Un comercial de
Gillette ofrece maquinillas de afeitar
“Para un hombre completamente
evolucionado”. Se refiere a esa reciente mutación del homo sapiens consagrada a borrar cualquier indicio de
vello púbico con el ahínco de quien pretende limpiar los rastros de una
antigua culpa: la del animal primigenio
que nos precede. En un principio la práctica fue tomada de la estética de la
pornografía: en su afán por hacer cada vez más explícita la visión de los
genitales y con ellos el acto de la penetración, los dueños de esa lucrativa
corriente del cine les exigieron a sus
actores y actrices presentarse a los estudios completamente rasurados en las
que el lenguaje escolástico llamaba “partes pudendas”. Por lo visto, el
propósito era no dejarle nada a la imaginación.
Como la vida imita al arte, muy pronto la
costumbre se hizo masiva. A caballo sobre una visión del mundo empeñada en
hacer de la asepsia religión, la exigencia de rasurarse pasó a formar parte de
los mandamientos de la conquista amorosa: antes que anticuados rituales de
seducción, hombres y mujeres le piden al objeto de su deseo, como prueba de
devoción y respeto, una parcela de piel libre de cualquier vestigio de vida
primitiva. Tan lampiña como el trasero de un niño de brazos.
Era lo único que nos faltaba antes de sucumbir
del todo al asalto de los totalitarismos
disfrazados bajo el curioso nombre de
“calidad de vida”. El catálogo es extenso. Legiones enteras de mortales
dedicadas a abstenerse de lo que más les gusta como cuota a pagar por
un futuro saludable. Individuos aterrorizados por la conciencia de su
mortalidad, atiborrándose de medicinas,
no para curarse, sino para no
enfermarse. Hombres y mujeres
encadenados mañana y noche a los
grilletes de un gimnasio con la esperanza de mantenerse a salvo del deterioro
consustancial a los porrazos de la vida. Consumidores despilfarrando buena
parte del presupuesto familiar en
jabones medicados y esencias para
borrar el menor vestigio de su propio cuerpo. Y a modo de colofón, tenemos a la policía de la
limpieza tomándose con sus podadoras y
tropas de asalto los, hasta hace menos
de dos décadas, frondosos bosques de Eros y
Venus .
El asunto
no pasaría de ser mera anécdota, si no
fuera por su condición de símbolo de
toda una visión del mundo anclada en un
concepto tan antiguo como peligroso: la nostalgia de la pureza, una suerte de
región fuera del tiempo y el espacio donde
seres ingrávidos flotaban a salvo de la suciedad terrena. El paraíso de
antes de la caída en el reino animal y
su posterior tránsito hacia la humanización. De
esa añoranza se han nutrido todos los fundamentalismos acuñados hasta
ahora. El fascismo y el comunismo. El
Islam y el cristianismo extremos. El racismo de cualquier índole. El
culto a la eterna juventud implícito en
algunas corrientes pro nazis. En todos
ellos alienta una perniciosa invocación
a la asepsia en contraposición al
confuso y siempre contaminado barro de que estamos hechos. Esta materia deleznable y por eso mismo ansiosa de
eternidad, amasada con sangre, sudor y
lágrimas, como cantaran los viejos poetas . La más reciente manifestación de
esa tendencia es posible encontrarla en el calculado y efectista discurso de la
corrección política, esa manía de no
llamar las cosas por el nombre, desviando así la atención sobre
la esencia de su condición. Por ese camino, acabamos convencidos de que
en países como Colombia no existen desplazados si no migrantes, o que un crimen
sistemático deja de serlo por el simple hecho de llamarlo “falso positivo”.
Detrás de la asepsia puede ocultarse cualquier atrocidad.
“¡Pero si es
apenas un coño rasurado!” me dijo un amigo, preocupado por el curso de mis
cavilaciones. Y si, tiene razón. Pero si es cierto que no hay gesto inocente en este mundo,
entonces en la decisión de los amos del cine porno de expurgar cualquier indicio animal en los genitales humanos y en la rápida
imitación de millones de ciudadanos
civilizados de todo el planeta alienta también una forma de claudicación : un
abandonarse a la dictadura de la limpieza, del control absoluto sobre cada una
de las instancias de la vida. Y ante eso solo cabe repetir con el poeta: “¡Oh vida doliente y
trémula/feroz y amorosa/ En la hora suprema/¡Sálvanos de la pureza!”
