Hoy quiero compartirles una crónica que llevaba un tiempo añejándose en mis archivos. No le he modificado fechas para conservar intacto el momento y el sentido.
“Las células fermentadas destilan, como si fuera un vino, la muerte tangible del cuerpo. Los que siguen vivos deben beber ese vino” dice uno de los narradores de la novela “El Grito Silencioso” del escritor japonés Kenzoburo Oé. Nelson Marulanda no sabe nada de literatura japonesa ni de ninguna otra procedencia, pero sus manos ágiles y minuciosas, acostumbradas a manipular proyectores de cine y a reparar en cuestión de minutos los más sofisticados aparatos electrónicos, aprendieron con presteza a preparar los cadáveres para que en la ceremonia final de su existencia aparezcan bien presentados ante la mirada curiosa, atónita o de verdad dolida de sus parientes y conocidos.
La gente se sorprende al ver a un hombre tan joven
dedicado a un oficio de estos. De hecho la mayoría prefiere
imaginar un viejo de mirada mórbida,
manos temblorosas y aliento alcohólico
que, para acabar de completar, es capaz de narrar con auténtica satisfacción
truculentas historias acerca de las cosas
que se le pueden ocurrir a un muerto.
De modo que cuando se
encuentran por primera vez con este muchacho que a los 26 años ha vivido las experiencias de muchos tipos de
sesenta, lo primero que se les ocurre es que el hombre les está jugando una broma. Ni su contextura gruesa, ni su sonrisa jovial,
ni el brillo de sus ojos claros coinciden con la que para ellos debe ser la apariencia física de una persona
que realiza el oficio de preparar
cadáveres en las funerarias.
Formó parte de la gigantesca ola de colombianos que
llegaron a España en la última década y
supo del vértigo de los bares de copas,
de los códigos secretos de los bajos fondos y del lado oscuro de la opulencia y
el derroche en un país que no para de
celebrar su ingreso al club de los nuevos ricos. Antes había sido proyeccionista de cine en el teatro
Comfamiliar, donde aprendió en esas historias de celuloide que los límites entre la ficción y la
realidad son una simple convención. También se ganó la vida instalando
pasacintas y reparando los sistemas eléctricos
de los automóviles en un taller situado a una cuadra del coliseo mayor. Pero justo en el intermedio de todas
esas cosas, este hombre que se casó a los dieciseis años y fue padre a los
diciesiete, tuvo tiempo para aprender un
oficio al que la mayor parte de la gente le
sacaría el cuerpo, por necesitada que estuviese: el de recibir, limpiar,
preparar , vestir y exponer a la constatación pública de su finitud a quienes,
en términos de un bromista, se olvidaron
de respirar.
Para decepción de quienes todavía
esperan una voz gutural y cavernosa, la suya se regodea en el relato, con gran variedad de inflexiones y pausas para darle mayor fluidez a la historia.Como
aprendió que la muerte es apenas la otra cara de una moneda que puede caer por
donde se le antoje, no hay dramatismo en su manera de contar las cosas. Apenas
si una que otra digresión para reflexionar acerca del
mucho bien que les haría a los soberbios y presuntuosos acercarse de vez
en cuando a una de esas habitaciones heladas y olorosas a formol, donde hombres
como él se ganan la vida trabajando entre muertos.
Nelson Marulanda
Lo mío fue pura curiosidad,
algo que me atraía del asunto, de la misma manera como sentía inquietud por
aprender cómo funcionaban los proyectores de cine, los televisores y
los equipos de sonido. Al fin y al cabo el cuerpo humano es algo que
funciona y en un momento determinado deja de hacerlo, ya sea porque se le dañó
una pieza o de lo puro viejo, dice en medio de una risotada franca mientras
busca con la mirada la aprobación o el reproche de sus interlocutores, al fin y al cabo
acostumbrados a ver la muerte como algo que les sucede a otros menos
afortunados.
Así que , picado por esa curiosidad, le pidió a un amigo llamado Leonardo García , con larga
experiencia en el medio, que le permitiera acompañarlo durante
su jornada de trabajo en una de las funerarias de la ciudad. Leonardo,
que adelantaba estudios de manera paralela a su actividad empírica, se lo llevó entonces un fin de semana que
estuvo especialmente movido en el lugar
y fue entonces cuando empezó su
recorrido por esos lugares asépticos, olorosos a desinfectante, equipados con las más prosaicas herramientas
de trabajo y por completo ajenos a la teatralidad
que rodea entre nosotros a la rutina
diaria de la muerte.
La verdad es que para mi fue
lo más natural del mundo. No voy a negar que
la primera vez causa impresión, pero en general lo que impacta en
ese trabajo es descubrir lo indefensos
que estamos los seres humanos: un golpe mal recibido por allí, una gripa mal cuidada por allá, un enemigo en
el lugar equivocado por aquí y adiós mundo cruel.
