La idea del mundo como un texto
cifrado en el que estamos obligados a buscarnos es un antiguo tópico que cruza
todas las culturas, o al menos aquellas
que han alcanzado el estado de la palabra escrita.
En un momento u otro las
literaturas del mundo emprenden esa tarea y nos devuelven, a modo de juego de
espejos, las imágenes trucadas de nuestro propio destino: algo así como un
tetragramaton, las cuatro letras que según los
sabios hebreos constituyen el nombre secreto de Dios.
En ese viaje todos necesitamos cómplices,
compañeros de viaje que nos dejen marcas
en las piedras, señales en los árboles y voces en el viento.
Cualquier cosa que nos ayude a
encontrar el propio camino.
El escritor colombiano Gustavo Arango sabe muy bien quienes son sus compañeros de viaje. Al menos eso se
desprende de la lectura de su libro
Lecturas Cómplices, En busca de García Márquez, Cortázar y Onetti, publicado en 2019 por la
Editorial Universidad de Antioquia, bajo el sello Lietratura/Crítica.
Con la obstinación de quienes
intentaron descifrar el destino de Macondo en los pergaminos de
Melquiades; Con la fascinación infantil
del que se adentra en el juego de la
rayuela como si fuera la primera vez y con la lucidez de los que se abisman en
el fondo de sí mismos en busca de alguna
forma de la nada, Arango emprende un viaje por la vida y obra de sus
escritores amados.
En esta última palabra está la
clave: lo suyo es, ante todo, un acto de amor. No se trata de un libro erudito,
aunque la erudición atraviesa sus páginas de principio a fin.
Tampoco es una obra académica, aunque el rigor académico le sirva de fundamento.
Es el amor por todo lo que los
tres autores le han brindado lo que
empuja a Gustavo Arango a cruzar el océano,
siguiendo el rastro de Cortázar y Onetti en su trasegar por laberintos y
espejos, esas figuras que, en la práctica, son las más certeras metáforas del
acto de escribir.
El mismo amor que lo condujo a
enclaustrarse, como un monje medieval, en los archivos del periódico El
Universal de Cartagena, en busca del momento iniciático que llevaría a
García Márquez por caminos de fábula hasta el instante en que los pergaminos de
Melquiades se desvelan ante sus ojos y
lo convierten en uno de los más grandes
de la literatura universal.
El libro de Arango se despliega así desde las
raíces de Macondo, pasando por el París de Julio Florencio Cortázar, hasta
llegar a esa Santamaría donde los
personajes de Juan Carlos Onetti emprenden una y otra vez la aventura de su
propia disolución.
Mientras leemos, entendemos por
qué las lecturas son cómplices: algunos de los momentos esenciales en la vida del
autor están ligados a la ruta vital y literaria
de esos tres escritores latinoamericanos que, en su debido momento, le
ayudaron a descifrar las claves de otros pergaminos: los de su propia historia.
El García Márquez de
Barranquilla, Cartagena, México, Barcelona y París es en realidad uno de los
gitanos que siguen a Melquiades en su tránsito por el mundo. Por eso, su realismo
no es mágico sino terrible, como sólo puede serlo el horror apenas oculto entre
una nube de mariposas amarillas.
El Cortázar de París es un niño
grande, perdido en un bosque del que intenta escapar valiéndose de una baraja
incompleta de figuras y símbolos. En la hora decisiva descubrirá, igual que los
personajes de sus cuentos y novelas, que siempre le falta la carta esencial: la que habrá de
sacarlo al mundo del afuera… si en
realidad hay un afuera.
Y Onetti, exiliado en su cama de Madrid, se
empecina en hacerle el quite a las veleidades de un mundo que nunca cesó de
asediarlo. Para ello tiene otros cómplices: cientos de autores de novelas de
detectives que hurgan en las miserias de los otros para no tener que fijarse en
las propias.
Porque ese tipo de literatura
está rodeado de un sentimiento religioso del que está excluida cualquier
oportunidad de redención.
Cada uno de los autores cómplices
de Gustavo Arango en esta aventura tiene su propia manera de jugar ese juego
dentro de otro juego que es la literatura.
La dura realidad bullendo en medio de un aura solo en apariencia
fantástica, en el caso de García Márquez.
La lúdica como conjuro para
escapar de las pesadillas en la obra de Cortázar.
Y la siempre bienaventurada
lucidez para no
hacerse ilusiones en un universo que no pasa de ser la broma pesada de un Dios impío en el la narrativa de Onetti.
Con su ayuda, Gustavo Arango ha
conseguido darle aliento a su propia obra, conformada por un puñado de cuentos
y novelas.Entre las últimas, he reseñado
dos en este blog: Resplandor y Santa
María del Diablo.
Lecturas Cómplices es la manera elegida por Arango para hacerles
llegar a sus autores- donde quiera que
estén- su mensaje de gratitud, por haberle
ayudado a materializar el anhelo
condensado en el título de uno de los libros de Onetti: Dejemos hablar al viento.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.
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