"El alma es igual al cuerpo multiplicado
Por la velocidad de la luz al cuadrado”.
Razonamiento de un
personaje de Los Sorias
Delirium Tremens
Si Shakespeare nos advirtió de que “la
vida es un cuento narrado por un idiota, lleno de ruido y furor”, Los Sorias, la novela del escritor
argentino Alberto Laiseca, bien podría ser un aventajado capítulo de esa saga
cuyos protagonistas son el delirio y el caos, porque la obra es, entre muchas
otras cosas, una parábola y una parodia del poder, hijo natural de esas dos
divinidades erráticas.
Recién adentrado en sus más de mil doscientas páginas, el lector piensa en
títulos como Tirano Banderas, de don
Ramón María del Valle-Inclán; Claudio El
Dios y su esposa Mesalina, del poeta Robert Graves; El señor Presidente, de Miguel Ángel Asturias; Yo el Supremo, de Augusto Roa Bastos o El otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez, todas ellas
indagaciones sobre la naturaleza de esa forma de locura que es el ejercicio del
poder en todos los tiempos y en todos los lugares.
Por supuesto, son sólo caprichos y
asociaciones de lector, porque Los Sorias
dista mucho de poder ser encasillada bajo el desgastado rótulo de “Novelas de dictadores”.
Mejor dicho, Los Sorias no admite
rótulo alguno: de ese tamaño es su singularidad. O si no, ¿qué puede decirse de
un lugar, planeta o país cuyo gobernante, identificado como El Monitor, se autodenomina “Primer Histérico de la Nación”?
El lugar, planeta o país se llama La
tecnocracia. El nombre es un auténtico adelanto de lo que nos aguarda si
decidimos cruzar sus fronteras. Y a propósito de éstas últimas, La Tecnocracia libra una batalla eterna
y feroz contra Los Sorias, una suerte
de espejo enfrentado en el que las partes pueden contemplar sus respectivas
realidades distorsionadas. En esa pugna se desencadena una persecución contra rojos, rosados y rojillos, que nos lleva
a pensar en esas cacerías tan propias del mundo de la Guerra Fría, cuando el
capitalismo y el comunismo se acusaban de ser manifestaciones del mal en estado
puro.
Esa batalla se resume en una consigna llena de reminiscencias de viejas
militancias políticas fáciles de identificar: “Por La Tecnocracia, todo,
hasta El micro de oro; por Los Sorias,
nada”. En la guerra, que a ratos suena a alegoría Orwelliana, destacan también con un rol activo o
pasivo Chanchenia del Norte y del Sur, Protelia, Protonia Oriental, Dernia,
Goria, Garduña, Musaraña, Cataluña, El Califato de Córdoba… y la mismísima
Unión Soviética. Con esta última se libra una guerra que es a la vez contienda tecnológica y teológica en la que
el ser y el Anti-ser se juegan sus cartas.
En ese entramado juegan un papel clave los más conocidos dogmas ocultistas
a los que, como bien sabemos, no es ajena la música. No es casualidad que la
obra esté llena de alusiones paródicas a los grandes maestros del campo
sinfónico, así como del rock, el punk y todas sus variantes.
Como pueden ver, a esta altura del camino necesitamos de una muy precisa
cartografía si no queremos extraviarnos en la aventura. Como todos, estos mapas están hechos de
nombres: Unión Soviética, rojos, rosados,
rojillos y todo un glosario que se irá acumulando hasta el final…
suponiendo que este libro tenga un final
Ese tipo de alusiones son anclas que el autor planta en la realidad: bien
sabemos que cuanto más desopilantes son el delirio y el caos con mayor razón
precisan de un asidero en el aparente orden del
mundo. De esa manera se perpetúan y se
hacer creíbles… al menos mientras el lector da vuelta a la página, donde se
topará con dioses que ostentan nombres como Monocateca,
Bitecapoca, Tritaltetoco, Tetramqueltuc, Peniacoltuco y Exatlalteluco. pertenecientes a un credo conocido como Exateísmo A
cada una de las divinidades de ese panteón le corresponde un mes del año y a
algunas hasta dos.
En el principio fue el verbo
En todas las civilizaciones las palabras alientan en el principio del
mundo. El poder lo sabe y por eso intenta hacerse con su control. Las
religiones, los dictadores y los partidos políticos se han ocupado siempre de
encontrar la mejor manera de hacerlo.
En Los Sorias las palabras son
los auténticos personajes. Lo demás es lo que los estudiosos de la literatura
llaman la trama. Por eso el lector no puede distraerse un segundo: pasa de
largo por una palabra y estará condenado al extravío, como los niños de los
cuentos infantiles cuando no ven los mojones plantados en el bosque. No por
casualidad existe una entidad llamada “Monitoría
de las Lenguas”, consagrada al estudio exhaustivo de la etimología de las
palabras, es decir, qué significan con exactitud. Conocer ese significado es vital, porque,
según los responsables de la Monitoria,
el mal opera sobre los hombres a través de las distorsiones idiomáticas.