Sin embargo, lo suyo no es
cinismo, ni mucho menos: es la tranquila
aceptación de las cosas por parte de quienes aprendieron pronto que la vida es
un asunto prodigioso y simple a la vez. Como cuando relata la ocasión en que le
correspondió recibir el cuerpo acribillado de un finquero que había pasado varios meses secuestrado y lo único que se le
ocurrió pensar en medio de tanto estropicio,
fue que sus botas Brahma todavía
le podían servir durante un buen tiempo al vendedor de dulces de la esquina.
Es curioso, pero la gente lo
mira a uno como si fuera una ser de otro mundo.
Algo así como una especie de Doctor Frankesteín. Es una mezcla de
respeto y miedo bien especial. Como será que si uno se descuida acaba
creyéndose especial. Como un intermediario entre el mundo de los vivos y el de
los muertos. De manera que mejor es olvidarse de esas cosas y concentrarse en
hacer bien el trabajo, porque hay que ver la preocupación de la gente para que sus muertos queden , si no bonitos,
al menos presentables al público, porque eso es: un público que se pone la mejor pinta para ir a chismosear
al velorio. Fíjese en los tipos cómo escogen la corbata, mientras las
mujeres hasta se van de compras para no hacer el oso de asistir con un vestido
viejo. Pero bueno, creo que nos estamos saliendo del asunto. Les decía que
pasado el primer día, la principal preocupación es convertirse en un
profesional. Ocuparse del manejo adecuado de las herramientas para cercenar,
serrar, drenar y coser. Además hay que
tener en cuenta cada detalle, incluyendo la vestimenta del difunto, que su familia escoge de acuerdo a lo
que más le gustaba en vida , llegando al extremo de comprarles ropa
nueva: sé de hombres que se han ido de este mundo estrenando de pies a cabeza. Esas son razones más que
suficentes para entregarse al trabajo, con respeto pero también entendiendo que
, como los médicos y las enfermeras, si uno se pone a considerar
cada caso como un asunto personal, pues termina llorando parejo con los dolientes y haciendo mal su
tarea.
“Señora muerte/que se va
llevando/todo lo bueno/ que en nosotros topa” escribió el poeta León de Greiff. Para ayudarle
en su tarea, los hombres como Nelson Marulanda llevan consigo un maletín de
herramientas parecido en algunas cosas al de una ejecutiva o al de
una muchacha a punto de salir de rumba. Hay depiladores y cortaúñas, así como
una profusión de polvos y cremas para el maquillaje. También se necesita mucho hilo y agujas en cantidad. El resto, que no cabe en la valija, lo conforma
esa parafernalia desprovista de toda sacralización, que por si sola podría ser
el epitafio del rey de los escépticos. Muchos galones de formol, paquetes de algodón, mangueras
,pegantes, guantes , tapabocas y trajes impermeables. Claro que no todo es de ese color: para acompañar las
largas noches de trabajo solitario, estos obreros del reino de Saturno
siempre llevan consigo una pequeña
grabadora en la que escuchan noticias sobre los desastres y las vanaglorias del
mundo o canciones recién recordadas en
sus estaciones de radio favoritas.
Cuando uno vuelve al mundo de los vivos no
deja de sentirse raro. Por eso lo mejor para retomar el orden es una buena ronda de cervezas en compañía de
algún amigo o de una muchacha. Claro que son más bien poquitas las que no se
timbran cuando uno les cuenta en qué trabaja. De inmediato les da asco y acaban
alejándose, como si uno también estuviera muerto. Pero como hay de todo
en esta vida, durante un tiempo estuve
saliendo con una pelada que me acompañó una vez y como que le quedó gustando,
porque se volvió mi acompañante de tiempo completo. No sólo me pasaba los instrumentos,
si no que me ayudaba en cosas tan ásperas como la costura y el drenado. En todo
caso si hay una cosa que no deja de llamarme la atención y es que mientras a las mujeres los muertos parecen darles asco
a los hombres les producen es miedo. Son ellos los que mas le preguntan a uno
si nunca lo han asustado, si les han tirado de las patas o bobadas de esas. Yo
que he pasado buen tiempo entre ellos,
puedo confirmarle una cosa: hay que tenerle miedo pero a los vivos.
Con su viaje a España , en
el año 2000, interrumpió el
ejercicio de lo que algunos llaman
preparador a secas y los más elegantes denominan tanatólogo, aunque el
significado de esta última palabra sugiere
otro tipo de aproximaciones a la muerte. Hoy, mientras realiza trámites para
volver a ese país del que regresó acosado por la nostalgia, recuerda que
durante ese tiempo aprendió muchas, tal vez demasiadas cosas sobre la condición
humana, entre ellas la vanidad suprema, pero también sobre las pequeñas
solidaridades de esos campesinos que en
medio de la montaña se acompañan en el dolor. Todavía se sonríe cuando piensa en la costumbre de poner un recipiente con agua debajo del féretro, dizque
para que sea bebida por el ánima después
de su largo recorrido deshaciendo los pasos. En todo caso, mientras guarda en
el bolsillo una fotografía de su pequeña hija y de su joven mujer, no duda en
afirmar que, de presentarse la oportunidad regresaría a uno de esos salones fríos y olorosos a
formol, donde pondría todo su empeño para hacer posible en el cuerpo de un
viajero anónimo el sueño de los años sesentas condensado en la letra de una
canción de rock and roll : “Vive rápido/muere joven/y serás un cadáver bien
parecido”.
