En el tenis, como en la vida, existe un momento de quiebre, una jugada que cambia el curso de los acontecimientos para bien o para mal.
Match point, le llaman a ese instante.
Los colombianos asistimos hoy a nuestro propio punto de quiebre.
Contemplando las imágenes de los destrozos ocasionados durante las recientes jornadas de protesta iniciadas el 28 de abril, uno advierte de entrada dos planos de una misma realidad : los hechos y los síntomas.
Los primeros, expresados en atentados a bienes públicos y privados, pertenecen a la esfera del delito y deben ser investigados y penalizados como corresponde a nuestro ordenamiento jurídico, por desacreditado que esté.
En eso todos estamos de acuerdo, porque nos permitiría dilucidar de una buena vez la identidad de los autores de los destrozos y a quienes obedecen:
¿A la extrema izquierda, renuente a cualquier tipo de opción pacífica? ¿ A la extrema derecha, proclive a sembrar el caos para presentarse después como redentora? ¿ A agencias del Estado interesadas en deslegitimar la protesta y justificar el uso de la fuerza?
Lo segundo no es menos importante. Según nos enseña la historia, la violencia y la anarquía no surgen por generación espontánea. Son el resultado de la frustración, la desazón y la impotencia acumuladas durante años, décadas y siglos en las entrañas de una sociedad. Después de todo, habitamos en uno de los países más desiguales y corruptos del mundo. Hemos sido desgobernados por unas castas que han sustituido nociones como solidaridad y justicia social por la más cómoda y barata práctica de la caridad… pagada con recursos de la sociedad, claro.
En eso somos expertos: en privatizar las ganancias y socializar las pérdidas.
Tantas miserias acumuladas solo pueden conducir a la desesperanza, que es el paso previo a la desesperación. Y una sociedad desesperada se enfrenta un desafío : o convierte esa desesperación en energía creativa y transformadora o se entrega en cuerpo y alma al primer mesías que le ofrezca la redención. Y el pasado nos enseña que, independiente de su filiación ideológica, en política los mesías solo pueden conducirnos al abismo. Asomados al abismo, las etiquetas pasan a un segundo plano: conceptos como izquierda o derecha se desvanecen.
Varias veces lo he compartido con ustedes: cada cierto tiempo, cuando necesito tomarle el pulso a la ciudad, calzo mis botas de siete leguas, empaco un botellín de agua, una fruta , un tentempié y me voy a recorrer las zonas marginadas de Pereira y Dosquebradas , empezando por una barriada de trabajadores de la construcción, recolectores de café, empleadas de oficios domésticos y rebuscadores callejeros llamada Los Pinos, ubicada en la parte alta de una ladera. De ahí en adelante siguen Galaxia, Villa Carola, Estación Gutiérrez,La Mariana, El Martillo, Camillo Torres, Santiago Londoño, Otún y El Balso.
Cruzo el puente y emprendo la travesía por los extramuros de Pereira. Me encuentro con un paisaje similar en el que solo cambian los nombres: Charco Negro, Villa Santana, Tokio, Monserrate, Intermedio, Las Margaritas, La dulcera, La Churria, El Dorado y hasta un conglomerado de miseria con nombre de politiquero : barrio “ Luis Alberto Duque”.
Un año así y otro también, allí se han asentado desplazados por la violencia provenientes de distintas regiones del país, con notoria presencia de población indígena y negra. Entre ellos, y de espaldas al Estado, han tejido lazos de solidaridad que les permiten sobrevivir en medio de la indolencia de una sociedad inclinada a pensar que las cosas que no le duelen a ella no existen.
El problema empieza por ahí. No sólo existen: es allí donde se incuban la rabia y la desesperación que un día estallan y se traducen en destrozos. Justo en ese momento, los privilegiados claman por protección del Estado frente a los bárbaros, momento en que el ejército es lanzado a las calles. Y cuando eso sucede… revisen bien los libros de historia y verán.
