Es bien sabido que nuestra
vida está definida por relatos, tanto en
lo personal como en lo social.
Dicho de otro modo: sin relatos
no hay sentido.
Tenemos el relato familiar.
Ah… los heroísmos de los “abuelos que
siempre ganaban batallas”, para decirlo con palabras del poeta Joaquín
Sabina.
A menudo invocamos el relato de
la Edad de Oro, “Cuando todo el mundo era feliz” y salimos a hacer estragos en
busca del paraíso perdido.
Pero también los relatos se
vuelven hacia el futuro y devienen
promesas de índole social o política.
Entonces empiezan a desplegarse
capítulos y subcapítulos: la democracia, el socialismo, el comunismo, el
liberalismo, el capitalismo, el fascismo, el nazismo, la social democracia.
A pesar de las diferencias, todos
ellos están hermanados por un elemento común: la formulación de una promesa encaminada a
mejorar las condiciones de vida de La
humanidad, otro concepto bien difícil de asir.
En resumen, todos están
soportados en distintas formas de una abstracción condensada en la frase:
“Conquista de la felicidad”.
Publicistas, curas y políticos
saben bastante de eso.
Para tener un asidero, todas esas
abstracciones deben encarnar en un
rostro: el obrero, el campesino,
el consumidor de clase media, las élites.
En los últimos dos siglos esos rostros han
vuelto a convertirse en una abstracción que todos invocan: El Ciudadano, así con mayúscula.
Voy a las páginas del Diccionario de la Real
Academia de la Lengua Española en busca de ayuda y encuentro las siguientes
definiciones de ciudadano:
- Natural o vecino de una ciudad.
- Perteneciente o relativo a la ciudad o a los ciudadanos.
- Persona considerada como activo de un Estado, titular de derechos políticos y sometido a sus leyes
- Hombre bueno ( el hombre que pertenecía al estado llano)
- Habitante libre de las ciudades antiguas
Para efectos de ésta reflexión
sólo me sirve el punto cuatro: la persona
considerada como activo de un Estado, titular de derechos políticos y
sometida a sus leyes.
¿Pero quién construye a esa
persona para que asuma su rol?
En principio lo hacen la familia
y la escuela. Luego llegan los partidos políticos, las iglesias y los medios de
comunicación, cada uno con su propio formato, pero todos imbuidos de una idea:
el ciudadano es el actor de la democracia.
Pero omiten decirnos que ésta
última es una creación de la burguesía
para legitimarse a sí misma, a través de un bien conocido juego de
formas: el poder económico define sus
objetivos, el poder legislativo crea leyes en consonancia con esos objetivos,
el poder ejecutivo las hace cumplir y la justicia funciona como arma de control
y neutralización de las posibles – y probables- amenazas.
¿Y el ciudadano?
Bueno, es el que legitima todo
eso y así se siente protagonista de algo…aunque no tenga muy claro de qué.
Por eso todo el tiempo el poder
invoca conceptos tan sugestivos como “El pueblo soberano”, “El constituyente
primario” o “La voluntad popular”.
Esas cosas suelen investirlo de una mezcla de magnanimidad impregnada
de mesianismo: El ciudadano les dio potestad para conducirlo en busca de la
promesa de felicidad: Moisés guiando a su pueblo en la travesía de El Mar Rojo.
Hasta ahí todo parece formar parte de una estructura perfecta…
hasta que uno le echa un vistazo al Mapamundi y las inquietudes empiezan a
abrumarlo:
¿Qué clase de ciudadanos son los
que votaron en masa por el Brexit en Gran Bretaña? ¿Nadie les informó que desde
los tiempos de la Revolución Industrial el mundo camina en dirección contraria?
Si hubieran leído a Marx, el
viejo sabio les habría advertido del peligro en sólo una de las páginas de El Capital.
Pero claro, como canta con ironía
otro poeta- los grandes poetas lo intuyen todo- “Carlos Marx está muerto y
enterrado”.
¿Qué clase de ciudadanos
eligieron presidente a un personaje como Bolsonaro, aquí nada más en el
vecindario?
Sin duda, no un colectivo formado
por individuos autónomos, sino una masa
acrítica aterrorizada por la violencia magnificada desde los medios de
comunicación, interesados en condicionar
a los potenciales electores.
