El periódico El
País de España publicó la historia de un joven colombiano afectado de esquizofrenia, golpeado como miles de sus
compatriotas por las últimas medidas del gobierno español contra a los inmigrantes
indocumentados residentes en su territorio.
A pesar de
encontrarse en estado grave el hombre fue despojado de cualquier tipo
de atención en salud, en evidente
violación de los más elementales derechos de las personas. Su tratamiento
demanda productos de alto costo. Desde entonces, igual que en muchos otros
casos similares, una organización no gubernamental de derechos humanos se
encarga de la atención médica básica y del suministro de los medicamentos esenciales para el control
de la enfermedad. Como no disponen de
presupuesto, no pueden comprar los de última generación y eso conlleva efectos
colaterales en la salud del paciente. De ese tamaño andan las cosas para un
alto porcentaje de ciudadanos del mundo llegados a la península en el último
cuarto de siglo, alentados por las
ofertas de empleo promocionadas por los
sectores público y privado. “ Hay laburo en España”, exclamaban los argentinos
acorralados por el descalabro de
comienzos del siglo XXI. “Camello es lo que sobra en la madre patria” repetían
por el teléfono los colombianos
instalados en Madrid, Bilbao, Valencia o Barcelona, animados por las
coloridas visiones de un mundo donde la siempre aplazada promesa del consumo y la
prosperidad se hacía por fin realidad.
Pero en los últimos dos años los colores se
desvanecieron y el tono gris de la incertidumbre pasó a ocupar el pleno de la
vida social. El Partido Popular,en cabeza de
Mariano Rajoy, retomó el poder después de un amargo paso de los
socialistas por el gobierno en una España
obligada a despertar de un solo golpe
a la dura realidad. Su copartidario
José María Aznar , había sido el encargado de capitanear la nave de los
nuevos ricos que surcaba la geografía entera de Europa, al modo de una Armada
Invencible rediviva. Los detalles los
conocemos de sobra: una industria de la
construcción creciendo a ritmos
demenciales. El sector turístico acogiendo más visitantes que nunca. El campo reactivado y atrayendo a jornaleros
internacionales que hablaban en todos los idiomas. En fin , los
restaurantes y las discotecas
multiplicándose al ritmo del espíritu hedonista exacerbado por las décadas de penurias padecidas durante los tiempos del franquismo
¡ Venid, comprad y follad! Decía el graffiti pintado en un muro de La gran Vía,
como resumen último de esa nueva religión forjada con los millones que no paraban de circular. A su
vez, los voceros del establecimiento
parafraseaban sin darse cuenta el llamado
de un viejo y barbudo enemigo, cuyo fantasma no tardaría en recorrer de nuevo los caminos de una Europa asustada por las sucesivas bancarrotas de sus optimistas
socios. Trabajadores de todos los países, venid
a nosotros, era la consigna. Al fin y al cabo se precisaban miles,
millones de brazos para levantar el
edificio del progreso.
Con los síntomas
iniciales surgieron las primeras voces de advertencia provenientes de unas
pocas mentes lúcidas. “En realidad no hay tal crecimiento económico. Se
trata de un espejismo provocado , entre
otras cosas, por el ininterrumpido flujo de dinero proveniente del lavado de
divisas en sus distintas modalidades. Si no
ponemos el freno a tiempo, a la vuelta de unos meses estaremos peor que
los griegos” sentenció en su columna de El País un agudo profesor catalán de
apellido Oriol. Como era verano y la mitad del país- incluidos varios millares
de inmigrantes empecinados en parecer
españoles derrochadores- se encontraba en las doradas playas de la Costa del Sol o alucinando
en un festival de música electrónica en Ibiza, casi nadie leyó la columna. Ni
siquiera los tecnócratas de los ministerios se detuvieron a pensar. Después de
todo, según su mística particular, el
tren del desarrollo no lo detiene nadie.
Por eso mismo, nadie quiere asumir responsabilidad frente
a los inmigrantes llegados por millones a la tierra prometida donde el Real Madrid y el Barcelona fungen como las
últimas divinidades sobrevivientes. Un día los invitaron a trabajar y hoy los echan por la puerta de
atrás. Pragmatismo político, llaman algunos a eso. Cinismo puro y duro, claman
en las plazas los atrapados sin salida.Les comparto enlace al artículo mencionado al comienzo
http://politica.elpais.com/politica/2012/08/13/actualidad/1344887067_861222.html
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ResponderBorrarRetomo aquí un comentario anterior, que borré, sobre una noción de Freud, “alucinación negativa”. Decía que la alucinación negativa consiste en no ver lo que está a la vista de todos, en este caso la crisis que acechaba, una elegante vuelta de tuerca a la alucinación convencional, que por supuesto consiste en ver lo que no está allí, o sea la prosperidad aparente. Agregaba que “lo de España, como otros procesos económicos, sociales y políticos (piensen ustedes en las lacras de algunos gobiernos que nos empeñamos en no ver), fue una alucinación negativa clásica. ¿Pero acaso no era también una alucinación ver la prosperidad… que era aparente? Espero tu dictamen, amigo Gustavo. En principio, creo que las alucinaciones negativas son más tranquilizadoras… y su precio más elevado.
