Leo en una revista de divulgación científica que
los fabricantes de perfumes invierten sumas millonarias en desarrollar
componentes químicos capaces de despertar los más aletargados instintos
sexuales de quienes los perciben. De
hecho, en la publicidad de revistas exclusivas para hombres o mujeres se insiste en que los productos
anunciados “ pueden volver loco al más indiferente”.
Ah, carajo. De modo que las
pócimas de brujas no son patrimonio exclusivo de la Edad
Media, me digo mientras pienso, con no poca dosis de desazón, si las
historias de amor que me dejaron el
corazón hecho trizas durante varias décadas no fueron el resultado de un trance
casi místico provocado por los dardos de Cupido, sino el desenlace ineludible de una conspiración de la
industria del perfume ¿Qué hacer entonces con los poemas de Pablo
Neruda, las canciones de Agustín Lara,
las baladas de Nicola di Bari, los versos de Lennon y Mc Cartney o las
serenatas con música de Los Panchos? Confieso que me sentí tan estafado como esa remota noche de
diciembre cuando descubrí que el Niño
Dios no era otro que mi abuelo Martiniano en calzoncillos.
En busca de consuelo, consulto un
bestiario medieval y encuentro la
siguiente receta para atrapar de por vida al objeto del deseo:
-5 huevos podridos
- 6 sapos
-3 ojos de ratón
-7 rabos de gato muerto
-2 tripas de buey
- Pelo de la persona amada
Bueno. La verdad, les digo que no se diferencia mucho de lo hallado en
un manual de química básica, donde nos
dicen que la Feniletilamina, uno de los detonantes del estropicio amoroso, es
una amina aromática muy simple, de fórmula C8H11N, definida como un alcaloide
neurotransmisor monoamínico. Nada muy
distinto de las recetas de las brujas ¿verdad? Y ni
que decir de la dopamina, bautizada como “ la droga del amor y la ternura”, en un descarado robo del
nombre que el cantante Roberto Carlos les daba a sus conciertos. La verdad, ignoro qué va a pensar
de todo esto mi vecino Aranguren, un poeta de Santa Marta convencido de que los
de su tierra inventaron esa forma extrema de la desesperación sexual bautizada como encoñamiento. Dudo de que
llegue a aceptar esta verdad amarga: ese estado no es resultado del consumo
intensivo de pescado y mucho menos de las propiedades salutíferas del agua de mar. La verdad, puede ser desatado
con solo manipular determinada molécula en un laboratorio.
Con ese panorama, ya no sé cuál
atajo tomar: si bajar para siempre las persianas de mi corazón, lo que
sería una pésima noticia para mi mujer,
o renunciar a las explicaciones de la
ciencia, cosa que desataría la
animadversión de mis amigos racionalistas. Desde que pusieron en entredicho la
existencia del mismísimo Dios los científicos se empecinan en no dejar títere con
cabeza. Basta con que, después de muchos insomnios y cavilaciones, cualquier
mortal encuentre un consuelo para sus desventuras y las del prójimo, para que llegue un hombre de bata blanca y
expresión furibunda a echar por tierra
sus ilusiones.
Si. Igual que ustedes sé
que, en su etimología más pura, el verbo
seducir es sinónimo de engañar,cautivar, embobar,encandilar,
embaucar y una larga lista de vocablos que no es del caso reproducir en esta
época del año en que tanta gente quiere sentirse seductora. Pero esto de los
perfumes me tiene con la cabeza dando vueltas. Espero me entiendan: no es
fácil descubrir a esta altura del
camino, a las puertas de la edad provecta, que
a lo largo de la vida uno estuvo enamorado de una sucesión de
fantasmagorías engendradas por la mente perversa de los expertos químicos de corporaciones tan diabólicas como
L´oréal, Coty, Revlon, Puig, Weil, Gaultlier o Nina Ricci. Es como para perder
por completo la fe en el destino de la criatura humana.
¿Donde venden los perfumes? ¿Los dan al fiado? ¿Tienen efectos sobre las alérgicas?
ResponderBorrarCami.
¡ Coño, Camilo! esas preguntas no se le hacen a un pobre mortal.
ResponderBorrarQue puteada más verraca le salió, amigo Gustavo, ¿no estará meando colonia como se decía de Guardiola?, ja, ja. No hace mucho vi un documental sobre la gran industria francesa del perfume, cuyos secretos son guardados con mucho celo. Estaba allí un pueblito perdido en medio de la campiña y, en unos laboratorios, profesionales de bata blanca experimentaban con todo tipo de materiales para hallar fragancias únicas y perfectas. Decían que incluso del sudor humano se podían extraer esencias, lo cual nos remite a los tiempos primitivos de nuestra especie. Animales somos, nos guiamos por olores para ser seducidos o espantados según el caso. Ahora entiendo mejor eso de que “el amor está en el aire”, como dice la canción. ¿Usted qué opina?
ResponderBorrarJa, ja. Aquí lo realmente prodigioso resulta ser la imaginación humana, apreciado José: de una secreción glandular somos capaces de urdir una saga completa de mitos que incluyen príncipes azules, madonnas inalcanzables y- cómo no- relatos sobre la media naranja, el complemento ideal y el alma gemela, entre otras fábulas.
ResponderBorrarLa verdad, no creo que volvamos a " los tiempos primitivos de nuestra especie". En realidad nunca hemos salido de allí. En últimas lo único que ha cambiado el ropaje exterior.
La receta de esa pócima, con huevos podridos y pelos, me hace recordar la fórmula de Huckleberry Finn para curar las verrugas, que envolvía, creo recordar, sapos y sangre vertida a la luz de la luna llena. Y esta mezcla de lo desagradable con un toque de poesía es una constante en la historia del amor y del perfume, si tenemos en cuenta que la base indispensable de todos los perfumes más seductores es el almizcle, que, ya sabemos, es la sustancia segregada por algunos bichos en el prepucio, o el periné (la distancia entre al ano y el sexo). Recordemos, además, que los nobles y ricachones más seductores, en siglos pasados, no se duchaban cada tres horas, como los de ahora: opinaban que el baño era cosa de sirvientes, “que lo necesitan”. Ellos se perfumaban… y estaban listos para el amor.
ResponderBorrar"La distancia entre el ano y el sexo": quizá allí resida la clave de todo este galimatías, mi querido don Lalo.
ResponderBorrarQué le diría Jean-Baptiste Grenouille sobre este artículo Gustavo. Bueno, en su búsqueda de los mejores olores su empresa era, en cierto sentido, romántica, aunque también macabra:, el olor lo extraía de las bellas doncellas, más alquimista que químico de estas grandes empresas que por lo demás intentan tapar con sus aromas ese rasgo tan interesante de la humanidad que solo por el olfato se conoce. Vea usted, con la publicidad de hermosas modelos y sus combinaciones químicas nos dan elegancia y belleza. Me tocará comprar un AXE
ResponderBorrarEs un fracaso... digo, el AXE, apreciado Eskimal. Ya lo probé y no me determinan. Aunque supongo que la edad influye mucho. No se desanime : usted es mucho más joven que yo.
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