La historia proyecta sus juegos
de sombras chinas en el tiempo y los
humanos las atrapamos al vuelo, en un intento por descifrar algunas claves del presente.
El pasado habita entre nosotros
diciéndonos cosas.
Solo que las estridencias del ahora nos impiden escucharlas.
Los más escépticos
aseguran que siempre ha sido así y, por lo tanto, nada ni nadie va a
cambiar las cosas.
Otros van más allá y citan el proverbio bíblico: “Nada nuevo
hay bajo el sol”.
Unas cuantas voces, sobre todo
entre los más jóvenes, dicen que es hora de cambiar el curso de la rueda.
Entonces se echan a la calle y,
sobre todo, se sumergen en las redes sociales en busca de interlocutores y
respuestas.
Lo que encuentran no es muy alentador: un
intercambio incesante de insultos,
calumnias, amenazas, infundios y descalificaciones enhebrados en un lenguaje cada vez más
envilecido.
Con un agravante: esa hoguera es
alimentada por columnistas,
caricaturistas, presentadores de noticias, analistas y otras variantes de lo que ha dado en denominarse Líderes de opinión.
Influenciadores, los llaman también.
Algunos entre estos últimos
suelen ser perversos hasta la insania.
En ese bosque escasea el
pensamiento y abundan las pasiones.
Los consumidores de información
beben esa pócima nauseabunda y la
regurgitan convertida en odio, en
prejuicio, en descalificación
visceral de los otros.
Como en un mortífero
bumerán, éstos devuelven la ofensa, multiplicada.
Razones de sobra para preocuparse
por partida doble.
En ese momento, uno decide
visitar las sombras chinas de otras épocas en busca de cordura.
Entonces se encuentra con la gran Hipatia de Alejandría, que
le devuelve el aliento desde el
siglo IV d.c con esta dosis de lucidez:
“Conserva celosamente tu derecho
a reflexionar, porque incluso el hecho de pensar erróneamente es mejor que no
pensar en absoluto”.
Qué falta nos hace hoy esa sensatez frente a las bombas arrojadas a los cuatro vientos en ciento cuarenta caracteres.
Más adelante, entrado el siglo
XVI, el viajero asiste a la controversia epistolar entre Erasmo de Rotterdam y
Martín Lutero.
El primero era un pensador entre
los más grandes y el segundo un
activista ferviente cuyas tesis provocaron un sismo al interior de la Iglesia católica y en la
estructura política de Europa.
Y
ninguno de los dos perdió el respeto por el decir y el sentir del
interlocutor, como lo revelan algunos fragmentos de sus cartas. Por ejemplo, este de Lutero a Spalatino:
“(…) Jesús. Salud. Hasta ahora me has preguntado cosas, óptimo
Spalatino, cuya respuesta dependía de mi capacidad o de mi temeridad. Ahora, al
rogarme que te oriente en lo que concierne al conocimiento de la Sagrada
Escritura, me planteas un problema que excede en mucho todas mis fuerzas. Y es
que ni yo mismo puedo encontrar quien me guie en asunto de tanta
trascendencia. Cada uno, incluso los más eruditos y mejor dotados de ingenio,
opina a su aire. Ahí tienes a Erasmo: afirma
públicamente que san Jerónimo es un teólogo de categoría tal, que a
seguir su gusto debería ser el único que se tomase en consideración (…)”.
A su vez, el genio de Erasmo no
se hace rogar:
“(…) Con vehemencia disiento de quienes se oponen a que los laicos puedan leer las Santas
Escrituras traducidas a las lenguas vulgares, como si Cristo hubiera enseñado
cosas tan intrincadas que escasamente pudieran ser comprendidas por unos pocos
teólogos y como si la difusión de la
religión cristiana dependiera del
desconocimiento de ella. Tal vez pueda ser conveniente que los reyes
oculten sus secretos, pero Cristo quiere
divulgar al máximo sus misterios (…).”
Es decir, que Erasmo valora y acoge el razonamiento de su contradictor allí donde
encuentra puntos de coincidencia
Desde luego, hablamos de dos mentes poderosísimas, cada
una con un enfoque distinto de su tiempo.
