Si existe un paraíso de los desengañados, don Luis
Ramírez debe tener un lugar asegurado allí, con palco fijo en el tendido
siete. Y se lo ha ganado a punta de
canciones, cientos de canciones donde da
cuenta de ese sentimiento de desarraigo propio de los seres fronterizos,
siempre en permanente tránsito. No sé
quien fue el genio encargado de bautizar como “ De carrilera” a esas músicas
compuestas a partes iguales con una mezcla de candor, rabia y desazón, pero desde hace más de medio siglo don Luis, El Caballero
Gaucho, figura entre sus más
ilustres cultores.
Desde el día de
su creación el tren se convirtió en metáfora de la fugacidad y en símbolo de
toda suerte de adioses forzados o voluntarios.
Poemas, cuentos, crónicas, pinturas, novelas, películas y canciones se han ocupado de recrear ese vehículo lento
y traqueteante en sus primeros días como
escenario de descubrimientos y abandonos. Justo en medio de esos dos extremos
se encuentran las estaciones con su antología
de llanto y de risas. “Ay ya se va/ sobre los rieles con su vaivén/
llevándose mi alegría a tierras lejanas/
maldito tren”, dice una de las tonadas más recordadas de nuestro cancionero
popular, compuesta por el colombiano Marco Antonio Posada.
De esas imágenes
se nutrió la temprana juventud de este cantor de penas y olvidos que una vez
compartió escenario en el Madison
Square Garden de Nueva York con el mismísimo Julio Iglesias, para entonces el
más vendedor de los cantantes en el mundo de la balada en español. Anclado en el puerto fluvial de La
Virginia, a orillas del río Cauca,
el joven
Luis fue testigo- y acaso protagonista- de incontables promesas de amor
eterno siempre incumplidas. Barcos y trenes se instalaron muy temprano en su memoria como símbolo de lo
irremediable. Con ese material se dio a
la tarea de escribir versos que acompañaba con los acordes de un
tiple criollo o de una guitarra española,
desde entonces inseparables compañeros de viaje. Sus adoradores desde México hasta el Perú, pasando por
varios millones de colombianos en el exterior, lo consideran parte del
santoral. Sus detractores-también son legión- no le perdonan su empeño en
cantar con un acento del arrabal bonaerense
para ellos incomprensible en un
nativo de la región andina .
En Colombia les decimos cosecheros a los
recolectores que van de una región a otra, siguiendo el ritmo de la maduración
de los cultivos. Café, algodón, papa o
caña de azúcar, según el clima o
la época del año. Para ellos el tren fue desde la segunda década del siglo XX el principal vehículo de
comunicación. A su paso sembraron las orillas de las carrileras con una
sucesión de bares, cantinas y hoteluchos
desangelados. En ellos se tejieron, se consumaron y se disolvieron amores de una noche, capaces
de abrir heridas para el resto de la vida. Si usted le pregunta por El
Caballero Gaucho a uno de esos veteranos
de la desolación, el tipo alzará su copa de aguardiente y brindará por ese hombre de bigote cuidado con esmero de antiguo galán y maldecirá la hora
en que enamoró a una mujer con la ayuda de sus canciones.
Pero lo suyo no
es asunto del pasado. Conozco
jóvenes menores de veinticinco
años capaces de recitar sus canciones en la alta noche como quien eleva una
plegaria a los dioses del abandono. Uno de ellos fue incluso más allá y
adaptó varias de ellas para su banda de
rock. Rockero impenitente, puedo dar fe
de que la fórmula funciona. Después de todo las composiciones de
tipos como Bob Dylan, Chuck Berry o Tom
Waits, están repletas de trenes y estaciones con su carga de ilusiones y
plegarias no atendidas.
Hace años visité
a don Luis, El Caballero Gaucho, en su casa de La Virginia. “No sé si alguna
vez compuse una buena canción. Pero en todo caso quiero que me recuerden como un buen ebanista”, expresó. Lo dijo sin
demagogias ni modestias innecesarias. Solo
quería enfatizar que todos los muebles de su casa, incluidos los
estantes donde guarda los trofeos,
fueron labrados con sus propias manos. Las mismas con que toma la guitarra y
con un par de acordes nos envía de vuelta a los recintos más secretos del corazón
cuando empieza a cantar: “Viejo farol que alumbraste mi pena/ aquella noche en
que quise olvidar/ con tu luz taciturna y enferma/ cual si estuvieras cansao de alumbrar”.
PDT : Les comparto enlaces a las dos canciones citadas
http://www.youtube.com/watch?v=2B1eWUQNHso
http://www.youtube.com/results?search_query=viejo+farol+caballero+gaucho&oq=Viejo+farol&gs_l=youtube.1.0.0l10.1227.3466.0.5688.11.9.0.2.
Gran artículo Don Gustavo, genial descripción de las carrileras y su música. Y como olvidar esa carga de melancolía en clave de falso argentino que dice:
ResponderBorrar"desde un tétrico hospital..."
http://www.youtube.com/watch?v=etbGIXzO93M
Cami.
Ah, carajo: está poniendo el tope muy alto, apreciado Camilo. Mil gracias por el oportuno enlace. ¿quien no recuerda eso de : " dejjjjde un tétrico hojjjpital"?
