Cansado de escuchar prejuicios de
uno y otro lado, me dejé llevar por la marea del movimiento estudiantil un
lluvioso día de octubre. Caminar desde
el campus de la Universidad Tecnológica de Pereira y cruzar el viaducto hasta
alcanzar el centro de Dosquebradas supuso para mí ingresar a un mundo
desconocido en cuanto a forma y fondo.
La primera gran sorpresa fue la androginia de los
participantes. Educado en un mundo bipolar en
el que las etiquetas de macho y
hembra hacían parte de un decálogo
inamovible, me vi de repente arrastrado por una masa proteica y ambigua: los
muchachos del siglo XXI.
De entrada me resultó claro que
la definición de su sexualidad no constituye para ellos un asunto vital, lo que en sí mismo es ya una
declaración de principios.
Todos nacieron después de la
caída del Muro de Berlín, es decir, del último gran intento de edificar la
utopía de comunidad planetaria anhelada tanto por los primeros cristianos como
por los marxistas del siglo XIX, pasando por los falansterios que recibieron su
sentencia de muerte en la alucinada California de los sesentas.
Estos chicos son otra cosa. Las
ideas políticas de sus padres les interesan menos que sus anhelos de incidir en los duros
territorios del mundo real desde la
volátil red de sus autopistas digitales.
Por eso no quieren cambiar el
mundo: sólo pretenden que se les cumplan las promesas de educación
consignadas en una constitución política promocionada en su momento como
“La brújula para un nuevo país”
A juzgar por lo que vi y escuché,
para estos muchachos la política
constituye una categoría estética.
Y eso supone un avance frente a los tiempos en que el
ejercicio político era una variante de
la religión, con sus libros y cánticos sagrados, sus mesías y sus
inquisiciones.
Un afortunado aforismo definió
las luchas estudiantiles de los sesenta y setenta como La edad
de piedra. Tanta era la cantidad de guijarros, ladrillos y pedruscos que
los manifestantes arrojaban contra todo
aquel que se les antojara representante del poder: policía, obispo, rector,
soldado, ejecutivo, funcionario.
Aleccionados por la realidad de
un país en llamas, los estudiantes de ahora
parecen valorar de una manera especial el sentido de la paz. Por eso
mismo, antes de iniciar sus marchas insisten en la desautorización de
todo acto violento: confían con creces en la fuerza intrínseca de su propio
movimiento y saben que cualquier acción violenta solo servirá para
descalificarlos.
Solo en ese gesto alientan razones de sobra para la esperanza. Los estudiantes
colombianos del siglo XXI- salvo algún alucinado con pretensiones redentoras-
están a salvo de la vieja tentación de
combinar todas las formas de lucha.
Como buenos estetas, sostienen con la autoridad un singular pulso:
cada vez que pueden siembran las paredes de pinturas alegóricas. Cuando sus
contradictores las borran reemprenden la
tarea con esa obstinación sólo posible a los veinte años.
Con ese gesto parecen decirnos
que su mundo podría ser un lugar más
bello y que una de las claves reside en la
educación, ese derecho por el que están decididos a dar todas las
batallas.
Incluso frente a aquellos que
insisten en desacreditarlos incursionando con insultos y noticias falsas en su universo
natural: las redes sociales.
Todos son hijos de Facebook, de Twitter, de Instagram y
de todo ese entramado de mensajes en el que ya es imposible separar el trigo de
la cizaña.
A través de él fijan los lugares
y horas de encuentro. Convocan y disuelven sus marchas.
Un solo ¡click! Y por arte
de magia están reunidos en una plaza.
Allí reside su fuerza y también su debilidad: la
misma señal que los mueve es capaz de
disolverlos en cuestión de segundos.
Ese último concepto, el de
disolución, explica los grandes riesgos que
deben sortear.
En las redes sociales todo crece
a una velocidad carente de límites… a no ser los de la disolución que se
extiende como una nada más allá de las imágenes y las palabras.
No se puede crecer tan rápido y
en tantas direcciones sin correr el riesgo de perderse para encontrarse un
segundo después en el punto de partida.
Y eso, a la larga, desgasta.
Los representantes del gobierno
colombiano lo saben y juegan con el tiempo.
Por eso alientan la negociación
sin llegar nunca a soluciones concretas. Mientras eso sucede los estudiantes
organizan una y otra marcha.
Cada una de ellas con mayor
número de asistentes: las redes sociales funcionan a la perfección.
Sólo que los funcionarios son
zorros viejos y saben que ya “Llegó diciembre
con su alegría/ mes de parranda y animación”.
Los mensajes de lucha por la defensa de la educación serán
cada vez menores frente a las invitaciones a celebrar el alumbrado, la
novena navideña, las comilonas y las
parrandas de año viejo.
Sólo entonces sabremos cómo
actúan los jóvenes digitales frente a los problemas reales.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
El gran inconveniente de los jóvenes del siglo 21, es que no terminan de definirse en qué mundo habitan, si en el virtual o el real, demasiado pendientes de sus aparatitos electrónicos andan. Habitan una burbuja, la de las redes sociales, son como gatos virtuales. Si alguna vez pisan tierra para reunirse, al poco rato se dan cuenta de que casi nadie los toma en serio. Y si provocan ruido con sus demandas se desinflan rápidamente, son demasiado efímeros y cambiantes. Habría que decirles que la vida es otra sin smartphones, pero dudo que nos hagan caso.
ResponderBorrarYo no lo dudo: estoy seguro de que no nos harán caso, apreciado José. Si los gatos reales nos miran con indiferencia y dessgano, imagine lo que pensarán de nosotros los gatos virtuales.
ResponderBorrarNo se haga ilusiones.
Buena columna, don Colorado que a veces es más brillante que colorado y otras más amargo que ácido.
ResponderBorrarYo era de los que no daba un peso por esta generación, y vea como me callaron la boca, ahí tienen al imbécil del Presidente con la popularidad en el 25%, sin duda, esa ya es una gran victoria.
Camilo.
Me complace mucho tenerlo de nuevo por estos andurriales ácidos y amargos, apreciado Camilo.
ResponderBorrarA propósito de encuestas, a este paso ¿Los expertos tendrán contemplada la secuencia de los números negativos?
- 10% - 20%- 30%...