Como buenas hijas del fuego, las
revoluciones dejan a su paso un montón de cenizas y una legión de ilusiones
calcinadas.
Dado el talante de la condición
humana, no puede esperarse otra cosa.
Después de todo, la esencia de la tragedia consiste en eso: un perpetuo y
renovado desencuentro entre el universo y sus criaturas.
O entre el hombre y sus dioses, si lo queremos ver de esa
manera.
La escritora inglesa Daphne du Maurier ( 1907- 1989) se propuso recrear esa devastación en su novela A través de la tormenta, publicada en
1964, después de las célebres Rebeca y
Los Pájaros, llevadas al cine por el director Alfred
Hitchcock.
La narración transcurre en ese período que comprende la
caída de los Luises hasta el
advenimiento de Napoleón Bonaparte,
pasando por los tiempos más sangrientos de la Revolución.
El título no puede ser más
certero: todos los personajes de la obra recorren sus vidas a través de una
tormenta de fuego que los acompaña desde
el nacimiento hasta la muerte.
Nadie se salva: ni reyes ni
marquesas, ni revolucionarios ni
clérigos, ni campesinos ni cortesanos.
La historia discurre a través de
tres finos hilos que no cesan de entrecruzarse: la obstinación del
patriarca de una
familia de fundidores de vidrio que ve en la conservación de la empresa
el fundamento mismo de la existencia de los suyos.
El desmoronamiento del antiguo
régimen, sostenido sobre la falacia del improbable origen divino de los
monarcas.
Y
la locura de hombres como Robespierre,
empeñados en derribarlo todo para
abrirle paso a un mundo nuevo, que al
final resulta ser tan terrible como el de los antiguos soberanos.
En el centro de todo están los
Busson, una familia de virtuosos fabricantes de objetos de cristal, que no sólo
son la fuente de bienestar económico, sino
el símbolo de una manera de ver
el mundo en la que la belleza y la utilidad se funden para dar cuenta de unos
anhelos a los que los mayores no quieren ni pueden renunciar.
“¡Lo quemarán todo!” Exclama un aprendiz de la fundición,
resumiendo en esa frase el espíritu de la Revolución.
Acto seguido, se desatan lo
que para algunos son las Fuerzas de la Historia y para otros
apenas una manifestación más de la
insensatez humana.
La narradora de la novela lo dice
de esta manera:
“Fue entonces cuando Cathie se desmayó, y al subirla a su habitación
comprendí que iba a suceder lo peor, probablemente, su parto comenzaría a
aquel mismo día, quizá dentro de unas horas. Mandé a Raoul a buscar al
médico que debía atenderla, y mientras esperábamos, el rugido de la multitud
crecía afuera, dirigiéndose siempre en dirección a Saint Antoine. Raoul regresó
al cabo de unas horas, y nos informó de
que el médico había sido convocado junto con otros en el barrio, donde los
amotinados se estaban reuniendo. En
última instancia- pues los dolores de Cathie habían empezado- envié al muchacho
fuera una vez más, para que buscara a
alguien en la calle que entendiera de partos”.
Ese fragmento es en sí mismo un
resumen de toda posible obstinación: como ha sucedido a lo largo de los siglos, las mujeres paren
mientras los hombres se empecinan en echarlo todo abajo. En esta familia, como en tantas otras de la Francia revolucionaria, los niños
mueren como enjambres agobiados por el
hambre, la enfermedad o la indolencia.
Al tiempo que sostienen la vida
en vilo, algunas de las mujeres de la novela tienen tiempo y energía para
arrojarse en brazos de las fuerzas que las calcinan, como es el caso de Edmé.
Su hermana, la narradora, nos la presenta de esta manera:
“Yo pensaba en lo faltos de intuición que pueden ser los hombres, al
persuadirse a sí mismos de que remendar
los calcetines de un extraño y atender a sus comodidades, podría satisfacer a
una mujer de treinta y ocho años como mi hermana Edmé, que con su inteligencia
y su pasión por las discusiones, habría luchado por sus creencias- si hubiera
vivido en otra época- como Juana de Arco. Para Edmé, la Revolución había
concluido demasiado pronto. Los victoriosos ejércitos de Bonaparte podrían ser un motivo de orgullo,
pero en su opinión, y también en la de Michael cuando vivía, la gloria no era
más que una mofa para hacer brillar a los generales…, la masa de pueblo no
participaba. Los nuevos aristócratas eran
los amigos del Primer Cónsul, emperifollados y trampeando para conseguir
favores, lo mismo que los cortesanos de Versalles en otro tiempo. Sólo los
nombres habían cambiado”.
Anticipándose más de
un siglo, la narradora de A través
de la tormenta vio lo que Karl Marx
señaló más adelante: que la historia acontece primero en forma de tragedia y
luego se repite como farsa. Por eso nos
dice que la gloria es apenas una mofa
para hacer brillar a los generales y el pueblo
no pasa de ser una entelequia
utilizada para justificar lo más terrible, disfrazado de noble ideal.
Frente a la farsa, solo quedan
los valores personales y familiares
materializados en esos bellos
artículos de cristal que la narradora, Madame Duval, se niega a abandonar.
“¿No has visto bastante?”, le pregunta su hijo Pierre Francois
Duval en la última página de la novela.
“Sí- contestó la madre-, ya he
visto bastante”.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Cómo le hará usted para toparse con estas joyas literarias, parece una vieja reliquia extraída de una petaca o baúl de los abuelos. La inacabable tormenta humana que supone el solo hecho de vivir, más los conflictos permanentes han moldeado la Historia. Al fin y al cabo, las novelas son la descripción de la realidad, pero narrada de manera entretenida. Llega un punto donde ficción y realidad son lo mismo.
ResponderBorrarSi nos atenemos a la neurociencia, estaríamos ante la prueba reina de lo que usted acaba de afirmar, apreciado José : que los límites entre ficción y realidad son meras convenciones, en tanto somos una fantasía urdida por las nueronas, tan traviesas ellas.
ResponderBorrarSobre su pregunta inicial no hay misterio: instinto de pero viejo, nada más.
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ResponderBorrarLas militantes de MeToo no resisten la comparación con estas admirables heroínas de Du Maurier. La diferencia es que aquellas protestan ahora (y con razón casi siempre) con todas las de ganar, mientras que las segundas conservaban su dignidad y luchaban con todas las de perder.
ResponderBorrarQué oportuna la cita de ese engendro llamado MeToo,en contraposición a estas valientes mujeres que luchaban sin necesidad de manifiestos: su vida toda era un perpetuo combate, mi querido don Lalo.
ResponderBorrarA propósito, hace más de un año fundé un movimiento llamado *MeNo- Nosétú, pero a la fecha sólo tengo una seguidora.
Bien, muy bien, no la conocía, voy a a la roma, a lo mejor encuentro algo, un abrazo, hugo
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