Maestro Gustavo, vuelvo por acá luego de un tiempo de ausencia gracias a las canas que me ha sacado una crónica que aun no he podido terminar.
ResponderBorrarMe parece inquietante esta labor, sobre todo en la idea que puede acoger el silencio, creo que será diferente.
Sobre el personaje, son geniales sus comentarios, su manera como explica el ver la vida cotidiana desde este trabajo. Los de las botas es algo muy sincero.
Espero esté bien Gustavo. Yo acá sigo intentando. La verdad no lo pensé tan roquero.
Apreciado Eskimal: no existe otro camino que intentarlo una y otra vez... aunque el resultado final solo sean un manojo de canas, ganadas en franca lid con este misterio hermoso y terrible que es la vida.
ResponderBorrarMmm, Gustavo, el texto tiene filos, ángulos y líneas paralelas para todos los gustos. No puedo dejar de admirar, por ejemplo, que mucha gente, al conocer a este señor Marulanda y saber de su oficio, lo consideren “un intermediario entre el mundo de los vivos y el de los muertos”. Pues claro, y si a eso agregamos su observación sobre el miedo que la muerte provoca en los hombres (pero no en las mujeres), se debe llegar a la conclusión de que este oficio y este personaje pertenecen al mito del descenso al inframundo. Una persona que prepara cadáveres para el entierro es el reflejo del enfermero “del otro lado”. Son almas gemelas, el enfermero de vivos y el enfermero de muertos, uno de cada lado del umbral. Imagínate escribiendo un relato de ese tipo… ¿no pondrías un portero que anota la salida y otro la entrada? ¿Y no le atribuirías al portero del más allá una mayor profundidad filosófica, no reservarías para él “las mejores líneas”, como dicen los guionistas? Gran post, Gustavo. Entre sombras y luces, vida y muerte, desfilan los diferentes oficios del hombre.
ResponderBorrarAy, mi querido don Lalo: como siempre, su comentario me deja lleno sugerencias y preguntas. Eso del " enfermero del otro lado" suena a las cosmogonías de pueblos milenarios, acostumbrados a tratar con el descenso a los infiernos tan caro a muchas mitologías, entre ellas la frigia, la griega y la cristiana.
ResponderBorrarAl paso que va, a Nelson Marulanda van a empezar a apodarlo Caronte.
Muchas gracias por sus ideas. Tomaré nota sobre las funciones de los porteros.
Es sorprendente cómo se puede narrar este tipo de historias, que cualquiera diría, las circunstancias asépticas, grises y desangeladas que rodean a este oficio no interesarían a nadie. Tiene usted razón, los mortales siempre pensamos que los que se dedican a estas ingratas tareas deben de ser más bien tipos raros, antisociales o cosa parecida, es que el cine nos ha transmitido esa idea poco tranquilizadora. Por lo visto, el personaje de su historia es la versión local y, además real, de esa ficción televisiva que me ha atrapado desde el inicio, tal vez sea ese morbo y fascinación que sentimos por la muerte. De hecho, el personaje que se encarga de retocar artísticamente los cuerpos es un inmigrante latino en Los Angeles, y sí, es un tipo normal y risueño, como el que usted nos refiere. Si no la ha visto, se la recomiendo, lleva por nombre “Six feet under” de HBO, con unos guiones que van mas allá de la muerte, deteniéndose en cuestiones filosóficas, incluso.
ResponderBorrarBueno, la muerte es la cuestión filosófica por excelencia, apreciado José. De hecho, existe un personaje que he bautizado como filósofo de velorio. Se manifiesta en todos los rincones de la tierra, con distinta apariencia, claro. Se trata del tipo (por alguna razón, siempre es un hombre) que ingresa a la sala de velación, mira a todos lados con aire de calculada solemnidad, se planta frente al féretro y le suelta la frase al difunto como si quisiera responsabilizarlo de un desliz : "Definitivamente no somos nada ¿No?". Hasta ahora no he sabido de caso alguno donde el finado replique.
ResponderBorrarHola Gustavo. Estupenda crónica! Hubo una película absolutamente bella, sobre el tema: KISSED, canadiense,realizada por una mujer Lynne Stopkewich y basada en un libro de Barbara Godwy: We so seldom look on Love. Tengo todos estos datos, porque esta película me impactó. Por el refinamiento con el que es tratado el tema, y por la actuación de la actriz Molly Parker, quien creo que ganó algunos premios por su actuación en esta extraña y transgresora película. La vi aquí en un cineclub y quedé seducida por la atmósfera sensual y a la vez etérea de la historia y de su protagonista. Hasta me inspiró una poética prosa. Un cálido y veraniego saludo. Olga L Betancourt
ResponderBorrarVí la película y comparto plenamente su percepción,apreciada Olga Lucía. Eludir la tentación del morbo fue su primer acierto. La sutileza en el tratamiento de la historia fue la clave de todo lo demás.
ResponderBorrarMil gracias por el recuerdo.
Un abrazo,
Gustavo