Con esa
inclinación irrefrenable de los paisas hacia las palabras en diminutivo, mi amigo Germán Gómez calificaba de “ Medio
hijueputica” a un sujeto que en realidad era un bandido con todas las de la ley: ladrón del erario público, chantajista
y asesino en ciernes, el tipo se paseó durante años por los salones de la parroquia recibiendo la diaria
dosis de adulación de un grupo de
ciudadanos convencidos del carácter
relativo de la ética. En ese peculiar código de valores las cosas son
buenas o malas dependiendo del grado de conveniencia . En esencia la idea se basa en una conocida
premisa de los filósofos pragmáticos: el fin justifica los medios, sin importar cuán perversos sean estos. Amparados en esa lógica,
líderes de masas como Joseph
Stalin en la antigua Unión Soviética o
Mao Zedong en la China comunista encarcelaron, desterraron , torturaron
y asesinaron a millones de seres humanos
con el argumento de que ese era el precio a pagar por la conquista de la equidad económica y
social. En el otro polo ideológico igual cosa hacen los Estados Unidos de
América y sus aliados desde hace más de un siglo invocando el noble pretexto de
la defensa de la libertad.
Con algunas
variaciones, esa idea no ha hecho cosa distinta a mutar y fortalecerse. En una
de las entrevistas concedidas por el
ciclista Lance Armstrong, el hombre intentó justificar sus fraudes con el
siguiente razonamiento: “El ciclismo profesional es un deporte con unos niveles de exigencia difíciles de
imaginar para el ciudadano de la calle.
El cuerpo humano tiene sus límites. Así que
si uno quiere alcanzar la cima no
existe alternativa distinta al dopaje. Todo el mundo lo hace. Solo que en esta
ocasión me correspondió a mi cargar con
el castigo”. Si ustedes se fijan bien, el ciclista se presenta como víctima. El
culpable de todo es el mundo con sus exigencias de éxito ilimitado. Pero el
hombre omite deliberadamente un detalle: en uso de su libre albedrío, cualquier persona puede renunciar
a la búsqueda del éxito si el precio de
este es la enajenación de sus convicciones. Pero no fue así. Como
tantos, otros, Armstrong prefirió acudir a su proveedor particular, ya no de
fármacos sino de ética portátil.
Sumo y sigo. Hace poco un conocedor de los asuntos
informáticos me sacó de dudas: “En términos generales- dijo- los hackers son unos buenos tipos. Si asaltan los
sistemas de seguridad de muchas empresas, es para
alertarlas sobre su fragilidad. El paso
siguiente es ofrecerles un modelo, sino invulnerable, si mucho más resistente a
los ataques” . El viejo truco de la justificación de los medios por el fin afloraba de nuevo trasladado ahora al
universo digital.
Vamos despacio, le dije. ¿Esas prácticas no las
inventaron los mafiosos calabreses
en las calles de Chicago? Si mal no
estoy, el método era el siguiente: los capos enviaban un pelotón de
rufianes a destruir las instalaciones de
los negocios de un vecindario, así como a amenazar y golpear a los dueños y sus
familias. Al cabo de unos días mandaban
otra cuadrilla de matones
ofreciendo servicios de protección a cambio de unos elevados honorarios. Poco más o menos lo mismo hacen hoy muchas de las mafias de
laboratorios que controlan el negocio de
los medicamentos: inventan enfermedades para vender el remedio. Con un añadido:
en su peculiar visión de la ética vuelta de revés aparecen como benefactores. Una vez más, el afán de
lucro justifica la trampa.
Quizás la clave
del drama resida en que, con algunas diferencias de matiz, todos llevamos en el bolsillo nuestra
provisión particular de ética
portátil. No tuve otra alternativa. Lo hice por el bienestar de
los míos. Si no lo hago yo lo hace otro. No calculé las consecuencias.
No soy tan bobo como para desaprovechar las oportunidades, son algunas entre
las cientos de frases adaptables a todas
las circunstancias, dependiendo de nuestros intereses del momento. Solo así
entiende uno las declaraciones de un vocero del Departamento de Estado
norteamericano por los días de la invasión
a Irak con el pretexto de unas inexistentes armas de destrucción masiva.“Si. Se perdieron algunas vidas y unos
cuantos edificios y monumentos resultaron destruidos. Pero eso fue algo relativamente perverso, comparado
con lo que pudo haber hecho el enemigo” dijo
el fulano y siguió bebiéndose su lata de
Red Bull, convencido del carácter relativo de la ética.