Durante años
tuve una vecina menuda, frágil y nerviosa, poseída por un miedo irrefrenable a
lo desconocido, empezando por ella
misma. Su vasto catálogo de temores
incluía a los hombres, los truenos, las arañas, los eclipses y las
enfermedades, así como el pasado, el presente y el futuro.
Como todas las
personas de su tipo, conjuraba sus horrores diurnos y nocturnos con un conjunto
de creencias adaptables a toda clase de situaciones cruzadas por un factor
común: todas prometían conducirla a un estado de gracia reservado solo a los
elegidos. Cuando creía en la reencarnación se suponía descendiente en línea
directa de Isabel II, Eva Perón o
Catalina de Rusia. Nunca le pasó por la cabeza una eventual ascendencia de poco lustre.
En otras
situaciones optaba por los extraterrestres. En ese caso los venusinos vivían siempre a punto de recogerla en una de sus naves interestelares para
conducirla a una suerte de Arcadia o Shangri- La situado allende las estrellas,
donde la esperaba para desposarla el más
perfecto de los ejemplares masculinos.
Algo así como un cruce entre Brad Pitt, Cristiano Ronaldo y Justin Timberlake corregido y
aumentado. Cuando le perdí el rastro, hace cosa de diez años, andaba en busca
de la saga inmortal de los niños índigo y alguna otra sutileza de la nueva era.
Un par de
semanas atrás volví a encontrármela bajo un alero, mientras aguardábamos que
pasara la lluvia. Estaba más encogida, más arrugada y convertida en un temblor
viviente. Movido por la curiosidad morbosa de los de mi oficio le pregunté por
esa vida suya hecha de agitaciones y espantos.
-Los mayas, me
dijo a modo de respuesta ¿No sabe usted que según sus profecías el próximo 23
de diciembre se acaba este mundo horrible y empieza una época de dicha y amor
para la humanidad?
- Ah, creía que
era el 21, repliqué, sorprendido y agradecido por esos dos días adicionales
que no estaban en mis cuentas. La mujer
solo atinó a mirarme con expresión de lástima mientras sacudía el paraguas como
quien intenta espantar un bicho de mal agüero.
Pobres mayas- suspiré- como les sucedió a los monjes
budistas y a los santones indios en la década de los sesentas del siglo XX, el
pasado de este pueblo ahora tiene que vérselas
con el discurso de las sectas
nueva era, empeñado en acomodarlo todo a su necesidad de búsqueda de
consuelo para lo irremediable. Desde los evangelios hasta las comunidades utópicas, pasando por
ideologías de corte fascista y recetas vegetarianas, todo vale en su intento
por vender la idea de un nuevo
advenimiento. Es comprensible: cuando se
trata de forjar una profecía ningún dato resulta irrelevante.
Poco afecto a
los vaticinios, funestos o benévolos, acudí a mi consultor científico de
cabecera, un profesor graduado en astronomía y matemáticas cuyo nombre mismo
parece un designio: Euclides.
-Lo de la
alharaca con los mayas es tan elemental
que lo entiende mi hijo de diez años, me advirtió mientras desplegaba la
pantalla de su computador. Si yo le aseguro que el próximo 31 de diciembre a
las doce de la noche es el fin del mundo le estoy enunciando una verdad inapelable: ese día, a
esa hora expira el universo comprendido en la convención temporal establecida
de esa fecha hacía atrás. Lo mismo pasa con el
tal misterio maya. Con su asombrosa precisión matemática esos pueblos definieron lo
que suele llamarse la Cuenta Larga, un periodo de tiempo colosal a escala
humana, pero insignificante en términos del universo. Cálculos más, cálculos
menos, según algunos analistas ese
periodo concluye el veintitrés de
diciembre de 2012 . Es el célebre 4 Ajaw 3 K´ank´ iin de los mayas. Para ser precisos, eso equivale a decir que
el día de hoy se acaba a la hora veinticuatro y el siguiente empieza a la hora
cero ¿Usted dudaría de eso?
Cuando abandoné
la casa de Euclides recordé de súbito el nombre de la mujer. Ismenia, Ismenia,
repetí, como si esas tres sílabas
contuvieran la clave de algo que los poetas y los matemáticos descubrieron hace mucho: que el mundo
se extingue a cada segundo, porque el instante que acaba de pasar con su
legado de sorpresas, crepúsculos, besos y temores no volverá a repetirse aunque
nos fuera dado el don o la condena de vivir por los siglos de los siglos.
