Internet es como un bosque en
permanente expansión, lo que convierte a la red en una metáfora del universo.
Mejor aún: en un universo paralelo, con sus divinidades, sus demonios, sus
maravillas y sus extravíos.
En ese bosque es fácil perderse.
Por eso, quienes lo transitan dejan migajas virtuales a su paso, tal como lo
hicieran Hansel y Grettel en el relato de los
hermanos Grimm. Solo que en lugar de pan dejan fotografías, canciones,
amenazas, súplicas, frases ingeniosas, frases tontas y, sobre todo, señales de “Me gusta”, con el conocido ícono del
dedo pulgar alzado.
“Me gusta”, indican los navegantes, sin importar si se trata del
más reciente Youtuber (¿verbo? ¿ sustantivo?¿adjetivo?¿todos los anteriores?),
de la
canción de moda, de una marcha de los corruptos contra la
corrupción o de las atrocidades
cometidas por la comunidad internacional en Siria.
Por ese “me gusta”, en apariencia tan impersonal, tan vago, tan anodino, se juegan la vida y la tranquilidad los guías que se multiplican en la red como
setas en un árbol caído. Después de estar a punto de extinguirse luego de la caída de las
grandes ideologías y del desprestigio de
las iglesias confesionales, la figura del conductor de masas reaparece con inusitado
vigor, gracias a las redes sociales.
Tanto, que se ha convertido en medida de lo que los
viejos filósofos llamaban el ser y otros
definían como “El sentido de la vida”. Ya ni siquiera
se trata de la capacidad de consumo o
del prestigio social, valores tan caros a las convenciones burguesas y aristocráticas. Se trata de una premisa que trasciende a
Hamlet: Seguir o ser seguido: he ahí la cuestión.
Aquí hablamos de otra cosa: a la levedad, la
velocidad y la inmediatez propias del mundo virtual, se opone la necesidad de
generar un interés, o incluso una pasión por lo que se dice y hace, por fugaz
que sea el fenómeno.
Poco importa si se trata de un futbolista, una modelo, un músico, un
columnista de opinión, un autor de moda o un político de tinte mesiánico. Lo
importante es contar con un número ascendente de seguidores que den cuenta de
su peso específico en el mundo. O mejor, en los minúsculos mundos en que está
fragmentada la red.
Y aquí empiezan las dificultades: el número de seguidores siempre
deberá ser ascendente. Eso probaría que la existencia del guía es consistente,
maciza, probable, si el mundo virtual permite hablar en esos términos. En caso contrario, es
decir, si la cifra de los seguidores
mengua llegan la angustia, la ansiedad,
la sensación, o peor aún, la certeza de no existir, de apagarse como una
estrella enana.
Como esas solteronas de las novelas decimonónicas, el internauta
empieza a chapotear en sus propios temores, que son los viejos y conocidos
miedos de quien se siente ninguneado,
despojado del espejo en el que se reconoce cada mañana y cada noche de
su vida: la mirada del semejante, del otro.
Nos encontramos así ante la peor
de las tragedias imaginables: un guía sin seguidores. Una multitud de fieles devotos sin gurú. Moisés cruzando el Mar Rojo sin más
compañía que una legión de fantasmas.
No es casual entonces que se
multipliquen las consultas con el
siquiatra por lo que ahora se llama adicción a la tecnología. Expresión
errática por lo demás. Por supuesto, nadie, por desamparado que esté, se vuelve dependiente de un aparato. En realidad, Internet
lo que ha conseguido es desnudar los
viejos síntomas de la desolación humana. Nadie me llama, nadie me escribe,
nadie me busca: nadie me sigue. O mejor dicho, solo me siguen mis obsesiones. Y
lo mismo les sucede a los otros. O si no, fíjense en los célebres 140 caracteres y verán que están
escritos en el mismo tono y estilo urgentes de los mensajes enviados al
mar dentro de una botella.
PDT . les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
La soledad, aunque estemos rodeados de amigos, el desamparo... el miedo, en suma. Hace unos días comencé a leer Light, una novela de ciencia ficción de M.John Harrison, en la que uno de los personajes, capitana de una nave espacial, es un ser, ente o conciencia sin cuerpo, o mejor dicho, tiene un cuerpo que ha comprado a un "sastre" (los sastres del 2.400 cortan cuerpos, no trajes) pero no lo usa porque algo no encaja: al parecer el cuerpo (de segunda mano,el sastre es un estafador) tiene "recuerdos" o tics de la conciencia que lo habitó anteriormente. Imaginate la soledad de una conciencia sin cuerpo propio. Otro personaje es un tipo que no vive su vida real sino una vida virtual en un "tanque" de sustancias químicas donde todas sus fantasías cobran (cierta retorcida) realidad. Es decir, la existencia para este personaje es la fantasía que experimenta sumergido en el equivalente tecnológico del líquido amniótico de un tanque en un parque de atracciones del futuro. Allí vamos, Gustavo, ve reservando tu tanque, o llamando a tu sastre...
ResponderBorrarMi querido don Lalo: El Pret a porter o traje sobremedida siempre fue un anhelo de las aristocracias y de la naciente burguesía en su afán de distinción. Y ahora nos salen con esta pesadilla: un traje sobremedida que no nos calza bien. Como para una inmersión en la más pura metafísica de un mundo sin dioses o, peor aun : un mundo en el que los dioses son apenas caricaturas de si mismos.
ResponderBorrarVaya descubriento el que nos dejado usted para estos días de Semana Santa, cuando los católicos practicantes hablan de "Exámen de conciencia y contrición de corazón".
Ja, raro que un “influencer” (quiera o no, usted lo es) se ponga a jabonar a todos los “followers” habidos y por haber. Bien dice usted, la Red es un mundo paralelo con su propia fauna, que va desde los ociosos hasta los desesperados. Con ella se han visibilizado nuestras pesadillas, nuestros temores y nuestra insignificancia. He ahí el ansia, la premura por trascender, aunque sea de cualquier manera.
ResponderBorrarJa, resulta que, con motivo de la Semana Santa, me dio por un "exámen de conciencia y contrición de corazón", como mandan los viejos teológos, apreciado José.
ResponderBorrarEso sí, con una salvedad: Sin "Propósito enmienda".