-“El rey se ha hecho a una nueva amante”.
-“Entonces, habrá grandes cambios en el gobierno”.
Según el norteamericano Robert
Darnton, historiador de la cultura, esta conversación pudo haber tenido lugar
en el Café Dupon, situado en la rue Saint- Honoré, año de 1729.
Estamos en el París de Luis XV.
En el tono del diálogo es posible
apreciar el clima de una sociedad en la
que los chismes de cama eran claves para comprender el rol jugado por sus
habitantes en los asuntos públicos.
El cotilleo sobre los escarceos
sexuales de los poderosos era una manera
de hacer oposición.
Casi la única: los chismes
circulaban en hojas volantes y en papeles escondidos en los bolsillos de
los asiduos visitantes de los cafés.
Los sitios donde se horneó lo que
después se conocería con el nombre de
Opinión Pública: una suerte de entelequia sin forma precisa a la que todos
invocan a la hora de darle validez a las decisiones de los poderosos, sean
estas acertadas o no.
Bueno, las cosas no han cambiado
mucho en realidad.
Para la muestra, basta con
recordar el festín que medios de comunicación, opositores y opinión pública hicieron con la célebre
mamada de la becaria Mónica Lewinsky al
presidente Bill Clinton en los mismísimos pasillos de la Casa Blanca.
Lo mismo sucedía en los palacios
de los césares, en las habitaciones de Catalina la Grande y en las mansiones de
ensueño donde el rey Salomón tenía sus encuentros con la reina de Saba.
El sexo como la más demencial
entre las manifestaciones del poder.
Sólo que para entonces todavía no
se había inventado la Opinión Pública.
Al menos no como se
la conoce desde que los grandes poderes económicos tomaron el control de
los medios de comunicación. Es decir, de los creadores de opinión.
Y
mucho menos a partir del advenimiento de las redes
sociales en el mundo digital, una suerte
de tierra de nadie donde,
amparado en el anonimato, un francotirador puede destruir vidas y reputaciones
con el simple recurso de invocar el democrático derecho a la libertad de
expresión.
Aunque en realidad, no hay mucha
diferencia entre lo que circula en las redes del siglo XXI y este libelo
decomisado por la policía a un opositor
del régimen, asiduo de los cafés
parisinos del siglo XVIII:
“¡Que una hija de puta
Triunfe en la corte!
Que en el amor y el vino
Luis busque la gloria vana.
¡Ah! ahí está ¡Ah! Ah , ahí está
A quien no le importa nada”.
Esos versos eran adaptados a la
música de canciones populares de la época, tan célebres como
aquella “ Malbrouck S´en
v-at- en guerre” conocida en España y América como “ Mambrú se fue a la guerra”.
Es decir, que los primeros
forjadores de opinión pública se habían
anticipado a los estribillos comerciales de hoy.
En un texto anterior dije que, al
mostrar en sus relatos el mundo sexual de
reyes, clérigos y altos burócratas, los pornógrafos contribuyeron a ambientar el escenario para el proyecto de
La Ilustración y para el advenimiento de
la Revolución Francesa.
Al despojar a los poderosos de su improbable origen divino, esos escritores los mostraban desnudos y, por
lo tanto, frágiles ante las acometidas de las nuevas visiones del mundo.
Por esa vía, la opinión del
público cambió: el soberano ya no estaba tocado tanto por la gracia de Dios
como por las enfermedades venéreas.
Pero las cosas empezaron mucho
antes. Dicen que el primer café fue abierto en Constantinopla, en el año de
1560. Con él nacieron las redes sociales integradas en un circuito que pasaba
por las esquinas, los parques y los salones de las cortes, lugares todos por
los que circulaba gran de cantidad de información, confiable o no.
Igual que hoy.
Dicen que los forjadores de la
Constitución Política de los Estados Unidos de América vivían tan atentos a esa
información, que en la declaración de independencia de 1776 consignaron como su objetivo central “La preservación de la vida, la libertad y
la búsqueda de la felicidad”.
Como podemos ver, esos principios
estaban por encima de la propiedad, que llegaría por vía del liberalismo
inglés.
A qué horas naufragó la
embarcación que arrastró en su deriva a tan bellos ideales es algo que
todavía no se ha podido precisar.
De igual manera, para la Constitución Francesa de 1793, “El propósito de la sociedad es la felicidad de todos”.
Esas expectativas circulaban tanto en los cafés como en los
relatos de los escritores de pornografía
y en los tratados de los grandes filósofos.
Así que, tal como en los cafés de
la Constantinopla del siglo XVI, buena parte de los anhelos de la sociedad del futuro- sublimes o terribles-
deben estar circulando a esta hora por la redes sociales del mundo virtual.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Gustavo.
ResponderBorrarEntonces creo que Enrique VIII no la tuvo buena con ese manojo de amantes que tuvo, y de igual forma, es tranqulizador que al Marqués de Sade solo le haya montado calumnia la suegra de este, porque todo lo que hacía lo convertía en libros. Por lo demás, los cotilleos de los poderosos incentivan la imaginación de los gobernados. Sino, fíjate que eso de la mamama de Lewinsky a Clinton, dio para que ese país pacato, se diera cuenta de que no son tan puritanos como reza la constitución. Aunque A. Kinsey ya se había adelantado a dar esos diagnósticos sexuales de la cultura.
Y sobre los cafés, me impresiona y lo creo así, que fue en ellos donde se gestaron grandes escritores, y también grandes revoluciones.
Un saludo.
Como lo planteo en el texto, los cafés son los precursores de las redes sociales, apreciado Diego. Y sí, Enrique VIII se dedicó con ahinco a cortar la cabeza de sus amantes, es decir, de la " Opinión pública", configurando así los primeros casos célebres del delito de opinión.
ResponderBorrarAh... nada más pacato que el famoso" Informe Kinsey" una suerte de estadística de malos polvos en la cultura norteamericana.
LIC. GUSTAVO,BUEN DOMINICAL...LOS TINTEDEADEROS ES EL CONFORT PARA LA LENGUA....GRATO SALUDO.,JAVIER.
ResponderBorrarUsted lo ha dicho, apreciado Javier: siempre es un gusto sentarse a la mesa de un viejo café y escuchar cómo los otros nos narran el mundo.
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