Uno se queda con la duda sobre Ismenia: ¿Era imbécil o sabia? Me hace recordar a un amigo de mi adolescencia, que creía en la reencarnación. No le hacíamos caso, ¿a quién le importa la reencarnación a los 16 años? Un día se me ocurrió preguntarle si tenía alguna figura histórica como modelo para una de sus transmigraciones, pasando por alto el hecho de que uno no se reencarna (creo yo) en una persona del pasado, sino en una del futuro. "Catalina la Grande y Cleopatra", me dijo. ¿Por qué mujeres? Y su respuesta reflejo un estado de ánimo muy propio de un adolescente de aquellos años: "a mi las chicas no me hacen caso, por eso quiero ser mujer y bien puta, para decirle que sí a todo el mundo." Esto suena muy grosero en el 2012, cuando los chicos de 16 años ya tienen un par de hijos, pero en mi época era de lo más comprensible...
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ResponderBorrarMi querido don Lalo, me hace usted recordar el comentario de un crítico de música argentino, tras la publicación de un disco sin disco por parte de una banda de pop o algo así. Si señor, así como lee:la gente iba a las tiendas y le vendían una caja vacía. El hombre tituló su texto de la siguiente manera : "¿ Genios o cretinos?". Como, para acabar de completar, el líder de la banda padecía de síndrome de Down, la discusión se desvió hacia las arenas movedizas de la corrección política y al pobre comentarista casi lo crucifican.
Así que me reservo la respuesta: podría pasarme lo mismo con Ismenia.
Deliciosa historia, amigo Gustavo. Hace poco leí un artículo en El Boomerang de un epigrafista connotado que explicaba con detalle esto de las profecías mayas. Eso sí, me pareció un texto bastante complicado pero no por ello esclarecedor acerca de la fascinante comprensión del tiempo que tenían los enigmáticos mayas, muy alejado de la superchería que ahora esgrimen los fanáticos new age del famoso fin del mundo que se avecina en diciembre de 2012. El dictamen del especialista era breve: mayas sí, profecías no.
ResponderBorrarY hablando de delirio, nuestro país supera a cualquier caso. Resulta que nuestro canciller del estado plurinacional, se hizo eco de estas paparruchas apocalípticas y con toda solemnidad interpretó a su manera estas profecías: el 21 de diciembre terminaba una forma del mundo y empieza una nueva era de despertar, prosperidad y convivencia fraternal entre los pueblos de la tierra. Decía textualmente que terminaba el imperio de la Coca cola y que empezaba la Era del mocochinchi, un refresco delicioso elaborado de durazno seco. Les paso el vínculo de youtube, por si no se lo creen.
http://www.youtube.com/watch?v=TBSFdW1q40o
La gran ventaja de quienes creen en profecías reside en que las venden prefabricadas, apreciado José : basta con unos cuantos datos revestidos de una apariencia de solidez y usted puede armarse un apocalípsis o un paraíso cósmico hecho a la medida de sus miedos o necesidades. El ejemplo de su canciller es ilustrativo : ante el fracaso de la política bien vale una nueva superchería.
ResponderBorrarVaya Gustavo, tomaré esta entrada como un buen cuento. Me parece algo salido de Honorio Bustos Domecq, aquel escritor de cuentos policiacos que salió de Borges Y Bioy. Pero hay otra cosa, tanto el astrónomo como la señora llegaron a una idea semejante, que se acaba, de una manera u otra, el pasado que tenemos hasta ese 23 de diciembre. Piensa uno en el fin físico, y luego viene la añoranza de los recuerdos a perder. ¿Quizá cuando atravesemos tal fecha empezaremos a olvidar cada instante para iniciar de nuevo?
ResponderBorrarPor otro lado, ácá ya están aprovechando ese ciclo maya para hacer turismo en Yucatán. Abrazos.
Me parece excelente idea eso de interpretarlo en clave literaria, apreciado Eskimal ¿Qué será de nuestros recuerdos después del 23 de diciembre? ¿empezaremos una página en blanco? ¿tendremos que empezar a excavar en lo más hondo de la memoria personal para hallar algún vestigio de lo que fuimos?
ResponderBorrarDe regreso a la dura realidad, si supieran esos especuladores las miserables condiciones en que sobreviven muchos descendientes de los antiguos mayas se dejarían de pavadas, como dicen los argentinos.