La ciudad donde cada día
reinvento mi vida tiene ese…“No sé qué”,
como recita el polaco Goyeneche en la Balada
para un loco.
Para empezar, nace
en tierra fría, a orillas del río Otún,
más arriba del corregimiento de La
Florida y acaba allá en la
hondonada, en las riberas del Consota,
en planicies ardientes donde una vez se
cultivó la caña de azúcar.
En ese recorrido uno encuentra
todos los rostros: negros, mulatos, blancos, indígenas, gitanos, mestizos
y hasta unos cuantos descendientes de
peregrinos llegados desde Siria y Líbano
cuando otras guerras los desterraron de sus paisajes de dunas y dátiles.
Pero sobre todo están las músicas.
Hoy por ejemplo calcé mis zapatos de
siete leguas y emprendí la caminata desde Libaré,
ese paraíso de sedientos donde el Deportivo Pereira de épocas mejores libró y
ganó batallas ante equipos de leyenda como el Millonarios de Pedernera y Di Stéfano o el Deportivo Cali de los peruanos.
Al llegar a una esquina del barrio
Berlín tropecé con una panda de mecánicos y zapateros tangófilos que celebraban
en mitad de la tarde los cien años de La
cumparsita, la melodía del uruguayo Gerardo Matos Rodríguez a la que Enrique Maroni y Pascual Contursi le
añadieron una letra que le ha dado miles de veces la vuelta al mundo en
distintas versiones.
“Esa canción la han interpretado miles de cantores distintos en todos
los idiomas de la tierra. Es la que más traducciones ha tenido”, sentencia
Helmer, un setentón de piel cenicienta y
nariz roja, mientras blande una llave de
aflojar tuercas cuyo resplandor disuade a cualquiera que aliente la intención
de refutarlo.
Y yo pensaba decirle que Yesterday, de The Beatles,
le gana por una cabeza.
Como él, son decenas las personas que en este sector han hecho del tango una
suerte de liturgia pagana, una misa criolla.
Para ello se reúnen en un bar llamado El Milongón, ubicado en la carrera diez con calle nueve. A esta
hora de la tarde, con el aguardiente fluyendo a grifo abierto, la voz de trueno
de Óscar Larroca nos recuerda, cual
moderno Catón, “Que el hombre para ser
hombre no debe ser batidor”.
Cada vez que la escucho se me
agolpa en el pecho la imagen de mi
hermana Amparo recitándola en voz baja y apurando va uno a saber qué amarga
pócima de su historia personal.
Cuando al llegar la noche se
encienden las primeras luces de viviendas y negocios la cosa es a otro precio.
Hemos llegado al barrio Cuba, o ciudadela, como le dicen ahora.
El clima aquí es el mismo del
Valle del Cauca. Pura tierra caliente.
El barrio fue fundado- como
tantos en Colombia- por desplazados de la violencia liberal conservadora. Su
nombre fue tomado de una enorme hacienda panelera afincada durante años en la
zona. Pronto fue ocupado por legiones de
obreros que, haciéndose eco de la
revolución cubana, no solo adoptaron las consignas de los combatientes sino que
bautizaron a sus lugares de residencia con nombres como La Habana, La isla o Leningrado.
De aquí partieron cientos de
muchachos en los años sesenta del siglo anterior. El destino era Nueva
York, esa ciudad presentida en las
películas y en las series de televisión que llegaban a Colombia con varios
años de retraso.
Nueva York: dos palabras y una
promesa de redención que a veces terminaba en desastre.
Sobre todo cuando a los
chicos les daba por jugar a policías y
bandidos.
Los que corrían con suerte regresaban luciendo nuevos peinados y
vestidos como los guapos de las revistas.
Algunos traían dólares,
edificaban una casa para los viejos y se compraban un Ford Mustang.
No pocas chicas caían rendidas a
su paso.
