Después de varios meses volví a encontrarme con el combo de profesores jubilados que se reúnen en uno de esos cafés de la vieja guardia, que han desaparecido para ser reemplazados por lugares asépticos e impersonales donde la gente tiene que tomarse el café de pie o sentada en unas sillas incómodas diseñadas para expulsarlo a uno a los tres minutos.
En esa ocasión discutían sobre dos asuntos : el pobre nivel de la última Copa América y la sucesión ininterrumpida de escándalos que ocupan durante una semana la atención de los colombianos, para ser reemplazados a la siguiente con el destape de otra olla podrida, como si en lugar de un robo desvergonzado al patrimonio público se tratara del nuevo capítulo de un reality show.
Descarté el primer punto, porque la clasificación de Uruguay y Paraguay a las finales representa para mi el fin de “O jogo bonito”, esa frase inventada por los brasileños para recordarnos que una vez existió un lugar de la tierra ( algo así como el Aleph del cuento borgesiano) donde la poesía y el fútbol se tocaban. Además, los anfitriones de ese deslucido torneo padecen hoy una versión perversa y refinada de la tragedia clásica : Lionel Messi, que juega tocado por la gracia en el Fútbol Club Barcelona, en definitiva no se siente argentino y ya sabemos que sin genuina pasión poco o nada funciona en este mundo.
Así que, masoquistas al fin y al cabo, optamos por ocuparnos de esa especie de agujero negro que es la corrupción en el mundo y de sus perversas variantes colombianas, capaces de producir incluso retorcidas versiones, como esa que llevó a uno de los yupies Nule, convertido de repente en filósofo escéptico, a afirmar que “la corrupción es inherente a la condición humana”. Supongo que lo aprendió en la escuela de altos estudios de ese otro iluminado llamado José Obdulio Gaviria.
-Hay algo que me parece sospechoso en esa especie de acuerdo tácito entre el gobierno, el aparato de justicia y los medios de comunicación, les dije. Tanto que es fácil detectar la mecánica. El primero anuncia en uno de esos Pactos por la prosperidad- la versión santista de los consejos comunales de su antecesor- que tiene una noticia gorda sobre un nuevo caso de corrupción. A los pocos días la fiscalía suelta una serie de datos sobre el entuerto y sus presuntos responsables. Acto seguido, los medios de comunicación se arrojan sobre la presa con el talante frenético de un tiburón hambriento frente a un cardumen de peces. Por un momento, uno tiene la sensación- alcanza incluso a alentar la esperanza- de que al fin la justicia posará su balanza sobre esta tierra de impunidades y olvidos. Hasta que cae en la cuenta de que, salvo alguna inexplicable excepción, nunca encarcelan a los verdaderos responsables, que siempre encuentran la manida coartada de decir que todo sucedió a sus espaldas, omitiendo el pequeño detalle de que la magnitud del delito hace que la comisión de este resulte imposible sin su consentimiento. Al final, le entregarán a la cada vez más indiferente opinión pública unos cuantos mandos medios, para que se quede tranquila y siga viendo sus dramatizados sin incómodos ataques de indignación.
- Es el viejo truco del gato, insistí. Cualquiera que haya vivido al lado de uno de esos animales, sabe que tienen la costumbre de esconder la mierda debajo de un montículo de tierra o de arena. Una vez consumado el disimulo pasan a otra cosa, como hacer la siesta, perseguir gatas en los tejados o descuerar ratones distraídos, hasta que llega el momento de esconder la otra porción de mierda. Así se les va la vida. En nuestro caso, los escándalos hacen las veces de tierra o de arena que oculta las verdaderas dimensiones del oprobio. Como que unos fulanos se robaron la plata de la salud mientras la gente se muere en las puertas de los hospitales. O que mientras un ciudadano empobrecido puede tener problemas con la Dian por no pagar los impuestos, una legión de ratas de alcantarilla saquea los recursos públicos en cifras que alcanzan billones. Pero tranquilos: para eso existen en este país montañas de tierra y arena: para que los ladrones de los bienes públicos puedan dorarse frente al mar caribe mientras su botín se multiplica en un paraíso fiscal, lejos del alcance de jueces y prójimos envidiosos.
