Para Gustavo Arango
Los buenos
libros son como las formas de las nubes
y las piedras: Uno ve en ellos lo que desea ver. Dicho
de otra manera, los libros son, entre muchas otras cosas, nuestros
miedos y anhelos vueltos palabra escrita. Siguiendo esa ruta cientos
de lectores y editores han visto en la
breve y definitiva obra de
Juan Rulfo la génesis de esa marca de fábrica llamada “Realismo mágico”. En mi
caso, las enseñanzas del autor de Pedro Páramo van mucho más allá. Para
empezar, el recurso aquél de “… Muchos
años después” retomado por García Márquez en la primera frase de Cien
años de soledad es una invitación a
devolverle a la memoria su condición esencial: La de clave única para entender
el destino individual y colectivo. Vivimos en un hoy que solo puede explicarse
si nos asomamos al ayer. Los recuerdos
son así el hilo de Ariadna que nos
permite salir del laberinto para encontrar en el mapa del mundo el
rostro de lo que somos. Por eso en los
relatos del escritor mexicano
vivos y muertos coexisten en un territorio donde el antes es también el
después. Es más, los vivos van por el mundo con generaciones enteras de muertos
a cuestas. Son estos quienes les ayudan a recorrer el camino con inquietud pero sin
prevención: Ellos ya lo transitaron y tuvieron como recompensa final el
conocimiento de si mismos. “Vine a Comala, porque me dijeron que aquí vivía mi
padre, un tal Pedro Páramo”, confiesa Juan Preciado al iniciar su relato. En realidad, ese pensamiento puede expresarse de
otra forma: Vine a este lugar, porque aquí
yace la parte de mí que me hace
falta para completarme.
Entendida desde
la clave de la memoria, no es casual que la obra de Juan Rulfo surja en un continente sumido en un caótico y tortuoso
tránsito hacia la modernidad. Desde México hasta el cono sur, las viejas
sociedades agrarias se sumergían en un
ritual baño de sangre en el que las ideas liberales y conservadoras eran la expresión más o menos abstracta de la conocida pugna entre los imperativos de
cambio y los temores que invitan a dejar las cosas como están. “¡Ilustración !”
pedían unos “¡Viva Cristo rey!” replicaban los otros. Entre tanto, tal como lo precisara Karl Marx citado en el título de un bello texto de Marshall Berman , todo lo sólido se
disolvía en el aire.
Vivimos hoy un
momento de la historia empecinado en renegar de la memoria. De un lado, el
hedonismo invita a tomar la flor del día
y olvidarse de todo lo demás. Por eso
repetimos los mismos actos cientos de veces sin derivar de
ellos forma alguna de conocimiento: El principio del placer sin límites
exige obrar siempre como si fuera la
primera vez. Hace unos días, un conocido
me detuvo en la calle, y como si se tratara de un doctor Kinsey redivivo, me soltó la pregunta sin mediar
preludio alguno: ¿Y usted con cuantas mujeres se ha acostado? Hasta esa
fecha había concebido el sexo como un
asunto de intensidad, de descubrimiento. Pero no: Aquí se trataba de un
problema estadístico dirigido a omitir
el inalienable regalo de la comunicación personal. Es decir, ni más ni menos que
el puro ejercicio de la desmemoria.
Pero hay todavía
más. La velocidad y la inmediatez de las
nuevas tecnologías de la comunicación
siembran en nosotros la idea de
unos acontecimientos que surgen de la
nada, se convierten en noticias y desaparecen luego sin dejar rastro para, acto
seguido dar lugar a otra serie de
eventos. Vista de esa manera, la existencia es poco menos que una sucesión de
espejismos. El ejemplo más claro de ese fenómeno son los millones de ciudadanos
que le dan la vuelta al mundo en una hora a través del control remoto del
televisor. Al final están enterados de todo pero no entienden nada.
En mi caso, los
relatos de don Juan Rulfo operan a modo de antídoto frente al peligro de la
disolución. Como la vida misma, sus paisajes y personajes están hechos de
tiempo y por lo tanto, la única manera de acceder a ellos es a través de
la memoria, los recuerdos. Esas polifonías de seres dolientes
y piedras calcinadas nos recuerdan a
cada instante que las criaturas, animadas o inanimadas somos apenas marcas de
tiempo. Descifrarlas, o al menos
intentarlo, implica hacer un
alto en el camino para ponerse a salvo del vértigo que todo lo banaliza. Esas
son, al menos para mí, algunas de las enseñanzas derivadas de la última y siempre nueva relectura de la breve, impagable obra
de don Juan.
Muy buen post, Gustavo, digno del tema, lo he disfrutado mucho. La memoria y la brevedad son notables en la obra de Rulfo, como bien dices, y yo entonces recuerdo el consejo de Horacio, “el propósito del poeta es (…) mezclar lo delicioso y lo útil. Cualquiera sea la lección que quieras impartir, debes ser breve, que tus oyentes puedan entender con rapidez lo que dices y lo puedan retener fielmente. Cada palabra superflua se derrama de la memoria…” Perdona la torpeza de la traducción (del inglés), no tengo a mano una versión castellana. Aun teniendo en cuenta que la frase nos viene de una época en que no había libros ni grabadores, la clave en esto es la palabra “superflua”, con lo cual se explica el significado poético de “breve”: lo que produce placer estético. Con el tiempo se ha ampliado esa "brevedad" que es la esencia de los recuerdos trascendentales, pero todavia detectamos el eco del escritor romano.
