miércoles, 28 de agosto de 2013

Señora muerte que se va llevando






 Hoy quiero compartirles una crónica que llevaba un tiempo añejándose en mis archivos. No le he modificado fechas para conservar intacto el momento y el sentido.


                                                                                “Las células fermentadas destilan, como si fuera un vino, la muerte tangible del cuerpo. Los que siguen vivos deben beber ese vino” dice uno de los narradores de la novela  “El Grito  Silencioso” del escritor japonés Kenzoburo Oé. Nelson  Marulanda no sabe nada de literatura japonesa ni de ninguna otra procedencia, pero sus manos ágiles y minuciosas, acostumbradas a manipular proyectores de cine y  a reparar en cuestión de minutos los más sofisticados aparatos electrónicos, aprendieron con presteza a  preparar los cadáveres para que  en la ceremonia final de su existencia aparezcan bien presentados ante la mirada curiosa, atónita o de verdad dolida de sus  parientes y conocidos.
La gente  se sorprende al ver a un hombre tan joven dedicado  a un   oficio de estos. De hecho la mayoría prefiere imaginar un  viejo de mirada mórbida, manos temblorosas  y aliento alcohólico que, para acabar de completar, es capaz de narrar con auténtica satisfacción truculentas historias acerca de las cosas  que se le pueden ocurrir a un muerto.
De modo que cuando  se  encuentran por primera vez con este muchacho  que a los 26 años  ha vivido las experiencias de muchos tipos de sesenta, lo primero que se les ocurre es que el hombre les está  jugando una broma. Ni  su contextura gruesa, ni su sonrisa jovial, ni el brillo de sus ojos claros coinciden con la que para ellos  debe ser la apariencia física de una persona que  realiza el oficio de preparar cadáveres en las funerarias.
Formó  parte de la gigantesca ola de colombianos que llegaron a  España en la última década y supo del vértigo de los  bares de copas, de los códigos secretos de los bajos fondos y del lado oscuro de la opulencia y el derroche  en un país que no para de celebrar su ingreso al club de los nuevos ricos. Antes había sido  proyeccionista de cine en el teatro Comfamiliar, donde aprendió en esas historias de celuloide  que los límites entre la ficción y la realidad son una simple convención. También se ganó la vida instalando pasacintas y reparando los sistemas eléctricos  de los automóviles en un taller situado a una cuadra del coliseo  mayor. Pero justo en el intermedio de todas esas cosas, este hombre que se casó a los dieciseis años y fue padre a los diciesiete, tuvo  tiempo para aprender un oficio al que   la  mayor parte de la gente  le   sacaría el cuerpo, por necesitada que estuviese: el de recibir, limpiar, preparar , vestir y exponer a la constatación pública de su finitud a quienes, en términos  de un bromista, se olvidaron de respirar.
Para decepción de quienes todavía esperan una voz gutural y cavernosa, la suya se regodea en el relato, con  gran variedad de inflexiones  y pausas para darle mayor fluidez a la historia.Como aprendió  que la muerte es apenas  la otra cara de una moneda que puede caer por donde se le antoje, no hay dramatismo en su manera de contar las cosas. Apenas si una que otra digresión  para reflexionar  acerca del  mucho bien que les haría a los soberbios y presuntuosos acercarse de vez en cuando a una de esas habitaciones heladas y olorosas a formol, donde hombres como él se ganan la vida trabajando entre muertos.

                                                                    Nelson Marulanda
Lo mío fue pura curiosidad, algo que me atraía del asunto, de la misma manera como sentía inquietud por aprender cómo funcionaban los proyectores de cine, los televisores y los  equipos de sonido. Al fin  y al cabo el cuerpo humano es algo que funciona y en un momento determinado deja de hacerlo, ya sea porque se le dañó una pieza o de lo puro viejo, dice  en medio de una risotada franca mientras busca con la mirada la aprobación o el reproche de  sus interlocutores, al fin y al cabo acostumbrados a ver la muerte como algo que les sucede a otros menos afortunados.
Así que , picado por esa curiosidad, le pidió a un  amigo llamado Leonardo García , con larga experiencia en el medio, que le permitiera acompañarlo  durante  su jornada de trabajo en una de las funerarias de la ciudad. Leonardo, que adelantaba estudios de manera paralela a su actividad empíricase lo llevó entonces un fin de semana que estuvo especialmente movido en el lugar  y fue entonces  cuando empezó su recorrido por esos lugares asépticos, olorosos a desinfectante,  equipados con las más prosaicas herramientas de trabajo  y por completo ajenos a la teatralidad que rodea entre nosotros  a la rutina diaria de la muerte.
La verdad es que para mi fue lo más natural del mundo. No voy a negar que  la primera vez causa impresión, pero en general lo que impacta en ese trabajo es   descubrir lo indefensos que estamos los seres humanos: un golpe mal recibido por allí,  una gripa mal cuidada por allá, un enemigo en el lugar equivocado por aquí y adiós mundo cruel.
Sin embargo, lo suyo no es cinismo, ni mucho menos: es la  tranquila aceptación de las cosas por  parte  de quienes aprendieron pronto que la vida es un asunto prodigioso y simple a la vez. Como cuando relata la ocasión en que le correspondió recibir el cuerpo acribillado de un finquero que había pasado  varios meses secuestrado y lo único que se le ocurrió pensar en medio de tanto estropicio,  fue que sus botas Brahma  todavía le podían servir durante un buen tiempo al vendedor de dulces de la esquina.