ResponderBorrarMi querido don Lalo: a juzgar por la dimensión del estropicio, la "alucinación positiva" fue de proporciones mayúsculas; tanto que muchos inmigrantes se olvidaron del motivo inicial de su viaje( trabajar y ahorrar) y se consagraron a vivir la ficción de nuevos ricos en la que estaban embarcados los españoles.Coches, pisos, viajes,marcha y muchas incursiones en centros comerciales se convirtieron en parte de sus hábitos diarios. Por eso la bancarrota los sorprendió sin un céntimo, muchas deudas y pocas opciones a la vista en sus países de origen como para pensar en el retorno. Frente a ese panorama no les quedaba alternativa distinta a la de la "alucinación negativa".Para ilustrar esta última nada más preciso que el viejo y socorrido símil del avestruz que entierra su cabeza en la arena.
ResponderBorrarLa crisis golpea a todos, claro, a todos los que están debajo, sin importar demasiado si son nativos o inmigrantes. De otra manera, cómo se puede entender que mientras a la gente común se le esté ajustando el cinturón hasta el cuello, en contrapartida los políticos siguen despilfarrando el dinero público, como el caso del Senado español que gastará casi medio millón de euros en la renovación de su página web, como si fuera de vital importancia. La famosa burbuja inmobiliaria es consecuencia del espejismo económico que los gobernantes proyectaron irresponsablemente, sumada a una corrupción sin precedentes, donde se subastaron hasta las playas para construir hoteles y urbanizaciones. Es increíble cómo hasta hicieron desaparecer cerros enteros por la voracidad del urbanismo salvaje y depredador, sin medir adecuadamente el impacto ambiental. Por otro lado, aparejado a ese boom urbanístico, los bancos hicieron de las suyas concediendo hipotecas a diestra y siniestra. Recuerdo bien, (estuve ahí para ver de cerca) que aquel ciudadano que siguiera pagando alquiler por su vivienda en vez de “comprarse” un piso era visto como un gilipollas. Me consta que muchos inmigrantes latinoamericanos cayeron en la trampa, incluidos algunos conocidos míos. Como usted bien resalta, nadie se puso a reflexionar sobre los riesgos del “milagro español”. A final, con la debacle encima, otra vez los políticos, descargaron la mayor responsabilidad sobre los ciudadanos, repitiendo hasta la saciedad, como un mantra, aquella cínica sentencia: “habéis vivido por encima de vuestras posibilidades”.
ResponderBorrarLos ùnicos que nunca viven "por encima de sus posibilidades" son los polìticos y los tiburones de la especulaciòn financiera, apreciado Josè. Recuerde usted que mientras el gobierno nortemaericano destinaba recursos pùblicos al rescate de los bancos, los ejecutivos de estos últimos se aumentaban el sueldo, como si nada estuviera pasando.
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ResponderBorrarSomos egoístas Gustavo, no sé si es peor al estar bien, o cuando llegan las penurias. Es una lástima que a España le pase esto, algo a lo cual nos andamos acostumbrando por estos lares gracias a la corrupción y los políticos, bueno, y nosotros también que estamos con anestesia, poco nos importa y hasta esa corrupción puede ser, ahora, una institución del Estado. Con leer los comentarios existentes en la página web de EL País acerca de la nota que usted menciona, bueno, Puede hacerse un ejercicio sobre la xenofobia; hasta en el Espectador encontraremos poco respeto por el otro. Acá en México, me dicen que recibieron a muchos españoles exiliados en la época del franquismo, y se les trató bien. Ahora, está empezando a llegar una oleada de españoles buscando trabajo (algo grave para mi, je, me va tocar volver a mi país en el sur por eso que llaman en estas tierras "malinchismo") y sí se les trata bien (Aún con ese extraño rencor que tiene el latinoamericano por los españoles al recordar los tiempos de conquista)Lo que me pregunto es cómo funciona una Embajada, para qué existen. Abrazos.
ResponderBorrarBuena pregunta, apreciado Eskimal ¿Para qué sirve una embajada? Pues para pagar favores políticos, y para que los allegados al diplomático adelanten toda suerte de negocios para ellos y sus allegados, aprovechando eso que los economistas- y los cínicos- llaman "Ventajas comparativas".
ResponderBorrarPor lo demás, es bueno recordar que buena parte del desarrollo cultural experimentado por México- periódicos, editoriales, librerías, universidades- se debe a la presencia de inmigrantes llegados durante la guerra civil, cosa que no sucedió en Colombia por la conocida xenofobia de nuestra dirigencia.