Quienes suscriben la teoría coinciden en los términos pero discrepan en la fecha. Algunos dicen que fue el 31 de agosto de 1997, día de la muerte de Diana Spencer, mas conocida en el folclore británico y en las revistas de farándula como la princesa Diana de Gales. Otros prefieren centrarse en el 25 de junio de 2009 cuando Michael Jackson, bautizado por los vendedores de discos como El rey del pop, le dijo adiós a este mundo dejando plantados a quienes lo esperaban a la salida de la clínica para tomarle la última foto.
Según el lenguaje abstruso de la burocracia judicial, las causas de sus muertes no han sido esclarecidas y siguen siendo objeto de investigación . De cualquier manera, todos sabemos que los dos murieron de un mal no registrado en los códigos clínicos pero que cobra su dosis diaria de víctimas en el mundo entero: fama y soledad. Conjeturas aparte, todo apunta a que con ellos murió también una presa que durante años fue codiciada por los propietarios y los trabajadores de la industria de las comunicaciones: la llamada chiva periodística. Se sabe de acuciosos y connotados reporteros condenados al anonimato por sus empleadores, solo por llegar un minuto después que los obreros de la competencia al lugar de los acontecimientos. El cine, sobre todo el norteamericano, ha sido pródigo en historias sobre las feroces y letales pugnas desatadas entre los medios de comunicación- muchos de ellos pertenecientes al mismo grupo familiar- para conquistar la presea dorada de la primicia que los consumidores de información esperan con la ansiedad de quien sospecha que le va en ello la vida. Pero , entre todas, se recuerda una película dirigida por Sidney Lumet cuyo titulo constituye en si mismo una radiografía del tortuoso camino emprendido por los medios de comunicación en el mundo a medida que extraviaron el rumbo : Network, poder que mata.
En ambos casos, el de Spencer y Jackson, la aldea global pronosticada por Mc Luhan y sus prosélitos, supo de la muerte de sus ídolos antes que los medios de comunicación . Cuando los noticieros iniciaron sus emisiones y los distribuidores de prensa deslizaron los ejemplares todavía tibios de los periódicos bajo las puertas ya el mundo estaba enterado de que la princesa triste y el ídolo torturado habían puesto fin a su peregrinar sobre la tierra. Fue entonces cuando los magnates de la prensa y sus legiones de trabajadores supieron que asistían al fin de una era : la de la primicia o chiva como su razón de ser en el mundo. Llegar primero al teatro de los acontecimientos ya no tenía mucho sentido. La noticia tendría que dejar de ser un fin para convertirse en un medio. La responsable de todo era, ustedes ya lo habrán advertido, Internet , esa infinita tela de araña que, al modo de la divinidad diseñada por los teólogos medievales, está en todas partes y en ninguna
A esa altura del camino se hizo ineludible recomponer la manera de ver las cosas. Unos, más pragmáticos pero menos imaginativos, optaron por deslizarse hacia otros mercados y eligieron los entonces nacientes y lucrativos realities. Otros , más agudos y pacientes, entendieron que, dueñas del primer dato pero carentes de las herramientas de interpretación, las audiencias se quedarían con quienes le agregaran valor a la noticia. Es decir, los que tuvieran la capacidad de análisis para ubicar los eventos en su contexto y por esa vía facilitar su comprensión. Aunque la tendencia existió desde el nacimiento mismo de los medios tal como los conocemos hoy, las fronteras se hicieron más visibles. De un lado, los que exigen su dosis diaria de sucesos puros y duros, como si del cuero cabelludo de un combatiente se tratara : estamos ante al periodismo como proveedor de un producto con un rol específico en los mercados. Del otro, quienes esperan que medios y periodistas se conviertan en compañeros de viaje en su intento de asumirse como sujetos pensantes y por lo tanto políticos : en este caso se demanda un interlocutor. En esa sutil pero decisiva elección reside el papel que finalmente desempeñen en la vida de la gente las empresas periodísticas y sus trabajadores, aunque todavía se siga debatiendo cual fue el día exacto en que la chiva murió.
El dia que murió la princesa Diana, yo cumplía 20 años, fecha de inflexion en mi azarosa vida. Casualidad o no, desde ese dia se me murió la esperanza, la ingenuidad y la posibilidad de pensar en futuro. Desde entonces navego en el vago camino del escepticismo y me he convertido a la religion "negra"de Ambrose Bierce, aunque eso me cause muchos tragos de amargura.
