Durante la celebración de
los cincuenta años de presencia de la
Alianza Francesa en Pereira, el gestor
cultural Jorge Mario Quintero contaba en
detalle cómo se tomaron el parque
Olaya Herrera para la realización de la Fiesta de la
Música, un evento que se remonta a las
tradiciones del mar Mediterráneo europeo, relacionadas con los ritos del solsticio de verano.
Con el paso de los años el evento
echó raíces en la ciudad y se hizo a su propio lugar, al lado de festivales
como el del bambuco, el bolero, el de
música sinfónica y Convivencia
Rock, abriendo así espacios para las
distintas tendencias que dan cuenta
de nuestra diversidad cultural.
Así se han hecho las cosas entre
nosotros. Ante la ausencia de políticas
públicas serias y pensadas a largo plazo, artistas, creadores, instituciones
y gestores se han apropiado de los espacios con sus propuestas, fortaleciendo así un
patrimonio colectivo que permite mirar con
una buena dosis de esperanza el futuro inmediato.
Nunca un
patrimonio había sido tan desaprovechado
en la ciudad como el parque Olaya Herrera. Cuatro manzanas de zonas
verdes en una capital con grandes
carencias en materia de opciones para el
uso creativo del tiempo libre. Y eso a pesar de estar ubicado junto al edificio
de la Gobernación de Risaralda y a la
antigua estación del tren donde funcionó durante muchos años la biblioteca
pública Ramón Correa Mejía. Pero además esá situado a cinco cuadras de la
Plaza de Bolívar y a un costado de la calle de la fundación.
Ante la indolencia de las
autoridades, responsables de su buen uso
y de brindar seguridad, el lugar se convirtió en una tierra de nadie.
Desierto de día y oscuro de noche,
representaba toda una tentación para los
malandrines, atentos al paso de algún
incauto para despojarlo de sus pertenencias.
Fue así como el Olaya se
convirtió en lo que los expertos en
jergas urbanas llaman un “Territorio de
miedo”. De esa manera se origina una
espiral perniciosa en la que la gente se aleja de los lugares porque los
considera peligrosos, facilitando
de ese modo su ocupación por
parte de los delincuentes.
Y entonces, llegaron los ritmos musicales a llenar de vida esos territorios. Como su
nombre lo sugiere, La Fiesta de la
Música no se circunscribe a un género determinado. Por sus puertas cruzan
raperos, rockeros, salseros, metaleros, amantes del jazz,
de la música sinfónica, del hip-hop y de una decena de ritmos más. A su
llamado acuden personas de todos los
géneros y edades, hermanadas por dos
cosas: el amor por la música y el
respeto hacia los gustos de los demás.
Algo parecido acontece con Convivencia Rock, un
evento que reúne a las casi infinitas
vertientes de este género musical que un día se extendió por el mundo y
se fusionó con algunos de los ritmos de sus lugares de acogida. En Colombia,
nada más, tenemos bambuco rock, cumbia
rock, carranga rock y unas cuantas
fusiones más que dan cuenta de la
inagotable capacidad de la música para mezclarse cada vez que se cruza con una expresión nueva en el camino.
Pero no fue solo la música la que
acabó por devolverle la vida al parque. Exposiciones de pintura, jornadas de animación de lectura
dirigidas a niños, jóvenes, adultos y viejos. Teatro de calle, danza folclórica
y contemporánea forman hoy parte de un paisaje que nos enriquece y le
da nueva forma a la ciudadanía. Y todo a partir de tomas espontáneas de unos
espacios que nunca representaron interés
alguno para las autoridades civiles . Uno pensaría que desde la Gobernación de
Risaralda se debieron haber trazado desde hace mucho tiempo acciones en ese
campo, pero no fue así. Por fortuna, la corriente de la vida acaba por imponerse
a la desidia del burócrata.
PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Enhorabuena! Da gusto conocer un caso de reconquista de espacios por parte de gente civilizada. Desde hace tanto tiempo estamos acostumbrándonos a un proceso en dirección contraria, con la incultura y/o la delincuencia copando espacios vitales en las ciudades y sus alrededores, amparándose en la desidia de autoridades que se especializan en limitar los derechos de la gente decente, que es olfateada y palpada mientras los otros se escurren aprovechando la penumbra.
ResponderBorrarMi querido don Lalo: se supone que la cultura consiste en eso: en cultivar para garantizar la supremacía de la vida. Y eso es lo que hacen desde hace décadas los gestores y artistas en la ciudad, como una manera de oponerse a la indolencia de sus administradores. Esa es la esencia de la palabra- y la práctica- política.
BorrarAh, cuánta envidia me corroe, por doble partida debo añadir. En mi ciudad queda apenas un área verde de tamaño considerable, todo un lujo de una manzana (el antiguo hipódromo hoy convertido en escuela de futbol y escuela de equitación) donde pronto edificarán el infame estadio bautizado como “El Batán” para 60 mil almas, por puro capricho del caudillo que quiere hacer realidad otro de sus “sueños” para asombrar al resto de Sudamérica. Qué fácil y barato sería convertir el sitio en un auténtico parque, manteniendo las canchas de fútbol y aun sobraría espacio para conciertos al aire libre, a semejanza de los festivales de Pereira. La segunda congoja tiene que ver con esa variada oferta cultural rockera y demás ritmos que los pereiranos pueden disfrutar. Como usted bien sabe, aquí nos especializamos en multitudinarias comilonas en nombre de la cultura. De hecho, no recuerdo la última vez que pasó algún grupo musical respetable por estos pagos. Y es que la "corriente de la vida" aqui se encharcado, ni más ni menos.
ResponderBorrarNo se puede dejar encharcar la corriente de la vida, apreciado José: es lo único que tenemos para conjurar los poderes de la muerte, no sólo física, sino espiritual que nos asedia desde todos los costados.
Borrarte leo
ResponderBorrarme gusta como encaras los textos de tu blog
Real e intenso
Mil gracias. Sempre estamos recomenzando alguna cosa, incluido el oficio de vivir.
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