Para Felipe Pérez, que me regaló esta
maravilla
En todas las culturas conocidas una de las más reiteradas imágenes para
aludir al surgimiento y evolución de las ideas es la del vuelo. En el origen de
los relatos orales y escritos siempre encontraremos la historia de individuos y
comunidades que tratan de dar un salto más allá de su espacio y de su tiempo.
Y aunque a menudo se quemen las alas, como le aconteció al Ícaro de la
mitología griega, siempre habrá alguien dispuesto a intentarlo una vez más.
Seguir la estela de ese vuelo es el propósito del descomunal libro del
historiador, periodista y escritor inglés Peter Watson, titulado, así sin más: Ideas, Historia intelectual de la humanidad.
En un viaje a través de 1400 páginas, el autor nos conduce al centro mismo
de la aventura del pensamiento, cuyos frutos son siempre impredecibles: la
religión, los mitos, la poesía, la filosofía, la ciencia, las artes, las
matemáticas, la geometría, la tecnología y el gobierno, para mencionar sólo
algunos de ellos.
Para algunos exégetas de Platón, las ideas prefiguran el mundo material y
corresponden a una suerte de prediseño del universo sensible, cuyas claves
estarían en la mente de Dios. En esa medida, las ideas son concebidas como un
viaje interior en pos de la ignota divinidad.
Por su lado, los herederos de Aristóteles consideran que la tarea de la
mente consiste en explorar y conocer la estructura y las leyes del mundo
exterior para ponerlo al servicio de los hombres. De entrada, nos encontramos
pues ante una dicotomía que define la ruta seguida por individuos y sociedades
hasta nuestros días: o la exploración de la vida interior, propia de la
filosofía, la mística, la poesía y la religión, o la pregunta sobre el mundo
sensible que es la base misma de la ciencia.
Peter Watson nos propone así un viaje de ida y vuelta en el que esos
caminos se distancian muchas veces, en otras convergen y en no pocas ocasiones
chocan de manera brutal, dando lugar a esas transformaciones definitivas que
caracterizan la historia de la humanidad.
La elocuencia de las piedras
Lejos del mutismo que se les atribuye, las piedras cuentan historias. Eso
lo saben muy bien los geólogos, los arqueólogos, los filólogos y los
historiadores de la cultura. No es azaroso entonces que al comienzo del libro,
Watson se remonte a 2.8 millones de años atrás cuando, según las
investigaciones, los antepasados del hombre elaboraron las primeras
herramientas de piedra y las convirtieron en extensión de sus manos. Nuestros
antecesores iniciaron de esa manera la transformación del mundo exterior que es
la esencia del pensamiento científico. Ese avance exigía la liberación de las
manos, que sólo pudo producirse cuando los primates se irguieron y
empezaron a caminar sobre sus patas traseras.
Si bien la primera herramienta pudo ser un acto instintivo motivado por una
reacción de defensa, pronto se empezaron a producir réplicas del modelo original. Es decir, sus forjadores hicieron asociaciones de imágenes y
tuvieron la primera idea de lo que la herramienta debería ser; a partir de allí
se dieron a la tarea de su perfeccionamiento. Para Peter Watson, ese fue el
momento germinal de la primera
abstracción, vale decir, del nacimiento de las ideas.
De modo que la primera herramienta fue también un lenguaje. Sin embargo, al
contrario de lo que supone el lugar
común, las transformaciones de las ideas no se dan en una línea recta y sin
sobresaltos. Todo lo contrario, como lo advierte Watson en el texto de
introducción a su obra, y a propósito de la contribución de Isaac Newton al
desarrollo de la ciencia y el pensamiento:
“No obstante, la carrera del
gran científico inglés nos recuerda que la situación es mucho más compleja. A
lo largo de los siglos el desarrollo y el progreso (una idea que
desarrollaremos con más detalle en el capítulo 26) han sido, por lo general,
constantes, pero ello no significa que siempre haya ocurrido así: la historia ha
sido testigo de cómo ciertos países y civilizaciones brillan durante un tiempo
para luego, por una razón u otra, eclipsarse. La historia intelectual está muy
lejos de ser una línea recta, y esto es parte de su atractivo”.
Ese atractivo es el que percibimos en las tablas de arcilla de la antigua
Babilonia, en Stonehenge, en la Piedra de Rosetta, en las pirámides mayas, en
las ruinas de Roma, en La gran muralla china o en las runas nórdicas: son las
piedras con su rumor de voces recordándoles a los habitantes de todo y
tiempo y lugar que el ser humano es una criatura portentosa y no por eso menos
contingente.
El alfabeto de esas piedras nos narra cómo en el crecimiento canceroso del
Imperio Romano alentaba el germen de su propia destrucción, al tiempo que da
cuenta del esplendor científico, filosófico, político y moral de la antigua
China, antes de sumirse en centurias de confusión y decadencia. Por su lado,
los monolitos de Stonehenge dejan ver un
esbozo del viejo contubernio entre astronomía y religión, que se extendió por lo menos hasta los tiempos de Copérnico.