Y todos volvían con música: vinilos de 78, 33
y 45 revoluciones por minuto. Algunos
sectores de Nueva York eran un hervidero
de ritmos caribes entre los que destellaba una palabra: Salsa, una tormenta de fuego
hecha de vientos, congas, timbales y pianos.
Ritmos hechos a la medida para olvidarse de la
dureza de la vida.
De jornadas de catorce horas
diarias colgados de la fachada de un edificio.
O limpiando pisos en un bloque de
Manhattan.
Larry Harlow, Eddie Palmieri,
Richie Ray y Bobby Cruz los ayudaron a sobrevivir a esas cosas.
Por eso los convirtieron en parte
del santoral y hoy les rinden culto en todas las esquinas de la Ciudadela Cuba.
Una fiesta eterna al aire libre.
Ustedes ya entenderán por qué les digo que
esta ciudad mía tiene ese “No sé qué”.
PDT : Les comparto enlaces a las bandas sonoras de esta entrada:
Tavo, Tavito, Tavo.. qué lindo, llévame a tus caminatas
ResponderBorrarDe una.
ResponderBorrar"Esta ciudad mía", vaya afirmación. "Ciudad nuestra" es tan difuso, porque cada uno tiene su ciudad, que no esa misma de las imágenes fotográficas o videos. Es una ciudad interior... reflejo de sus alegrías y, sobre todo, de sus angustias. Cada ciudad es una fantasía o una pesadilla, a la medida de quien la sueña.
ResponderBorrarTu los dicho, viejo Abel: a cada persona le corre una ciudad distinta cuerpo adentro.
BorrarViva la musica al estilo de la perla del otun y del consota.
ResponderBorrarTango una muñeca vestida de azul que le gusta la salsa y el control
Bueno, Carlitos. Que la goce con su muñeca vestida de azul... y desvestida también.
BorrarVeo que usted es un consumado andariego, amigo Gustavo. Eso sí,sus zapatos de siete leguas no resistirian el asfalto de mi desfalleciente ciudad, quedarian pegados como chicle a las pocas cuadras. Sana envidia me despiertan los todavia verdes paisajes de Pereira, esos sitios que evoca son el colofón para el encantamiento.
ResponderBorrarBueno... también existen zapatos y- sobre todo- espíritus para las calles plagadas de agujeros negros, apreciado José.
BorrarLa ilustración que usas para abrir el texto no es políticamente correcta desde el punto de vista uruguayo. Después del titular, La Cumparsita, se aclara que es “Argentine Tango”, error comprensible porque en aquella época esas dos palabras describían el género, no era cuestión de ignorar maliciosamente a los uruguayos. Uno de ellos era “Matos Rodrieyez”, presumiblemente primo del autor, a quien dan el crédito.. estos gringos...
ResponderBorrarDe paso, me encantó tu descripción de la geografía y el alma de tu ciudad
Mi querido don Lalo: fue usted quien me enseñó hace unos años que: " Casi todos los argentinos célebres resultan ser uruguayos".
BorrarDe modo que la incorrección política va de ida y vuelta.
Y la letra de La Cumparsita... es un misterio, para mí, la fascinación que obra en tanta gente. Tal vez por lo sentimental de “aquel perrito compañero que por tu ausencia no comía, al verme solo el otro día también me dejó...” El comienzo, con eso de “Si supieras...” es mejor, no? Que opina tu amigo y vecino, el poeta
ResponderBorrarSe lo preguntaré apenas regrese de su última curda, para seguir a tono con el lenguaje porteño. Digo, a Aranguren, mi querido don Lalo.
Borrar...el poeta Aranguren, decía. Qué opina de la letra de Contursi? Muy poca gente conoce la letra original de Matos...
ResponderBorrarEl poeta Aranguren es paisano de José Benito Barros, un músico costeño que se radicó un buen tiempo en Buenos Aires y alcanzó a componer un puñado de tangos.
BorrarDe su último viaje a la Argentina llegó convencido de que la nostalgia de costeños y porteños se parece mucho a ese juego de espejos enfrentados que abrumaban al " sabio catalán" en Cien años de soledad.