Cuenta don Miguel de Montaigne en sus Ensayos, que durante una matanza de chinos en el Perú, los victimarios establecieron tarifas para que sus víctimas pudieran escoger la forma de muerte menos dolorosa, de acuerdo a su capacidad de pago. Así, un disparo certero en la sien costaba mucho más que, digamos, ser pasado a cuchillo y a su vez esta forma de morir era más cara que una lenta agonía a pedrada limpia.
No sabemos si quienes engendraron el actual sistema de seguridad social en salud de nuestro país, conocen la obra del pensador francés. Lo dudamos, pero lo cierto es que desde el comienzo supieron que estaban frente a una fuente inagotable de riquezas. Por eso hicieron bien las cuentas y empezaron a gestionar la aprobación de una ley basada en el convencimiento de que los seres humanos, salvo algunas excepciones, estamos dispuestos a hacer lo imposible por conservar la vida hasta agotar el último aliento.
Fue entonces cuando empezaron a hablar de “Calidad de vida” y a vender la idea en el mercado a través de campañas publicitarias que apelaban tanto al miedo como al anhelo de bienestar, dependiendo de la circunstancias. La premisa es sencilla : así como usted pide calidad en los productos que consume y está dispuesto a pagar por ella, de ese modo tendrá que pagar si quiere que le garanticemos el buen funcionamiento de sus órganos y los de sus seres queridos. Por supuesto, nadie iba a negarse a la invitación, salvo unos cuantos suicidas irredimibles o algún desesperado incapaz de soportar a su parentela política. De modo que, todos a una , se apresuraron a abrir las puertas de sus negocios para atender a la clientela innumerable.
Y claro, como todo negocio, el de la salud, es decir, el de la vida y la muerte, también tiene su racionalidad. Eso explica que muy rápido los médicos pasaran a ser menos importantes que los economistas, llamados de urgencia para poner orden en una situación contable a punto de colapsar por culpa de la procesión de infartados, ulcerosos, epilépticos, cancerosos, asmáticos, y enfermos de sida que las angustias del mundo arrojan por millones a las salas de urgencias de clínicas y hospitales. Como era de esperarse, los tecnócratas de marras empezaron a hablar de la relación costo beneficio, sin que les importara mucho el insignificante detalle de que tenían que habérselas con seres humanos de carne y hueso y no con motocicletas o chucherías producidas en serie.
Ahí fue donde los pacientes empezamos a impacientarnos, pues el tiempo de la consulta se reduce cada vez más y el atribulado médico apenas si atina a recetar Ibuprofeno y amoxicilina, sin importar si el pobre hombre padece cáncer terminal, sífilis galopante o está afectado de posesión diabólica ¡Que pase el siguiente! De ahí en adelante los recursos serán tan deletéreos como inciertos : acudir a la mendicidad pública, a un préstamo gota a gota, a San Gregorio Hernández o al rito de sanación de un pastor multimillonario. Mientras tanto, los grandes beneficiarios del negocio, se frotan las manos cuando a través de una infidencia se enteran de que, después de muchas pruebas en remotos países africanos, una multinacional acaba de inventar una nueva enfermedad para acabarse de enriquecer vendiendo el remedio.
Gus
ResponderBorrarBienvenido a eso que de manera romántica llaman la "nube digital", pero que en la práctica no sé en qué podrá devenir.
Tal vez suene demasiado optimista -o quizá pretendo serlo-, pero en este espacio podrá "colgar" columnas como la que veo -no sin malicia personal- le "colgaron" en cierto medio impreso parroquial.
Algunos usan lo digital para poder conversar con la gente que de diario tiene al lado, otros para masturbar el tiempo y, unos cuantos más allá, para lanzar al mundo sus palabras de anhelo o desidia ante un mundo cada vez más inaprehensible e incomprensible. En el presente blog-acido seguro que no faltarán las palabras de aliento o Esperanza (esa prima que escribe tam-bién). Pero estoy seguro que más de uno quedará desnudo con los comentarios corrosivos del tal Martiniano.
Que sean estos tres primeros artículos el inicio de una larga seguidilla de excelentes escritos, como los que siempre acostumbramos a leer en aquel diario parroquial del cual, dicho sea de paso, uno de mis seguidores en Twitter (otra maravilla de la síntesis) aseguró: "que mejor sigan tumbando árboles porque no saber manejar un medio digital".
Un abrazo y nos vemos en las nubes
Maestro:
ResponderBorrarEn hora buena llegan con los vientos de agosto, palabras de verdad y voces de golpe, no puede ser mejor el momento para seguir siendo un francotirador de la palabra impresa, digital y muchas veces oral.
Gracias Maestro
Mario
Muy bueno home el artículo. Definitivamente en Locombia el sistema de salud va es en caída libre. Mejor dicho: no va quedando sino el tendal.
ResponderBorrar