Así que los humanos estuvieron sumergidos durante siglos en la
contemplación de la enormidad del zodiaco, de los monumentos de piedra, de las
imágenes talladas en las montañas antes de concentrarse en el estudio de lo
pequeño, incluso de lo invisible. Dicho de otra manera: la mente se tomó su
tiempo antes de pasar de la intuición de Dios a las certezas del pensamiento
científico. En ese recorrido ha tenido que cruzar un extenso territorio de
luces y sombras.
Para minimizar el riesgo de que nos extraviemos en el camino, Peter Watson
ha puesto, mojones, señales de orientación para que la mente esté siempre
alerta. De ahí la precisa nomenclatura que cruza la obra: El fuego, Los dioses, El arte, El lenguaje, La escritura, El alfabeto,
Los números, La ciudad, La medición del tiempo, La fundición de los metales, El
derecho, El alma, El paraíso, La medicina, La democracia, El dinero, La idea de
Jesús, La invención de Europa, El Islam, La banca, El libro, La invención de
América, El Renacimiento, La Universidad, El método científico, La Revolución
Industrial, La invención del público, Los periódicos, El Yo, La noción de
progreso, El romanticismo, El orientalismo, El nacionalismo, El marxismo, La selección natural, El inconsciente.
Las diosas tejedoras
La lista no es aleatoria ni tiene el simple propósito de etiquetar, propio
de las taxonomías. Lo que pretende el libro de Watson es transmitirnos su idea
del universo como urdimbre, en la que la totalidad de las líneas y puntos están
relacionados, por disímiles y distantes que parezcan. En su mirada, la poesía y
la física cuántica comparten a partes iguales sus intuiciones de cimas y
abismos. La ciudad de Dios de, san
Agustín y la ciudad del príncipe, de Maquiavelo, comparten más fronteras en
común de lo que a primera vista podría parecer. Más allá de interpretaciones
simplistas, en el discurso materialista de Marx alientan ideas propias del
cristianismo temprano, al tiempo que los descubrimientos del ADN nos remiten a
esas inquietantes visiones de los místicos en las que todos los componentes del
universo están hermanados a través de unos lazos tan sutiles como ineludibles.
Por eso la estructura de la obra nos resulta tan próxima a la de la tarea
de esas diosas que en tantas culturas tejen la madeja del universo y con ella
el destino de todas las criaturas vivientes, desde las galaxias hasta los
microorganismos.
Como el título mismo lo exige, Ideas
supone un desafío crítico en el que nada puede ser asumido como una certeza: es
de la esencia del pensamiento dudar siempre de todo y de todos. De ahí que el
autor mantenga una atenta distancia frente a dogmas y fundamentalismos de toda
índole, pertenezcan estos al campo de la ciencia, la religión o la política.
Así, ante la cruzada desatada contra el Islam después de los atentados del 11 de
septiembre de 2001, Watson nos recuerda el papel de los árabes en el rescate,
conservación y difusión del pensamiento de Aristóteles en Europa, sentando así
las bases para el desarrollo de la ciencia que acabó por desequilibrar la
balanza a favor de occidente. En contravía de la propaganda negra que hizo del
marxismo una suerte de evangelio de todos los males, el autor reconoce en Marx
uno de los pilares de la sociología, tal como la conocemos hoy. Para refutar a
quienes, en efecto, vieron en La
revolución francesa y en La
ilustración un momento de luz y esperanza para la humanidad, Robert Watson hace
énfasis en el carácter devastador de muchas de sus premisas, ancladas en el
concepto de ciencia y razón como valores absolutos.
Siguiendo esa línea de razonamiento, el autor nos advierte que, si bien una
novela como El corazón de las tinieblas,
de Joseph Conrad, desnuda en sus puras entrañas los horrores del colonialismo,
en este caso el de los belgas, también es verdad que, en su proceso de
expansión, el Imperio Británico sembró un legado que hoy constituye patrimonio
cultural de la humanidad: la lengua inglesa, que no sólo es la de Shakespeare, sino la que les
permite entenderse entre sí a hablantes
nativos de mandarín, croata, árabe, italiano, portugués, español o
incluso de dialectos regionales en los lugares más remotos de la tierra.
Duda y conocimiento
Estructura del átomo
Y llegamos ahora a un factor clave en el mundo de las ideas y el
conocimiento: la duda. Para enfrentar el carácter paralizante de todo dogma, la
mente crítica dispone de una fuente inagotable de preguntas. Fue así como, para hacer frente al dogma
católico de la infalibilidad del papa, enfocado a consolidar el poder terrenal
de la iglesia, filósofos, escritores y científicos empezaron a formular
cuestionamientos que la imprenta se encargó de multiplicar: no es casual que ésta
última sea considerada un canal determinante para la difusión de las
ideas de Lutero y lo que la iglesia protestante significó para el rumbo del
hemisferio occidental.
