martes, 7 de diciembre de 2021

Me siguen, luego existo

                                   La fama


En tiempos de la antigüedad clásica el concepto de fama estaba relacionado con el de prestigio. De hecho , en el Libro IV  de La Eneida  de Virgilio se la concibe como La voz pública, engendrada por la Tierra  después de Ceo y Encédalo. En las imágenes más conocidas, aparece dotada de numerosos ojos y bocas. Tiene, además, la capacidad de volar con  gran rapidez.   A menudo se la asociaba con actos heroicos  en beneficio de los humanos.

Sin embargo, como tantas divinidades, tiene su lado oscuro y  en ocasiones aparece como un monstruo, un mal cuya capacidad de propagación lo hace más letal que cualquier otro.

Famosos por sus gestas fueron Moisés, Cristo, Alejandro de Macedonia, Cleopatra, Marco Polo o Cristóbal Colón, para mencionar sólo seis entre las grandes celebridades de la Historia.

                                   Cleopatra

Todos ellos contaban con numerosos seguidores que se encargaban de acrecentar su  aura de leyenda. Ese concepto, el de seguidor, ligado a caudillos y líderes religiosos se remonta entonces  a los comienzos de la Historia. En muchos sentidos, surgían por la combustión espontánea de grupos sociales empujados por su fuerza expansiva  o por una necesidad de trascendencia.

El famoso les daba así sentido a sus búsquedas.  En contraprestación, La voz del pueblo lo  elevaba a  tronos terrenales o celestiales.

Con el paso de los años, y tras el advenimiento de los medios masivos de comunicación,  la noción de fama y de famoso se desdibuja y degrada hasta  convertirse en sinónimo de algo o de alguien que aparece de manera repetida en las portadas de las revistas o en los programas de televisión.

Internet lleva esa transformación hasta límites no sospechados. En este caso, famoso es aquel que trabaja para multiplicar su imagen en las redes sociales. Ya no se necesita de una voz colectiva que reconozca y valore sus méritos:  con algo de tiempo y habilidad, el  famoso o aspirante  a serlo puede encargarse de esa tarea.


El fulano puede ser a la  vez su propio asesor de imagen, su jefe de prensa, su publicista y su jefe de mercadeo

Da igual si lo que  dice  o hace es bueno o malo en el sentido ético o moral de la expresión. Es decir,  que su valor intrínseco resulta insignificante. La idea de prestigio, que en un comienzo tuvo una connotación positiva , se disuelve. El público ya no necesita de criterios- algunos dicen que nunca los tuvo- para calificar si una acción política, un libro, una canción, un espectáculo  o un deportista están revestidos de belleza, de calidad, profundidad, armonía o contenido. Viejos principios que , durante siglos, ayudaron a ubicar los actos humanos en dimensiones que  contribuían  a comprender y evaluar los aportes de individuos  y grupos sociales al devenir de la humanidad.



Fue así como los factores cualitativos fueron remplazados por los cuantitativos. Ya no importa por qué siguen al héroe. Sólo interesa  saber cuántos lo siguen.

Son esas cifras las que le dan peso y densidad existencial en el cuerpo de la sociedad: Me siguen, luego existo, es la curiosa ley que rige esos dominios.

¿ El resultado? Al consumidor de información le resulta cada vez más difícil diferenciar entre buenos y famosos.

Pero Internet ha servido también para denunciar infamias, corruptelas y abusos  que en otras épocas eran  silenciados con facilidad, dirán muchos de ustedes. Y les asiste toda razón.

Pero el asunto hoy es otro.

Si las acciones del héroe o el famoso contemporáneo  son beneficiosas o dañinas resulta irrelevante, con tal de que le permitan incrementar el número de  sus seguidores. Por eso  puede tratarse de un asesino como Popeye el Sicario, el futbolista de una liga de élite, un cantante mediocre  salido de un Reality Show, el demagogo consagrado a alimentar el pánico entre sus seguidores para ofrecerse como redentor o  una actriz dedicada a propagar sus chismes de cama entre las audiencias.

El truco es simple: usted sólo debe encontrar la manera  más rápida de que la gente digite Me gusta o Reenviar. De ahí en adelante el fenómeno  se alimenta de sí mismo, soportado en el principio de rebaño, tan conocido en el reino animal al que pertenecemos los humanos.

Cuantas más  personas pulsen los iconos acordados, más individuos se sumarán al cardumen. Así de fácil se construyen partidos políticos, glorias del deporte, fetiches del mundo del espectáculo, pastores de sectas religiosas… o grupos de exterminio. Porque en este singular universo hay para todos los gustos. Al fin  y al cabo, el secreto consiste en que algo o alguien se convierta en tendencia hasta hacerse viral, dos palabras caras  al mundo de las redes sociales.

No es difícil adivinar el paso siguiente. Cuando el número de seguidores supera ciertos límites, el famoso se convierte en una vitrina. Muchas empresas lo buscarán para promocionar  productos  y servicios en sus redes. Entonces su codicia aumentará y buscará nuevas maneras de generar tráfico en Internet: la ecuación puede elevarse hacia cotas demenciales.



Andrés Botero, periodista amigo, se preguntaba- y me preguntaba- qué diablos podía explicar  el fenómeno de influenciadores- así les dicen- como La Liendra o Epa Colombia, cuyo  número de seguidores no para de multiplicarse. “¿ Cómo se entiende semejante estupidez?”.  Me dijo un día, al borde de la  desesperación.

“No hay misterio”, le respondí. “Es la vieja y conocida estupidez humana. Sólo que elevada hasta la exasperación. Y, como el universo, es infinita”-  le salí al paso. “Así que no desespere: ya vendrán tiempos peores”.


PDT . les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.
https://www.youtube.com/watch?v=eRQ3irjdpDw

2 comentarios:

  1. Qué coincidencia, Gustavo! Justamente esta mañana recordábamos con mi mujer nuestra visita al ayuntamiento de la ciudad de Melbourne, cuyo moto es "Vires Acquirit Eundo" (cobra fuerzas yendo), una de las características que Virgilio atribuye a la Fama, o el Rumor, que en este caso viene a ser lo mismo. Nuestra guía nos habló del escudo de armas de Melbourne y mencionó el motto, en latín. Yo, que había leído la guía de la ciudad, acoté "Virgil". La guía asintió y varias señoras del grupo me miraron con admiración. (Yo disfruté por los 15 minutos que decía Andy Warhol de mi inmerecida fama de latinista.) Sólo después, indagando, me enteré de que el contexto de la frase no habla muy bien del latinista aficionado (un juez) que la propuso como motto en 1940, cuando se adoptó el escudo de armas. Mi yerno, que es australiano, me dijo que la cita se ha discutido mucho, pero que se ha conservado por su significado literal y actual, dejando de lado el sentido original en la Eneida.

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  2. No hay coincidencias en el mundo, mi querido don Lalo. O al menos eso es lo que nos enseña la gran poesía, con su énfasis tácito en que toda palabra es metáfora.

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