En el principio era el misterio
De la obra del escritor
colombiano Gustavo Arango tuvimos noticia al finalizar los años ochenta del
siglo anterior cuando publicó Un tal Cortázar, tesis de grado
sobre una de sus grandes pasiones literarias.
A través de una minuciosa y entrañable pesquisa, Arango nos
guía en su recorrido por las claves intelectuales y personales de un
escritor que sigue siendo objeto de culto por parte de muchos lectores en
distintas lenguas.
Más adelante publicó Un ramo de Nomeolvides, García Márquez en El
Universal, resultado de una
investigación sobre el paso del autor de Cien años de soledad por la sala de redacción de ese periódico
cartagenero, clave en su primera etapa de formación.
Desde ese momento no ha
parado de escribir y publicar en todos los géneros: crónicas, columnas de
opinión, notas de prensa, cuentos, poemas y novelas hacen parte de una
propuesta caracterizada por el rigor, la variedad temática y la riqueza de matices estilísticos.
Entre las novelas destacan El
origen del mundo, finalista en el premio Herralde; Resplandor, una mirada a
la sabiduría budista enfocada desde las obsesiones del escritor y Santa
María del Diablo, un viaje al
corazón de las tinieblas de los europeos que fundaron una de las primeras
ciudades en América.
Y ahora Gustavo Arango acaba de
publicar el libro de ensayos Vida
y milagros de una lengua muerta, editado por la Universidad Pontificia
Bolivariana, institución de la que
es egresado.
La lengua muerta es la etrusca, hablada por un pueblo que
constituye en sí mismo un misterio, pues
a pesar de estar en la génesis misma de la historia y la cultura europea
ha sido soslayado por numerosos historiadores que han preferido centrar la atención
en Roma, deudora ella misma de los modelos políticos, las creencias religiosas,
las prácticas rituales y, claro, la lengua de los etruscos.
La presencia del etrusco en el
latín y en las lenguas romances le sirve al ensayista para resaltar su papel en
la evolución del pensamiento. Por eso declara que: “No es exagerado afirmar,
entonces, que palabras españolas como
literatura, letra o estilo, con sus múltiples términos adyacentes (que poseen
versiones similares en las demás lenguas romances y en otros idiomas como el
inglés) son pruebas fehacientes del sustancial aporte y de la viva presencia de la lengua etrusca
en el mundo occidental”.
El lector y el camino
Como todo buen escritor, Gustavo Arango es un lector
agradecido. Por eso su aproximación a una lengua solo en teoría muerta
es apenas el pretexto para
proponernos un viaje hacia otros misterios: los de algunas lenguas vivas y sus autores, no pocos de ellos tan elusivos
como los que forjaron el etrusco.
Para empezar, en ensayos como el titulado Los destellos de Dios, la voz del poeta cartagenero Gustavo Ibarra
Merlano se despliega en toda su dimensión. A partir de una lectura del
poema Kenosis la palabra recupera la condición sagrada que
le ha sido escamoteada por el dogma de la ciencia y la razón.
Al respecto el autor del libro afirma que “Si se
tuviera que caracterizar a la poesía moderna, en términos generales, podría decirse que uno de sus
rasgos más comunes es la ausencia de
Dios. La poseía religiosa como
tal, ha sido reducida a un género menor. En un tiempo cuyas tendencias son el exceso de información y la primacía
del consumo como ideal de vida, Dios ya no suele ser el origen y el destino de
las preguntas esenciales del hombre, sino un producto más en el escenario de la
alienación”.
Y así, con ese tono reflexivo y
pausado, recorremos un camino que nos lleva del carácter trunco de la obra de
Andrés Caicedo a una lectura de Changó,
el gran Putas, de Manuel Zapata Olivella. Eso en cuanto a dos autores muy distintos en el panorama de la narrativa
colombiana.
Porque también asistimos a su
mirada sobre Borges y Chesterton y el
especial respeto que los dos autores le
profesaron a la novela policial, un
género al que el poeta argentino se refiriera como “Síntesis superior hegeliana”.
La condesa de Pardo Bazán, Paul Ricoeur y García Márquez, así como la
poesía de Miguel Falquez- Certain avivan
nuestro interés gracias a la amorosa aproximación que Gustavo Arango hace a algún aspecto de su vida y obra.
Son, en total, veintitrés ensayos breves en los que abundan la
gratitud y la fina ironía. Todo depende de si los autores y las obras
abordadas pasan el filtro del agudo sentido crítico del lector.
A modo de recompensa, al final de la
lectura de Vida y milagros de una lengua muerta tenemos ante nosotros un
puñado de descubrimientos que le rinden tributo
a un vocablo clave en la lengua y la cosmovisión de los etruscos: misterio.
PDT . les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Una civilización misteriosa y fascinante, sin duda. Cuando Roma era apenas una aldea agrícola, los etruscos ya habían alcanzado un alto grado de desarrollo y refinamiento que fue tal vez su perdición a la postre. Tuve la suerte, cuando estuve de paso por Madrid, de asistir a una muestra itinerante de restos arqueológicos (entre estos una pequeña carroza) y quedé maravillado por la belleza y tremenda complejidad de sus joyas de oro, utensilios y otros objetos hallados en las excavaciones.
ResponderBorrarApreciado José: Por alguna razón solo en apariencia misteriosa, a los etruscos se les sigue escamoteando su papel en la Historia de Europa. Es como si fuera políticamente incorrecto aludir a ese rol. Sepultado en un ánfora debe dormir su sueño eterno el documento que explique esa situación.
ResponderBorrarUna razón (o una consecuencia) del olvido es la íntima confluencia cultural de etruscos y latinos. Mi mujer, Viviana, que está haciendo un postgrado sobre documentación de lenguajes en peligro de extinción, me dice que una palabra etrusca, Ruma, era el nombre primitivo de Roma, aunque algunos estudiosos dicen que el origen es anterior, cuando la región estaba habitada por umbrianos, que llamaban Rumon al río Tiber.
ResponderBorrarMil gracias por la ilustración, mi querido don Lalo. Con razón dijo el poeta que " Romero para ir a Roma/ por todas partes se va".
ResponderBorrarUn abrazo,
Gustavo