Mi vecino, el poeta Aranguren,
empezó el año 2019 bastante inquieto.
No sé: puede ser alguna
alineación de los astros o los efectos colaterales del ascenso
de su amado Unión Magdalena a la primera división.
El mismo día en que apareció en
mi casa con una antología de versos de
Fernando Pessoa, Aranguren se despachó contra esa moda administrativa
que todo lo asocia al funcionamiento del sistema neuronal.
“¡Ñeeeeerdaaaaa, compadde, ahoda no van a dejad tanquilaj a laj pobrej
neudonaj, que no han hecho nada
dijtinto a trabajad en jilenjio pa que
ejta vaina funjione!” exclamó, señalando una revista de administración en
la que un tal Benito Mendieta explicaba por qué
las empresas deben funcionar tal cual lo hace el cerebro: como circuitos
o redes de neuronas cuyo contacto genera permanentes actos creadores de
realidades.
En el caso de las empresas, los
individuos son las neuronas.
Tranquilo poeta, tranquilo, le dije, antes de sentarme a echarle un vistazo al
artículo en cuestión.
El primer desafío consistió en
sobrevivir a la obviedad del título: La
inteligencia de las neuronas.
Como si alguien hablara del
carácter acuático del agua.
Las neuronas son lo más parecido
a un milagro: todo el tiempo trabajan para garantizar nuestra supervivencia.
Así de simple.
Debe ser esa sencilla complejidad
lo que seduce tanto a los gurús que van
por el mundo patentando
fórmulas para todo.
“Cualej gurúj, cooññoo, ji jon on
como culebledoj con computadod y
pdejentación en poued poin”
“Culebreros con computador y presentación en power point”, este
Aranguren se las arregla para presentar las cosas con una capacidad de síntesis
abrumadora.
Esto de las modas administrativas
ha seguido un curso paralelo al de la
obsesión con los productos naturales: cada diez años aparece una planta capaz de prevenirlo y curarlo todo: la Uña de
gato, el Noni, el Confrey, la Flor de Jamaica.
Una buena campaña de promoción,
unos cuantos testimonios dudosos y la gente se arroja en masa a consumir la
fórmula mágica.
Varios años transcurridos y una docena de
intoxicados provocan un repentino cambio
de parecer.
Lo mismo pasa en el campo de los
negocios y la administración. Desde los tiempos de El vendedor más grande del mundo
hasta hoy, las teorías y fórmulas para
alcanzar el éxito no cesan de multiplicarse.
“ Me puedej dejid quién je acuedda del tal Miguel Ángel Codnejo?
Haje veinte añoj, la gente je babeaba y
laj empresaj pagaban millonadaj pod su cháchada”.
Tienes toda la razón, poeta. En esa época supe de ejecutivos que
experimentaban orgasmos múltiples con solo escuchar las conferencias del
Cornejo en cuestión, le dije.
Una pizca de economía por aquí,
un par de frases tomadas de Cristo, Platón y Buda por allá, una sentencia del refranero popular y ¡Ábrete Sésamo! Ya tenemos una nueva teoría destinada a
revolucionar el mundo de los negocios.
Así que no sorprende que les haya
tocado el turno a las neuronas. Cuando uno lee lo que científicos como Rodolfo
Llinás le dicen al respecto entiende su poder de seducción: son tan bellas que
constituyen en sí mismas una metáfora
del acto creador.
Es más: las neuronas están
inventándonos a cada segundo.
Todo el tiempo están urdiendo un
relato: el de nuestra propia vida.
Es lo que sugiere Llinás en su
libro El cerebro y el mito del yo,
una obra alentada a partes iguales por la ciencia y la poesía.
Intento explicárselo a Aranguren de esta manera: bien
sabemos que las modas obedecen a la necesidad que los humanos tenemos de
experimentar la ilusión de lo nuevo, ya se
trate de vestidos, de canciones o de ideas.
En el caso de la más reciente
moda administrativa anclada en la imagen
de las neuronas, se trata del viejo y conocido trabajo en equipo presentado con
otra etiqueta.
Trabajo en equipo: desde el
comienzo de los tiempos esa ha sido la clave del desarrollo económico y
empresarial.
Cruzar océanos, edificar templos,
fundar factorías: nada de eso es posible sin trabajo en equipo.
Y las neuronas sí que saben
de eso. Sin ese trabajo en equipo yo no
podría estar aquí conversando con ustedes.
Pero Aranguren es obsesivo y no
quiere atender razones:
“¡Ñeeerrrdaaa, que neudonaj pod aquí, neudonaj pod allá!”
Calma, calma, poeta, le digo. Como
todas las modas, ésta también pasará y ya les tocará el turno a otros.
A las termitas, por ejemplo.
PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Gracias por abordar el tema, amigo Gustavo. Figúrese que en mis tiempos de estudiante (hace unos 20 años)ya se hablaba del Neuromarketing, de la Programación Neurolinguistica ¿? y otros conceptos vanguardísticos que nos enchufaban en los libros de mercadotecnia. Hasta tuve la mala suerte de acudir a una de esas conferencias de un gurú argentino, amen de escuchar al insufrible de Cornejo en videoconferencias que algun catedrático nos ponía como tarea. Coincido con su amigo poeta, es puro palabrerío lo que se teje alrededor de estos campos, y se asemeja mas a la literatura de superación y autoayuda. La ciencia no necesita parafernalia ni de profetas iluminados.
ResponderBorrar¡ Claro! Me olvidaba de la tal Programación Neurolinguistica, apreciado José. Según esa idea, si yo repito que soy Napoleón puedo conquistar el mundo. La tal programación de marras se parece bastante a la creencia en la reencarnación. Eso sí: quienes creen haber sido Napoleón en vidas pasadas soslayan las derrotas de Waterloo y de la campaña de Rusia.
ResponderBorrarLo peor es que las empresas del mundo entero despilfarran millones en esos embelecos.