Es curioso, pero la gente lo mira a uno como si fuera una ser de otro mundo.  Algo así como una especie de Doctor Frankesteín. Es una mezcla de respeto y miedo bien especial. Como será que si uno se descuida acaba creyéndose especial. Como un intermediario entre el mundo de los vivos y el de los muertos. De manera que mejor es olvidarse de esas cosas y concentrarse en hacer bien el trabajo, porque hay que ver la preocupación de la gente   para que sus muertos queden , si no bonitos, al menos presentables al público, porque eso es: un público que   se pone la mejor pinta para ir a chismosear al velorio. Fíjese en los tipos cómo escogen la corbata, mientras las mujeres hasta se van de compras para no hacer el oso de asistir con un vestido viejo. Pero bueno, creo que nos estamos saliendo del asunto. Les decía que pasado el primer día, la principal preocupación es convertirse en un profesional. Ocuparse del manejo adecuado de las herramientas para cercenar, serrar, drenar  y coser. Además hay que tener en cuenta cada detalle, incluyendo la vestimenta del difunto,  que su familia escoge de  acuerdo a lo  que más le gustaba en vida , llegando al extremo de comprarles ropa nueva: sé de hombres que se han ido de este mundo estrenando   de pies a cabeza. Esas son razones más que suficentes para entregarse al trabajo, con respeto pero también entendiendo que , como los médicos y las enfermeras, si uno se pone  a considerar  cada caso como un asunto personal, pues termina llorando  parejo con los dolientes y haciendo mal su tarea.



“Señora muerte/que se va llevando/todo lo bueno/ que en nosotros topa” escribió el poeta León de Greiff. Para ayudarle en su tarea, los hombres como Nelson Marulanda llevan consigo un maletín de herramientas  parecido  en algunas cosas al de una ejecutiva o al de una muchacha a punto de salir de rumba. Hay depiladores y cortaúñas, así como una profusión de polvos y cremas para el maquillaje. También se necesita mucho  hilo y agujas en cantidad. El resto, que no cabe en la valija, lo conforma esa parafernalia desprovista de toda sacralización, que por si sola podría ser el epitafio del rey de los escépticos. Muchos galones de  formol, paquetes de algodón, mangueras ,pegantes, guantes , tapabocas y trajes impermeables. Claro que  no todo es de ese color: para acompañar las largas noches de trabajo solitario, estos obreros del reino de Saturno siempre   llevan consigo una pequeña grabadora en la que escuchan noticias sobre los desastres y las vanaglorias del mundo o canciones  recién recordadas en sus estaciones de radio favoritas.
 Cuando uno vuelve al mundo de los vivos no deja de sentirse raro. Por eso lo mejor para retomar el orden es  una buena ronda de cervezas en compañía de algún amigo o de una muchacha. Claro que son más bien poquitas las que no se timbran cuando uno les cuenta en qué trabaja. De inmediato les da asco y acaban alejándose, como si uno también estuviera muerto. Pero como hay de todo en esta vida,  durante un tiempo estuve saliendo con una pelada que me acompañó una vez y como que le quedó gustando, porque se volvió mi acompañante de tiempo completo. No sólo me pasaba los instrumentos, si no que me ayudaba en cosas tan ásperas como la costura y el drenado. En todo caso si hay una cosa que no deja de llamarme la atención y es que mientras  a las mujeres los muertos parecen darles asco a los hombres les producen es miedo. Son ellos los que mas le preguntan a uno si nunca lo han asustado, si les han tirado de las patas o bobadas de esas. Yo que  he pasado buen tiempo entre ellos, puedo confirmarle una cosa: hay que tenerle miedo pero a los vivos.


Con su viaje a  España , en  el año 2000, interrumpió   el ejercicio  de lo que algunos llaman preparador a secas y los más elegantes denominan tanatólogo, aunque el significado de esta última palabra sugiere  otro tipo de aproximaciones a la muerte. Hoy, mientras realiza  trámites para  volver a ese país del que regresó acosado por la nostalgia, recuerda que durante ese tiempo aprendió muchas, tal vez demasiadas cosas sobre la condición humana, entre ellas la vanidad suprema, pero también sobre las pequeñas solidaridades de esos campesinos que en  medio de la montaña se acompañan en el dolor. Todavía  se sonríe cuando piensa en  la costumbre de poner un  recipiente con agua debajo del féretro, dizque para que  sea bebida por el ánima después de su largo recorrido deshaciendo los pasos. En todo caso, mientras guarda en el bolsillo una fotografía de su pequeña hija y de su joven mujer, no duda en afirmar que, de presentarse la oportunidad regresaría a  uno de esos salones fríos y olorosos a formol, donde pondría todo su empeño para hacer posible en el cuerpo de un viajero anónimo el sueño de los años sesentas condensado en la letra de una canción de rock and roll : “Vive rápido/muere joven/y serás un cadáver bien parecido”.

