que parezca un lugar común, a menudo se olvida esa condición elemental. En su defecto, se postula la idea del poeta refugiado en su casa de cristal, consagrado a escuchar el eco de su propia voz.

Para refutarlo,  Vanas gentes nos recuerda que la poesía es, ante todo, comunión. Ya sea dicha en las plazas o recitada en “ la noche oscura del alma”, la palabra poética es un conjunto de signos que sólo adquieren pleno sentido en el oído del lector. Porque en sus comienzos la poesía fue eso: ritmo, música. No importa si, a partir de la creación de la escritura, la asociamos con el ojo y con la lectura silenciosa. Sin el ritmo, es decir, sin el latido del corazón , el poema es letra muerta.

Y Juan Aurelio Garcia lo sabe. En el poema titulado Recital el autor se pregunta: Yo no sé para qué viene el poeta/ si no baila ni llora/ni tampoco se despeina/o si al menos no adivina/ a santo de qué/ viene a remover tanta ceniza.  En Sueño de gloria, otro de los poemas del libro, nos dice con fina ironía: Ojalá pudieran los poetas/ser como los cantantes/ cultivar fama y echarse a dormir. Y continúa: Hacer giras que los lleven / en el ocaso/ a esos pueblecitos que faltaron en la agenda/ donde con mayor vigor se les imita/ y se les aplaude/ como a los viejos héroes.

F. Hölderlin 

Como a los viejos héroes. La  pregunta por el rol del poeta y por el sentido de sus palabras alienta en cada uno de los versos. Es la eterna sensación de extrañamiento del poeta en un mundo que siempre le será hostil, aunque de vez  en cuando lo aplauda. Ya se preguntaba el gran Hölderlin tres siglos atrás : ¿ Y para qué ser poeta en tiempos de penuria? Para disimular esa condición de extrañeza, el escritor puede ocultarse en el traje del burócrata- uno piensa en Pessoa- que se atrinchera  detrás  de un escritorio para pulir sus versos. O eso nos sugiere la voz de Juan Aurelio García cuando escribe: Nunca se podría afirmar que roba tiempo/que entre la redacción de una queja/propia de su oficio/ y la revisión con tachaduras/que le practica a un formulario/ se le cuele un haikú o un epigrama.

F. Pessoa


Vanas gentes los poetas, se nos recuerda a cada instante. De ahí la obstinación en títulos como La ascensión del poeta, A los poetas vergonzantes, Los poetas loteros, Letra muerta y el ya mencionado Sueño de gloria.

Vista así, adquiere pleno sentido la cita de don Francisco de Quevedo que encontramos al comienzo del libro: Se les perdona todo lo que han escrito/ se les agradece no haber escrito más.

Eso explica también el tono coloquial de quien interpela: la pregunta sería imposible si el autor  adopta un tono de superioridad que, de entrada, anule sus propósitos. Lo coloquial es aquí un recurso, una manera  de comunicar, no mera llaneza del lenguaje. Al contrario, la preocupación formal es una de las constantes del libro. Para muestra , estos versos del poema Alabado sea Dios: Parece ser que los poetas de talla menor/ viven del aplauso/ es decir/ del agua y del sol/ como las flores / O sea que nuestros poetas son como las flores/ como esas flores baratas/ besitos de novia las llaman/ que a montones nos regala un buen día de sol/ y que están a un tiro de piedra/ de nuestras calles sitiadas por el trópico.

Las flores, el más socorrido de los lugares comunes, devienen aquí recurso tanto estilístico como argumentativo: en el primer caso señalan  el ripio como elemento distintivo de la mala poesía. En el segundo parece enhebrarse una plegaria, cara a la tradición cristiana: Señor, señor, perdónalos porque no saben lo que hacen.

A mi modo de ver- y de leer-, ese es el corolario del libro : que, para bien o para mal, las vanas gentes están allí como elemento indispensable para diferenciar el trigo de la cizaña, cuestión que nos devuelve a la sentencia de los viejos sabios: nada es gratuito en este mundo. Por eso, aun los peores son necesarios para mantener el equilibrio en el  universo. 


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
https://www.youtube.com/watch?v=4nLp2WKgocU

martes, 14 de diciembre de 2021

Hay vida en las tablas

                                Fotografía:  Juan Felipe Díaz


Hasta el día en que, uno a uno, los gobiernos del mundo empezaron a decretar confinamientos por la pandemia de Covid- 19, la palabra cuarentena, igual que el vocablo peste,  hacía evocar siglos remotos, relacionados en nuestra imaginación  con tiempos de oscurantismo  y dominio de la superstición.

En cualquier caso, nos resultaba imposible ubicarlas en el presente, y mucho menos en el futuro.

De modo que todo fue como un mazazo repentino. De un momento a otro estábamos encerrados en casa- incluso los que no la tienen fueron llevados a la fuerza a “ hogares de paso”- sin saber muy bien lo que nos aguardaba en lo inmediato.

Como una reacción refleja, nos aferramos al recurso de Internet, una suerte de divinidad  profana que nos salvaría del aislamiento y la parálisis.

