Mi vecino, el poeta Juan Carlos Aranguren, no se ha podido reponer de la decepción que le produjo saber que la mujer a la que le dedicó más de una sesión de fervorosos ejercicios onanistas no existe en realidad en lugar alguno de la tierra, ni siquiera en Hollywood, ese reino de ensueño donde, según sus promotores, todo es posible.
Ahora no sabe qué hacer con sus tribulaciones amorosas. Descartó la opción del confesionario católico porque lo considera impresentable en un agnóstico. Del sillón del sicoanalista, ni hablar: desconfía de esos especímenes, porque, según afirma, en sus cincuenta años de vida no ha podido encontrar uno solo menos confuso que él. Las sectas nueva era le repugnan por su sospechosa manía de combinar los fluidos astrales con el consumo obstinado de lechuga. De modo que, como cada vez que sus infortunios lo agobian, ya se trate de fútbol, literatura, política o sexo, tocó a mi puerta a las dos de la madrugada con una botella de ron medio vacía, ganándose unos puntos más en el escalafón de odios de mi mujer.
- Parse, uno ya no puede ni hacerse una pajita que sea de verdad, dijo entre sollozos, echándose otro trago al coleto.
Inquieto por semejante declaración de principios indagué por las raíces de su desaliento y me di de narices con una verdad terrible : según una de esas revistas de trivia cinematográfica disfrazadas de divulgación cultural, esas mujeres que en la pantalla nos provocan estremecimientos de ansiedad o de pánico, en realidad no existen : son armadas, pieza a pieza por los magos de la informática que juegan al Doctor Frankesnstein en versión digital. Toman unas piernas perfectas por aquí, unos pechos que ni le digo por allí, unos ojos de Mae West por este lado y un pubis… y un pubis, que mejor dejémoslo así. Para acabar de completar, pueden reemplazar una voz gangosa por uno de esos tonos de terciopelo capaces de enloquecer prójimos en las líneas calientes.
- El problema, poeta, le respondí entre fascinado y malhumorado, es que lo mismo está sucediendo con todas las esferas de la vida. Los declaraciones de los políticos y sus contradictores son editadas, maquilladas y dobladas dependiendo de las fluctuaciones del mercado. Con media docena de imágenes tomadas en el momento preciso, más un buen editor de video, los mercaderes del fútbol son capaces de convertir un jugador del montón en un cruce entre Messi y Maradona. Y ni qué decir de esas empresas de turismo, diestras en transformar un muladar maloliente y peligroso en una versión actualizada del paraíso terrenal redimible a cuotas. La clave de todo eso, según dice un cinéfago irredento apodado “Koala”, está en una de las escenas de la película Matrix.
Pero el hombre, ustedes ya lo conocen, es tozudo e, incluso a veces, contumaz. De modo que tomó asiento, mientras mi mujer refunfuñaba en sueños desde la habitación que le sirve de refugio en esos casos, y empezó a blandir otra vez la revista donde los pechos de Angelie Jolie resplandecían bajo la media luz como si, al menos en ese instante, fueran de verdad.
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