viernes, 20 de mayo de 2011

Bienvenido Mister Matrix


Mi vecino, el poeta Juan Carlos Aranguren, no se ha podido reponer de la decepción que le produjo saber que la mujer  a la que le dedicó más de una sesión de fervorosos ejercicios onanistas no existe en realidad en lugar alguno de la tierra, ni siquiera en Hollywood,  ese reino de ensueño donde, según sus promotores, todo es posible.
Ahora no sabe qué hacer con sus tribulaciones amorosas.  Descartó la opción del confesionario católico porque lo considera impresentable en un agnóstico. Del sillón del sicoanalista, ni hablar: desconfía de esos especímenes, porque, según afirma, en sus cincuenta años de vida no ha podido encontrar  uno solo menos confuso que él. Las sectas nueva era le repugnan por su sospechosa   manía de  combinar los fluidos astrales con el consumo obstinado de lechuga. De modo que,   como cada vez que  sus infortunios lo agobian, ya se trate  de fútbol, literatura, política  o sexo,  tocó a mi puerta  a las dos de la  madrugada  con una botella   de ron medio vacía, ganándose unos puntos más en el escalafón de odios de mi mujer.
-         Parse, uno ya no puede ni hacerse una pajita que sea de verdad, dijo entre sollozos, echándose otro trago  al coleto.
Inquieto por semejante declaración de principios indagué por las raíces  de  su desaliento  y me  di de   narices con una verdad terrible :  según una de esas revistas de trivia cinematográfica disfrazadas de divulgación cultural, esas  mujeres que   en la pantalla  nos provocan estremecimientos de ansiedad o de pánico, en realidad no existen : son armadas, pieza a pieza por los magos de la informática  que juegan al  Doctor Frankesnstein en versión digital. Toman unas piernas perfectas por aquí,  unos pechos que ni le digo por allí, unos ojos de Mae West por este lado y un pubis… y un pubis, que mejor dejémoslo así. Para acabar de completar, pueden reemplazar una voz gangosa  por uno de esos tonos de terciopelo capaces de enloquecer prójimos en las líneas calientes.
-         El problema, poeta, le respondí  entre fascinado y malhumorado, es  que lo mismo está sucediendo con  todas las esferas de la vida.  Los declaraciones de los políticos y sus contradictores  son editadas, maquilladas y dobladas dependiendo de las fluctuaciones del mercado.  Con media docena de  imágenes tomadas en el momento preciso, más un buen editor de video, los mercaderes del fútbol son capaces de  convertir un jugador del montón en un cruce entre Messi y Maradona. Y ni qué decir de esas empresas de turismo, diestras en transformar  un muladar  maloliente y peligroso en una versión  actualizada del paraíso terrenal  redimible a cuotas. La clave de todo eso, según  dice un cinéfago irredento apodado  “Koala”, está en una de las escenas de  la película Matrix.
Pero el hombre, ustedes ya lo conocen, es tozudo e, incluso a veces, contumaz. De modo que tomó asiento, mientras  mi mujer  refunfuñaba en sueños desde la habitación que le sirve de refugio en  esos casos, y empezó a  blandir otra vez la revista donde los pechos de Angelie Jolie resplandecían  bajo la media luz como si, al menos en ese instante, fueran de verdad.

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