“Claro que si existen glotones
de todo tipo ¿por qué no glotones para la iluminación?”.
La pregunta, formulada a
quemarropa por la Tortuga a Aquiles en uno de los diálogos del libro Gödel,
Escher, Bach, un eterno y grácil bucle, del escritor y matemático
norteamericano Douglas R. Hofstadter, cae como una cascada sobre la mente del
lector y la siembra de una sucesión interminable de preguntas, como corresponde
a toda gran obra, independiente de su naturaleza.
Ya en las primeras páginas el
lector descubre que está ante un libro
abismal. Tan abismal como esos cuadros del
artista gráfico M.C. Escher que aparecen en una de las caras de un cubo
conformado además por las fugas de Johann Sebastian Bach, los teoremas de los matemáticos Gödel y Georg Cantor, los
koanes del budismo zen, las espirales de la cadena de ADN y los códigos de las
computadoras, para hablar solo de
algunas de las muchas facetas del conocimiento que van y vienen como hormigas que al cruzarse dan lugar a un
nuevo lenguaje capaz de decir cosas tanto al interior del propio hormiguero
como al mundo exterior.
Aquiles y la Tortuga son- cómo no- los mismos
personajes de la célebre Paradoja de
Zenón que tanto inquietara a Jorge Luis
Borges, un hombre obsesionado a su vez
con el curioso isomorfismo manifiesto en los códigos internos de las
matemáticas, la mística y la teología. Cada uno a su manera y con distintos recursos,
nos habla de lo mismo: el infinito y la imposibilidad de la suma de sus partes.
Pero dejemos tranquilo a Borges en su paraíso de libros y
su infierno de espejos. Resulta claro que la Tortuga se refiere a Hofstadter
cuando habla de “Glotones para la iluminación”. ¿Cómo así? ¿Un
personaje refiriéndose a su autor? Se preguntarán algunos. Pues sí. El juego
mental propuesto por el autor consiste
en eso: una sucesión de personajes que solo pueden avanzar volviéndose sobre sí
mismos, en un constante ejercicio de
autorreferencia, idéntico al de la
serpiente que se muerde la cola. El Ouroborus,
el viejo y conocido símbolo del infinito.
Quienes están familiarizados con los dibujos de Escher recordarán sin duda la perturbadora imagen de
un hombre que asciende por las escaleras
de un edificio sembrado de ángulos.
En su desplazamiento se fija en
que al otro lado desciende un hombre idéntico a él, que a su vez lo mira
mirarlo. Nos encontramos frente a la
eterna imagen de los espejos enfrentados; del relato dentro del relato; de la
muñeca que contiene a su vez otra muñeca. Si continuamos, tendremos dos
opciones: o despeñarnos por un
precipicio sin sima o alcanzar alguna forma de conocimiento.
Lo que el autor de Un eterno y grácil bucle nos
sugiere en las más de ochocientas páginas de su libro es que hombres como Bach
asumieron el riesgo de la segunda opción. De ese salto al vacío surgió el arte
de la fuga, una expresión musical
basada en la idea de unas
notas y tonos que al volverse sobre sí
mismos dan lugar a un universo sonoro igual pero distinto. Lo mismo pasa con
los números y programas de computadora que dan saltos entre
su cifra primigenia y el
infinito, en una pirueta incesante que, miren por dónde, nos remite a la forma
como funciona la información genética : moléculas que fabrican réplicas nunca iguales a sí mismas, pero que por eso mismo permiten la
supervivencia de las especies.
Y así vamos de la mano de Hofstadter y sus amigos: la Tortuga
aficionada a los acertijos, un cangrejo proclive a los descalabros y un Aquiles que intenta caminar sobre la cuerda
floja de sus propios pavores: teme que el piso de la lógica se quiebre en ese viaje sin retorno en el que
los matemáticos persiguen la misma clase de belleza que los músicos, los poetas
, los pintores y todo aquél que intenta sustraerle al mundo sus secretos... solo
para descubrir que estamos atrapados en
un juego infinito de espejos enfrentados
del que intentamos escapar con ayuda de un
teorema, una pintura, un acorde o
un poema que al final resultarán solo otra imagen en el abismo sin fin de ese
espejo que se transforma en laberinto cuando siente amenazados sus secretos.
De eso y mucho más se ocupa Hofstadter
en su libro.
PDT: les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.
https://www.youtube.com/watch?v=NEKF08t3mW4
PDT: les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.
https://www.youtube.com/watch?v=NEKF08t3mW4
Gustavillo. Hoy pasé por tu Blog-Acido y ha sido como siempre todo un placer. Un abrazo. Jorge Albeerto.
ResponderBorrarQué bueno tenerte por aquí, viejo. Siempre serás bienvenido a este diálogo.
ResponderBorrarA propósito de Zenón y de lo que pretendía demostrar que el movimiento era ilusorio y fuera de la realidad (en el colegio me sacaba de quicio el asunto de la tortuga y Aquiles, porque no pillaba el mecanismo y simplemente me parecía una tomadura de pelo), me provocaba más gracia la historia de que Diógenes el Cínico había rebatido su teoría propinándole un puñetazo: dado que el movimiento era una ilusión, entonces el golpe también lo era, así que Zenón no tenía nada que reclamarle.
ResponderBorrarPor otro lado, el otro día estuve viendo un documental acerca de un artesano reparador de órganos antiguos. Pasmado me quedé al saber que un solo instrumento de esos podía tener miles de tubos y cuya distribución parecía terminar en el cielo, o sea en el infinito, y de hecho, muchos tubos permanecían ocultos a la vista del público lo cual añadía misterio a los sonidos reproducidos. Adivine con qué tema hacían las pruebas de afinado.
Ja, por fortuna no soy el único que padeció con la paradoja ( mi amigo Iván Rodrigo García dice que en realidad es una aporía) de Aquiles y la tortuga, apreciado José.
BorrarNo por casualidad, el libro de Hofstadter apela todo el tiempo a los koanes del budismo Zen, cuyas claves residen en desafiar todo el tiempo las supuestas leyes de la lógica... occidental, se entiende.
Zvradko Ducmelic, un artista croata que se radicó en Mendoza y desarrolló una afinidad muy especial con la obra de Borges, tiene una serie de grabados sobre los laberintos espectrales que caracterizan los cuentos del escritor argentino. Tengo la suerte de ver todos los días uno de esos grabados, de la serie sobre la Ciudad de los Inmortales, que se asemeja a la imagen de Escher que publicas (creo haber visto algo parecido de Dalí en algun museo de Cataluña) . Cierto, esos laberintos, esos abismos, nos cercan y nos tragan. la unica forma de escapar es a través de la poesia, que fue el recurso de Ducmelic.
ResponderBorrarMi querido don Lalo : de hecho, nuestra mente opera como un laberinto incrustado dentro de otro laberinto que es el cerebro, que a su vez reposa en otro laberinto llamado cuerpo.
BorrarEl " conócete a tí mismo" sería un intento por encontrar la salida de esos laberintos. Dicen que quienes lo consiguen, después de muchas pruebas y fracasos, descubren que cayeron en otro laberinto llamado mundo, o colecciones de fenómenos que dicen los filósofos. La poesía en particular, y el arte en general, serían una suerte de consuelo ante tamaña desazón.
Zdravko es el nombre del artista, no Zvradko. Sorry, pero en Croacia la diferencia se nota.
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