Esa misma duda condujo a muchos pensadores a reconsiderar la idea de
renacimiento como un fenómeno exclusivo de Italia, o incluso de Florencia. En
realidad, hubo muchos renacimientos. China, India y el Islam tuvieron el suyo,
para no hablar de quienes afirman que la tan mal publicitada Edad Media
europea, concebida a menudo como una época de oscuridad, tuvo su propio periodo
de renacimiento, fundamental para comprender las posteriores transformaciones
del continente.
Así las cosas, con el poder en entredicho, el concepto de hereje fue
entronizado para estigmatizar y exterminar a quienes se dieron a la tarea de
cuestionar los poderes establecidos, fueran estos del cielo o de la tierra. Y
es aquí cuando cobran fuerza las investigaciones de geólogos, arqueólogos e
historiadores de la cultura. Interrogando a las cuevas y a los restos fósiles,
pronto descubrieron que estos desmentían el relato bíblico de la creación del
mundo en siete días, lo que con el paso del tiempo condujo a muchas dudas sobre
la existencia de Dios. Físicos, astrónomos y químicos se sumaron al debate, al
aludir a las cambiantes leyes de la materia en lugar de los inmutables
designios divinos.
El debate de las ideas cobraba cada día más vigor y los herejes se hacían
más atrevidos. Lo que en principio eran tímidas reformas se convirtió en
auténticas revoluciones en el campo de la ciencia, la religión, la política y
la cultura.
En el primero de los casos, revelaciones como la circulación de la sangre, la
naturaleza de los gérmenes, las leyes de la gravedad, las órbitas planetarias y
la estructura del átomo se conjugaron
para debilitar la noción de una
divinidad omnipotente capaz de gobernar sobre lo vivo y lo inerte.
Eso mismo hizo que la atención se desviara de lo divino a lo terrenal, dando
origen al vertiginoso desarrollo de la ciencia que cambió para siempre la
relación de los hombres con el mundo y devolviéndole, de paso, la razón a
Aristóteles.
Entendido así, el pensamiento de Erasmo de Rotterdam obró a modo de bisagra
entre las cavilaciones de los teólogos y las búsquedas de los científicos.
Después de todo, en ambos casos se trata de aprovechar las facultades de la
mente para interrogar el mundo en todas sus manifestaciones: las de adentro y
las de afuera
Minado el rol de Dios en el control de la vida pública y privada, el poder
de monarcas y papas- que en distintos momentos de la historia fueron los
mismos- fue sometido a juicio y eso explica, entre otros factores, el
movimiento telúrico que supuso La Revolución Francesa.
Para la mirada atenta de Robert Watson, la cultura no se quedó atrás. Y
aunque su presencia es en sí misma la impronta del devenir humano, desde las
herramientas de piedra hasta la interpretación de los sueños, para el escritor británico
hay un periodo clave: el romanticismo en el arte. En el romanticismo, entendido como una
manifestación del espíritu, no como simple escuela, convergen las conocidas
ideas platónicas sobre los arquetipos inmateriales del mundo objetual junto a
las intuiciones sobre la existencia de un doble interior que los artistas
pretendían explorar y liberar con el fin de “redimir” lo humano frente a los
poderes de la instrumentalización tecnolátrica. No es casual que, para muchos
estudiosos, L.V. Beethoven sea la expresión más fiel del romanticismo
y el encargado de abrir el camino para lo que vendría después.
Ese fue el preludio de lo muchos pensadores consideran algo tanto o más
importante que la Teoría de la Relatividad o la estructura de ADN: el descubrimiento
del Yo, para algunos una evidencia
incontrastable y para otros una entelequia que les abrió las puertas a toda
suerte de supercherías, entre ellas, “el espíritu alemán”, que animó los
horrores perpetrados por los nazis.
Una vez más, el libro de Watson nos devuelve a esta encrucijada de luces y
sombras que es la historia de la humanidad. En ese cruce de caminos, a modo de
colofón, sugiere una parábola perturbadora: mientras, siguiendo la ruta de
Aristóteles, los humanos no hemos cesado de explorar y dominar el mundo
exterior, el “conócete a ti mismo” derivado de las enseñanzas de Sócrates y
Platón se ha revelado hasta hoy como un completo fracaso. A pesar de los
intentos de místicos, profetas, pintores, filósofos, músicos, teólogos y
sicólogos, cada vez parecemos más alejados de nosotros mismos, si en realidad
existe un “yo mismo” o al menos algo que pueda ser definido de esa manera.
En esa encrucijada nos deja este viaje a las ideas. Como todo gran libro,
no ofrece moralejas ni fórmulas fáciles. Sólo una suma de preguntas que se
multiplican sin cesar. Será el lector quien decida la ruta a seguir.
https://www.youtube.com/watch?v=nbGV-MVfgec
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