No de la olla de grillos que es,
en últimas, la vida pública colombiana.
Pero por algo se empieza-
supongo-.
De modo que los invito a
continuar el recorrido.
Escuchemos a sor Juana Inés de la Cruz, que escribió un
siglo más tarde para el mundo desde México, el reino de lo mero macho entonces y ahora:
“¿Qué humor puede ser más raro que el que, falto de consejo, él mismo empaña el espejo, y siente que no esté claro?”
O esta otra reflexión de la monja indómita:
“Y aunque es la virtud tan fuerte, temo que tal vez la venzan. Que es
muy grande la costumbre y está la virtud
muy tierna.”
Y
sí, tenía razón sor Juana: es tan grande la costumbre que nos habituamos
a la sordidez.
Peor aún : a las muchas formas de la estupidez.
Pero después de visitarla allí
donde habita junto a su hermana Hipatia y sus contertulios Erasmo y Lutero, bien vale la pena jugársela por la
virtud, por tierna que sea.
PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Ya decía un columnista que antes las tonterías, los insultos y otros asuntos vulgares, no salian mas allá del bar del pueblo, y que hoy, gracias a las redes sociales, asistimos al reinado de la estupidez en todas sus facetas. Lamentablemente la 'burricie' es celebrada como rebeldia y aplaudida en muchos casos.
ResponderBorrarObserve cómo condecoramos en mi pais un hecho de lo mas tonto, gracias al fenómeno de la viralización:
Borrarhttp://www.la-razon.com/index.php?_url=/ciudades/El_Alto-concejo-alcaldia-reconocimiento-Ronald-Ramos_0_2664933534.html
Exacto: la estulticia se democratizó, apreciado José. A eso lo llamamos "Libertad de expresión y oportunidad en las comunicaciones".
Borrar“Y aunque es la virtud tan fuerte, temo que tal vez la venzan. Que es muy grande la costumbre y está la virtud muy tierna.”
ResponderBorrarEsta aguda observación de Sor Juana Inés llama la atención por la contraposición de los calificativos de virtud, "fuerte" y "tierna", que suenan excluyentes. No lo son por lo mismo que se puede percibir en el idealismo de los jóvenes: fuerte para impulsar cambios positivos, tierno ante el canto de los populistas hijueputas. Y hablando de hijueputas, con el perdón de Sor Juan Inés (que con seguridad lo otorgará), veamos un ejemplo del lenguaje político de moda en Washington: el nuevo director de Comunicaciones de la Casa Blanca, Anthony Scaramucci, dijo de Reince Priebus, director del gabinete, que era "un jodido paranoico esquizofrénico", y luego, sobre otro rival, el jefe de estrategia, "yo no soy como Steve Bannon: yo no intento chuparme la polla".
No estoy seguro de hasta qué punto podemos comparar a Scaramucci con Lutero, Erasmo y Sor Juan Inés, salvo la voluminosa y renegrida cobertura de la cabeza: la cabellera de Mooch (apodo que puede traducirse como "el que vive de gorra, a costa ajena") y las tocas de los demás.
!Ay Jueputa! Creo que sor Juana estaría más que complacida con este debate, mi querido don Lalo. De hecho, los hideputas de la época la arrinconaron y entonces ella se atrincheró en la reflexión y la poesía.
BorrarSobre Erasmo, eso de " Jodido paranoico esquizofrénico le hubiese inspirado unas cuantas epístolas.
Y Lutero...mmmmm, me temo que Lutero estaría a sus anchas en Washington, esa especie de puerta del delirio.
A pesar de que en dos ocasiones cito a "Sor Juan Inés", no es mi intención sugerir que la celebrada Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillán fuera transexual, término que también está de moda en Washington, mencionado recientemente en el boletín oficial del gobierno... er... un tuit del presidente.
ResponderBorrarBueno, lo que pasara bajo los hábitos- en todos los sentidos de la palabra- de sor Juana, es todo un misterio que sigue desvelando a sus exégetas, mi querido don Lalo.
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