Fue así como empezamos a hablar de clases virtuales,  de teletrabajo, de la “nueva familia”, de nuevos usos de las redes sociales y hasta de liturgias y funerales transmitidos a través de la internet.

Según los que investigan esas cosas y hacen encuestas para todo, el intercambio sexual a través de las  pantallas se incrementó hasta el delirio.

Al comienzo el asunto funcionó como solución desesperada. Sobre todo para los artistas de la música y el teatro supuso la posibilidad de mantenerse en contacto con los públicos.  Incluso, a pesar de que  en un principio se ofrecieron funciones gratuitas, al poco tiempo se encontró la manera de cobrar para mitigar en algo las necesidades   de supervivencia.



Empecé a sospechar que la cosa andaba mal cuando me sentí a ver un juego del alicaído Barcelona. Desde luego, las tribunas estaban vacías, como correspondía a las  medidas tomadas. Al promediar el partido, el inefable Messi marcó uno de esos goles suyos que lo hicieron favorito de los dioses. Siguiendo un viejo instinto,  El diez  corrió  hacia las tribunas dispuesto a celebrar y se encontró con una viva estampa de la desolación : nadie   respondió a su alegría con gritos, cantos, tambores y agitar de banderas azulgrana. Desconcertado, miró a sus compañeros y estos no sabían si abrazarlo o no. Después de todo, corrían el riesgo de ser sancionados, ya no por el juez central, si no por  las autoridades sanitarias.

Desde ese día decidí no  ver más partidos de fútbol hasta que  el  público- es decir, la fiesta, -volviera a las  graderías.


Al fin y al cabo, el deporte es puesta en escena , ritual revestido de profundos simbolismos. Tanto, que escritores, poetas, filósofos, sociólogos y antropólogos se han encargado de mostrarlos y cantarlos  en detalle. Fue  Elías Canetti quien señaló que  durante el partido el público- los feligreses- le dan la espalda a la ciudad y  centran toda su atención en el ritual que los deportistas- sacerdotes-ofician en la cancha. Es así como se produce la transmutación del caudal de energía positiva y negativa acumulada  durante  la semana.

En el espectáculo como ceremonial, el gol deviene acto de comunión, igual que los gestos y palabras del oficiante en la misa o del actor en el teatro.

Así que, durante la primera fase del confinamiento,   deportistas y aficionados se extrañaron por igual. Poco importó que las empresas de  radio y televisión, ansiosas por recuperar el ritmo de sus ganancias, apelaran a la farsa del sonido ambiente pregrabado, con el fin de crear la ilusión de la ceremonia en vivo. Pero sucedió como en  las malas comedias norteamericanas enlatadas para televisión, que utilizan risas pregrabadas con el fin de estimular la hilaridad del público, pero siempre les sale al revés : el truco  provoca  desconcierto y acentúa la sensación de ridículo.


Fue en ese momento cuando mi hija, que estudia artes  escénicas y desde su niñez profesa una genuina devoción por el teatro, me recordó la similitud.

"Pasa igual cuando   transmiten una  obra de teatro por internet", me dijo. "Uno prepara la obra, ensaya, se   equivoca, acierta, repite el ensayo, hasta que se aproxima un poco a lo deseable. El director , los técnicos y los tramoyistas cumplen con lo suyo y los actores saltamos a las tablas convencidos de que lo estamos haciendo bien… hasta que alguien  prende la cámara y la magia se desvanece.  La  diferencia  es elemental: la obra se prepara para ser puesta en escena frente a un público presencial, que al final aprueba o reprueba. Al contrario,  la cámara crea una distancia, que de inmediato enfría la atmósfera y paraliza las emociones, algo vital para que la obra salga bien. Lo resumo: una obra de teatro  al frente de una cámara no es teatro sino televisión. Por eso el público se desconectaba tan rápido durante las funciones virtuales".

En este punto de su reflexión, pensé en la expresión entre perpleja  y abrumada del pobre Messi y de sus compañeros:  su rito era oficiado en el centro mismo de la nada. O lo que es lo mismo: para nadie. Por eso entendí  tan bien cuando, al anunciarse el retorno a las clases presenciales, mi hija empacó sus maletas y salió a toda prisa para su universidad. 

Después de  una espera que se le antojó interminable, al fin  hay vida en las tablas.


PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.

https://www.youtube.com/watch?v=4TN9x3M23GY


martes, 7 de diciembre de 2021

Me siguen, luego existo

                                   La fama


En tiempos de la antigüedad clásica el concepto de fama estaba relacionado con el de prestigio. De hecho , en el Libro IV  de La Eneida  de Virgilio se la concibe como La voz pública, engendrada por la Tierra  después de Ceo y Encédalo. En las imágenes más conocidas, aparece dotada de numerosos ojos y bocas. Tiene, además, la capacidad de volar con  gran rapidez.   A menudo se la asociaba con actos heroicos  en beneficio de los humanos.

Sin embargo, como tantas divinidades, tiene su lado oscuro y  en ocasiones aparece como un monstruo, un mal cuya capacidad de propagación lo hace más letal que cualquier otro.

