En uno de los
foros sobre restitución de tierras adelantados por estos días, un profesor cuyo
nombre no deja de contener una buena dosis de ironía, Hernán Cortés, planteó
una curiosa fórmula para devolverle la paz al campo colombiano: regresar a los
modos de propiedad y producción de las tribus precolombinas que, según él, hicieron posible la coexistencia pacífica
entre los pueblos y la explotación sana y saludable del medio ambiente.
Dada la
excentricidad de la propuesta, pues los modelos no son aplicables a un país de
casi cincuenta millones de habitantes
con problemas endémicos de violencia rural y menos a un planeta que supera los siete mil millones, me di a la
tarea de revisar la historia de los pueblos indígenas de América.
Para empezar, no
encontré rastro alguno de
“coexistencia pacífica”. Todo lo contrario: si algo facilitó la conquista de México fue el carácter imperialista de los
aztecas. El resentimiento provocado por sus invasiones y despojos,
hizo que muchos pueblos se unieran al
conquistador como una manera de liberarse del yugo.
Trasladados más al sur,
al actual territorio de Colombia
, Ecuador, Perú y Bolivia hallamos una
pugnacidad permanente expresada en sangrientas guerras de sucesión ligadas al
anhelo de propiedad y dominio. Por su lado, lo del “respeto al medio
ambiente” resulta explicable por la
desproporción entre el número de habitantes y la cantidad de tierra
disponible. La noble idea de permitir el
descanso de la Pacha
mama mientras se cultiva en otro lado es
impensable hoy en un planeta sitiado por el hambre y por la concentración de
las riquezas.
Eso para no hablar de la estructura familiar
de muchas tribus, signada por la situación subordinada de las mujeres,
reducidas en muchos casos a la condición
de vientres reproductores y bestias de carga. Si a eso le sumamos la
legitimación de los asesinatos rituales no tenemos propiamente un panorama
alentador.
Mucho me temo
entonces que el profesor Cortés, poseído de
un caudal de buenas intenciones, como tantos activistas, decidió apelar
al viejo y conocido mito del buen salvaje como
salida frente a una encrucijada colombiana en la que grandes poderes económicos y criminales se proponen
asfixiar cualquier intento de reforma agraria.
Como bien lo
sabemos, los filósofos de la
ilustración fueron los encargados de
darle soporte discursivo a un viejo
anhelo de la humanidad: el retorno a una improbable edad dorada, tierra de
promisión o paraíso perdido donde los hombres vivían en perpetua armonía con el
entorno y con el prójimo, es decir ,
en un estado de letal aburrimiento equiparable a
la parálisis física y mental. ¿A quien se le ocurre semejante idea? Pues
a una criatura sitiada todo el tiempo
por la desesperanza , la frustración y
el miedo producido por el simple hecho de estar viva.
Desde finales
del siglo XIX una legión entera de
sociólogos, antropólogos y líderes políticos se encargó de reforzar la
idea. Según sus teorías los pueblos aborígenes- que desde luego nos
legaron muchas cosas buenas de su
cosmovisión , sus costumbres y su manera de organizar la vida pública y
privada- expresan lo incontaminado y
bueno de la condición humana, mientras los conquistadores, bárbaros y
evangelizadores serían lo sucio, lo corrupto y por tanto condenable.
Por fortuna para
la salud física y mental de todos, la realidad
no es tan maniquea. Lo que llamamos
cultura es el resultado de
dolorosos y fructíferos
encuentros entre aborígenes y bárbaros.
Entre nómadas y sedentarios. De esas confrontaciones a veces mortales surgieron las músicas, las teogonías, las
formas de gobierno y de organización
económica, así como la gastronomía, las distintas expresiones del arte y las
múltiples maneras de explorar y disfrutar la sexualidad. Como resultado de ello
tenemos el Popol Vuh pero también El Quijote; el sonido melancólico de las
quenas y los acordes de la música de cámara
europea; la paella valenciana y las tortillas mexicanas; las esperanzas
de las comunidades utópicas y los horrores del capitalismo extremo. Para bien y
para mal, ese es nuestro mundo de hoy. En todo caso la solución al
acertijo no la encontraremos a través de un salto mortal hacia ese pasado donde
habita, bien lo sabemos, la trampa de la nostalgia que todo lo empaña.
