Que el sistema posee una
capacidad inagotable para convertir en
mercancía a sus más agudos contradictores es una verdad
palmaria. Para comprobarla basta con evocar la imagen del “Ché” Guevara estampada en gorras y camisetas o a los septuagenarios Rolling
Stones engordando sus
arcas en interminables giras para fanáticos VIP de la
tercera edad. Eso para no hablar de los militantes de la “izquierda exquisita”
devenidos arribistas de primera línea y
renegados de toda utopía.
Por eso resulta tan saludable para el cuerpo y el alma darse
una vuelta por los arrabales donde la
furia limpia de lo marginal oxigena las ganas de vivir. Allí alientan, por
ejemplo, esos futbolistas sin botines ni
balón que inventan gambetas imposibles,
hasta que llega un forajido... perdón, un empresario Fifa, y se los traga para
vomitarlos después convertidos en un extraño cruce entre atleta, modelo y figura
de la farándula, dedicada a vender calzoncillos, lociones, relojes, teléfonos
y cuanta chuchería se inventan para
distraer la inexorable soledad humana.
“Aquí en esta bolsa me cabe la
vida/ con ella a la espalda/ soy libre otra vez”, cantaba el baladista
Emmanuel en una bella tonada de los años setenta. De modo que continúo mi excursión mental y me topo con esos músicos de blues varados en
las tabernas surgidas como hijas del
agua a orillas del Mississippi. Pensando
en la infinita dosis de dolor con la que compusieron sus canciones, no puedo
evitar preguntarme como Rafael
Alberti: “¿Qué cantan los poetas de ahora?”.
Hasta el mismísimo Tom Waits es
ya una estrella entre los yuppies y los chicos cool. No podía ser de otra
manera cuando la rebelión recibe premios MTV y los más contestatarios no
resisten la tentación de atender entrevistas para revistas de
farándula: ahora el Jet set seduce más que andar por las orillas.
“El Hay Festival es lo más in. Allí está todo lo que vale
la pena”, le escuché decir a un aspirante a gloria literaria en los pasillos de la universidad. Mientras
lo decía, encandilaba a sus amigos con fotografías tomadas al lado de las estrellas de turno en la edición 2016 de ese evento. Y tiene toda la razón: allí se conjugan todas
las ambiciones, las vanidades,
las filias, las fobias y los juegos de poder del mundo literario, en una
puesta en escena que resume en sí misma
la razón última del quehacer intelectual en estos tiempos: la glorificación del yo, con toda su carga de
bisutería. Recuerdo entonces a César Vallejo, a Roberto Arlt, a Porfirio
Barba Jacob, a Joaquín Pasos y los
pulmones se me llenan del aire limpio
respirado por quienes transitaban esas
cornisas, convencidos de que la
literatura era- apenas y además- su manera de
estar vivos.
Abro el morral y saco mi ejemplar del libro Ganas de viajar, del poeta y cronista
Alejandro Buitrago. Por supuesto, su nombre no está en la lista de “los que valen la pena” y creo que a él le
importa un rábano: abomina del aura sacerdotal de tantos escritores. Pero qué
digo libro: es una obra de artesanía y, como tal, confeccionada a mano. En sus páginas
adquiere consistencia la idea de que la
forma y el fondo son una y la misma cosa. Allí están, transfiguradas, las
visiones de sus viajes por América del Sur, que
le han dejado, entre otras recompensas, una mujer peruana y tres hijos.
Por allí cruza la algarabía de sus pies
al coronar cerros imposibles y suenan
los acordes de todas esas músicas que narran lo que somos y lo que no pudimos o no quisimos ser.
Esos viajes le han dejado libros como hojas al
viento que va regando por ahí a la
espera de un lector. Alejandro Buitrago sabe de
orillas y laberintos. Por eso no desconfía de la vida, que llega
cada día con su pan mañanero y su puñado
de besos y versos. A su modo, va cantando
una melodía de arrabal que nos redime a
ratos de tantas ilusiones vendidas.
PDT : les comparto enlace a la- ineludible- banda sonora de esta entrada
Gracias Gustavo por alertarnos sobre la vecindad entre besos y versos, que no conocía o, tal vez peor, había olvidado. Y viene bien que menciones a Alejandro Buitrago, porque su sensatez de viajero y poeta me sirve para olvidar un ejemplo notable de sofisticación (en el sentido de falsificación) que he leído esta mañana: una entrevista con Alberto Manguel, en La Nacion, en la que dice que todas las mañanas lee al Dante.
ResponderBorrarGrave, muy grave eso del olvido, mi querido don Lalo. Y sí, bastante culterano el señor Manguel: otros mortales en las mañanas apenas si entonamos la oración al Ángel de la Guarda. Eso me hace evocar las declaraciones de otros escritores que a los ocho años de edad ya recitaban páginas enteras de El Quijote, ni más ni menos.
ResponderBorrarDe esas veleidades está hecho el mundo del arte y la cultura.
Ah... no sabe cuánto me complace volverlo a tener en este vecindario.
Otro fresco ramalazo cultural que nos obsequia, ojalá fuera mas frecuente o quizás no. Nunca la palabra "arrabal" se ha oido tan fina como en la voz de Gardel. No sé qué es más ridículo: si ver a los arrugados Rollings tocando viejas glorias o a los abuelos fanáticos intentando rockear de nuevo. Qué le vamos a hacer hasta el irreductible de Tom Waits ya es sospechoso de haber sido engullido por el mainstream. Por suerte todavia quedan algunos rebeldes que se resisten a la industria y todas sus veleidades. O eso creo con este joven trovador que bien podria tomar el relevo de Waits.
ResponderBorrarhttps://www.youtube.com/watch?v=HRRnosHzdCw
https://www.youtube.com/watch?v=QiVS56IePXw
Y qué gran noticia que el amigo Lalo vuelva por estos lugares. Se lo extrañaba demasiado.
BorrarMil gracias por los enlaces, apreciado José. Y sí : " Yo no vendo/yo no compro/ y por eso soy feliz" canta el viejo Facundo Cabral. Ese puede ser un buen punto de partida para andar por el mundo liviano de equipaje.
BorrarAlejandro Buitrago es, creo, lo que Roberto Bolaño quería hacer y que dejó tan claro en los Detectives Salvajes: ver al poeta como un estilo de vida. Ahora, Gustavo, su entrada me recordó ese primer libro publicado de Borges, que el mismo distribuyó y que, de alguna manera, autopublicó. Fervor de Buenos Aires es ese recorrido por el arrabal. Y para no ir lejos, tenemos a los dos Luis, el Tejada y el Vidales.
ResponderBorrarSaludos.