Como me sé nacido en un país de desmemoriados, siempre prefiero dejar que se asiente la espuma de los escándalos que son nuestro pan de cada día, para proponer entonces una reflexión sobre la esencia de las cosas que los desencadenaron. Ese ejercicio elemental pude tomarme una semana, un mes o varios años. De modo que ahí vamos.
Para el domingo 27 de febrero de 2011, víspera del Carnaval de Barranquilla, nadie se acordaba en Colombia del frenesí desatado un par de años atrás por la cacería que unos campesinos del Magdalena Medio emprendieron contra un hipopótamo sobreviviente del zoológico de la hacienda Nápoles, que una vez perteneció al mafioso Pablo Escobar. Recuerdo que las entonces incipientes redes sociales se saturaron de voces indignadas que protestaban por el hecho. Incluso se propusieron marchas. Con todo, nadie recordó el simple detalle de que en esa misma región habían sido desplazados, torturados, desaparecidos y asesinados cientos de campesinos, sin que a ninguna organización ni medio de comunicación se le hubiera ocurrido liderar acciones que hicieran visible la barbarie.
Ese domingo 27 de febrero , el fenómeno se repitió con un leve cambio de escenario y de actores. En este caso, los protagonistas fueron un futbolista y una lechuza al parecer amante del fútbol. Como los medios se regodearon y explotaron al máximo el morbo de los consumidores de información, no vale la pena redundar en la anécdota.
Sin desconocer el carácter censurable de la actitud del futbolista, que en un acto de reacción demencial fue sometido a una especie de linchamiento simbólico, resulta más saludable tratar de interpretar el episodio como un síntoma de nuestra esquizofrenia nacional, aupada en su momento por periodistas, medios de comunicación y por esas redes sociales que se han convertido en el escenario perfecto para incubar y multiplicar manifestaciones de histeria colectiva como las vividas durante esos días.
Veamos: en un país donde a nadie le importan los niveles escandalosos de corrupción de sus dirigentes y donde en lugar de censurarlos y castigarlos los ciudadanos los premian en las encuestas de popularidad. En una sociedad que desde hace rato le dio la espalda a acciones tan atroces como los crímenes lesa humanidad conocidos como falsos positivos. En un entorno que celebra las acrobacias verbales de quienes, en el colmo del cinismo, niegan la existencia de las víctimas de una violencia que todo el mundo reconoce excepto nosotros mismos, el escándalo desatado en su momento por la agresión y muerte de una lechuza, deviene síntoma de la más grave de las enfermedades nacionales : la indolencia frente a lo que sucede alrededor, a no ser que los energúmenos con micrófono, cámara o periódico disponible lo conviertan en espectáculo que se desvanece cuando surge una presa más apetecible.
Razón le asistía al columnista Gabriel Meluk, cuando advertía que ninguno de los vociferantes ciudadanos que pidieron la cárcel o la deportación para el futbolista involucrado levantó el dedo para solicitar justicia en el caso del jugador del Junior que asesinó a un hincha y salió en libertad unos cuantos meses después. Hemos perdido el criterio y los parámetros para valorar y juzgar los hechos en su contexto. Por eso no dudamos en desatar cruzadas por la muerte de un pájaro mientras permanecemos impasibles frente a una masacre. Insisto : esquizofrenia le llaman a eso en el lenguaje clínico.
...mmm! Creo que en un libro de Gabriel García Marquez es donde la gente sufre de una epidemia que se llama "La enfermedad del olvido"... creo que es en Cien años de soledad... mmm... es que ya no me acuerdo...jejejeje!!!
ResponderBorrarSaludos Maestro!
Up The GunS!
" La peste del olvido" se llama esa enfermedad, mi estimado Gabriel y ya nos contagió a todos.
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