Famosos por sus gestas fueron Moisés, Cristo, Alejandro de Macedonia, Cleopatra, Marco Polo o Cristóbal Colón, para mencionar sólo seis entre las grandes celebridades de la Historia.

                                   Cleopatra

Todos ellos contaban con numerosos seguidores que se encargaban de acrecentar su  aura de leyenda. Ese concepto, el de seguidor, ligado a caudillos y líderes religiosos se remonta entonces  a los comienzos de la Historia. En muchos sentidos, surgían por la combustión espontánea de grupos sociales empujados por su fuerza expansiva  o por una necesidad de trascendencia.

El famoso les daba así sentido a sus búsquedas.  En contraprestación, La voz del pueblo lo  elevaba a  tronos terrenales o celestiales.

Con el paso de los años, y tras el advenimiento de los medios masivos de comunicación,  la noción de fama y de famoso se desdibuja y degrada hasta  convertirse en sinónimo de algo o de alguien que aparece de manera repetida en las portadas de las revistas o en los programas de televisión.

Internet lleva esa transformación hasta límites no sospechados. En este caso, famoso es aquel que trabaja para multiplicar su imagen en las redes sociales. Ya no se necesita de una voz colectiva que reconozca y valore sus méritos:  con algo de tiempo y habilidad, el  famoso o aspirante  a serlo puede encargarse de esa tarea.


El fulano puede ser a la  vez su propio asesor de imagen, su jefe de prensa, su publicista y su jefe de mercadeo

Da igual si lo que  dice  o hace es bueno o malo en el sentido ético o moral de la expresión. Es decir,  que su valor intrínseco resulta insignificante. La idea de prestigio, que en un comienzo tuvo una connotación positiva , se disuelve. El público ya no necesita de criterios- algunos dicen que nunca los tuvo- para calificar si una acción política, un libro, una canción, un espectáculo  o un deportista están revestidos de belleza, de calidad, profundidad, armonía o contenido. Viejos principios que , durante siglos, ayudaron a ubicar los actos humanos en dimensiones que  contribuían  a comprender y evaluar los aportes de individuos  y grupos sociales al devenir de la humanidad.



Fue así como los factores cualitativos fueron remplazados por los cuantitativos. Ya no importa por qué siguen al héroe. Sólo interesa  saber cuántos lo siguen.

Son esas cifras las que le dan peso y densidad existencial en el cuerpo de la sociedad: Me siguen, luego existo, es la curiosa ley que rige esos dominios.

¿ El resultado? Al consumidor de información le resulta cada vez más difícil diferenciar entre buenos y famosos.

Pero Internet ha servido también para denunciar infamias, corruptelas y abusos  que en otras épocas eran  silenciados con facilidad, dirán muchos de ustedes. Y les asiste toda razón.

Pero el asunto hoy es otro.

Si las acciones del héroe o el famoso contemporáneo  son beneficiosas o dañinas resulta irrelevante, con tal de que le permitan incrementar el número de  sus seguidores. Por eso  puede tratarse de un asesino como Popeye el Sicario, el futbolista de una liga de élite, un cantante mediocre  salido de un Reality Show, el demagogo consagrado a alimentar el pánico entre sus seguidores para ofrecerse como redentor o  una actriz dedicada a propagar sus chismes de cama entre las audiencias.

El truco es simple: usted sólo debe encontrar la manera  más rápida de que la gente digite Me gusta o Reenviar. De ahí en adelante el fenómeno  se alimenta de sí mismo, soportado en el principio de rebaño, tan conocido en el reino animal al que pertenecemos los humanos.

Cuantas más  personas pulsen los iconos acordados, más individuos se sumarán al cardumen. Así de fácil se construyen partidos políticos, glorias del deporte, fetiches del mundo del espectáculo, pastores de sectas religiosas… o grupos de exterminio. Porque en este singular universo hay para todos los gustos. Al fin  y al cabo, el secreto consiste en que algo o alguien se convierta en tendencia hasta hacerse viral, dos palabras caras  al mundo de las redes sociales.

No es difícil adivinar el paso siguiente. Cuando el número de seguidores supera ciertos límites, el famoso se convierte en una vitrina. Muchas empresas lo buscarán para promocionar  productos  y servicios en sus redes. Entonces su codicia aumentará y buscará nuevas maneras de generar tráfico en Internet: la ecuación puede elevarse hacia cotas demenciales.



Andrés Botero, periodista amigo, se preguntaba- y me preguntaba- qué diablos podía explicar  el fenómeno de influenciadores- así les dicen- como La Liendra o Epa Colombia, cuyo  número de seguidores no para de multiplicarse. “¿ Cómo se entiende semejante estupidez?”.  Me dijo un día, al borde de la  desesperación.

“No hay misterio”, le respondí. “Es la vieja y conocida estupidez humana. Sólo que elevada hasta la exasperación. Y, como el universo, es infinita”-  le salí al paso. “Así que no desespere: ya vendrán tiempos peores”.


PDT . les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.
https://www.youtube.com/watch?v=eRQ3irjdpDw