Todo avance
tecnológico trae su instante de euforia: el momento en que la humanidad cree
haber encontrado, por fin, el remedio para todos sus males. El dolor, el miedo,
la fatiga y los afanes cesarán para dar paso
a un estado de plenitud que a lo largo de los siglos ha recibido
distintos nombres: Paraíso Terrenal, Arcadia o Shangri- La.
La última esperanza
fue alentada por el advenimiento de dos
hechos vertiginosos: la revolución
industrial y la digital. Desde la primera
se nos dijo que los humanos se ahorrarían una cantidad nunca imaginada de energía, delegando lo más
duro y alienante de su trabajo a las
máquinas, para empezar a disfrutar así de
una dosis de tiempo libre que les permitiría desarrollar lo mejor de sí,
en un ejercicio incesante de inventiva y
creatividad que los convertiría en
dueños de su destino. Tres siglos y
varias revoluciones después, las máquinas solo consiguieron demostrar su capacidad para producir más mercancías por
segundo, engendrando un mundo en el que la cantidad de objetos disponibles en
el mercado es directamente proporcional al grado de insatisfacción de sus consumidores, ya sea por hastío y saturación o por imposibilidad de obtenerlos.
Los profetas de la
revolución digital fueron más allá : al alterar de manera sustancial las
nociones de tiempo y espacio, los recientes prodigios proyectarían a los habitantes del planeta a
un escenario de lúdica y comunión, donde el universo perdería sus contornos y los límites serían
establecidos por los deseos de cada quien.
Corrida la primera década del siglo XXI, no podemos estar más lejos de esa edad dorada. Mientras el ritmo de reproducción y acumulación se multiplica, la miseria se
hace más visible entre la ostentación y el despilfarro. Al tiempo que los aparatos se hacen más sofisticados,
más parecen controlar la vida de la
gente. Para probarlo bastarían unos cuantos ejemplos. Veamos a unos ejecutivos modernos participando en un
consejo de administración: mientras el
expositor de turno trata de hacerse comprender mostrando unas gráficas en power
point ambientadas con muñequitos, su
audiencia mira con ansiedad la
pantalla de la Black- Berry a la espera de un mensaje desde el más allá, que en este caso puede estar
ubicado en el salón contiguo. Unos segundos después todos, incluido el expositor, estarán
recostados contra la pared atendiendo llamadas telefónicas de alguien que los
urge a ponerse en movimiento.
Pasemos a
un almuerzo de viejos amiguetes que hace años no se ven: nada más lejano a un
ambiente de camaradería, porque una vez
instalados en sus sillas todos a una empiezan
a responder o a hacer llamadas de toda índole, según dicen “para aprovechar
mejor el tiempo”. La siguiente escena
pude mostrarnos a los integrantes
del mismo grupo, mal almorzados y conduciendo sus vehículos con una sola mano, mientras con la otra sostienen el teléfono celular. La
conversación – o lo que sea- transcurre entre gritos y gesticulaciones frente a un interlocutor invisible. Al final,
si lo consiguen, llegarán a su destino inconcientes de que provocaron o
estuvieron a punto de provocar un accidente. Para entonces, los desadaptados
como yo estaremos pensando si no sería
mejor emprender el camino de regreso hasta encontrar la
encrucijada donde perdimos el rumbo. A lo mejor por la otra ruta
nos esperaba esa porción de tiempo recobrado que una vez nos fue prometida entre los destellos de los inventos que para
entonces eran tan nuevos y hoy se tornan obsoletos en el momento mismo de
aparecer.
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ResponderBorrarA tono con su texto, amigo Gustavo, qué difícil resulta recobrar el tiempo, o más bien, recuperar el ritmo que poseíamos el año pasado, cual si hubiese pasado una eternidad. Cuesta una enormidad ponerse a la labor, como si se estuviera empezando de nuevo. Volver a recobrar aliento es como cerciorase de que estamos envejeciendo. Sobre la ultima parte de su post, recuerdo haber leído alguna anécdota u observación de un veterano escritor que se quejaba de que en un restaurante elegante había visto a una pareja joven, en un ambiente muy romántico con velas y demás, muy concentrada en sus smartphones respectivos, en vez de mirarse o conversar. La ultima esperanza del escritor era que al menos estuvieran chateando entre ellos pero era muy pesimista al respecto. Singular y cruel paradoja ha traído la tecnología, que no obstante haber facilitado la comunicación, en la cercanía aleja cada vez más a las personas.
ResponderBorrarLa suya si que es una gozosa y saludable manera de recobrar el tiempo, mi querido don Lalo.
ResponderBorrar" Tan lejos y tan cerca" podría ser la frase que resume ese extraño estado de cosas. Un año atrás, el escritor Mario vargas Llosa publicó un artículo en el que, precisando que no es un ludita ni un enemigo a ultranza de las tecnologías de la comunicación, nos advertía sobre sus evidentes peligros.
ResponderBorrarUna vez vez, resulta claro que la sociedad del consumo y el despilfarro es bastante hábil para vendernos cadenas disfrazadas de comodidades.