Para Julio César González
Las conversaciones casuales de la
gente, escuchadas así de paso, son una fuente inagotable de conocimiento.
Cuanto más banales y frívolas son, más
hondas son las revelaciones que nos proporcionan. Su propio talante las rodea de una honestidad que conduce por
vía directa a los misterios esenciales
del hablante
- Evoluciona, nene, rasúrate. Le
dijo una chica a su proyecto de seductor, un
hombre a todas luces mucho mayor que ella, en una cafetería de la
universidad.
El tipo se sonrojó, miró a todos lados, me condenó con la mirada por mi inoportuna condición de mirón y, al
parecer, se sometió al dictamen del objeto de su deseo. Es comprensible:
el sexo o la obsesión por
obtenerlo, paralizan las facultades cognitivas y anulan de entrada cualquier tentativa de rebelión.
La muchacha, de unos veinte años,
se refería desde luego a la moda de
rasurarse los genitales, convertida en ley en los modernos ritos de
apareamiento.
Es bien conocido el poder de la
publicidad para manipular
los sentimientos, los miedos y las expectativas de la gente. Sobra entonces redundar sobre eso aquí. Pero si quiero evocar el contenido de un comercial de cuchillas de afeitar dirigido
a “El hombre completamente evolucionado”,
es decir, sin pelos. Dicho de otra manera: lo más distanciado posible de sus
parientes primates.
No deja de resultar curioso que
se hable en esos términos cuando se trata de algo tan primitivo y básico como la sexualidad. Basta con examinar los lenguajes corporales de la
seducción para comprobar que la hembra y el macho humanos solo nos diferenciamos de los otros animales en el
artificio del acercamiento. Imaginen
ustedes la escena en un centro comercial:
la muchacha, ombligo al aire, pantalones ajustados se pasea una y otra vez, simulando interés en las
vitrinas. Por su lado, el macho se
instala a una mesa y dispone sobre ella los signos visibles de su poder: la
billetera, las llaves del auto, el teléfono móvil, En fin: nada distinto a las
bestias del bosque. Solo que estas últimas exhiben plumas y garras a modo de efectos especiales.
Había que buscar entonces en otro
lado el origen de esa práctica depilatoria, presentada como
asepsia por los vendedores de
supercherías. Al final, resultó estar en la industria de la pornografía.
Obsesionados con la idea de hacer más explícitas las imágenes, los productores obligaron a las actrices a
rasurarse los genitales y las zonas fronterizas. Acto seguido hicieron lo
mismo con los actores. Como bien lo recordó Oscar Wilde, la vida imita al
arte. En cuestión de días, el asunto se
volvió tendencia, o viral, como dicen en
el mundo de los lenguajes digitales.
Tanto, que un hombre o una mujer renuentes a la práctica pueden ser
objeto de abandono. Por eso, aspiro un
día a escribir otro texto titulado así: El desamor y los pelos.
Consulto a un médico amigo y me
confirma lo que ya sabíamos: que madre natura,
sabia como es, cubrió con un manto de
vello las deliciosas y frágiles
zonas en cuestión para protegerlas de amenazas externas. Al despojarlas
de su follaje defensivo quedan expuestas a lesiones y toda suerte de microorganismos advenedizos.
Lejos de ser una ventaja, la moda de la
depilación pone en riesgo la más antigua fuente de goces del
Homo sapiens.
“¡Güevipeludo!” me espeta a la
cara mi hermano Julio González, creyendo ofenderme. En respuesta, parafraseo la
expresión de la muchacha citada al
comienzo de este artículo y le digo: es
por tu bien . Involuciona, nene. Involuciona.
Ja, muy atinado el comentario del afeitado de las partes pudendas (de paso recuerdo que el adjetivo pudendo quiere decir feo, vergonzoso), que la actual fijación con internet y los sitios porno como espectáculo obliga a todo el mundo a llevarlas afeitadas, o rasuradas, como dices tú, con la delicadeza que te caracteriza. De paso apunto algo que leí el otro día en un artículo de (creo) Hernán Iglesias Illa: las barbas vienen y van, están de moda y caen en desgracia periódicamente. Cuenta la transformación en la Inglaterra de mediados del siglo 19. Hasta entonces llevar barba era un signo de grosería, suciedad, algo intolerable. Pero cuando los veteranos de la guerra de Crimea comenzaron a llegar de vuelta, todos barbudos y por supuesto festejados como héroes, la barba pasó a ser algo bien visto, que daba prestigio social. Así que ya lo sabes: sin la guerra de Crimea, no reconoceríamos a Charles Darwin. Hasta es posible, digo yo, que, sin pelos, al pobre hombre no se le hubiera ocurrido eso de la selección natural. Me pregunto, la chica de tu relato, le diría a Darwin "evoluciona, nene, rasúrate"? Los grandes héroes militares ingleses, Wellington y Nelson, de una generación anterior a Darwin, se afeitaban todos los días... pero sólo la cara, me apresuro a aclarar.
ResponderBorrarJa, ja. Más que oportuna la aclaración, mi querido don Lalo. Digo, eso de afeitarse todos los días... con puntos suspensivos.
ResponderBorrarCuriosamente, mientras se promociona el afeitado genital, las barbas se multiplican y son vistas como algo chic. Fíjese bien en la cantidad de deportistas , actores y músicos barbudos para que vea. Por lo visto, todos pasan por alto la contradicción, pues al fin y al cabo para muchos las modas alcanzan categoría de ley.
Un abrazo y felices pascuas.
Los psicólogos creen que los hombres se dejan la barba a modo de compensación por la pédida de virilidad que perciben, conciente o inconcientemente, en su relación cotidiana y laboral con las mujeres.
ResponderBorrarIlustrativo aforismo ese de que “las conversaciones casuales de la gente, cuanto más banales y frívolas son, más hondas son las revelaciones que nos proporcionan”. Cuánta razón le asiste, en las charlas ociosas se dicen más verdades que en diálogos formales. No me joda, amigo Gustavo, gracias a su “investigación” encuentro el origen de mi sonado fracaso como seductor: por lo visto mi plumaje expresado en mi semblante barbudo lejos de atraer a las féminas las espanta. Por otro lado, un paisano que es médico me había revelado que inconscientemente las hembras humanas asociaban a los hombres peludos como sinónimo de virilidad. ¿a quién creerle, entonces? O como acota nuestro amigo Lalo, los vaivenes de la moda son los que tienen la última palabra.
ResponderBorrarPS. Que tengan una feliz noche buena, por lo menos la mía promete ya que un chanchito al horno se anuncia para la cena. Un abrazo para ambos.
Que disfrute al máximo su chanchito, apreciado José. Por estas tierras haremos lo propio.
BorrarCreo que don Lalo respondió a su inquietud con la cita de la teoría de la compensación, que los creyentes resumen en la frase : "Dios sabe como hace las cosas".
Le deseo unas felices pascuas y un muy buen año 2015.
Gustavo.