¿Quiénes escogieron al conductor
de un reality show como presidente del
país más poderoso del planeta?
La respuesta salta a la vista: lo
escogieron las audiencias cautivas, incapaces ya de diferenciar el espectáculo
de la realidad.
Y
aquí, en el pedazo de tierra en el que intentamos sobrevivir ¿Quienes
eligieron volver al pasado disfrazado de renovación, avalando la voluntad de
hacer trizas unos acuerdos de paz frágiles y por eso mismo necesitados de
respaldo moral y material?
Bueno, ustedes ya saben: un
rebaño dócil empujado por toda suerte
de sectas religiosas y laicas- también
son legión- y, sobre todo, por unos medios de comunicación que no escatimaron energías para darle rostro nuevo
a la vieja amenaza del comunismo.
Hasta crearon una marca registrada: “El Castrochavismo”.
Así nos encontramos al
finalizar la segunda década del siglo XXI:
chapoteando entre la difusa noción de
ciudadano y la cada vez más estridente voz de los redentores.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
En el centro de todo está la transformación de la inteligencia, entendida como forma de relacionarnos con las cosas y la gente. El italiano Franco Berardi, ese tipo con cara de loco y cerebro "anticuado" pueden ver en el vínculo que copio al final, dice que "Mutamos de una forma conjuntiva del pensamiento, de la comunicación, del afecto [o sea, el razonamiento y la relación interpersonal de antes, cuando nos juntábamos en el bar], a una forma conectiva [a través de lo que nos llega por el teléfono y la tablet]... El problema -dice- es cómo la pantalla se ha apoderado del cerebro"
ResponderBorrarhttps://elpais.com/cultura/2019/02/18/actualidad/1550504419_263711.html?id_externo_rsoc=TW_CC
Mil gracias por el valioso enlace, mi querido don Lalo. La reflexión sobre la tableta nos remite al antiquísimo dilema de si el cerebro controla la herramienta o esta última lo controla a él. Y eso vale desde el descubrimiento del fuego hasta nuestros días.
ResponderBorrarVivimos en medio de falsas entelequias.Eso del "pueblo soberano" y "voluntad popular" son dos conceptos tan manidos y tan manoseados, aqui en mi país, que escucharlos en boca de los gobernantes suena hasta repulsivo porque ya no tiene ni gracia. Figúrese que el redentor Morales se comprometió a respetar el resultado del referendo por la reelección, pero perdió en la votación, lo cual no lo detuvo para repostularse pisoteando la voluntad popular y, de paso, la Carta Magna. Lo peor no es eso, sino la complicidad de la comunidad internacional, que observa de palco, cómo se vulnera el estado de derecho. Los ciudadanos,o lo que eso signifique, estamos indefensos ante las arremetidas.
ResponderBorrarPara empezar, "Compromiso" es un concepto que no tiene cabida en la mente de los redentores, apreciado José. Y la tal "comunidad internacional" si que es una fantasmagoría que sólo cobra existencia material cuando se trata de imponer los intereses de los poderosos.
ResponderBorrar¿Y los ciudadanos? Bueno, es mejor ponerlos entre comillas.
LA BUEGUESIA ES IGUAL A LA AGUAMAZA,MIENTRAS EXISTA,HABRA MARRANOS,LIC.GUSTAVO....MI BESOABRAZO,JAVIER
ResponderBorrarLA ESCLEROSIS MENTAL NO ESCOGE PROFESIOINES NI EDADES,UN IMBECIL ES UN IMBECIL,INCLUSO CUANDO ESCRIBE LIBROS,ESCRIBE DON JOSE SARAMAGO,REFIRIENDOSE A FERNANDO VIZCAINO,ESCRITOR DE MUCHA VENTA Y POPULAR CONSIDERACION EN ESPAÑA,CUANDO DIJO,BUENOS AIRES ESTA MUY BIEN,PARECE BARCELONA O MADRID,Y ADEMAS DE ESO NO HAY AQUI NEGROS,NI INDIOS,NI SUCIOS...Y DICE SARAMAGO A LO ANTERIOR,CON ESTO SE DEMUESTRA QUE UN ESCRITOR NO TIENE QUE SER,FORZOSAMENTE,UN SER HUMANO...MI ABRAZO,CON SALSA Y CONTROL,LIC.GUSTAVO.
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