Ay, amigo Gustavo, qué apropiado resulta su texto para estas tierras bolivianas, donde los indígenas (categoría sospechosa considerando el intenso mestizaje de nuestra –América) hace tiempo que se esfuerzan por integrarse al modo de vida occidental y por ende a la tecnología y todas sus ventajas, sin que ello signifique que renuncien a sus ritos, costumbres y cosmovisión. Lo que resulta indignante es que surjan de pronto toda una suerte de sociólogos y otros “adelantados” culturales mayormente extranjeros que incurren en la práctica de querer convencer a esos pueblos sobre el modo cómo deben vivir, supuestamente para redituar glorias pasadas y otras patrañas revisionistas de escasa raíz histórica y que no tienen ningún sentido práctico en esta época.
ResponderBorrar"Ahí está el detalle", diría el cómico Cantinflas,apreciado José. Sentido de la realidad es lo que le hace falta a toda esta legión de expertos en ciencias sociales. Al final resultan ser más papistas que el Papa. Mientras los indígenas intentan aprovechar los avances de la ciencia y la tecnología sin perder su identidad esencial, todos estos señores pretenden devolverlos de un solo golpe a una inexistente edad de oro. En esa cruzada se empeñan personajes como el presidente boliviano y sus amigos. ¿ha escuchado usted hablar del adjetivo " cantinflesco"? Buenos, en este caso eso somos.
ResponderBorrarEl profesor Cortés tiene una opinión demasiado positiva, o ingenua, de los pueblos antiguos, si puedo usar esa palabra. Estamos en estos días en Escocia, donde hemos aprendido una o dos cosas sobre la vida feliz de los clanes hace unos cuantos años. Se unían contra los ingleses, pero el resto del tiempo se degollaban mutuamente con gran entusiasmo. Hay numerosas anécdotas, entre ellas una que me parece excepcional: la guerra de la tuerta. Entre los clanes que más odio mutuo se tenían estaban los MacLeod y los MacDonalds. Era una época en que los clanes trataban de mantener la paz con casamientos con cláusula de rescisión, digamos, o prueba. Al año el marido podía repudiar a la mujer, con buena razón, aunque esto sea discutible. Una Donald, durante ese año, perdió un ojo (no se sabe exactamente por que) y además no le dio al jefe Leod un hijo. Entonces fue devuelta a su clan montada en un caballo tuerto, guiada por un hombre tuerto y acompañada por un perro tuerto. Tras eso, ambos clanes se mataron mutuamente hasta que apenas quedaron sobrevivientes. Tal vez haya una moraleja moderna para esto.
ResponderBorrarMi querido don Lalo: tuertos andamos todos en ese singular y dañino propósito de mitificar un pasado que, mediante una hábil vuelta de tuerca, se convierte en futuro. Porque allí reside una de las paradojas: el universo soñado por los creyentes no está en realidad situado adelante, sino atrás. Lo cual, en un mundo que da vueltas , equivale a la más pura inmovilidad, es decir una de las formas de la muerte.
ResponderBorrarEn el 'Canto General' o e 'Residencia en la Tierra' de Neruda hay un poema con unas líneas que dibujan este artículo Gustavo. La verdad no las recuerdo de memoria y no tengo el nombre del poema, pero me queda la esencia. Es el poder del pensamiento, la imaginación y el lenguaje.
ResponderBorrarComo dijo Borges, somos herederos de muchas culturas, pero ese tiempo indígena, de nuestras sociedades precolombinas, es algo que suponemos nunca tuvimos o vivimos de manera latente (Sería bueno rescatar lenguas indígenas y tener algún conocimiento de Por qué Bogotá se llama Bogotá o Putumayo es Putumayo, a que muy pocos sabrán eso). Así, el pasado que no tuvimos siempre será nostalgia y la nostalgia la pensamos como algo bueno.
Ese es el problema, apreciado Eskimal: que la nostalgia, al pintarlo todo de colores bonitos, puede constituirse en una trampa mortal que nos inmoviliza, y por lo tanto nos impide avanzar. Siempre he pensado que alienta algo muy peligroso en aquél refrán de " Todo tiempo pasado fue mejor".
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