En esas barriadas he visto muchachos de dieciséis años consagrados al delito; me he tropezado con ancianos de cuarenta, estropeados por largas jornadas de trabajo duro a la intemperie; me he topado con niños milicianos armados de changones; he encontrado pequeños de cinco años arruinados de por vida por la desnutrición. En suma, una población desprovista de cualquier forma de conciencia política y por lo tanto inerme frente al llamado de delincuentes y caudillos, que casi siempre son los mismos.
Ese mundo está allí en permanente ebullición. Sólo que “ los ciudadanos de bien” no los ven: andan demasiado atareados entre la casa, la oficina y el centro comercial. De hecho, este último constituye el centro de su pequeño universo.
Sucedió el 9 de abril de 1948, hace ya setenta y tres años. “ La chusma” como llamaban las élites de entonces a los pobres, empujadas por un instinto primigenio de supervivencia, se arrojaron a las calles y sembraron el caos en una ciudad que se preciaba de ser “ La Atenas suramericana”. Ahora ya no se les llama chusma sino terroristas, pero están impulsados por la misma furia contenida.
Ese es nuestro punto de quiebre hoy. El retiro del proyecto de reforma tributaria muestra que el pragmatismo político y electoral primaron sobre los aspectos técnicos y económicos. Pero la crisis sigue ahí. Todavía estamos a tiempo de convertir la inconformidad y el malestar en energía transformadora. Tenemos líderes brillantes, propositivos y de mentalidad abierta para emprender la tarea. Pienso en hombres como los exministros Alejandro Gaviria y Juan Luis Mejía o en Pablo Felipe Robledo, que fuera Viceministro de Justicia y Superintendente de Industria y Comercio Pero existen muchos más. Nuestra tarea es buscarlos. De lo contrario, seguiremos a merced de los tenebrosos personajes que ladran en la televisión y las redes sociales. A esta altura del juego, no podemos confundir sus aullidos con un designio histórico.
Ese es el tamaño de nuestro desafío.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
https://www.youtube.com/watch?v=0LLIkGUwIr4
Antes nos unía el fútbol y el tango. Ahora los desatinos y el engaño...
ResponderBorrarBueno, mi querido don Lalo. Yo, que cada día le echo un vistazo al periódico argentino Página 12, creo entender de qué me está hablando.
ResponderBorrarUn abrazo,
Gustavo
Desde que inició el Paro h sido imposible seguir con la vida cotidiana, incluso, afuera del país. En muchos de los que estamos en el exterior surge una confusión: no sabemos a qué lugar correr, no sabemos qué hacer porque estamos lejos pero el dolor y la rabia (porque se siente, es inevitable) están cerca. Y no es cuestión de discurso, porque si fuera así, aceptaríamos los discursos del planeta politiquero, es cuestión de lo que usted hace cuando calza sus botas d siete leguas. Es triste decir que la violencia se ha hecho un evento cotidiano. Y la violencia proviene desde las represiones con armas hasta las especulaciones de "visionarios del gobierno" cuando arman políticas, porque eso hacen, especulan para entrar en los órdenes de los modernos del capital. No les importa qué se llevan por delante solo para decir FMI, OCDE. No sé, tocayo, es muy difícil ser sensato en el análisis cuando ve a amigos y familia que están parando ye los golpean y agreden y les dicen "vándalos".
ResponderBorrarGustavo, debería hacerse una de sus buenas reseñas, pero esta vez con las canciones de Edson Velandia, como la que envió como banda sonora.
Apreciado Eskimal, conversando con varios amigos residentes en Estados Unidos y Europa he notado que la desazón aumenta con la distancia... es como si existiera una relación directamente proporcional entre el desconcierto y el el número de kilómetros que los separan de casa. Por lo visto, en situaciones extremas como esta el prestigio de la " perspectiva que da la distancia" queda en entredicho.
ResponderBorrarY sí, tocayo, este Velandia es un tipo bien cojonudo. Tendré que estudiarlo a fondo, por que sólo soy un oyente ocasional..