Periodista : ¿Quién es la persona más entrañable en su vida?
Serrat: Iba a decir que mi mamá, pero me acordé de Ronaldinho
Es hermoso partir sin decir adiós
“ El adiós de Serrat”, titularon al unísono los medios de comunicación cuando se conoció el itinerario de la gira de despedida de Joan Manuel Serrat en 2O22, por lo menos en lo que a presentaciones en vivo se refiere.
¿ Cómo puede decir adiós alguien que está sembrado en la entraña de varias generaciones de hispanoamericanos que se hicieron- nos hicimos- mayores a través de un cancionero que, entre el amor, la utopía y la indignación política, nos devuelve una y otra vez a la siempre incierta esencia de lo que somos?
Fue en 1965 y The Beatles sacudían al mundo cuando se publicó Una guitarra, el primer álbum del poeta catalán. Las dos primeras estrofas, grabadas en principio en su lengua natal, dicen así:
Me la regalaron cuando me rodeaban
Sueños de mis diez y seis años, aún adolescente
Entre mis manos que temblaban
Yo cogí bien fuerte aquel juguete
Crecimos juntos, yo me hice un hombre
Ella se destrozó a mi lado
Ahora que la veo sucia y rota
Me doy cuenta de lo mucho que la he estimado.
Toda una declaración de principios. Desde entonces , hasta hoy, más allá de sus mujeres y sus amigos, la guitarra ha sido su compañera de viaje en una aventura que lo ha llevado a rodar por todos los rincones de la tierra donde un grupo de personas hable castellano.
De ahí en adelante se sucederían títulos que los devotos de sus poemas canciones nos sabemos de memoria: Tu nombre me sabe a yerba, Cantares, Soneto a mamá, Pare, Para la libertad, Para piel de manzana, Si la muerte pisa mi huerto, Lucía, Mil años hace, Tío Alberto, Vagabundear ( “Entre el cielo y el mar/ vagabundear”) Esos locos bajitos, Por dignidad y, claro, la incomparable Mediterráneo (“Empujad al mar mi barca/ con un Levante otoñal/ y dejad que el temporal/desguace sus alas blancas”), nos laten cuerpo adentro para recordarnos que habrá poesía mientras aliente un solo hombre sobre la tierra.
Como me sucedió con The Beatles, fue Miriam- a quien Dios tenga en su gloria- , mi profesora de música en el colegio Deogracias Cardona de Pereira, la persona que puso en mis manos las reliquias que todavía conservo con el fervor de los peregrinos que viajan a Santiago de Compostela: dos casetes con una selección de versos de Antonio Machado y Miguel Hernández musicalizados y cantados por un muy joven Serrat.
Cuando Cupido plantaba un nido
Desde esos días, hace medio siglo ya, se mantiene esta historia de amor que no ha cesado de crecer y de alimentarse con cada verso, con cada acorde creado al alimón entre Serrat, el maestro pianista Ricardo Miralles y un excelso grupo de músicos encargados de tejer el encaje de sus canciones. Todo ello, sin deslindarse un solo instantes de las calles del Poble Sec, la barriada de Barcelona donde nació Serrat, porque los grandes espíritus son capaces de abarcar el mundo sin deslindarse un solo instante de su aldea.
En su novela Últimas tardes con Teresa, publicada en 1966, apenas un año después de que Serrat estrenara su disco Una guitarra, el escritor catalán Joan Marsé, contemporáneo y amigo íntimo de Serrat, para quien dos décadas después compondría la canción Los fantasmas del Roxy, sobre una vieja sala de cine reconvertida en sucursal bancaria, recrea en clave de ficción las implicaciones políticas, económicas, sociales y culturales de la llegada de miles de inmigrantes a Barcelona durante los días más oscuros de la dictadura de Franco.
La trunca historia de amor entre una niña rica que juega a ser rebelde, llamada Teresa Serrat ( un homenaje nada velado a su amigo) y un aventurero identificado en el relato como El pijoaparte- una suerte de Julien Sorel en versión proletaria- ilustra con creces el mundo de arenas movedizas sobre el que transitaba la ciudad por aquellos días.
