Muchas de las religiones conocidas
aseveran que, olvidados de Dios, los hombres
se dirigen hacia el abismo. Y que solo la fe y la plegaria pueden
conjurar la caída.
La caída, esa vieja idea ligada
al concepto de redención.
En el mundo sin dioses las
criaturas no van hacia el abismo: Ellas mismas son el abismo.
Enloquecidas por el deseo o el
miedo se vuelven una y otra vez sobre sí mismas, como heridas siempre abiertas,
en busca de la luz. Del instante de
sosiego que les restaure el equilibrio.
Pero el presentimiento de la luz solo consigue
ahondar más las heridas.
En realidad, la luz es otra forma de la herida. De la doliente certeza de estar vivos.
En realidad, la luz es otra forma de la herida. De la doliente certeza de estar vivos.
Por esos territorios transitan
los personajes de La ciudad sitiada,
la perturbadora novela de Clarice Lispector. Lo suyo es esa sutil frontera
entre la vida y la muerte solo alcanzable en el
mundo de los sueños.
Ese territorio
donde la materia se hace leve y el espíritu adquiere la consistencia de
la arcilla.
En ese universo, cuando los seres
se preparan para la disolución los objetos les saltan al rostro a modo de
salvavidas.
Ante la falta de elementos que
prueben la propia existencia las cosas devienen asidero, maderos a los que
aferrarse en medio del naufragio.
Aunque ellas mismas no pasen de
ser apariencia, fenómeno. Lo que nos es dado a modo de sucedáneo, ante la
imposibilidad de acceder a la esencia de lo que se es, pero a lo que nunca
podremos llegar.
Nada sabemos acerca de lo que somos. Por lo tanto
debemos conformarnos con vislumbrar las formas
con que aparecemos ante nosotros mismos.
Dicho de otra manera: Somos nuestros propios fantasmas.
Dicho de otra manera: Somos nuestros propios fantasmas.
Vista así, La ciudad sitiada es, ante todo, el reino de la extrañeza.
Lucrécia,
el personaje de la novela de Clarice Lispector, intuye que el día y la noche son un
juego de espejos que siempre revelan lo
que no somos.
Por eso se abisma en la pura
contemplación de los seres , las cosas y los fenómenos de los que se sabe simple avatar: el galope de los caballos en mitad de
la noche; el vuelo de una paloma que
huye despavorida en medio de la lluvia; un sombrero arrebatado por el viento.
Siempre lo inasible. De esa
sustancia está hecha la novela: de lo que jamás se podrá poseer: Es decir, de la
vida.
Imposible acercarse a las páginas
de La
ciudad sitiada mediante los
instrumentos convencionales.
En realidad
Lucrécia es una sospecha y la ciudad naciente de S. Geraldo una metáfora
del mundo como el lugar donde la gente espera sin esperanzas y el amor es
apenas otra forma del desencuentro.
“Los seres marinos, cuando no tocan el fondo del mar, se adaptan a una
vida flotante o pelágica”, estudió
Perseu la tarde del 15 de mayo de 192…” leemos en la
página 27.
Así son las criaturas que habitan
La ciudad sitiada: flotantes. Almas en
pena o a veces sin pena.
Como todos, Lucrécia quiere estar
donde no está. Para ella el amor es la
simple promesa de la huida y los hombres apenas un pretexto para escapar
a otros reinos. Los únicos que pueden
llevarla a una ciudad más grande. Y a otra. Y a otra. Hasta que todo se torne de nuevo pequeño y vuelta a empezar
hasta el fin de los tiempos.
Porque en La ciudad sitiada no hay principio ni fin. Aunque a veces lo
parezca, como al comienzo de la novela:
“Apenas terminó de hablar cuando el reloj de la iglesia tocó la primera
campanada, dorada, solemne. El pueblo pareció oír por un instante el espacio…
el estandarte de la mano de un ángel se inmovilizó, estremeciéndose. Pero de
repente los fuegos artificiales subieron y estallaron entre las campanadas. La
multitud, espabilada del sueño rápido al que
había sucumbido, se movió bruscamente
y de nuevo reventaron los gritos en el carrusel”.
En ese breve párrafo ya está
condensado todo. La primera campanada es
la de la fundación de un mundo donde el
pueblo oye el espacio y empieza a ensancharse con él. A ensancharse en él.
Mientras eso sucede, el ángel del tiempo enciende los fuegos artificiales y despierta a una
multitud que se agolpa a esperar su
turno frente al carrusel de la vida.
¿Es posible pensar en una
metáfora que resuma de mejor manera el juego eterno de la vida y la muerte?
La vida como un fuego de
artificio.
La muerte como estremecimiento
inmóvil.
Lo demás son apenas nombres. Apariencias.
Lucrécia Neves y los hombres: El teniente Felipe, Perseu María, Mateus, el
doctor Lucas. Y está también Ana, su
madre: acaso otra manifestación de la luz herida que atraviesa las calles, las
casas y las vidas de quienes habitan en
S. Geraldo, ese pueblo que se hace
ciudad y arrastra consigo una multitud de objetos (sombreros, zapatos de
charol, tazas, flores, artificiales) a los que la gente intenta aferrarse en su tránsito hacia
el abismo.
Y como testigo indiferente, “un dios impersonal para quien las nubes
fuesen una manera de no estar en la tierra y las sierras la manera de estar más
lejos”.
Mientras eso sucede, afuera pasa
un asunto sin importancia: apenas la vida.
La vida según Clarice Lispector.
PDT . les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Su interesante reseña sobre esta autora me mueve a buscar alguna de sus novelas. Hay un hilo de seductor nihilismo que la emparenta con Cioran ("el espectáculo de la caída es más impresionante que el de la muerte: todos los seres mueren, sólo el hombre está llamado a caer"); y a ratos me recuerda a Bukowski, sobre todo esa insistencia en la nulidad de la vida. Gran lucidez tras esas tristes y perturbadoras reflexiones, pareciera que Lispector las hubiera sentido en carne propia.
ResponderBorrar(y muchas gracias por la recomendacion musical).
Más que en carne propia, Clarice Lispector las padeció en alma propia, apareciado José.
ResponderBorrarDe ello dan fe esos relatos que vuelven una y otra vez sobre el asunto de la caida y la imposibilidad de la redención.
Mientras escribo el comentario escucho su música ácida, Gustavo.
ResponderBorrarHa que leer La ciudad sitiada. El desazón de una vida impersonal, que solo flota, impide que esa caída en su interior tenga un final. Supongo que la somnolencia podría ser una epidemia entre los habitantes de la ciudad.
Para la banda sonora, recordé la versión Mad World de Gary Jules:
https://www.youtube.com/watch?v=4N3N1MlvVc4
Buenísima esa banda sonora que propone, apreciado Eskimal.
ResponderBorrarEsa imagen de animales flotantes sin asidero a la vista nos define a la perfección. Digo, a todos los humanos.