¿ Usted por qué mantiene un blog si es un dinosaurio que se niega a usar teléfono celular, con todo lo útil que es ese aparato?
La pregunta me la soltó a quemarropa, sin mediar saludo, un profesor de álgebra que escribe versos despechados en sus ratos libres. Digamos que como poeta es bueno para explicar las ecuaciones de tercer grado. El asunto es que, como me disponía a cruzar una congestionada calle céntrica, si le prestaba atención corría el riesgo de engrosar las estadísticas de los ciudadanos distraídos atropellados por el Megabus. De modo que me vi obligado a ignorarlo y a responderle a través del artículo que ahora quiero compartirles a ustedes que, supongo, coinciden a pie juntillas con ese calificativo que me emparenta con las criaturas de Parque Jurásico.
Así que voy a exponer un par de razones. Me niego a usar teléfono celular-o móvil, como dicen los que emigraron a España en las últimas dos décadas- no porque desconozca su utilidad en algunos casos extremos, como encontrarse perdido en una remota selva del Matto Grosso, por ejemplo. Mi aversión obedece a que en los últimos años he ido perdiendo a queridos compañeros de tertulia por culpa del aparato. Peor que si se hubieran ido a la guerra o se hubieran ganado el baloto. Sucede que uno se sienta con las personas, digamos a almorzar o a tomarse un café y ya no puede sostener una conversación coherente- decir amena sería mucho pedir- porque cada cinco minutos la interrumpen para contestar el teléfono. “ Perdón, Tavo”, me dicen con desgano y se retiran a contestar la llamada en un rincón. Pasados otros cinco minutos regresan pronunciando una frase de ofensivo automatismo “ ¿ En qué ibamos? ¡Ah si... claro !” Eso para no hablar de los mensajes a través de la black berry. Usted puede estar diciéndoles que la muchacha deseada durante tanto tiempo acaba de regresar para complacer al fin sus fantasías o anunciándoles la muerte de su santa madre y ellos no despegarán la mirada de la pequeña pantalla mientras asienten con la cabeza y responden con interjecciones del tipo ajá,mmm, aaahhh. Con ese estado de cosas lo mejor es dejarlo así.
Con el blog me pasa todo lo contrario. Sucedió que un día, por accidente o por decisión , en el periódico donde mantengo una columna me colgaron un texto sobre Rodrigo Rivera, el ministro colombiano de la defensa, a propósito de sus piruetas políticas. La primera tentación fue armar una pataleta y convertirme en mártir de la libertad de expresión. Pero el recurso me pareció artificioso de entrada pues, de hecho, en internet es imposible la censura. Ni siquiera regímenes tan asfixiantes como el chino o el cubano han logrado impedir que los disidentes se expresen a través de estos circuitos. Fue asi como empecé con un artículo sobre el ministro, titulado “ Con otras palabras”. Pueden encontrarlo al comienzo de este blog que , espero, tenga la suficiente dosis de ácido como para hacer honor a su nombre. Lo demás son valores agregados. El hecho de gozar de completa libertad obliga a que la responsabilidad sea también absoluta. Me refiero a la forma y al fondo. A la precisión de los datos, al respeto por los interlocutores y al cuidado del estilo. Es como estar desnudándose en público cada semana. Y eso , a mi edad conlleva sus riesgos. Sospecho que esa es la principal razón por la que algunas mujeres que en otra época de mi vida llegaron incluso ¡Ay! a desearme ignoran mi presencia cuando nos cruzamos por la calle.
Espero que con estos párrafos haya conseguido tranquilizar al profesor que fatiga las aulas con su eterno libro de Baldor bajo el brazo y de paso a los pocos amigos que todavía me quieren, aunque en los cada vez más espaciados encuentros me saluden con una frase que mas parece una sentencia bíblica : “¡ Usted como no tiene un puto celular donde ubicarlo!”.
Profe, a mi también me resolvió la inquietud.
ResponderBorrarSaludos.
Diana L. ortega
"Gus, por qué no consigue un bellaco celular?". Eso pensaba decirle algún día, pero leerlo en la red me calmó esa exhortación.
ResponderBorrarY los amigos estamos allí, a la espera de un feliz encuentro en Anarkos o en cualquier otro memorioso cafetín del centro.
Saludo,
Abel
Hola, Dianita ¿ si ve que este medio también es muy bueno para volverse a encontrar? me alegra mucho tener noticias suyas.
ResponderBorrarQuerido Abelgomo. La ventaja de este medio es que uno no tiene que interrumpir al otro. Cada vez que lo desee puede volver al texto.
ResponderBorrarDisfruto enormemente con este tipo de acidez, gracias por la disciplina con la columna. Esto demuestra -una vez más- que problema no es la tecnología, sino el uso. Gustavo: Lo mismo sucede con el celu'. Sería bueno verlo y leerlo sorteando esos avatares también, que seguro suscitarían más de un buen texto.
ResponderBorrarSaludos.
Por supuesto, amigo Olave. Lo mío es solo una arbitraria decisión personal, no una condena a lo que haga o deje de hacer el prójimo con sus aparatos que es también, por supuesto, otra decisión inalienable.
ResponderBorrarApreciado Gustavo, ese para de razones me permiten decir que ud está más en el mundo escribiendo que los que solemos contestar la llamada del celular, no sólo ahorra ud todos los embelecos, dinero, agravios, entuertos y unas furias ni las tremendas con las compañías de celulares, sino que también las molestias de las llamadas indeseadas. En fin, largo trayecto ese el de vivir sin celular, pero al fin de cuentas creo que vive ud más tranquilo.
ResponderBorrarApreciado John Harold. Y yo que pensaba que las empresas de telefonía celular- por alguna ignota razón nacidas muchas de ellas en las heladas y oscuras tierras de Escandinavia- habían sido puestas en el mundo por las divinidades para felicidad de los mortales, tal como lo hicieron con el Jardín de las Hespérides.
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