Es tan vertiginoso el ritmo de los cambios que el futuro siempre está un paso atrás de nosotros.
Cerramos los ojos durante un par de segundos, volvemos a abrirlos y el paisaje ha cambiado por completo.
Somos a la vez una avanzada y un anacronismo.
Los escritores de otras épocas solían predecir muchos acontecimientos a través de sus relatos cifrados. Julio Verne es uno de los ejemplo más citados.
Pero hay más : George Orwell y H.G Wells , también forman parte de esa trilogía de visionarios.
Lejos está esa facultad de ser potestad exclusiva de los genios. En el mundo de la cultura popular y sobre todo en el género del cómic abundan las ilustraciones.
El reloj de Dick Tracy, los teléfonos móviles en Los Supersónicos, los artilugios de Viaje a las estrellas o la saga surgida después de 2001, Odisea del espacio, se suman a esa extensa antología.
Hoy funciona al revés: el futuro está ahí, desenrollándose ante nuestra mirada y, por una curiosa ilusión óptica derivada de la velocidad se convierte en pasado sin haber sido del todo presente.
Presas del vértigo, y por lo tanto impedidos para ser protagonistas, los humanos devenimos simples testigos de lo que pasa.
La vieja noción experiencia-conocimiento se desvanece.
Al despuntar el siglo XXI los magos del mundo de la administración nos advertían : el teletrabajo cambiará el mundo laboral en particular y las relaciones de producción en general. Y añadían, seductores : el trabajo en casa reducirá las jerarquías a su mínima expresión, devolviéndole a la gente los espacios de libertad, intimidad y autonomía perdidos desde la primera revolución industrial.
Y miren por donde: una pandemia aceleró el futuro y ahora más gente de lo esperado trabaja desde casa.
Pero, como sucede siempre, hay una sutil y decisiva distancia entre los pronósticos y la realidad.
Al final resultó ser que no hay tal independencia y libertad. El teléfono suena por aquí,un fulano invita a conectarse por allá , mientras un alguien más recibe o imparte órdenes a granel.
Hasta el baño, “ ese último lugar filosóficamente puro” del que hablara Ernesto Sábato, ha dejado de ser un fortín inexpugnable, sobre todo desde que la gente adquirió la costumbre de llevar el teléfono a todas partes.
“ Perdón, olvidé decirle algo”, recita una voz entre autoritaria y apenada desde algún lugar del mundo que puede estar a la vuelta de la esquina.
“Yaaavoooy”, responde la víctima, con tiempo apenas para abrocharse el cinturón.
Con la digestión hecha trizas, el solicitado suspende la lectura de su historieta favorita y se dirige, derrotado, hacia el escritorio donde lo aguarda el ojo implacable del computador.
Como tuvo que atender a todas las solicitudes, muchas de ellas simultáneas, al final de la jornada se sentirá más cansado que en los tiempos cuando debía desplazarse hasta el lugar de trabajo durante un lapso que podía ir de minutos a horas, dependiendo del tráfico o del tamaño de la ciudad.
Eso implicaba mover las piernas, mirar al cielo, sentir el aleteo del viento en la cara, patear una piedra y gritar¡ Gol! detenerse a saludar conocidos, putear bajito, comprar golosinas callejeras, esquivar mierdas de perro y lanzar unos cuantos piropos políticamente incorrectos a las damas apetecidas.
Con suerte lo esperaba una recompensa, una especie en vía de extinción. Un auténtico lujo contemporáneo: el sexo en la oficina.
Todo eso pertenece al pasado. A la hora del balance, las empresas sobrevivientes a la pandemia harán cuentas y encontrarán que ahorraron en café, en agua, en azúcar, en aromáticas, en papel higiénico, en energía eléctrica, en mobiliario y unos cuantos gastos más.
Y no desaprovecharán la oportunidad. Faltaba más. Todos a trabajar desde casa.
De nuevo dejamos atrás al futuro y pasada la cuarentena miles, millones de trabajadores en el mundo seguirán en casa atados a esa red que no cesa de expandirse y multiplicarse.
La pandemia funcionó a modo de prueba piloto del teletrabajo y ahora ya no hay tiempo de revertirlo, por la razón más simple de todas: el futuro ya pasó.
PDT: les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Eso de que el futuro se convierte en pasado sin haber sido del todo presente, viene muy bien ilustrado por un artilugio que en su brevesimo reinado era un objeto apetecido, me refiero a las cámaras digitales (no entran en el saco las réflex que son para entendidos), bien me acuerdo que ahorré mucho para comprarme una que no llegue ni a usar ni tres años, porque irrumpieron los celulares con sus prestaciones muy superiores que todos conocemos.¿Recuerda usted cuántas décadas reinaron las cámaras de rollo? Ahora mi pobre Sanyo de 6 megapixeles es un trasto inútil, pesado y voluminoso que hasta da vergüenza sacar a pasear, un pequeño ladrillo electrónico, en resumen, ni para guardar como recuerdo. El futuro que llega tan rápido está dejando un indeseable legado: toneladas de basura tecnologica que junto con el plástico terminarán por ahogarnos, haciendo realidad uno de esos mundos distopicos que ya imaginaron esos escritores visionarios. Como van las cosas, estamos jodidos.
ResponderBorrarPiense nada más en el estado de alma de los fanáticos de las selfies, apreciado José. El vértigo de los acontecimientos viene a confirmar la antigua sospecha de algunos filósofos: que el yo no existe. Somos apenas una sucesión inasible de percepciones. De manera inconsciente, los devotos de las selfies participan de esa certeza. Por eso registran todo el tiempo imágenes de si mismo: para demostrarse - y de paso demostrarle al mundo- que existen.
ResponderBorrarAh... le cuento que estamos replicando de nuevo sus textos en La cebra que habla.
Aquí va enlace.
https://lacebraquehabla.com/estampas-de-la-cuarentena-lo-que-no-pudo-el-viento-el-coronavirus-se-lo-llevo/
Mientras julio verne (en el siglo XIX) nos decía que si dios nos dio la capacidad de imaginar, también nos dio la capacidad de convertir esos sueños en realidad; ya aldous huxlei (en el XX) daba por hecho a la ingeniería genética como supertienda del futuro donde padres felices seleccionaban la morfología de sus hijos eligiendo no solo el color de sus ojos y su piel; sino también el tamaño de su estatura y sexo; que serían la envidia de cualquier supremacía blanca desde hitler hasta trump. Ni ellos ni nosotros (espectadores perplejos en una pista de fórmula uno de piezas de museo del siglo XXI) alcanzamos a imaginar, ni aún con la velocidad que ello implica el acelere desaforado de la teletransportación; ya no se enviaran letras (telégrafo) ni palabras e imágenes (telex) sino personas. Lo que fue ya paso, como cantaba aznavour para referirse a una aventura más, pero ahora es la más desconocida de las dimensiones. Que nos depara el futuro que esta en los umbrales? preguntará Roberto Carlos y yo si alcanzara a atinar una respuesta; estaría inmediatamente desactualizada.
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