Como todo pueblo tiene su estereotipo, desde este lado del mundo nos acostumbramos desde muy temprano a ver a los alemanes como el resumen de una racionalidad expresada en la vida diaria en unos niveles de mecanización casi exasperantes. Por fortuna, los estereotipos son solo eso, porque el mundial de fútbol que finalizó hace unas semanas en Suráfrica nos proporcionó, entre otras dichas terrenales , por obra y gracia de un pulpo vidente, una muestra de pensamiento mágico reeditada en la mismísima cuna de Enmanuel Kant, Friedrich Nietzche, Friedrich Hegel y Karl Marx, integrantes de una de las más célebres delanteras en la historia del pensamiento de todos los tiempos.
Que en América Latina los números de la lotería aparezcan anunciados en el lomo de los peces, o que los muertos realicen intervenciones quirúrgicas es un asunto de todos los días. Pero que en la tierra de los déspotas ilustrados los moluscos cefalópodos se dediquen de manera rutinaria a pronosticar resultados de partidos de fútbol, resulta tan alucinante como el estruendo de las vuvuzelas en los juegos del mundial. Ya nos imaginamos los titulares de la prensa europea si el pulpo de marras tuviera su sede de operaciones, digamos, en Lima, Barranquilla, Manaos, Tegucigalpa o Veracruz : “ Visionario marino en los tristes trópicos” , “ Insólito : En república bananera creen en los designios de un pulpo adivinador” , “En Macondo surge un crustáceo que acierta en los pronósticos”. Al fin y al cabo lo que seduce a los europeos de nuestras literaturas desde los tiempos del boom es que corresponden , línea por línea, no a lo que somos en realidad, sino a los que ellos quisieran que fuésemos: buenos salvajes, irracionales, impulsivos y dispuestos siempre a creer en cualquier verdad acuñada por un pregonero de feria. “Realismo mágico” bautizaron a esa manera de poetizar el mundo desde la palabra escrita.
Pero en este caso, los más sesudos analistas han intentado explicarnos en los términos más disímiles lo que , mientras no se demuestre lo contrario, constituye apenas una sucesión de coincidencias. Desde la teoría de las probabilidades hasta las leyes del azar, pasando por los mas osados, que hablan de un paciente y minucioso análisis por parte del animal en cuestión.
Como todas las conclusiones conducen invariablemente a un callejón sin salida, lo único claro de todo esto es que los seres humanos, en Ayacucho, en Bonn o en Johanesburgo, seguimos siendo los mismos desde el comienzo de los tiempos: frágiles criaturas sedientas de algún dato en apariencia sobrenatural que nos redima del carácter vacuo y predecible de la experiencia cotidiana. Lo único que ha cambiado- ya nos lo han recordado tantos- es el ropaje que conocemos con el nombre de tecnologías, desde la invención de la rueda y el aprovechamiento del fuego, hasta los modos de comunicación desarrollados a una velocidad de vértigo por la llamada revolución digital. De modo que los alemanes tampoco eran como nosotros queríamos que fuesen : imperturbales y gélidas criaturas gobernadas por el cerebro y negadas para experimentar el cúmulo de emociones que, según la mitología al uso, conforman la esencia de nuestra identidad. Bastó con el hábil de aprovechamiento del animal favorito de los dibujantes de historietas, dedicado durante varias semanas a escoger entre los nombres de dos secciones de fútbol puestos al alcance de sus tentáculos, para revelarnos de golpe que, contra las evidencias implícitas en las diferencias de idioma, etnia, color de piel y devenir histórico, todos estamos hechos de la misma impagable y sorprendente materia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Ingrese aqui su comentario, de forma respetuosa y argumentada: