“ Picture yourself / in a boat on
a river/ with tangerine trees/ and marmalade skies”. La primera vez
que escuché esa canción sentí que algo
se estremeció dentro de mi cabeza. Tendría unos once años y cursaba
primero de bachillerato de la época. Esos sonidos sacados de lo más hondo del
sintetizador prefiguraban cosas nunca
escuchadas: anuncios de una época marcada por el vértigo y la fragmentación.
Fue mi primo Pacho quien me pasó el disco en acetato que marcó mis pasiones
musicales para el resto de la vida. Por
supuesto, no entendí la letra, pero me
dí a la tarea de buscar quien la transcribiera al español. Al leerla en este
idioma pasé de la sorpresa a la estupefacción
: “ “Imagínate en un bote/ en un río/con árboles de mandarina y cielos
de mermelada”. ¿ Qué era eso de cielos
de mermelada? “El resultado de una traba
la hijueputa” sentenció, bíblico, uno de mis compañeros de curso. Mi confusión
aumentó: para la época- solo para la
época- ignoraba lo que era una traba. Como mi padre ya se había ido de
casa y mi madre abominaba todo lo que tuviera que ver con el rock,
preferí guardarme mis sospechas.
La imagen siguió dando vueltas a mi alrededor hasta que, unos cuatro años después, todo se
me reveló de golpe en las páginas de Alicia en el país de las maravillas. Como
ustedes saben, en ese libro Alicia sueña con el
Rey Carmesí, que a su vez sueña con Alicia, que sueña con el Rey
Carmesí., que a su vez... bueno. Ustedes ya conocen el viejo y eterno juego de los espejos
enfrentados. Los cielos de mermelada sugeridos por la canción de The Beatles
tenían que pertenecer a ese universo.
Para entonces , el cuarteto de Liverpool constituía un todo en
mi cabeza, una totalidad enorme como una
orquesta. Igual me sucedía con The Rolling Stones, The Who, The animals, The
doors y otros cuantos emisarios de la sicodelia que ya habían hecho nido en mis
afectos, para mayor desazón de Amelia, mi madre.
Fue María Teresa, una profesora
de música a quién, por lo demás,
consagré más de una noche de fervor onanista, quien me recordó que The Beatles eran cuatro tipos con nombre propio: Paul, George, Ringo y
John. Habían nacido en Liverpool,
un puerto inglés conocido por ser la sede de
un equipo de fútbol proclive a ganar títulos en serie, al menos en esos tiempos. Fue ella,
María Teresa, la que me dio a conocer
sus propias traducciones de otras canciones del grupo : Yesterday, Love me do,
Let it be, Yellow submarine... en fin : ustedes conocerán ese repertorio que ya
forma parte del legado musical del siglo XX.
Leyéndolas, más que
escuchándolas, comprendí que la evidente afinidad entre las canciones del
cuarteto y las aventuras de Alicia tenía
nombre propio : poesía, ese misterioso
arte consistente en establecer conexiones entre asuntos en apariencia
aislados entre sí, para
convertirlos en belleza, esa otra forma del misterio. Desde esos tiempos,
para mí el buen rock y la gran poesía son una y la misma cosa. Es más:
suscribo la tesis de que el rock es en realidad un género literario.
Y entonces llegamos por fin al
protagonista de esta historia, ahora que
se conmemoran los treinta y cinco ¡ treinta y cinco! años de su asesinato un
ocho de diciembre a la entrada del
edificio donde vivía en compañía de Yoko
Ono, la pintora japonesa a quien los
adoradores de la banda siguen acusando
de ser la causante de la separación definitiva de la misma en 1969.
Se llamaba John Winston Lennon, un hijo de la clase obrera británica
nacido en Liverpool el nueve de octubre
de 1940, es decir en plena segunda
guerra mundial, lo que para un hijo de su generación no sería un hecho
anecdótico, como bien lo probaría su
postura frente a la guerra del Vietnam,
que envió a una generación entera de muchachos a morir en los arrozales
de las antípodas, arrasando de paso
con remotas aldeas que jamás habían oído hablar de los Estados
Unidos de América.
El hijo de Julia mostró una
temprana inclinación por la literatura y la música. Siguiendo esa ruta, no
tardaría en cruzarse con otros herederos de la guerra movidos por idénticas pasiones. Sus biógrafos
y los estudiosos de la música
popular han dicho ya bastantes cosas como para redundar sobre eso aquí.
Por eso prefiero volver al Lennon poeta,
el que conformó con Paul Mc Cartney una
pareja tan célebre en el mundo de la música como aquella de Gardel y Lepera. El Lennon de Hey
Jude, Julia, o Across the Universe. El
de una confianza siempre renovada en los poderes de la amistad y la solidaridad
. “ Hey Jude/ don´t make it bad/ take a sad song/ and make it better”, se
escuchó cantar a quines nacieron en los sesentas y empezaban a ser adultos prematuros a mediados de los setentas a punta de
noticias como la mencionada Guerra de
Vietnam, las guerras de guerrillas en el tercer mundo, el escándalo Watergate,
las dictaduras latinoamericanas o la
eterna contienda entre israelíes y árabes, para mencionar solo
algunas. Atrás habían quedado las promesas de la paz y las flores. La
utopía comunista presentaba los primeros síntomas de disolución, mientras el
capitalismo en su forma más feroz afilaba los colmillos antes de emprender la
arremetida final. Como si no bastara con eso, los setentas empezaron sin The
Beatles.
Mientras George Harrison derivó
hacia el misticismo de corte budista, Paul
McCartney enfocó su enorme talento musical a conquistar el creciente mercado de la
industria discográfica cabalgando a lomo de su banda Wings. Por su lado, Ringo
Starr se las arreglaba para no desaparecer del todo. Cada vez más distante, y
acompañado de Yoko Ono, Lennon se
dedicó a forjar su leyenda política de
luchador por la paz . Tanto, que todavía se utiliza la célebre fotografía de los dos,
desnudos en su apartamento, como un
símbolo de los poderes del amor frente a
las atrocidades de los señores de la guerra. Canciones como Imagine o Give peace a chance no tardaron en devenir
auténticos himnos de los movimientos
pacifistas surgidos en los cuatro puntos cardinales de la tierra. “ En un siglo en el que
los vencedores son los que pegan más fuerte, los que meten más goles,
los hombres más ricos o las mujeres más bellas, resulta alentadora la conmoción
que ha causado en el mundo entero la muerte de un hombre que no había hecho otra cosa que cantarle al
amor”, escribiría Gabriel García Márquez
una semana después del asesinato del músico en una columna titulada
: “Si, la nostalgia sigue siendo igual
que antes”.
Y entonces, el ocho de diciembre
de 1980 sonó aquél pistoletazo a la
entrada del edificio Dakota, en cercanías del Central Park de Nueva York. Para entonces, yo tenía
veinte años, una colección de discos en
acetato, una novia bohemia, una pasión demencial por el fútbol, una biblioteca
en ciernes y un montón de poemas
borroneados en los mismos cuadernos que me
servían para tomar apuntes en la universidad. Fue la voz del locutor Juan
Harvey Caicedo la que me dio la noticia,
como si se tratara de un heraldo de las tinieblas. “ El ex beatle John
Lennon acaba de ser asesinado en
Nueva York”, leyó Caicedo con su impecable entonación. Todavía hoy , tres décadas y un lustro
después, recuerdo lo absurda que me pareció la expresión ex beatle. Como si se pudiera ser tal cosa. Como si uno pudiera
convertirse de repente en ex hijo o ex padre. No había transcurrido una hora cuando tocaron a
mi puerta dos viejos compinches de esos
días, dos muchachos del verano: Alberto Verón y Jorge Enrique Osorio. Llegaron-
cómo no- con el rostro demudado, la voz trémula y los discos de Lennon
apretados contra el pecho como una reliquia
a punto de hacer su tránsito hacia la nada. Despojados de toda posible
palabra apuramos sendos tragos de ron, esa providencial bebida que nos ayuda a sobrellevar los trances más
amargos. Solo entonces, tuvimos fuerzas
para escuchar y tararear sus canciones como quien eleva una plegaria
a una divinidad siempre dispuesta a echar la mano. “ Picture yourself/ in a train on station/ with
plasticine porters/ and looking glass
ties”, cantamos en trío desafinado. No estoy seguro, pero hoy quiero imaginar
que lloramos y nos abrazamos con ese desesperado fervor de la juventud,
ante la inapelable certeza de que a esa
hora John Winston Lennon ya estaba
instalado para siempre en su cielo de diamantes.
PDT: les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
"La muerte de Lennon" fue mi primera cobertura periodística importante en Inglaterra, donde había llegado como corresponsal poco tiempo antes. Fui a entrevistar (digo, es un decir) a algunos de sus viejos amigotes, a visitar algunos de los lugares venerados por los seguidores de los Beatles... Ya te imaginas. Todo con un inmenso dolor, porque yo compartía tu adoración por el grupo. Creo que esas líneas que citas están entre los mayores aciertos de la música popular. Muchas veces las letras de los autores jóvenes son cínicas, meramente provocativas. Las de los Beatles provocaban poéticamente, respetando a los oyentes. Es tan difícil, provocar y respetar al mismo tiempo...
ResponderBorrarEs la misma diferencia que hay entre la sátira y el chiste flojo, mi querido don Lalo. Digo, lo de esa diferencia sutil y determinante entre la provocación y el irrespeto. En el primer caso se necesita una buena dosis de inteligencia. En el segundo, un arsenal de ramplonería y vulgaridad.
BorrarY sí : todavía sigo sintiendo que alienta una gran dosis de misterio y belleza en la letra de Lucy in the sky with diamonds.
Conocí a Los Beatles, justo cuando ingresaba a la adolescencia, gracias a una profesora de inglés que nos ponía la letra de sus canciones más conocidas para ir practicando el idioma. Era a principios de los noventa, por entonces vivía en el pueblo de mis abuelos y no tenía a nadie que me hiciera escuchar rock o algo parecido. La juventud oscilaba entre música folclórica y Los Iracundos en las guitarreadas nocturnas de la plaza, a las que a veces acudía. Música en inglés prácticamente no se oía. Como a los de mi generación el fenómeno ya no nos tocó, no fuimos conscientes de la grandeza del grupo y de su influencia en la música. Por tanto no soy muy apegado a ellos pero he de reconocer que les tengo mucho respeto y algunas canciones son tan sentidas y tan poéticas que no pierden frescura ni actualidad.
ResponderBorrarY ahora, permiso, que me espera un almuerzo, en honor a un primo menor que casualmente nació el mismo día que mataban a Lennon. Y por esas rarezas de la vida, él sí que es un fanático del cuarteto.
Ps. Los del Youtube no me dejan escuchar la canción que propone (ni otras versiones), “bloqueado en tu país por motivo de derechos de autor”, sale el cartelillo. ¡Cabrones!
¡ Cabronazos! Con The Beatles acontece igual que con todo lo denominado clásico : se habla de ello más de lo que se les lee o escucha, apreciado José.
BorrarSin embargo, su condición de cronistas y cantores de una época tan convulsionada les da un valor agregado que los convierte en elemento clave para entender muchas de las cosas que pasaro.
Ah, espero haya disfrutado a tope su almuerzo.