ResponderBorrarMil gracias, mi querido don Lalo. Si vamos un poco más allá encontraremos que lo delicioso siempre es útil por eso mismo: Por delicioso. A propósito, la evocación de Horacio me remite a los versos de un poeta colombiano llamado José Manuel Arango. Dicen así: "Bachué, señora del agua/ enséñame a tocar/ la fina pelusa bermeja del zapote". No sé si usted ha tenido ocasión de disfrutar el fruto del zapote. Pues bien, es eso : Útil y delicioso como un buen texto en prosa o en verso.
ResponderBorrarLo bueno, si breve, dos veces mejor, se dice. Le aplaudo que en tan pocas líneas sea capaz de condensar un repaso por la literatura fantasmal del maestro Rulfo y su incuestionable huella en la gestación del realismo mágico, presente desde siempre en nuestra América profunda y mestiza (sólo que faltaba quienes narraran la historia), y desembocando en la sociedad actual, que más parece vivir en la modorra y languidez permanente. Vivimos en una suerte de muerte viviente, bobaliconamente esclavizados del televisor y paradójicamente más solitarios, aun dentro de nosotros mismos, aunque con ruido de fondo. ¿Se ha puesto a pensar, que si no tenemos una radio o un ruido de compañía, podemos caer en la desesperación? Gracias por la estupenda interpretación de ese comienzo inmortal de “Pedro Paramo”, ni se me pasaba por la cabeza algo así, una especie de retorno a las viejas raíces, o un viaje rio arriba como los salmones que retornan al sitio de su nacimiento. Perdone la salmonada.
ResponderBorrarApreciado José : Me hizo usted evocar la imagen de millones de habitantes de este planeta que caminan, corren, trabajan, comen, conducen y a lo mejor hasta copulan conectados a unos audífonos.Parecen imposibilitados para estar a solas consigo mismos o para el simple disfrute del paisaje. A ese paso se están privando de la experiencia de la vida, que oscila entre lo más elemental y lo más complejo. A esta altura del camino me pregunto: ¿De qué textura serán sus recuerdos a la vuelta de unos años?
ResponderBorrarBuenas noches Gustavo.Muy bello el texto y muy preciso el recorrido por el don de los recuerdos para salvarnos de la «disolución» que nos asecha desde la banalidad del mundo hoy. Pero es en el decantado espacio de la madurez del alma, donde sobrevivimos a la desmesura del manejo de las nuevas tecnologías y de la banalización de la vida, precisamente por el sostén de la memoria, como como núcleo esencial de nuestra vida y homenaje a la cadena de antepasados que nos parieron desde su propia sangre. Un saludo desde Luxemburgo. O.L.B
ResponderBorrarQué bueno tener noticias tuyas, Olga Lucía. " El don de los recuerdos".No podía ser más precisa la expresión: Los recuerdos son un don en este reino de la desmemoria en que nos fue dado vivir.
ResponderBorrarUn abrazo,
Gustavo
Vaya Gustavo, está muy lindo el texto. Escritos así invitan a leer, a encontrar una , muchas magias escondidas en la literatura. La primera oración del post es genial, hermosa, creo que sería una manera muy tierna e interesante de inducir a la lectura a las personas. Creo que tiene razón con la tecnología. Acá en México me he dado cuenta que estar tan pendiente de ella resulta algo peligroso. Ya en las calles nadie mira la ciudad, sino la pantalla de su balckberry o Iphone 4 conectado a Internet. Creo que Internet y lo que está sucediendo tiene algo muy positivo y me gustaría esdudiarlo más, pero no hay que olvidar que somos personas y que con tal somos recuerdos también, no una serie informativa y avances que pasan tan rápido que no dejan tiempo para la reflexión. Funes no podía pensar por memorizar todo, nosotros no podemos por no ejercitar la memoria, por esperar que una nueva tecnología destruya la anterior en cuestión de segundos, como artefactos que nos ponemos y ya. Pedro Paramo lo he leído, como muchos, creo que con la emoción y el sentimiento, son hojas que en realidad hacen llorar. Y veo ahora con más claridad lo que, a mi manera de ver, es lo principal para los escritores mexicanos: La identidad, recuperar una respuesta que se mantienen haciendo y creo que la misma sociedad perdió. Volver a nuestros recuerdos, completarnos. Abrazos Gustavo.
ResponderBorrarApreciado Eskimal : Don Ernesto Sábato decía que , en últimas, vivir consiste en construir futuros recuerdos. En esa medida la tarea del poeta, del artista, reside en volver palabras o imágenes esa materia deleznable con que está hecha la vida. Por eso nos acercamos a la buena literatura o a las grandes obras de arte como a un juego de espejos enfrentados o, mejor, a un caleidoscopio donde podemos jugar a recomponer los rostros de lo que fuimos, lo que somos.
ResponderBorrarDespués de mucho tiempo de no darme una vuelta por su agradabilisimo blog, me topo con una entrada referente a mi autor favorito. No soy un lector especializado pero en lo personal cuando empecé a leer a Rulfo vi con otros ojos el pueblo del que son originarios mis padres y abuelos. Cuando no es tiempo vacacional, las noches son tan tranquilas que lo único que se escucha el el viento y uno que otro perro ladrando en la distancia. Veia esos caminos oscuros y desiertos y no podia sino imaginarme a los primeros habitantes recorriendo el polvadero con sus mulas, sus penas y sus intrigas... un saludo enorme desde México y gracias de nuevo por el placer de sus letras.
ResponderBorrarMil gracias, amigo Javo. Acaba usted de resumir en una frase el paisaje donde se desarrollan las intensas historias de Rulfo : La noche, el viento y los caminos polvorientos.
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