En este punto, uno piensa en el aparato de propaganda nazi, en Stalin y sus
estudios de lingüística, en las prédicas del Gran Hermano, en las llamadas “noticias falsas” o en lenguaje
efectista de la publicidad. Muy pronto,
descubrimos el propósito final, ajeno a cualquier interés académico:
identificar y encerrar en un campo de concentración a todo artista que no
comprendiese la cosmovisión de la tecnocracia.
¿Y cuál es esa cosmovisión?
Enrique Katel, Kratos de las lenguas
en La Tecnocracia, lo tiene claro:
busca “El esplendor antiguo”, esa
peligrosa quimera que tanto seduce a dictadores y caudillos. Bien sabemos que
fue el pretexto de los nazis para emprender el exterminio y, en tiempos
recientes, Donald Trump la reeditó en su consigna “Let´s make America great again”, tomada a su vez de Ronald Reagan.
Son consignas como esas las que mueven al pueblo, “ese cuerpo imaginario e inencontrable”.
Pero es en una carta de respuesta a Personaje Iseka- un converso que, harto
de los sorias, decidió adherir a La Tecnocracia- donde El Krator deja las cosas claras:
“Estimado señor y, por lo
que leo en su carta, nuevo camarada, no es mediante el ultrismo en todos los
órdenes que La
Tecnocracia alcanzará su destino de
grandeza. Usted acaba de llegar al país y por eso tal vez ignore que, a
nosotros los tecnócratas, nadie tiene necesidad de enseñarnos a ser duros e
implacables cuando hace falta. Se lo puedo asegurar. El poder es un enigma,
sobre todo para nosotros los dirigentes. Todos los días trabajamos con
enmarañadas, laberínticas claves que es preciso descifrar. Un error de
proporciones sería. A veces hay que ser duros y otras no. El problema es cuándo
y cómo”.
Así que La Tecnocracia sabrá
cuándo y cómo ser dura con Los Sorias
y otros apóstatas. Eso lo han sabido siempre los tiranos de todos los tiempos.
Después de todo, la combinación de zanahoria y garrote no es un invento
reciente. A modo de colofón, esa visión del mundo se ofrece en una fórmula: “En las elecciones realmente libres, el
dictador se asegura de que su voto sea igual a la mitad más uno de los
sufragios emitidos”.
¿Un dictador que convoca a “elecciones
libres”? Bueno, la novela de Laiseca y la Historia Universal abundan en
oxímoron como éste. Sólo que no debemos dejarnos engañar por las apariencias: a
menudo, el delirio y el caos son formas supremas de la lucidez. Por algo, el Monitor es un secreto devoto del cine y
fundador de una escuela conocida como “realismo delirante”. Tan delirante y
realista como la declaración de la mujer conocida como “La lujuriosa”, devenida
amante y consejera del Monitor:
“El mundo está lleno de
falsos libertinos y putas arrepentidas. Siempre sostuve que el sexo debía estar
bajo control de una pornocracia ilustrada”.
La cosmovisión de La Tecnocracia
no se limita al campo de la política o el esoterismo. También debe ocuparse de
la estética, si aspira a un manejo absoluto del mundo. De ahí que el rol del
escritor sea asunto de sumo interés, como se deriva de esta reflexión acerca
del Kratos, a propósito de una carta recibida:
“De pronto sonrió. Se le ocurrió que
aquella invocación por medio de una carta era un suceso, por sus
características, exactamente opuesto a los procesos internos de la novela
simbólica alemana, donde todos los personajes son proyecciones del personaje
principal: sus otras personalidades o «yoes», digamos. En esa novelística se
parte del principio de que el alma humana contiene alturas excelsas, pero
también aberraciones espantosas. Esta idea nace de la omnipotencia de su autor,
que en el fondo cree contenerlo todo. Pero no es así. Esos escritores —meditó
el Kratos— tienen muchísimos menos «yoes» de lo que se imaginan. A veces la
fuerza no les alcanza ni para ser malos. Suponen ser niños terribles y resultan
de lo más comunes. Arrancan del falso fundamento de que en el «teatro»' de sus
propias almas hallarán la purificación. Entonces todos los personajes y sucesos
son símbolos y partes de un todo, que es el Gran Yo. ¡Vaya arrogancia! Esto
resulta, cuanto menos, una falta de respeto por la realidad. El autor no es
Dios ni cosa que se le parezca. Por creerse omnipotente olvida a los demás,
deja de considerarlos seres humanos y los disminuye hasta hacerlos meros
símbolos, simples propagaciones de su yo. El castigo viene solo, y es que el
escritor no resuelve su problema y patina en sus vicios hasta el último día de
su vida: por no haber aceptado a los otros como otros. Una novela puede ser
escrita por razones de purificación, y quizá muchos personajes contengan partes
de su autor. Pero no todos, y aun los que entran en esta categoría, si son partes
lo son entre otras cosas y a pesar de, lo más fructífero e importante, en todo
caso, es el hecho de ser ellos mismos, pues viven. Los simbolistas —continuó
pensando con furia el Kratos— se parecen a quienes creen que el mundo no
existe, que sólo ellos tienen resolución real y corpórea, y que están
imaginando todos los procesos de la vida. En tal omnipotencia viciosa está la
clave del fracaso: en su falta de respeto por el mundo terrenal”
¿Y Los Sorias?