8 comentarios:

  1. Maestro Gustavo, vuelvo por acá luego de un tiempo de ausencia gracias a las canas que me ha sacado una crónica que aun no he podido terminar.
    Me parece inquietante esta labor, sobre todo en la idea que puede acoger el silencio, creo que será diferente.
    Sobre el personaje, son geniales sus comentarios, su manera como explica el ver la vida cotidiana desde este trabajo. Los de las botas es algo muy sincero.

    Espero esté bien Gustavo. Yo acá sigo intentando. La verdad no lo pensé tan roquero.

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  2. Apreciado Eskimal: no existe otro camino que intentarlo una y otra vez... aunque el resultado final solo sean un manojo de canas, ganadas en franca lid con este misterio hermoso y terrible que es la vida.

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  3. Mmm, Gustavo, el texto tiene filos, ángulos y líneas paralelas para todos los gustos. No puedo dejar de admirar, por ejemplo, que mucha gente, al conocer a este señor Marulanda y saber de su oficio, lo consideren “un intermediario entre el mundo de los vivos y el de los muertos”. Pues claro, y si a eso agregamos su observación sobre el miedo que la muerte provoca en los hombres (pero no en las mujeres), se debe llegar a la conclusión de que este oficio y este personaje pertenecen al mito del descenso al inframundo. Una persona que prepara cadáveres para el entierro es el reflejo del enfermero “del otro lado”. Son almas gemelas, el enfermero de vivos y el enfermero de muertos, uno de cada lado del umbral. Imagínate escribiendo un relato de ese tipo… ¿no pondrías un portero que anota la salida y otro la entrada? ¿Y no le atribuirías al portero del más allá una mayor profundidad filosófica, no reservarías para él “las mejores líneas”, como dicen los guionistas? Gran post, Gustavo. Entre sombras y luces, vida y muerte, desfilan los diferentes oficios del hombre.

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  4. Ay, mi querido don Lalo: como siempre, su comentario me deja lleno sugerencias y preguntas. Eso del " enfermero del otro lado" suena a las cosmogonías de pueblos milenarios, acostumbrados a tratar con el descenso a los infiernos tan caro a muchas mitologías, entre ellas la frigia, la griega y la cristiana.
    Al paso que va, a Nelson Marulanda van a empezar a apodarlo Caronte.
    Muchas gracias por sus ideas. Tomaré nota sobre las funciones de los porteros.

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  5. Es sorprendente cómo se puede narrar este tipo de historias, que cualquiera diría, las circunstancias asépticas, grises y desangeladas que rodean a este oficio no interesarían a nadie. Tiene usted razón, los mortales siempre pensamos que los que se dedican a estas ingratas tareas deben de ser más bien tipos raros, antisociales o cosa parecida, es que el cine nos ha transmitido esa idea poco tranquilizadora. Por lo visto, el personaje de su historia es la versión local y, además real, de esa ficción televisiva que me ha atrapado desde el inicio, tal vez sea ese morbo y fascinación que sentimos por la muerte. De hecho, el personaje que se encarga de retocar artísticamente los cuerpos es un inmigrante latino en Los Angeles, y sí, es un tipo normal y risueño, como el que usted nos refiere. Si no la ha visto, se la recomiendo, lleva por nombre “Six feet under” de HBO, con unos guiones que van mas allá de la muerte, deteniéndose en cuestiones filosóficas, incluso.

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  6. Bueno, la muerte es la cuestión filosófica por excelencia, apreciado José. De hecho, existe un personaje que he bautizado como filósofo de velorio. Se manifiesta en todos los rincones de la tierra, con distinta apariencia, claro. Se trata del tipo (por alguna razón, siempre es un hombre) que ingresa a la sala de velación, mira a todos lados con aire de calculada solemnidad, se planta frente al féretro y le suelta la frase al difunto como si quisiera responsabilizarlo de un desliz : "Definitivamente no somos nada ¿No?". Hasta ahora no he sabido de caso alguno donde el finado replique.

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  7. Hola Gustavo. Estupenda crónica! Hubo una película absolutamente bella, sobre el tema: KISSED, canadiense,realizada por una mujer Lynne Stopkewich y basada en un libro de Barbara Godwy: We so seldom look on Love. Tengo todos estos datos, porque esta película me impactó. Por el refinamiento con el que es tratado el tema, y por la actuación de la actriz Molly Parker, quien creo que ganó algunos premios por su actuación en esta extraña y transgresora película. La vi aquí en un cineclub y quedé seducida por la atmósfera sensual y a la vez etérea de la historia y de su protagonista. Hasta me inspiró una poética prosa. Un cálido y veraniego saludo. Olga L Betancourt

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  8. Ví la película y comparto plenamente su percepción,apreciada Olga Lucía. Eludir la tentación del morbo fue su primer acierto. La sutileza en el tratamiento de la historia fue la clave de todo lo demás.
    Mil gracias por el recuerdo.
    Un abrazo,
    Gustavo

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