ResponderBorrarEl cine ha dado tambien un término para ese "periodismo" de la inmediatez inspirado en un personaje de la Dolce Vita de Fellini, los buitres de las noticias o "papparazzi", infatigables cazadores de instantaneas pero como usted muy bien explica,la llegada de internet les arruinó el negocio, ahora cualquier traunsente armado de su celular puede colgar imagenes en Youtube. No se extrañe tambien que casi en todos los informativos meridianos almorcemos acompañados de imagenes macabras con el reclamo publicitario de "tenemos las imágenes", acompañado de efectos sonoros propios del cine. Desgraciadamente estamos invadidos por la industria del morbo.
Hombre, José. " The show must go on" reza una lapidaria sentencia que es ley en el mundo del espectáculo. Y como el negocio no puede parar, ahora las chivas no se rastrean entre los pliegues de la realidad : se inventan a la medida de los gustos y expectativas del público. Creo que eso fue lo que convirtió a muchos periodistas en estrellas que acabaron por suplantar a los acontecimientos y sus protagonistas. Intuyo que eso nos hará cada vez más difícil separar el oro de la escoria.
ResponderBorrarLindo tema, Gustavo, que da para un buen debate. Sugieres que por un lado tenemos a la verdad como producto de mercado, maleable, que se puede trozar, teñir, la verdad dulce y la verdad amarga, ácida, alcalina, etc. Y también la verdad como una elaboración dialéctica entre los informantes y los receptores inteligentes. De acuerdo. Y creo que esto ha existido siempre y que siempre existirá, más allá de las numerosas apariencias que le da la nueva tecnología. En cuanto a chivas, o primicias, el manoseo se les nota de lejos. Tomando la muerte de Gadafi, sin ir más lejos, puede ser anunciada como un caso de ejecución sumaria de un criminal de guerra o de asesinato de un hombre que se había rendido… un hombre al que hasta hace muy poco tiempo la mayoría de los medios de todo el mundo presentaba como un líder revolucionario más o menos respetable, un poco excéntrico pero con un montón de petróleo. La llamada “primavera árabe” ha puesto de nuevo en crisis a muchas verdades periodísticas. Tu texto es muy oportuno y da en el blanco.
ResponderBorrarComo le parece, mi estimado don Lalo, que la facultad de sociología de una universidad de mi país adelantó un estudio entre personas de distintos estratos sociales, con el fin de identificar cómo perciben los mensajes enviados por los medios.Pues bien, un preocupante cuarenta por ciento de los entrevistados se mostraron incapaces de discernir con claridad entre los contenidos de un noticiero de televisión, un dramatizado, un partido de fútbol, un mensaje publicitario o un documental.
ResponderBorrarDicho de otra manera : esas personas valoran con idénticos parámetros éticos una masacre, una telenovela, una contienda deportiva o una trifulca entre los protagonistas de una película.
De allí a la entronización de algunos periodistas como estrellas del espectáculo, media solo un paso.
El tema es muy sabroso, Gustavo. Acabo de leer en Jot Down (excelente este sitio de temas culturales) una entrevista muy entretenida a Ramón Trecet, un periodista español de “extensa trayectoria” (como se dice). Copio una pregunta y una respuesta:
ResponderBorrar-Tú empleaste el término aurigas para referirte a los directores de los medios impresos porque intentan gobernar el bólido de la información como si siguiera siendo un carro de caballos. ¿Son conscientes de ese camino sin salida?
-La muerte de Jobs es otra puntilla más en la consciencia de la gente de que el papel es solamente un soporte, pero los aurigas no lo saben. Yo en elevados despachos del periodismo español he oído frases como ésta: “Lo que hay que defender es el propio formato del periódico. La contraportada, las cinco columnas…”. Una idea muy respetable y defendible, amigo, pero el tsunami sigue avanzando y no lo vas a parar con la mano. Imagino que cuando llegaron los primeros motores de explosión a Madrid, muchos cocheros dirían: “Sí, pero a mi caballo, ¡que no me lo toque nadie!”. Y hablarían entre ellos: “¿Has visto la montura ésta que acaban de sacar? Es especial, al caballo no le molesta…”. Los diarios son una industria en evolución, con grandes problemas de credibilidad e inserción social y una plataforma caduca.
Los símiles no podían ser más lapidarios, don Lalo : tusunamis, aurigas, bólidos, motores de explosión. A todas estas ¿Dónde habrá ido a parar el noble, gratificante e impagable oficio de contar historias?
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