Asi es nuestra hermosa tierra latinoamericana, esa tierra de impunidades y olvidos como elegantemente llama. Eso que usted cita como "Pactos por la prosperidad", en mi pais se conocia como "Acuerdo patriotico" que era un concilio de politicos de distintas ideologias que sin embargo compartian la avidez por la ideologia del dinero. Creame, el truco del gato, aqui el gobierno actual lo tiene mas refinado y lo aplica a rajatabla. Cada vez que se destapa un escándalo de corrupcion, los viejos operadores politicos, inmediatamente sueltan el cebo-ratón de un juicio o persecucion a un personaje de la oposicion para que los gatos de los medios husmeen en otra direccion, y tierra al asunto del escandalo en cuestion. Saludos.
ResponderBorrarEstimado José. Debe ser por eso que la retórica al uso ha hablado durante décadas de "la hermandad latinoamericana" : nos une la lengua y las prácticas de nuestros pillastres locales, desde el sur del Río Grande hasta la Patagonia.
ResponderBorrarGustavo, así se van los días en esta latinoamérica. Llegan a ser tantos los implicados que en ese número infinito se esconden y hasta la corrupción se vuelve corrupta para sí misma. Saludos.
ResponderBorrarApreciado tocayo esquimal : si lo afirma usted, que está radicado en la cuna del PRI, esa especie de universidad de la coima, la plutocracia y la corrupción que expandió sus secuelas por todo el continente, qué podemos decir por estos pagos.
ResponderBorrarUnos pagos más al Este estamos igual. Ya ve usted cómo después de una década de creerse próspera y moderna, España se desmorona. Algunos creímos que los Indignados de la Plaza del Sol y Barcelona, hartos del abuso de poder, conseguirían mover un poco las cosas. Hasta daba la impresión de que el movimiento se propagaría por otras capitales europeas gracias a los recursos de la red. Nada. Estamos sujetos a una maquinaria que nos supera; usted sabrá, mucho mejor que yo, de las alianzas de la política y el cuarto poder. Me contagia su indignación, su pulso, su necesidad de denuncia, pero en cambio discrepo en que para mí la situación no es geográfica ni histórica, sino pura genética humana. No hay país que se libre. Bueno, sí: Islandia, con su revolución curiosamente silenciada.
ResponderBorrarEn fin, disculpe mi intromisión en un plano que no es el mío, yo sólo escribo ficción y seguramente eso ya me descalifica, no suelo implicarme en estas cuestiones. Sólo quería decirle que me llegó a fondo su denuncia. Un cordial saludo.
Todo lo contrario,Susana : no hay nada que exprese tan bien las distintas aristas de la realidad como la ficción. Muchas gracias por su mensaje.
ResponderBorrarYo he vivido en Londres durante más de 30 años y siempre me ha desconcertado la convicción de muchos extranjeros, en particular latinoamericanos y españoles (son los que más trato), sobre la supuesta incorruptibilidad de los ingleses. Los gatos y los hombres tienen básicamente las mismas virtudes y defectos en todas partes, creo yo. La diferencia entre unos y otros es cómo limpian después de evacuar. Aquí en Gran Bretaña, la sociedad todavía tiene cierta capacidad de repudio, todavía espera y exige que la policía y los jueces y hasta los políticos hagan algo para enderezar lo que ven torcido. Y los policías y los jueces y los políticos todavía tienen capacidad de respuesta ante el repudio popular. Es por eso que tuvo tanta repercusión, por ejemplo, el escándalo de los gastos de los parlamentarios, que ellos concebían (con cierta justificación) como una forma de redondear sus salarios. Esa es la diferencia que yo percibo: los gatos gordos ingleses también hacen de las suyas, pero la reacción del “perraje”, de la gente común, también tiene su peso y eso reduce la impunidad.
ResponderBorrarDon Lalo : No sabe cuanto me alegra encontrarlo en esta mesa de diálogo en la que solo faltan el mate y el café. En realidad ningún lugar de la tierra escapa a esa suerte de plaga bíblica que un gran poeta y compatriota suyo resumió en unos versos memorables. Me refiero, por supuesto, a Enrique Santos Discépolo y la admonición que palpita en cada una de las palabras de Cambalache.
ResponderBorrarUn abrazo.