ResponderBorrarDeliciosa canción, estimado Gustavo, esa del viejo farol. Esa voz magnifica me hace recuerdo a don Raul Shaw Moreno, un intérprete boliviano que tuvo el privilegio de ser una de las voces del trio Los Panchos, en una de sus etapas. Usted habla de trenes viejos y traqueteos, y se me parte el alma porque no tuve esa suerte de poder subirme a uno. Allá, en los años noventa todavía circulaba alguno en los valles cochabambinos, a la sombra de molles, sauces y eucaliptos y bordeando riios que hacían el trayecto sumamente atractivo. Desgraciadamente todo eso se ha perdido, las vías yacen abandonadas y poco a poco se van robando los fierros para venderlos como chatarra. En algún pueblito todavía se pueden divisar estaciones semiderruidas. Donde a veces no queda ni un alma a la vista. El ferrocarril, es un anacronismo, aunque parezca absurdo, en nuestro país. Por demás, gracias por la lectura llena de nostalgia, sazonada con herrumbre y estampa de muebles viejos.
ResponderBorrarSabe que no es tan absurdo, Colombia tenía más de 3000 kilómetros de vías férreas según leí hace poco, se dejaron arruinar de la misma manera que ud menciona. Tuvo su lógica eso del neoliberalismo y el favor que hicieron nuestros gobiernos a las petroleras al privilegiar el transporte por carreteras porque era "más eficiente" y más "competitivo". En Colombia los que tenemos menos de 30 años tampoco nos hemos subido nunca a un tren. Y las carrileras son lo que dice Gustavo: sucesiones de casas arruinadas, invadidas, pobreza y vías por dónde ya no van ferrocarriles sino perros mugrientos y niños sin ropa.
BorrarCamilo.
Apreciado José: nuestros tecnócratas, tan proclives a manosear palabras como planeación y desarrollo, pasaron por alto el hecho de que un moderno y eficiente sistema de ferrocarriles es clave para el dinamismo económico de cualquier sociedad. No contentos con eso, estimularon incluso su desaparición, beneficiando de paso los intereses de grandes grupos económicos involucrados en el negocio de la importación de camiones. En esa dirección apunta, entre otras cosas, la reflexión de Camilo.
BorrarLos trenes, la soledad, la identidad… Hace años, de paso por Ronda, cuyo tajo siempre me ha dado la impresión de comunicar con el alma original del pueblo, de cualquier pueblo, escuché a un cantaor estos versos: “Los raíles del tren me hacen llorar/ lo mismo el uno que el otro/ si se alargan no se pueden juntar.” Y se me ocurrió entonces que cada riel representaba lo que uno quisiera, el amor y la esperanza, por ejemplo. Bastante después se me ocurrió averiguar quien era el autor de esa imagen, para mí tan poderosa, y surgió el nombre del poeta Luis Rius, nativo de Tarancón, España, y muerto en México en 1984. El cantaor había alterado los versos. En la versión original, “Hasta los raíles del tren/ me hacen llorar/ tan cerca el uno del otro/ ¡cómo quisieran!, se alargan/ y no se pueden juntar." Esto me parece una perfecta alegoría de los sentimientos que nos desgarran íntimamente. Supongo que tu Caballero Gaucho también lo interpretaría así.
ResponderBorrar¡ Cuántas metáforas lleva implícitas la sola visión del tren, mi querido don Lalo! A su manera los rieles equivalen a las olas para los barcos. A propósito, otro poeta del pueblo, cercano al espíritu de El Caballero Gaucho, cantó : "Nadie como yo conoce/ el lenguaje de los pañuelos/ que se agitan en los puertos/ y me embriago en lejanías / para apaciguar mis sueños".
ResponderBorrarHola Gustavo.Entre recuerdo y nostalgia, esta respuesta suya al comentario de Lalo, me obliga a añadir que esta canción «nadie sabe como yo/ lenguaje de los pañuelos/ agitándose en el muelle,/ sacudiendo el aire trémulo./Nadie como yo nació/ con destino marinero/ la única flor que conozco/ es la Rosa de los Vientos...» y se llama «Romance de mi destino» pasillo ecuatoriano de Abel romeo Castillo, es uno de mis pasillos inolvidables, esuchado en mi infancia, 6 años, en las voces del Dueto Antaño, que son mis preferidos, y el que canto en estas lejanías, entre las cuerdas de mi guitarra.
BorrarBuen homenaje al Caballero Gaucho, enraizado en la tradición popular de una música, de la que afortnadamente, podemos escoger la versión que nos plazca.
Saludo desde el Norte. Olga L. Betancourt
BorrarTavo, me removiste un montón de recuerdos que tenía olvidados. Antes que el rock, para mi fue la carrilera. Encontré esta hermosa versión de Tren Lento, cantada por la que parece es una sobrina-nieta del compositor. Me llené de ternura al verla. Un abrazo desde del DF. Juan Carlos
ResponderBorrarhttp://www.youtube.com/watch?v=4pVYqVFFrDo
Querido Juanito. Si un texto sirve aunque sea para mover recuerdos- dolorosos o gozosos- " Yo bajaré tranquilo al sepulcro".
ResponderBorrarUn abrazo,
Gustavo
PDT: gracias por el enlace. Bellísima versión.