Durante el mes de marzo se originaron en Risaralda tres noticias en apariencia aisladas, pero que al ser observadas con atención revelan un entramado que permite al menos entender parte del drama derivado de unas violencias que a los colombianos se nos volvieron seña de identidad. Aunque pretendamos eludirla amparados en esa retórica dulzona basada en la idea de que “los buenos somos mayoría” omitiendo de paso que también – y sobre todo- se es malo por omisión.
Hagamos memoria entonces. Primero fue el Incoder anunciando que se recuperarían las treinta y ocho mil hectáreas de tierra entregadas de manera irregular en el Vichada al ex senador Habib Merheg y sus amigos en Pereira. Unos días después, y sin conexión de causalidad con lo anterior, fueron asesinados en zona rural del municipio de Pueblo Rico los integrantes de una familia de desplazados - “ emigrantes” diría el sofista José Obdulio Gaviria- que había llegado a la zona alentando la esperanza de que las cosas podían empezar de nuevo y de mejor forma. A la semana siguiente desembarcó en la región el ex presidente Ernesto Samper Pizano con el fin de exponer lo que, en lugar de una tesis parece un juego de pirotecnia verbal: “El manejo del conflicto dentro del posconflicto”. O al revés. Da igual.
Allí están dibujadas con claridad- para utilizar una palabra cara al lenguaje militar- las coordenadas de esta nueva avanzada de una guerra que no cesa aunque, los agentes cambien de nombre a cada momento. Paramilitares, guerrilleros, bandas emergentes, Bacrim… para el caso da lo mismo, porque el despojo y los muertos son reales, tan reales que tienen biografía y nombre propio. En el caso de Pueblo Rico, tres de las víctimas se llamaban José Laureano, María Fabiola y Andrés. En primer lugar, como si no acabáramos de salir del feudalismo aunque utilicemos el ropaje tecnológico de la modernidad, la apropiación de la tierra ya sea mediante métodos violentos o a través de recursos en apariencia legales, sigue siendo una constante. Y no es para menos: aquí ya no se trata de la tierra como medio para sembrar alimentos. A lo que asistimos es a la disputa por la tierra como un fin, pues está llena de agua y minerales, bienes bastante codiciados y ya sabemos que cuando la codicia está de por medio la gente se vuelve muy, pero muy mala. En el caso colombiano entonces la ecuación violencia- tierra sigue siendo la misma que en los tiempos de la colonia, de la Guerra de los Mil Días y de la disputa entre liberales y conservadores, aunque eso sí, con métodos más brutales.
Para cerrar el cuadro, viene entonces ese truco perverso de no llamar a las cosas por su nombre, haciéndole de paso el juego a quienes saben muy bien que las palabras pueden tanto aclarar la realidad como oscurecerla. Por eso hablamos de falsos positivos en lugar de crímenes y convertimos a los desplazados en emigrantes. Ahora entonces se nos volvió moda decir que estamos en una situación de “ posconflicto” El resultado es que empezamos a creernos el cuento de que lo peor ya pasó, cuando en realidad los agentes de la guerra andan plantando las semillas por todas partes. Solo que ahora despojan en el campo y habitan en las ciudades, generando estragos en los dos frentes, como si fueran los emisarios de una plaga encargada de arrasar esta terra nostra que un día se nos antojó tierra de promisión.
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ResponderBorrares difícil entender, que con el paso del tiempo la situación en Colombia sea mas atroz, hasta el punto de llegar a jugar con la integridad moral de una persona después de muerta, y luego echarle la culpa a los grupos emergente que aunque en parte tiene culpa por los despojos de tierras, la mayor parte de la culpa la tienen los de corbata que por beneficiarse hacen cosas perversas y maquiavélicas para después esconder la realidad.. hasta que punto podrá llegar esta sociedad modernista que en vez de avanzar cada ves retrocede un paso.
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