Ustedes se preguntarán por qué ocuparse primero de La Tecnocracia y su sistema si son Los Sorias quienes le dan título a la novela.
Bueno, sucede que Los Sorias son
la Némesis de La Tecnocracia y, por
lo tanto, se necesitan mutuamente para ser y estar en el mundo. Más que
subversivos, los sorias son proscritos por no ajustarse a una cosmovisión que
entre los otros se presume verdad revelada. Si unos párrafos atrás hablamos de
guerra fría, la pugna entre los protagonistas de esta historia por momentos se enciende y
lleva incluso al uso de armas químicas en el intento de exterminar al
adversario. En este punto resulta más claro que nunca el carácter delirante y caótico
de la realidad, mientras la literatura permanece en estado de lucidez. Ya lo escribió
don Antonio Machado: “El loco purga un
pecado ajeno: la cordura. / La terrible cordura del idiota”. Esa forma de
insania crea una provincia de Soria, una suerte de campo de concentración al
que son llevados- otra amarga paradoja- los que son sospechados de
totalitarismo. En esa Siberia se sale a cazar personas como si de un coto de
caza se tratase.
Como contraparte del Monitor,
Soria es gobernada por el Soriator,
jefe supremo del país, que se mueve entre sectas con nombres de esta índole: Los naricerinos, cuyo dios es una nariz;
Los orejarios, que adoran una o
varias orejas; Los cularios, que se
cortaban el culo; Los
izquierdostesticularios y toda una taxonomía gozosa forjada con el más fino
humor negro. Una muestra: en algún punto del relato aparece un personaje
llamado Gordo Soriano que, por
supuesto, es el mismísimo escritor argentino Osvaldo Soriano en persona, y cuyo
apellido da lugar a un disparatado malentendido.
Un dato esencial: el Soriator se
considera la reencarnación de Almanzor, el legendario caudillo de los moros, a
quien rinde un culto que se manifiesta en la proliferación de rituales de toda
índole.
En el primer capítulo de la novela se nos presenta a Juan Carlos y Luis, dos
de los hermanos Soria que comparten cuarto de pensión con Personaje Iseka- ese es su nombre-. Iseka intenta escribir una novela
o algo así y los hermanos lo interrumpen todo el tiempo, conminándolo a
ocuparse de alguna cosa útil que le reporte algo de dinero. Exasperado, el
ignorado escritor opta por huir y refugiarse en tierras de La Tecnocracia, pasando como quien dice de la anarquía al orden, de
la libertad al control absoluto. Alargando un poco el concepto, podemos decir
que Los Sorias, cuya literatura se
llama Soriasis, son algo así como la
contracultura, tan temida en principio por el poder, aunque no tarda en asimilarla
y ponerla a su servicio. Vistas así las cosas, resulta bastante ilustrativo
encontrarse con este párrafo:
“El conjunto de música beat
La Horrible Abuelita, autor colectivo de las siguientes composiciones que
desfondaron hacia arriba todos los rankings: Rail alrededor de la fogata, Le pego a mi nena con
una cadena de bicicleta, Tengo una poca, Sé mi hembra de hurón. ¿Por qué no
quieres hacer conmigo como las nutrias?, Te haré el hara-kiri cuando te agarre
putita de topo, Abriéndome las venas en la colina llena de frutillas rosadas,
El aullido del perro, El chillido de la rata al ser pisada por aquella otra, La
clava de Neanderthal, La mujer de Piltdown, Tengo una tundra, El conejo
estepario, Si te portas bien conmigo te regalo un liquen, El estupefaciente più
mosso lento que se tomó la grulla rosada de patas blancas ojos grises pico
dorado alas de murciélago verde y sombrero negro (¡miren si no será tonta!),
Bomba Hache homeopática sobre Chanchín del Norte, El Monitor es un Monstruo, etcétera, al principio fue tolerado y hasta
estimulado por el Jefe de Estado, quien lo nombró conjunto oficialista de rock.
Pero cayó en desgracia cierto día cuando, ya cubierto de honores y lleno de
plata, editó una nueva composición titulada El Monitor es bueno.
