“... También le
pregunté a qué atribuía la decadencia actual, la desaparición de las bellas
artes y en particular de la pintura, de la que no subsistía el menor vestigio.
Contestó así: Es el ansia de dinero lo que ha producido el cambio”.
Aunque ustedes
descrean, el párrafo anterior no pertenece a
la reseña crítica publicada en
una revista de arte contemporáneo. En
realidad aparece en la página 123 de la edición de El Satiricón, de
Petronio, publicada por Planeta DeAgostini en 1988. Como ustedes bien saben, la
obra del escritor romano data al menos del siglo I después de Cristo. A lo
largo de todo el relato se suceden reflexiones de ese tipo : los padres ya no
saben educar a los hijos, los maestros son incapaces de ofrecer la formación
adecuada, el oro y la plata condicionan
las decisiones y los sentimientos de los humanos, la corrupción
cunde en todos los sectores, los viejos
dioses se tornaron sordos a las súplicas de los hombres y los poetas a duras penas
conservan la cáscara vacía de la antigua
belleza.
Los clásicos de
la literatura deberían ser lectura obligada para los optimistas, los
pregoneros de la auto superación , los que
creen en los políticos y los promotores de toda suerte de fórmulas para
alcanzar la dicha terrenal, ya se trate de una secta religiosa o una tarjeta de
crédito. Uno abre a Shakespeare en cualquier página y solo encuentra fraudes,
traiciones, malentendidos y dobleces. Lejos de ser el pilar de la sociedad
la familia es allí fuente de toda suerte de vilezas. Termina de leer Ricardo
III y no le queda una sola razón para
alentar ilusiones sobre la condición humana. Más descarnado- para algo debe servir un viaje de
ida y vuelta a los infiernos- Dante Alighieri lo advierte en las primeras
líneas de La Divina Comedia: “Los que entraís,
abandonad toda esperanza”. Por eso
regresamos una y otra vez a Homero, a Ovidio, a Séneca, a Herodoto o
Apuleyo y los sentimos contemporáneos: salvada la
vestimenta y los artilugios tecnológicos inventados para moverse por el mundo y
dominar al prójimo, los hombres seguimos siendo los mismos de hace miles
de años. En los casos excepcionales nos mueve idéntica grandeza. En los
generales nos impulsan las pasiones ya
conocidas: la ambición, la envidia, el odio,
el ansia de poder o la codicia. “Una
falsa ilusión de poetas ha hecho fracasar a muchos jóvenes. En cuanto uno logra montar el esquema de un verso e
insertar en el período alguna idea sentimental, ya cree haber alcanzado la
cumbre del Helicón” exclama con amargura el poeta Eumolpo, otro de los
personajes de El Satiricón. Su reclamo
no se diferencia en nada del de aquellos que hoy no se resignan a concebir la poesía como el acto de vaciar
las emociones sobre un papel y
relacionarlas un renglón debajo del otro.
El Eclesiastés, ese ejercicio supremo de la
lucidez lo resume todo en siete palabras: “No hay nada nuevo bajo el sol”.
Testigo de la decadencia de un imperio que, como todos, aspiraba a durar mil
años, Petronio puso en boca de sus
personajes verdades que apuntan en esa dirección: “Ya ni siquiera se pide la
salud física o moral, sino que apenas se pisa el umbral del Capitolio, uno pone
por condición de su ofrenda el entierro de un pariente rico; otro el
descubrimiento de un tesoro; otro, el logro, sano y salvo, de treinta millones
de sestercios”. Podríamos seguir enumerando y el resultado sería el mismo: una
sucesión de acontecimientos dando vueltas sobre un mismo eje: el corazón de los
hombres. Ansiosos y solitarios recorremos el camino buscando encontrar en el
afuera las respuestas a la inmensa desazón que nos asalta desde adentro. Poco
importa si buscamos la cura al desasosiego en un sermón, en un número de la
lotería, en el reconocimiento ajeno, en un asiento en los recintos del poder o
en la palpitante promesa de un cuerpo
joven. La moderna industria del espectáculo y la publicidad lo comprendió como
nadie: estamos dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de olvidarnos de nuestra frágil condición de mortales. Los
romanos de Petronio iban a los
lupanares, a los baños públicos o al circo. Tan perplejos y frágiles como ellos, los modernos humanos
pagamos putas pobres o de lujo, llenamos
los gimnasios, los estadios y los saunas y nos despertamos cada mañana pensando
en el desenlace del reality de moda. Todo con tal de olvidar que, como hace mil años, nos estamos
despidiendo de este mundo a cada segundo que pasa.
Tu cita del Satiricon es un recurso brillante para mostrarnos que nuestro pasado y nuestro presente son básicamente los mismos, con algunos detalles diferentes, eso si. Los impulsos que nos mueven son los mismos que agitaban a los personajes de Petronio. Los cambios son relativamente superficiales, técnicos, de recursos. Gore Vidal, en un libro muy bueno, Creación, cuenta las andanzas de un personaje persa del siglo V antes de Cristo, que llega a tratar a Zoroaster, Confucio y Sócrates, contemporáneos suyos, y pinta una comedia humana de hace 2500 años que no es diferente de la actual. ¡Si hasta la gente se muere igual! Es una mala costumbre que tendremos hasta el final de los tiempos...
