Salvados de las aguas
Hace veinte años la quebrada El Oso arremetió con furia en un invierno artero y dejó anegadas las casas de 1200 familias en los barrios Los Cristales, La Habana, Santa fe, La Acuarela, La Isla, San Felipe, Guadalupe, Santa Inés y Los Sauces, todos ellos ubicados en la Ciudadela Cuba de Pereira.
Era una advertencia para los vecinos que habían convertido su cauce en un basurero: sillas, mesas, colchones, juguetes, estufas y toda suerte de enseres domésticos dados de baja iban a parar a sus aguas.
Como sucede siempre, la tragedia hizo visible la existencia de esas barriadas que empezaron a crecer en los años sesenta del siglo XX, impulsadas por la inmigración de campesinos llegados de los municipios de Caldas y del Norte del Valle.
Para la época, la quebrada discurría apacible entre fincas ganaderas y cafeteras hasta desembocar en las aguas del río Consota.
Era frecuente ver familias enteras bañándose en sus aguas limpias y preparando el sancocho para la prole en sus orillas.
“Todo empezó a complicarse cuando la gente empezó a sacar piedra y arena para construir su casa. Como eso se hacía sin cuidado, empezó la erosión y con la llegada de las lluvias era inevitable que la quebrada se desbordara”, dice don Miguel López, un campesino llegado de Apía a finales de los años cincuenta, en los días más duros de la violencia entre liberales y conservadores.
El rugido del oso hizo que muchos pereiranos se enteraran de su existencia. Aunque suene difícil de creer en una ciudad tan pequeña, miles de personas supieron de los nombres de estos barrios cuando la noticia de la inundación apareció en la primera página de los periódicos. Así de fragmentados estamos. Así de indiferentes vivimos.
Y eso que las cifras son elocuentes: más de doscientas mil personas, es decir, la mitad de la población de Pereira, ocupan este vecindario donde reinan los ritmos caribes y donde los futbolistas se dan silvestres.
Hay todavía más: desde los años setenta del siglo anterior los cubiches- es decir, los nativos del barrio Cuba- no han parado de emigrar hacia distintos lugares del mundo.
Don Miguel, pensionado de las Empresas Públicas, está sentado en una de las bancas del Parque El oso, un centro recreacional dotado con piscina y canchas múltiples, que sirve de punto de encuentro y uso lúdico del tiempo libre para los habitantes del sector.
“Antes de su construcción la gente no tenía un lugar sano para divertirse. Ya no se podía ir al río, por la contaminación y la suciedad o por los malandrines que daban vueltas por ahí quitándole a la gente sus cosas. De modo que El Oso es para nosotros símbolo de tiempos muy difíciles en el pasado, antes de que se construyeran las obras de mitigación, pero también de cosas bonitas en el presente. Aquí vienen los padres con sus niños; llegan los enamorados y sirve también para que mucha gente se gane la vida vendiendo refrescos, artesanías, juguetes, golosinas y tomándose fotografías”.
Si señores: en tiempos de teléfonos celulares y cámaras digitales, algunos hombres sobreviven tomando fotografías en viejas cámaras que se resisten al olvido.
Con regusto a trapiche
Con un clima parecido al del vecino Departamento del Valle del Cauca, el sector de Cuba albergó trapiches y plantaciones de caña de azúcar que se extendían hasta el sector de Llanogrande. Fue aquí donde vino a parar en 1947 un puñado de fugitivos de La violencia.
Y entonces comenzó todo.
En una corriente ininterrumpida llegaban las viudas y los huérfanos de la guerra. En cambuches de esterilla se hacinaban hasta veinte personas. Ante el tamaño del drama, el alcalde de la época, Emilio Vallejo Restrepo, gestionó ante el Instituto de Crédito Territorial un plan de vivienda por autoconstrucción. Corría 1960 cuando se entregó el primer lote y un año después se formalizó la fundación. Por supuesto, no se contaba con los servicios básicos, pero eso poco importaba: se trataba de tener un techo donde protegerse del frío y la lluvia.
Las aguas negras de todos esos desesperados iban a parar al cauce de El Oso.
Así que la quebrada tiene sus razones para enfurecerse de vez en cuando.
O al menos así lo entiende don Miguel mientras hace memoria sentado en su banco del parque.
“Estábamos a siete kilómetros del centro de Pereira. Es decir, en otro planeta. Para llegar al centro de la ciudad teníamos que caminar hasta la estación del tren, en Nacederos. Tuvimos que trabajar mucho, hasta que al fin logramos que entrara el primer carro de Superbuses. Prestaban el servicio en una jornada de cinco y treinta de la mañana hasta las seis de la tarde. Así que durante toda la noche quedábamos varados. Pero ya era algo”.
Bajo el ala de san Francisco.
Con el sol de las dos de la tarde escociéndoles las espaldas, los viejos habitantes de Cuba añoran el antiguo parque ubicado a un costado de la iglesia de San Francisco. Antes y después de la misa dominical era el punto de encuentro de los campesinos llegados de Altagracia, Arabia, San Joaquín y el Cardal. Bajo la sombra de sus árboles se tejieron noviazgos y se pactaron negocios para cuyo cumplimiento bastaba la palabra.
Todos sin excepción recuerdan con gratitud al padre franciscano Fray Arturo Calle Restrepo. Aparte de ejercer su ministerio religioso, fue el fundador de la Cooperativa de Ahorro y Crédito, La Junta de Acción Comunal y La Juventud Franciscana, entre otras organizaciones que sirvieron para darle rumbo a una comunidad dispersa y todavía marcada por el miedo.
Y por eso el traslado de la iglesia de guadua al lugar que hoy ocupa fue considerado como una segunda fundación de Cuba. Fue en 1963, el año del centenario de la ciudad que todavía los ignoraba. Después de una jornada dominical en la que las manos se multiplicaron para acarrear materiales, a las cuatro de la tarde las campanas llamaron a misa. La iglesia de San Francisco y el parque contiguo tejerían juntos su historia a lo largo de casi medio siglo.
El llamado de la negra
Por esas razones los cubiches de la vieja guardia que crecieron alrededor del viejo parque todavía no se acostumbran al piso duro y a las sillas incómodas de la plaza Guadalupe Zapata.
“Es poco acogedor. No tiene sombra”, se queja un señor con pinta de oficinista, de paso hacia la estación del Megabus.
“El encanto del viejo parque residía en su pequeñez, en sus árboles que le daban un ambiente íntimo” dice una profesora de la escuela Juan XXIII, ubicada en el vecindario.
“Esto es un lugar para conciertos y espectáculos. No para sentarse a conversar”, tercia un estudiante de música con su clarinete en bandolera.
De cualquier manera aquí está. La plaza Guadalupe Zapata, bautizada así en honor a una mujer negra que se cuenta entre los primeros habitantes de Pereira.
Aunque los historiadores todavía no se ponen de acuerdo. Unos defienden su papel central en la fundación de la ciudad. Otros, como Alfredo Cardona Tobón, le restan protagonismo y aseguran que su rol fue poco menos que anecdótico.
Plaza Guadalupe ZapataDe cualquier manera, don Miguel López prefiere atrincherarse en sus recuerdos que lo devuelven a unos tiempos marcados por la influencia de la Revolución Cubana. Esa es la razón por la que algunos de estos barrios se llaman Leningrado, La Isla o La Habana.
Debe ser por eso que en este sector gustan tanto la salsa, el son y el ron.
O al menos eso piensa don Miguel mientras se pasea entre El Oso y Guadalupe.
PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
https://www.youtube.com/watch?v=trbXhB8RMYQ
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