Para el orden
establecido Los Sorias son la peste,
un peligro del que debe mantenerse apartado y al que trata de controlar con
medidas tan absurdas como esta:
“Enrique Katel, Kratos de
las Lenguas, quien al igual que todo tecnócrata odiaba a los sindicalistas
recalcitrantes, refractarios a su asimilación al nuevo orden de cosas, dictó
una directriz según la cual, todas las propiedades de esta gente, quedaban grabadas
con impuestos con carácter retrospectivo hasta el año 1030. O sea hasta la Edad
Media. Y de nada les valieron sus protestas de que por aquel entonces no
existía la Tecnocracia y ni siquiera los Sindicatos”.
Los avatares del mal.
El poder, toda forma de poder como manifestación del mal. Del Antiguo Testamento con su legión de
demonios a la fascinación de Thomas Pynchon y David Foster Wallace por una
Norteamérica salida de quicio, pasando por los personajes alucinados de
Dostoievski o el perturbador Informe sobre Ciegos, de Ernesto Sábato, buena
parte de la gran literatura de todos los tiempos se ha sentido arrastrada por
esa órbita gravitacional. Los Sorias
no es una excepción. En esa medida, el primer reto para el lector es no caer en
la tentación de creer que para el narrador el delirio y el caos son fines en sí
mismos. Todo lo contrario: son en realidad la esencia del poder, las claves
para seguir su rastro como el azufre en las leyendas medievales del demonio. De
ahí la necesidad de trascender lo que en principio parece un juego de frases
ingeniosas, como el catálogo de bebidas alcohólicas que se ofrece en una de sus
páginas:
“Una silla de fusilar
eléctrica”.
“Un campo de concentración
con agua”.
“Tecnócrata rabioso triple”.
“Monitor doble con hielo”
“Lanzallamas gigante triple”
“Medio dedo de Frente SS”.
“Monitor aullando histérico
entre alfombras rojas”.
Sólo a luz de semejante estado de ebriedad puede comprenderse una
declaración de principios como esta, propia de un tecnócrata llamado Telefónico I:
“Soy egocéntrico. Tan sólo me hacen
gracia mis propios chistes. Estaría el día entero escuchándolos. Así que cuidadito
con juzgarme”.
No podría haber mejor síntesis de la manera cómo funciona el cerebro de un
dictador.
A modo de contrapunto, Los Sorias
proponen una aparente libertad sin tapujos que empieza, cómo no, por las
palabras, según se lee en este poema de Luz Soledad Ferreira Perfecta Soria:
“Cuando escucho la voz del
Soriator siento una cosa entre las piernas. Es como una avenida de soretáceos
que montasen guardia como esfinges. ¡Oh Soriator!: cuando te miro me parece que
por el culitólido me entrase una gran caquélida, que me penetrara toda, y llego
al orgón mustio. Otras, por mi vulvúcea penetras y mi árida matriz matrizdrida
se llena de tu mierdísida metafísica. He tenido asi\ gracias a ti, hasta ocho
fetáceos de bastante bosta. ¡Ven! ¡Ven pronto Señor Soriator y escatológame
encima con ti gicoca, escatógame con tu logicaco y metolocaga con tu escocagi!
Ser o estar. Ésta es la cuestión”.
Luz Soledad
Perfecta: frente a ese nombre no cabe ironía.
Pero esa libertad sin tapujos es sólo un truco para ocultar las dimensiones
de la barbarie: nunca es tan peligrosa una dictadura como cuando se disfraza de
liberalidad. O si no, fijémonos en el rol jugado por los sindicatos en esta
historia, auténticos tumores cancerígenos que se multiplican con la voracidad
de un universo en expansión.
Maestro de la
parodia Laiseca no da tregua. De principio a fin, su novela está sembrada de
guiños, de juegos, de mensajes crípticos y, por encima de todo, de un humor que
nos mantiene en vilo , como en esta tonada que recuerda a los cantos nazis y
fascistas:
“Los plagiarios de patentes,
Los asquerosos plagiarios de patentes,
Pronto de un poste colgarán,
Con la mirada puesta en nuestro Monitor.
El contrabando de fósforos a pilas terminará,
Terminará,
Terminará,
Terminará.
Dales, dales bien duro,
Hasta que del culo salgan destellos”.
Frente a la
potencia devastadora del poder sólo quedan el humor y la risa capaces de poner
al tirano en su lugar, independiente de si su reino es Soria o La Tecnocracia.
La ironía y la risa nos recuerdan lo que ya dijeron los teólogos: que el truco
más socorrido del demonio consiste en hacernos creer que no existe.
El narrador de Los Sorias lo sabe: burlarnos del burlador es una buena manera de conjurarlo.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:
https://www.youtube.com/watch?v=XRU1AJsXN1g
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