Los nuevos habitantes viajaban desde los rincones más pobres de España, después de haber sido mineros o trabajadores del campo curtidos por la miseria. Barcelona ya era entonces el principal centro industrial del país, que encandilaba son sus promesas de bienestar a unos hombres y mujeres que nada tenían para perder. Como siempre sucede en esos casos, se asentaron en los extramuros de la que era también el epicentro cultural y artístico del España y que en su momento les dio acogida a los anarquistas que anunciaban el fin de un mundo y el comienzo de otro nuevo.
Uno de esos barrios es el Poble Sec. Allí se asentaron Josep Serrat, obrero por obligación y anarquista por vocación y su mujer Ángeles Teresa, ama de casa emigrada desde Zaragoza. De esa unión nació el protagonista de esta historia, un 27 de diciembre de 1943, víspera del Día de los Santos Inocentes en el calendario católico. Dicen que su madre, devota ferviente, lo vio como una premonición afortunada. En su momento, Ángeles y Josep fueron fuente de inspiración para las canciones Soneto a mamá y Pare, ésta última nunca cantada en castellano.
Pero eso sería años más tarde.
Entre el cielo y el mar, vagabundear
Allí transcurrieron la infancia y la temprana juventud de este futuro perito agrícola, cultivador de viñedos y , sobre todo, trovador de las dichas y desventuras de su gente. Y esto último no es un tópico: cuentan que en Uruguay, Chile y Argentina, la gente empezó a tener noción clara del inminente final de las dictaduras cuando Serrat- prohibido durante varios años por los militares- volvió para hacer profesión de fe en la vida y la libertad, a las que siempre cantó durante sus propios días de destierro. De paso, es bueno recordar que en su docta ignorancia, los militares también prohibieron la entrada a sus países de los muy subversivos y peligrosos Antonio Machado y Miguel Hernández, acaso emisarios de otra conspiración comunista.
Como sucedió con otros poetas cantores de la estirpe de Bob Dylan, Leonard Cohen, Lou Reed, Tom Waits o su propio compinche Joaquín Sabina (“Mi primo el Nano/ que no me toca nada y es mi hermano”), Serrat acabó por sobreponerse a su mala voz, entrecortada y asmática, porque la hondura de sus versos sabe trasegar otros caminos y vadear otras aguas. O si no, que lo digan los fieles devotos seguidores del Fútbol Club Barcelona que llenaron el Camp Nou el 29 de noviembre de 1999 para la ceremonia de celebración del centenario del equipo. Fue el hijo del Poble Sec quien cantó el himno y no la gran Montserrat Caballé, y eso ya es mucho decir.
Dos décadas después, en una tertulia con el exfutbolista y presentador deportivo argentino Quique Wolff, Serrat se extendería sobre la manera como el Barca y sus poetas más amados cobran vida una y otra vez en sus canciones.
En el año 2O12 Sabina y Serrat publicaron un disco con un título revelador : “ La Orquesta del Titanic”. Les asistían bastantes razones para escogerlo: los dos habían sorteado graves enfermedades que llevaron a los agoreros a pronosticar su retiro e incluso su muerte. Ambos habían sobrevivido a las advertencias de quienes anunciaban el final de la era de los cantautores. Y los dos, en fin, habían cruzado una y otra vez el océano en medio de aguas turbulentas , ofreciendo recitales cada uno por su lado o emprendiendo proyectos conjuntos cuando su astros los juntaban. “ Tendría que estar prohibido un fulano así”, escribió Sabina, el de Úbeda, Jaén, en la ya citada canción homenaje a su primo el Nano.
Razón de sobra para preguntarse a esta altura del camino, mientras se agotan los boletos para la gira que empieza este 27 de abril en el Beacon Theater de Nueva York y concluirá en el Palau Sant Jordi de Barcelona el 23 de diciembre: ¿ Puede decir adiós un fulano así?
PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:
https://www.youtube.com/watch?v=sg_RCCwy0K4
Soy dolorosamente consciente de los méritos de Serrat desde el día en que comprobé que la chica que me gustaba comenzó a mirarme con indiferencia tras escucharlo en un teatro de Buenos Aires. El ofrecía poesía, aventura, imaginación; yo apenas humor y algún que otro instante más o menos grato. Me gusta, sin embargo.
ResponderBorrarJajajaja..mmm, bueno, cada quien debe de defenderse con lo que tiene a su alcance, mi querido don Lalo. Un amigo dice que a los feos nos toca volvernos buenos conversadores.
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