Ya podríamos acuñar la expresión “síndrome del coño rasurado” para denominar una vasta gama de precauciones que uno debe tomar para abordar numerosos temas que no tienen nada que ver con esas partes… no sé si decir “íntimas”, ya que ahora está de moda compartirlas con todo el mundo. En el plano de la discusión de temas de interés público, los participantes deben cuidarse mucho y elegir con cuidado sus palabras para no quemarse como racistas, misóginos, comunistas, sionistas, nazis, islamistas, partidarios de Chávez o de Carlos Andrés Pérez u otras categorías descalificadoras. En Estados Unidos, por ejemplo, no se puede hablar del “lobby judío”, se debe decir “lobby israelí”, porque de lo contrario eres un antisemita. Es cierto que “lobby israelí” es más certero y es la expresión que yo prefiero, pero hasta hace poco mucha gente que no tenía nada de antisemita decía “lobby judío” sin ponerse colorada. Ahora, el debate público se ha afinado y de repente nadie dice “lobby judío”, salvo antisemitas reales o ciudadanos incautos. (Aunque hablar de “lobby israelí” también es descalificador en otro sentido, porque demuestra que eres liberal en el sentido “americano”, o sea izquierdista y, tal vez, amigo de Irán, Moscu, Hezbollah y la Hermandad Musulmana, pero dejemos esto). Algo parecido puede decirse sobre otros numerosos tópicos con pelos ofensivos, según el ámbito donde se discuta el asunto. Se les ha afeitado el coño, vamos. PS: please please, no vayan a creer que soy antisemita; les hablo en serio, pasen la Philips para estos pelos.
ResponderBorrar¡ Haberlo dicho antes, mi querido don Lalo! Creo que "Pelos ofensivos" era el mejor título para este artículo . En realidad, ya es casi imposible exponer libremente las propias ideas, por bien argumentadas que estén, sin terminar ofendiendo a un individuo, secta, partido, familia, raza o cofradía. Ni el más perverso inquisidor hubiera imaginado esa sutil forma de censura: convertirlo a uno en su propio vigilante.
ResponderBorrarNo me lo haré repetir: adopto desde ya su propuesta del "Síndrome del coño peludo" para referirme a la plaga de alergias que no rodean, empezando por la de no llamar a las cosas por su nombre. Por ejemplo, desde que los viejos ya no son viejos , sino "adultos mayores", la poesía fue desterrada de muchas canciones. Les propongo un ejercicio: reemplacen en la hermosa canción de Piero- cuyo enlace les comparto a continuación- la expresión Mi viejo por la de adulto mayor y verán los resultados.
http://www.youtube.com/watch?v=bn0-4nFP5tQ
Si, creo que conio peludo es mejor que aafeitado para el sindrome, digo. Y sobre lo de viejo no te gusta mas "de la tercera edad? :-)
Borrar¡ Coño! ¡Había olvidado ese adefesio, mi querido don Lalo! Eso de tercera edad se acerca bastante al concepto de las eras geológicas de la tierra, con su colección de Mamuts y criaturas parecidas.
ResponderBorrarQué deliciosa entrada, ¡coño!, perdón, debí decir ¡es la leche! como se acostumbra en tierras ibéricas, tierra, por cierto, donde todavía se abona mucho el lenguaje de la incorrección política, que a poco estuvo de ser normado por alguna ministra biempensante de Zapatero, a quien se le ocurrió dirigirse a las congresistas como “miembras”, provocando un verdadero zafarrancho mediático. Hablando del “hombre completamente evolucionado, tal parece que no hemos terminado de evolucionar, pues ya Heródoto hablaba de que los sacerdotes egipcios solían rasurarse todo el cuerpo, como buenos amantes de la higiene y el hedonismo, pero sobre todo para no propiciar que “algún piojo u otra sabandija pudiera hallarse allí”. Esto de la moda del cutis limpio y liso es otra faceta más de la industria poderosa de la belleza y ramas afines. Demonios, me ha pasado hasta mi, a algunas chicas ya no les gusta la barba, lo ven como sinónimo de descuido personal.
ResponderBorrarQuien iba a pensarlo, apreciado José. De modo que los sacerdotes de Isis fueron pioneros de la estética porno: una prueba más de que la historia no hace nada distinto a dar vueltas.
ResponderBorrarEn su caso me preocupa, eso sí, que las chicas bolivianas anden tan desfasadas : basta con seguir las transmisiones de las ligas europeas para constatar la cantidad de futbolistas barbudos y, por lo tanto, involucionados.
Ya es una estética, Gustavo, ya es un atractivo sexual para los hombres ver que la mujer está más que afeitada o depilada. Y ellas se preocupan por ello pero poco exigen a los hombres sobre el tema. Aún así el interés de estos últimos por tener un cuerpo "perfecto y limpio" va en aumento y son también personas con tratamientos faciales, de mascarilla y hasta quirúrgicos para quitar, adecuar, poner o agrandar partes del cuerpo. Mire los ejemplos de jóvenes que se hacen cirugías para parecerse a un símbolo de la perfección del ideario occidental en cuanto a anatomía humana: La Barbie, y no es solamente mujeres, también los hombres buscan tener atributos como los del Ken.
ResponderBorrarAhora empieza un interés por la figura de los personajes ánime y la cultura popular japonesa.
Apreciado Eskimal: en los baños de la universidad los muchachos hacen fila, no para una elemental e inaplazable meada , sino para maquillarse. Es asombrosa la cantidad de cremas y afeites que cargan en sus morrales. No lo considero bueno ni malo: solo constato esa nueva manifestación de su identidad, entre la que se cuenta, según narran, la costumbre de depilarse hasta el último tramo de piel. Asunto de evolución, será.
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