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ResponderBorrarJa. Así tituló su novela el poeta colombiano Juan Manuel Roca, mi querido don Lalo:"Esa maldita costumbre de morir". Pero igual cosa pude decirse de todos los demás hábitos humanos, incluido del imprescindible y delicioso vicio de follar. De paso, les comparto la creación colectiva de un grupo de bohemios colombianos de los años sesentas del siglo pasado, publicada por la revista El malpensante en una antología de poesía procaz : " El vicio de meterlo por delante/ lo inventó Genoveva de Brabante/ El vicio de meterlo por la cola/ lo inventó San Ignacio de Loyola".
Un abrazo,
Gustavo
Qué esclarecedor viaje al pasado, para refrescarnos la memoria, especialmente de los jóvenes que a veces nos creemos que hemos inventado la pólvora. De ahí que decía alguna vez que la historia es un palimpsesto continuo, no hay nada original en nuestra mísera existencia, vivimos lo que otros ya vivieron (salvando los artilugios tecnológicos que usted menciona).
ResponderBorrarPensando en su frase espléndida de la codicia por un palpitante cuerpo joven, me vino a la memoria una cita de una entrevista a Antonio Tabucchi sobre la concupiscencia del poder: “El dinero y las putas. Esas son las imágenes que Berlusconi dio a los jóvenes italianos”. Todo esto y su repaso por la obra de Dante, me lleva a pensar que el pecado que más pierde a los hombres, especialmente a los poderosos, es el de la codicia, principalmente su variante libidinosa. Seguramente leyó que la lujuria echó a perder a un moderno héroe de EEUU, el general Petraeus, caído en desgracia por infidelidad, que a ojos de la puritana sociedad norteamericana es peor pecado que robarse el dinero de los contribuyentes. En fin, Clinton, estuvo también en la cuerda floja por sus devaneos sexuales. Y así podríamos remontarnos hacia otros casos del pasado (Holofernes perdiendo incluso la cabeza) hasta el cansancio.
Lo de perder la cabeza no siempre es una metáfora , apreciado José : a menudo a los poderosos se la cortan. Piense en los cuerpos de Hussein o Mussolini pendiendo de una cuerda.
ResponderBorrarMuy bueno el comienzo de su primer párrafo. Hace unos años fui invitado por una emisora universitaria a un programa sobre el rock en la Historia. Como pienso que ese apasionante género musical empezó a gestarse en las composiciones de los músicos rusos de finales del siglo XIX y comienzos del XX,me documenté como correspondía. Cual no sería mi sorpresa cuando descubrí que los veinteañeros encargados del programa databan el nacimiento del rock ¡ Poco antes de la caída del Muro de Berlín!
Saludos desde los confines del Olvido... Maestro Gustavo!
ResponderBorrarMuy buen texto... y es verdad toda esa poeseia , toda esa literatura clasica y antigua, todos esos personajes... nos cuentan una y otra vez la historia de ambición y busqueda de poder que siempre termina en tragedia... en corrupcion, del cuerpo y de alma... es increible como se repite esto una y otra vez,... a nivel micro... a nivel macro... la historia es un circulo infinito...
Lamentable que esas memorias del tiempo de los hombres ahora sean olvidadas en las bibliotecas publicas y privadas alimentandose unicamente del polvo del tiempo...
Saludos.
" Dust in de wind", ni más ni menos eso es lo que somos, amigo trejos, tal como lo dice la canción de la banda rockera Kansas.
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ResponderBorrarSerá muy díficil tener algo nuevo Gustavo, original, imposible. por algo la música, la literatura, el cine, el comic y otras maneras de expresarnos siguen dando vueltas sobre estos temas tan necesarios.
ResponderBorrarQuizá nuestro miedo a morir, a ser nada, ha de ser lo que nos lleva a perpetuarnos en la belleza, en el poder, en la ambición. De alguna forma queremos ser recordados y olvidar ese olvido. Pero inquietud va con jóvenes que saben cercana su muerte, digamos los sicarios: estos muchachos tienen es un afán de vivir todas esas condiciones humanas que digo y resalto de su texto, me lo imagino así, lo que en realidad quieren es ser todo eso porque saben , quizá, que no hay un futuro; NO hay elitismo religioso después de la muerte, sólo dormir y desaparecer.
Abrazos
De hecho, la literatura en particular y el arte en general no pueden hacer nada distinto a gravitar sobre los grandes asuntos de la existencia: el amor, la muerte, la dicha, el dolor. De ese modo, apreciado Eskimal, adquiere pleno sentido la expresión aquélla :" En literatura lo que autobiografía es plagio".
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